Testigo de la fe
Publicado en “Faro de Vigo” (Suplemento “Estela", p. 10) el 1 de mayo de 2011.
La figura del papa Juan Pablo II ha quedado profundamente grabada en mi mente y en mi corazón. Y no solo porque se trate de una personalidad excepcional, de un protagonista de la historia reciente y de un hombre de Dios, sino porque su imagen, sus gestos y sus palabras están, de modo muy destacado, conectadas con experiencias importantes de mi propia vida y creo que, en mayor o menor medida, con las experiencias de las personas de mi generación. Cuando fue elegido papa, el 16 de octubre de 1978, yo había apenas ingresado en el Seminario Menor de Tui, con casi 12 años. Y para mí el papa no era un nuevo papa en la larga serie de sucesores de San Pedro, sino que comenzó a ser “el papa”, sin más.
La natural tendencia de los adolescentes a admirar a grandes personajes se concretó en mi caso en Juan Pablo II. En 1982, a mis 16 años, pude verlo por primera vez, en Sameiro (Braga) y, unos meses después, en Santiago de Compostela. Fue un primer contacto con el pontífice e, igualmente, con dos temas claves de su magisterio: la importancia de la familia - “el futuro del hombre sobre la tierra está ligado a la familia”, afirmó en Braga – y el llamamiento dirigido a Europa a recuperar su alma: “Yo, Obispo de Roma y Pastor de la Iglesia universal, desde Santiago, te lanzo, vieja Europa, un grito lleno de amor: Vuelve a encontrarte. Sé tú misma. Descubre tus orígenes. Aviva tus raíces”.
En 1989 participé en la IV Jornada Mundial de la Juventud, celebrada en Santiago de Compostela, en la que Juan Pablo II nos proponía con gran fuerza a los jóvenes la figura de Jesucristo como Camino, Verdad y Vida. Indudablemente, esta ha sido otra de las opciones fundamentales de su pontificado: la cercanía a los jóvenes y la predicación del Evangelio como respuesta a la pregunta por el sentido de la propia vida.
En 1991, recién ordenado sacerdote, pude concelebrar con el papa en la multitudinaria misa celebrada en Czestochowa (Polonia). En torno a Juan Pablo II se hacía visible una nueva etapa de la historia: jóvenes del Este y del Oeste se reunían, superando así la distancia que enfrentó, durante tanto tiempo, a los dos bloques. La vinculación del papa a su patria, y el papel por él desempeñado en la transición desde la tiranía a la democracia resultaba evidente.
Ya en Roma, durante mis estudios de posgrado, pude hacerme una idea más amplia y profunda de la persona del papa, de su acción pastoral y de su enseñanza. Me llamaba profundamente la atención cómo compaginaba la dimensión romana de su ministerio – visitando cada domingo una parroquia – con su dimensión universal – palpable en las audiencias, en las celebraciones en el Vaticano y en el rezo del ángelus que congregaba en la Plaza de San Pedro a personas procedentes de todo el mundo -.
Mi admiración por Juan Pablo II dejó de ser “adolescente”, pero no dejó de ser admiración. Era no solo “el” Papa. Era un testigo de la fe; un hombre profundamente identificado con Jesucristo; también con su sufrimiento. Bastaba verlo rezar o celebrar la misa. He podido observarlo muy de cerca en las ocasiones en las que concelebré con él en su capilla privada. Todo en él hablaba de Dios, transparentando el misterio divino. En 2005, con absoluta convicción, también yo, como un peregrino más que asistía a su funeral, me uní a un grito unánime: “Santo subito!”. Desde entonces comencé a encomendarme a su intercesión.
Guillermo Juan Morado. Director del Instituto Teológico de Vigo.
39 comentarios
Ya nos lo avisó el Señor, la persecución es inherente al apostolado, el Papa lo reiteró, cuando, estando en sus últimos meses de vida,y, algunos le instaban a la dimisión, contestó:
El Señor no se bajó de la cruz, yo tampoco.
