En la casa de Pedro
Homilía para el V Domingo del Tiempo Ordinario (Ciclo B)
La llegada de Jesús libera a los hombres de la opresión del Maligno y del peso de las enfermedades. El Señor, en su ministerio público, expulsa a los demonios, cura a muchos enfermos y predica incansablemente la Buena Noticia (cf Mc 1,29-39). Como proclama la liturgia de la Iglesia: “Cristo tomó nuestras dolencias y cargó con nuestras enfermedades” (cf Mt 8,17).
El libro de Job describe la angustia que provoca la enfermedad en quien la padece: “Mi herencia son meses baldíos, me asignan noches de fatiga; al acostarme pienso: ¿cuándo me levantaré? Se alarga la noche y me harto de dar vueltas hasta el alba” (Job 7,3-4). Como comenta Benedicto XVI, la enfermedad “conlleva inevitablemente un momento de crisis y de seria confrontación con la situación personal” ya que la vida humana tiene sus límites y, tarde o temprano, termina con la muerte (8-12-2006).
En Jesús se cumplen las palabras del Salmo 146: “Él sana los corazones destrozados, venda sus heridas”. En la casa de Pedro, en Cafarnaún, Jesús cura a la suegra de Pedro. Estaba en cama con fiebre, le hablaron a Jesús de ella y Él la levantó agarrándola de la mano. La fiebre le desapareció y se puso a servirles (cf Mc 1,29-31). El Señor nos toma de la mano para levantarnos de la enfermedad y de la muerte. Esta acción curativa evoca la resurrección de los muertos y, más en concreto, la propia resurrección de Jesús.
Superada la enfermedad, la mujer “se puso a servirles”, prefigurando de algún modo la “diakonía”, el servicio de Jesús, que “no ha venido a ser servido, sino a servir y dar su vida en rescate por la multitud” (Mc 10,45). Una prueba de este servicio del Señor es su dedicación al pueblo de Cafarnaún: “Al anochecer, cuando se puso el sol, le llevaron todos los enfermos y poseídos. La población entera se agolpaba a la puerta” (Mc 1,32-33).
Al concluir el sábado los judíos celebraban la creación del mundo por Dios. Jesús, en esa misma hora, lleva a cabo su acción recreadora sanando a los enfermos y liberando a los poseídos. Igualmente resulta significativo el lugar en el que suceden estas curaciones: la casa de Pedro; es decir, la iglesia, donde se reúne la comunidad cristiana. “La iglesia es el lugar del encuentro con el Hijo de Dios vivo, y así es el lugar de encuentro entre nosotros”, dice Benedicto XVI (10-12-2006). Podemos ver, pues, en la casa de Pedro un símbolo de la Iglesia, la casa de Dios en la que habita su familia.
La predicación del Señor, que va asociada a su lucha contra el mal, se extiende a “toda Galilea” (Mc 1,39). Los discípulos no permanecen al margen del despliegue de este programa: “Vámonos”, les dice Jesús. El Señor quiere anunciar la Buena Noticia contando con nosotros, a través de nosotros. La misión de la Iglesia no conoce fronteras, pues ha sido enviada a todo el mundo para proclamar el Evangelio e invitar a los hombres a acogerlo mediante una conversión auténtica del corazón.
Es este el impulso que mueve al apóstol San Pablo: “El hecho de predicar no es para mí motivo de soberbia. No tengo más remedio y, ¡ay de mí si no anuncio el Evangelio!” ( 1 Cor 9,16). Es un esfuerzo que lleva en sí mismo la recompensa, la participación en los bienes de la salvación: el encuentro con Cristo y la comunión con Él.
Guillermo Juan Morado.
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