Los santos anónimos
No todos los santos están, ni estarán, en el Martirologio. A muchos santos solo los habrán conocido, en la tierra, quienes han convivido con ellos. Y tengo la convicción de que todos, más o menos, hemos conocido a santos. No a personas perfectísimas, no. A personas limitadas que, a su modo, según sus posibilidades, han respondido a la gracia de Dios. Personas que nos han querido, que se han sacrificado por nosotros y que, a pesar de sus límites, han sido íntegras, coherentes, fieles a sí mismas y, sobre todo, fieles a Dios.
Recuerdo a un familiar que, cuando ya la muerte se aproximaba, decía: “Tengo ganas de abrazar a mi madre”. Para él, y para muchos otros que la habían conocido, su madre era una santa. El deseo del cielo se encarnaba de ese modo tan cercano y próximo. Ver a Dios se traducía en abrazar de nuevo a su madre. Y no me parece una idea disparatada. Solo Dios puede lograr que, en Él, volvamos a encontrarnos unos a otros. Si Dios nos ama – y de esta verdad no podemos dudar – amará también a quienes amamos. Y los amará con una fuerza capaz de hacer lo que nosotros no podemos hacer: mantenerlos en vida; es más, darles vida.
Cuando irrumpe la tremenda separación de la muerte nos hacemos conscientes de nuestra debilidad y de nuestra dependencia. Por más que queramos no podemos preservar la vida de los seres queridos, de nuestros amigos, de aquellas personas a las que debemos tanto. Solo Dios puede hacerlo. Y no cabe duda de que lo hace.
Hoy he leído un texto de J. Maritain que me ha consolado e iluminado: Los santos ocultos, dice, “se han llevado al cielo el recuerdo de sus amigos”. “Siguen amándolos como los amaban”, “los aman también con amor humano”, “prosiguen en la visión el cuidado que se tomaban de ellos en la tierra, y la oración que por ellos hacían”. Nosotros, por nuestra parte, podemos invocarles.
A través del recuerdo de muchos santos nuestro nombre está ya en el cielo. Su memoria es como un reflejo de la memoria de Dios, que no se olvida de nosotros. Benedicto XVI ha hablado de ellos, de los santos, como de “luces cercanas” que nos ayudan a llegar a Cristo, Luz por antonomasia.
Cada cual está invitado a elaborar su propia “Letanía de los santos”. Y, en los límites de la devoción privada, creo que es lícito añadir, después del Nombre de la Bienaventurada Virgen María, del de los Apóstoles y del de los Mártires, los nombres de quienes conocemos y que, a nuestro entender, están ya en Dios.
Nos preceden, se adelantan. Ninguno de nosotros es Adán o Eva. Hemos venido al mundo tras una larga genealogía. Tampoco en el mundo nuevo vamos a ser los primeros. Nos están esperando y no dejan de ocuparse de nuestros asuntos.
Los necesitamos, a los santos, más que a nadie.
Guillermo Juan Morado.
8 comentarios
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Me pilla en un día de lágrima (barroca, por supuesto) fácil, pero este post es de lso que nos recuerdan que, en la muerte de quienes amamos y nos han amado, no sólo hay dolor, sino también grandes consuelos.
Creo que de ella aprendí estas cosas.
Lo que en realidad es una persona Santa es justamente alguien que no se hace ver…. En sus buenas obras – como la Madre de Dios… viviendo su vida lejos de los ojos de los demás pero en medio de una aldea… rodeada a diario de otros haciendo las tareas de todas las mujeres y nada diferente….
Ella vivio su vida sin hacer Grandes Proyectos ante los ojos de los demás para que los demas podian vivir una vida con Dios como lo habia aprendido ella...(de lo cual el evangelio nos advierte - no hacer) pero haciendo a diario La Voluntad de Dios… en todo. Sabiendo que la Fe = confianza TOTAL EN DIOS EN TODO... lo puede tener toda persona que dice Si a la Gracia de Dios... y la recibe con brazos y corazón abierto.
Pero que al final de su vida – siendo Ella como todo santo Luz de Mundo – tampoco fue una persona marginada y no vista, una persona que al final de su vida no pudo contar “Su historia con Dios” – sino Dios en todo cumple con Sus propósitos. Y la Luz y la Sal del Mundo – no se esconde ni se olvida… ni pasa desapercibida – mejor dicho no DEBE DE pasar desapercibida.
Y recordar hace falta siempre – que … aunque no debemos de dar Luz al Salvador del Mundo DE FACTO en carne – lo debemos de hacer de facto Espiritualmente y por tanto y por ende – el Camino es el mismo que caminamos que tuvo Jesús/María… unidad encarnada del Amor de Dios, Caminos entrelazados y unidos por, en y mediante Dios.
En Cristo
Saber que no hay tanta distancia entre el Cielo que esperamos y la tierra donde vivimos, entre los seres que amamos y ya no están y nosotros, es un maravilloso acicate para una vida más plena, para buscar siempre hacer la voluntad de Dios.
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Estupenda sugerencia, no lo había pensado así,lo que si en las letanias del santo rosario,suelo decir Reina de Guillermo y Guillermina... Ruega por nosotros,mis padres sencillos y a la vez verdaderos en su entrega de amor. Este post me reconforta gracias Pater.
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