Grande, el atleta de 1,85 m que siendo obispo no dejó de practicar el esquí de fondo,y, un día, esquiando, inadvertidamente, cruzo la frontera de Chequia,es el mismo que debía comparecer retorcido como un muelle, utilizando una técnica aprendida para hablar - algunas palabras se escapaban - pero transmitía, ya lo creo que transmitía, ¿el qué?, pues, a mi entender la misericordia de Dios, a través de la pequeñez de un anciano que seguía siendo Pastor, a pesar de que su cuerpo no colaboraba, pero su espíritu, sí, su espíritu estaba junto a Dios, sin duda.
¡Y tan jóvenes. Éran ustedes niños (y niñas), tenían SEIS añitos.
Explicación: Nacieron ustedes en 1972, y tienen 39 años en 2011... ¿No era así?
-----------
Juan Pablo II gastó, quemó, ofreció toda su vida, hasta el final, a su misión y a Cristo. A servir a Dios y a los hermanos. En Cuatro Vientos, en su última visita a España, casi no se le entendían las palabras, pero ahí estaba, sin bajarse de su cruz, dando testimonio a los jóvenes, hablándoles de la belleza del sacerdocio y del Evangelio, de que las ideas se proponen, no se imponen... Un ejemplo.
Saludos a todos...
Lo que yo pueda decir de su figura carece totalmente de importancia. Yo también pido su intercesión desde su muerte. Fue un hombre santo. Es un santo.
Creo que no tardaremos en verlo de nuevo en los altares, pero esta vez, para ser declarado santo.
Se me estremece el corazón con su recuerdo, me colaba con mis hermanos mayores para que me llevaran a verlo y tuve experiencias maravillosas, aprendí amar al hombre al hermano,al Padre,ahora al Beato, próximo Santo.
En mis asuntos personales, profesionales y misioneros pido siempre su intersección y me acuerdo de su carisma, sin miedo, porque el Señor está contigo dice las escrituras.
Buen comunicador, amante de los buenos medios de comunicación.
Y por supuesto el gran amor a Nuestra Señora la Virgen María.
Aunque os haga llorar un poquito, hay un enlace que quisiera compartir de Amadeo Minghi - Un Hombre Venido De Muy Lejos
http://www.youtube.com/watch?v=OcdUla_nFOU
¡Qué pena!
GJM. Es su modo de ver las cosas.
Una de las claves del éxito mediático es tener la cabeza y la cara redondas. Me lo explicó un asesor de imágenes, hace muchos años.
En cuanto al beato, me gusta pensarlo "stripped" de las famas, tumultos, manifestaciones, triunfalismos varios (el "triunfalismo" era malo cuando no era populista y moderno; ahora parece buenísimo). Hace un par de días vi una filmación que hicieron de Juan Pablo ya muy anciano, conversando con unos viejitos, abrazandolos. Parecia un curita santo, simple, humilde. "Soy un pobre tipo", repetía en sus últimos años. Buen contrapasso de Wojtyla superstar. Los domingos de Ramos no le sientan bien a los simples hombres.
Me quedo con ese Juan Pablo, chico y santo, antes que con el Magno superstar inflacionado de publicidad y viento, político mediocre, administrador descuidado, instrumento de estrategias políticas y mediáticas.
Me quedo con el Pedro al que vestían y llevaban a donde no quería.
GJM. Por favor, no entremos en polémicas...
Y creo que tampoco el lip-service ni el emocionalismo en uno u otro sentido sirve. Lo que sirve es la visión de fe.
¿Recuerdas la fábula de La zorra y las uvas?, pues eso, ya me entiendes.
No, luis, lo tuyo no es coherencia.
En todo caso, esa fisonomía del beato Juan Pablo II es muy característica de los polacos.
Está impreso en nuestra memoria ancestral, para resguardar la especie y proteger a las niños. Las formas de cabeza redondeadas generan ternura y emoción, tanto respecto de los niños como de los animales.
Demasiadas experiencias negativas tenemos en el siglo XX para llevarlas al siglo XXI.
