¿Es bueno querer saberlo todo?
El afán de saber, la solicitud o el empeño por conocer, es en principio una cualidad buena. Nos hacemos preguntas y deseamos poder responder a estos interrogantes. Esta curiosidad está en el origen de la ciencia, de la filosofía y de los diferentes campos de la reflexión y del pensamiento humano.
Pero, como en todo, la orientación al saber puede ser recta o perversa. Santo Tomás pone dos ejemplos de finalidades que corromperían este afán de conocer: tratar de saber para ensoberbecerse, para destacar por encima de otros menospreciando así a los demás, y, asimismo, tener interés en aprender algo para pecar, para ofender a Dios haciendo el mal.
La tentación del ensoberbecimiento puede afectar más a quienes, aparentemente al menos, tienen “motivos” para ello, aunque sean motivos vanos. Por regla general los verdaderamente sabios tienden a ser humildes, pero no siempre es así. No siempre los sabios lo son verdaderamente. Es compatible ser bastante sabio, en el sentido de saber mucho, y notablemente soberbio. Si encima el soberbio es un ignorante, el asunto resulta aun peor.
La curiosidad morbosa de aprender para hacer el mal también puede acechar a cualquier persona. ¡Cuántas cosas malas se conocen, se procuran conocer, con la excusa de inquirir lo que no debiera importarnos! Ni los científicos ni los técnicos están libres de esta tentación. La ciencia requiere, en su ejercicio, una continua vigilancia de la ética. Para saberlo “todo” no vale “todo”. No sería legítimo, pongamos por caso, pretender investigar la resistencia humana al dolor sometiendo a algunas personas a la tortura.
Santo Tomás, en la cuestión 167 de la II-II, especifica que puede haber vicio o desorden en el apetito y deseo de aprender la verdad. Y ello de cuatro modos:
1º Cuando alguien por el estudio menos útil se retrae del estudio de lo que le es necesario. Es muy fácil poner ejemplos: un médico que, por estar al tanto de la evolución de la liga de fútbol, sustituya las revistas de medicina por las deportivas. San Jerónimo pone un ejemplo aun más llamativo: “Vemos que los sacerdotes, dejando a los evangelistas y a los profetas, leen comedias y cantan palabras amatorias de los versos bucólicos”.
2º Cuando uno se afana por aprender de quien no debe. Por ejemplo, quienes desean conocer el futuro consultando a los demonios. Una tentación supersticiosa que, no tengo ninguna duda acerca de ello, está más viva hoy que en el siglo XIII. Todas las variantes de la hechicería, y hasta del satanismo, gozan de una evidente vigencia en un siglo, el nuestro, heredero en teoría del “Siglo de las Luces”.
3º Cuando se desea conocer la verdad sobre las criaturas sin ordenarlo a su verdadero fin, el conocimiento de Dios. Y esta es una advertencia que puede valer perfectamente para casi toda nuestra cultura: querer conocer la vida, olvidando quien es su Autor; querer conocer la muerte sin saber quien es su Árbitro; es decir, querer “conocer” sin “saber”; querer conocer por conocer, ignorando la pregunta por el “porqué” y por el “para qué”, el origen y el destino, el significado y el sentido.
4º Aplicarse al conocimiento de la verdad “por encima de la capacidad de nuestro ingenio, lo cual da lugar a que los hombres caigan fácilmente en errores”. Me temo que este esfuerzo es ya una plaga. Casi nadie reconoce hoy el límite de su ingenio. Hablamos de todo, sentenciamos sobre todo (sobre teología, con una facilidad pasmosa), creemos saber de todo. Y nos sumergimos, con enorme facilidad, en los errores.
Recordaba, a este respecto, unas palabras del papa Benedicto XVI en París: “El dinero, el afán de tener, de poder e incluso de saber, ¿acaso no desvían al hombre de su verdadero fin, de su auténtica verdad?”.
Guillermo Juan Morado.
8 comentarios
____________
Sin duda!
Dejar un comentario