Santo Tomás de Aquino, sabio
Los grandes maestros no hablan de sí mismos, no sienten la preocupación de perpetuarse en una escuela, no se creen dueños sino servidores de la verdad. Entre los más grandes ocupa un puesto destacadísimo Santo Tomás de Aquino, el Doctor común. “Se oscureció él mismo en la verdad”, dice sobre el Aquinate Jacques Maritain, haciéndose eco de una sentencia anterior: “Es algo mayor que Santo Tomás lo que en Santo Tomás recibimos y defendemos”.
En él se unieron dos sabidurías, la adquirida y la infusa. La sabiduría es el conocimiento de las cosas divinas: “quien conoce de manera absoluta la causa, que es Dios, se considera sabio en absoluto, por cuanto puede juzgar y ordenar todo por las reglas divinas” (ST ,II-II, 45,1). La sabiduría como virtud intelectual adquirida se alcanza mediante el esfuerzo humano. En cambio, la sabiduría infusa desciende de lo alto.
La sabiduría es la más alta perfección de la razón y, como don del Espíritu Santo, perfecciona también la fe, ya que no solo asiente a la verdad divina sino que juzga conforme a ella.
Naturaleza y gracia, razón y fe, confluyen armónicamente en el sabio, que tiene como doble oficio exponer la verdad divina, la verdad por antonomasia, e impugnar el error contrario a la misma.
El estudio de Dios – a través de la filosofía y de la teología – es “el más perfecto, sublime, provechoso y alegre de todos los estudios humanos” (SCG I, 2) y une especialmente a Dios por amistad. En síntesis, “la suma dignidad del saber humano consiste en el conocimiento de Dios” (SCG, I, 4).
Conviene recordar, en una época en la que la ciencia se ha divorciado de la sabiduría, la necesidad de que ambas se reconcilien. Ganaríamos mucho con esa unión en entendimiento y en sano temor. Además del conocimiento de lo aparente, está el entendimiento de lo real, de la intimidad de lo real. El temor nos llevará a no resistirnos a Dios, evitando así poner obstáculos al despliegue de lo que somos y de lo que estamos llamados a ser.
En un Comentario a la Primera Epístola de San Pablo a los Corintios Santo Tomás expone nueve condiciones para ser sabio. Conviene tomar nota de ellas: 1. La humildad, para evitar la soberbia y la hinchazón. 2. La sobriedad, sin orgullo ni presunción. 3. La certidumbre, para no instalarse en una eterna duda. 4. La verdad, huyendo del error. 5. La sencillez, sin engaño. 6. La sanidad; es decir, el saber unido al amor y a la caridad. 7. La servicialidad, poniendo el propio saber a servicio del prójimo. 8. La liberalidad, sin ser tacaños a la hora de comunicar la ciencia. 9. Las buenas obras, que hacen eficaz el saber.
Santo Tomás es un maestro y un sabio. Un hombre capaz de descubrir el orden de las cosas, de unas con respecto a otras. Sin algo así como la sabiduría, infusa y adquirida, nos sumergimos en el desorden, en el caos, en el sinsentido. En un falso saber que, al final, no sabe nada porque ignora lo más importante: la razón por la que vivimos y la meta a la que hemos de enderezar nuestros pasos.
Guillermo Juan Morado.
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