Afirmación gratuita y descontextualizada. La amiga Yolanda me echó en cara que en un blog con una óptica diferente respecto de la beatificación hubiera dicho lo mismo, que creo que es una posición matizada y bastante lejana de los cliches juanpablistas o juanpablofóbicos. A lo que le repliqué justamente que eso es coherencia: decir lo que uno piensa, siempre, sea el contexto que fuere.
Si lo que pretenden es que diga en un blog que presenta como muy triste la beatificación que Juan Pablo II fue un antipapa, o un hereje, y que aquí venga a decir que su Papado fue un dechado de orden administrativo, de transparencia eclesial o de supervisiòn responsable, pues I'm not that guy.
Saludos
Comprendo bien sus pedidos de intercesión a nuestro santo polaco. Cuya santidad ha sido constatada por la Iglesia de Dios. Algo que conviene no olvidar.
Decía que comprendo bien sus pedidos de intercesión, porque yo también encomiendo al Señor, a través de JP II mi vida, mi familia y la vocación sacerdotal de mi hijo mayor, hoy novicio salesiano.
Saludos.
http://www.cuadernas.com.ar/traduccion.php/entusiasmo
No he tenido valor para escribir sobre esto tan triste porque además una hispana hizo lo mismo a pesar de la ilusión que tenía ella y su hijo de seis años por el bebé pero le dijeron que era síndrome de dowm y a pesar de la ayuda que se le ofrció no la acepto, lo más triste es que su propia madre le dijo que se lo quitara de encima porque ella había criado al chico mayor y ahora no quería cuidar de un "tonto." Ese calificativo de tonto está muy mal visto ahora y con razón pero mucho peor es fomentar que los maten. En fin pido lo que pedía el padre Guillermo: que no se enteren los hermanos de lo que han hecho con estos desgraciados inocentes.El Señor los habrá acogido
GJM. Es muy triste, sí. Y me imagino que más para quien, como usted, lo vive tan de cerca. En fin, qué Dios nos asista!
tristísimo y horroroso.
Respecto al niño a quien no permitieron nacer porque tendría síndrome de dowm: un familiar mío, de más de 70 años y operado de cáncer, ha sufrido una caída en la calle hace unos diez días. Nadie se acercó a ayudarle a levantarse.
Bueno, alguien sí: una niña con síndrome de dowm, y no mayor de ocho añitos, que se echó a correr separándose de su grupo familiar para ayudar a este hombre. Él se levantó como pudo, y, muy conmovido, dio las gracias a la niña, cuyo ejemplo nadie más siguió.
Comprendo que la ansiedad y el "entusiasmo" lleven a algunos a quemar etapas, pero no es así.
Todavía - en la Iglesia Católica por lo menos - sólo la canonizacion es la declaración definitiva y solemne del Sumo Pontífice de que alguien está en el Cielo, y que como tal debe rendírsele culto universal.
Si alguien pasa por Aquisgrán, verá en la Catedral un gran vitral con una imagen a cuyo pie encontrará la leyenda "Beatus Carolus Magnus". Y los dominicos todavía invocan a la Beata Juana, madre de Santo Domingo. Todavía, después de ocho siglos.
GJM. Una beatificación no es una canonización, pero es en sí mismo algo muy serio. Además, yo no albergo la más mínima duda de que el Papa Juan Pablo II será canonizado. Y espero que pronto. Y no lo digo por simple entusiasmo, sino porque tengo la firme convicción de que es santo y de que merece la pena que sea propuesto a toda la Iglesia como un testigo de la fe.
Más alla del caso de Juan Pablo II, no me gusta nada que esto se convierta en un hábito, que las declaraciones de santidad las dicten las multitudes, las presiones de carteles, las imágenes. Sabemos que la santidad requiere investigación. Sabemos que el beato se equivocó sobre la santidad de un hombre al que proclamó líder eficaz de la juventud. Si el beato se equivocó, cualquiera puede equivocarse. El precedente es malo, y me preocupa, aunque fuera para proclamar a cualquier otra persona, así fuera la que más devoción le tengo.
No me gusta nada este quemar etapas, esta especie de imposición prearmada de esquemas, este unanimismo que no admite la posibilidad de investigar la vida de alguien, contra la tradicional mesura y prudencia de la Iglesia, que detuvo siete siglos el proceso de Santa Juana por motivos de apreciación política o porque se había retractado, o que hizo lo propio con San Pío X porque tomaba rapé. Ya hay quienes presionan con Romero, y exigen que se deje de investigar si su posición era política o no. ¿Con qué a autoridad vamos a pedir que no se impacienten si hacemos acepción de personas con otros?
Si es santo, lo será y lo aceptaremos los que no le tenemos mayor devoción -en la medida en que lo impera la doctrina católica- como tal; y si no lo es, o no lo es tan rapido, deberán aceptarlo también los entusiastas.
De lo contrario, ¿para qué los procesos, para qué los milagros, para qué los diversos rangos de valor de las declaraciones desde siervo de Dios a santo?
Leo a quienes suman cifras de fieles (tantos millones cuando asumió, tantos cuando murio: cuatrocientos millones más de católicos!), cuentan los kilometros recorridos, hablan de adhesión universal; algunos encuentran mérito sobrenatural incluso en escaparse para esquiar; hay quien lo proclama luminaria filosófica y teológica del siglo; "bomba teológica y sexual"; luminaria del deporte; trabajador infatigable, político genial, hombre renacentista, etcetera.
Me perdonarán, pero esta clase de elogios me son familiares, y no en la Iglesia Catolica.
Me parece que estos juanpablistas se han equivocado de persona y de "partido", habrían estado mejor en el estalinismo.
Y en el sentir del pueblo cristiano hay también un signo de la voz de Dios.
El papa Juan Pablo II no es beato por ningún récord... Aunque esos kms. recorridos, etc, sí son muestra de su celo pastoral.
El papa Juan Pablo II es beato por haber vivido la fe, por haberse identificado con Cristo, por haberse abrazado a la cruz.
Y la santidad personal del papa no equivale a la perfección absoluta de todo su pontificado. Perfecto, en sentido absoluto, solo es Dios.
HOMILÍA DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
Plaza de San Pedro
Domingo 1 de mayo de 2011
Queridos hermanos y hermanas:
Hace seis años nos encontrábamos en esta Plaza para celebrar los funerales del Papa Juan Pablo II. El dolor por su pérdida era profundo, pero más grande todavía era el sentido de una inmensa gracia que envolvía a Roma y al mundo entero, gracia que era fruto de toda la vida de mi amado Predecesor y, especialmente, de su testimonio en el sufrimiento. Ya en aquel día percibíamos el perfume de su santidad, y el Pueblo de Dios manifestó de muchas maneras su veneración hacia él. Por eso, he querido que, respetando debidamente la normativa de la Iglesia, la causa de su beatificación procediera con razonable rapidez. Y he aquí que el día esperado ha llegado; ha llegado pronto, porque así lo ha querido el Señor: Juan Pablo II es beato.
Deseo dirigir un cordial saludo a todos los que, en número tan grande, desde todo el mundo, habéis venido a Roma, para esta feliz circunstancia, a los señores cardenales, a los patriarcas de las Iglesias católicas orientales, hermanos en el episcopado y el sacerdocio, delegaciones oficiales, embajadores y autoridades, personas consagradas y fieles laicos, y lo extiendo a todos los que se unen a nosotros a través de la radio y la televisión.
Éste es el segundo domingo de Pascua, que el beato Juan Pablo II dedicó a la Divina Misericordia. Por eso se eligió este día para la celebración de hoy, porque mi Predecesor, gracias a un designio providencial, entregó el espíritu a Dios precisamente en la tarde de la vigilia de esta fiesta. Además, hoy es el primer día del mes de mayo, el mes de María; y es también la memoria de san José obrero. Estos elementos contribuyen a enriquecer nuestra oración, nos ayudan a nosotros que todavía peregrinamos en el tiempo y el espacio. En cambio, qué diferente es la fiesta en el Cielo entre los ángeles y santos. Y, sin embargo, hay un solo Dios, y un Cristo Señor que, como un puente une la tierra y el cielo, y nosotros nos sentimos en este momento más cerca que nunca, como participando de la Liturgia celestial.
«Dichosos los que crean sin haber visto» (Jn 20, 29). En el evangelio de hoy, Jesús pronuncia esta bienaventuranza: la bienaventuranza de la fe. Nos concierne de un modo particular, porque estamos reunidos precisamente para celebrar una beatificación, y más aún porque hoy un Papa ha sido proclamado Beato, un Sucesor de Pedro, llamado a confirmar en la fe a los hermanos. Juan Pablo II es beato por su fe, fuerte y generosa, apostólica. E inmediatamente recordamos otra bienaventuranza: «¡Dichoso tú, Simón, hijo de Jonás!, porque eso no te lo ha revelado nadie de carne y hueso, sino mi Padre que está en el cielo» (Mt 16, 17). ¿Qué es lo que el Padre celestial reveló a Simón? Que Jesús es el Cristo, el Hijo del Dios vivo. Por esta fe Simón se convierte en «Pedro», la roca sobre la que Jesús edifica su Iglesia. La bienaventuranza eterna de Juan Pablo II, que la Iglesia tiene el gozo de proclamar hoy, está incluida en estas palabras de Cristo: «Dichoso, tú, Simón» y «Dichosos los que crean sin haber visto». Ésta es la bienaventuranza de la fe, que también Juan Pablo II recibió de Dios Padre, como un don para la edificación de la Iglesia de Cristo.
Pero nuestro pensamiento se dirige a otra bienaventuranza, que en el evangelio precede a todas las demás. Es la de la Virgen María, la Madre del Redentor. A ella, que acababa de concebir a Jesús en su seno, santa Isabel le dice: «Dichosa tú, que has creído, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá» (Lc 1, 45). La bienaventuranza de la fe tiene su modelo en María, y todos nos alegramos de que la beatificación de Juan Pablo II tenga lugar en el primer día del mes mariano, bajo la mirada maternal de Aquella que, con su fe, sostuvo la fe de los Apóstoles, y sostiene continuamente la fe de sus sucesores, especialmente de los que han sido llamados a ocupar la cátedra de Pedro. María no aparece en las narraciones de la resurrección de Cristo, pero su presencia está como oculta en todas partes: ella es la Madre a la que Jesús confió cada uno de los discípulos y toda la comunidad. De modo particular, notamos que la presencia efectiva y materna de María ha sido registrada por san Juan y san Lucas en los contextos que preceden a los del evangelio de hoy y de la primera lectura: en la narración de la muerte de Jesús, donde María aparece al pie de la cruz (cf. Jn 19, 25); y al comienzo de los Hechos de los Apóstoles, que la presentan en medio de los discípulos reunidos en oración en el cenáculo (cf. Hch. 1, 14).
También la segunda lectura de hoy nos habla de la fe, y es precisamente san Pedro quien escribe, lleno de entusiasmo espiritual, indicando a los nuevos bautizados las razones de su esperanza y su alegría. Me complace observar que en este pasaje, al comienzo de su Primera carta, Pedro no se expresa en un modo exhortativo, sino indicativo; escribe, en efecto: «Por ello os alegráis», y añade: «No habéis visto a Jesucristo, y lo amáis; no lo veis, y creéis en él; y os alegráis con un gozo inefable y transfigurado, alcanzando así la meta de vuestra fe: vuestra propia salvación» (1 P 1, 6.8-9). Todo está en indicativo porque hay una nueva realidad, generada por la resurrección de Cristo, una realidad accesible a la fe. «Es el Señor quien lo ha hecho –dice el Salmo (118, 23)– ha sido un milagro patente», patente a los ojos de la fe.
Queridos hermanos y hermanas, hoy resplandece ante nuestros ojos, bajo la plena luz espiritual de Cristo resucitado, la figura amada y venerada de Juan Pablo II. Hoy, su nombre se añade a la multitud de santos y beatos que él proclamó durante sus casi 27 años de pontificado, recordando con fuerza la vocación universal a la medida alta de la vida cristiana, a la santidad, como afirma la Constitución conciliar sobre la Iglesia Lumen gentium. Todos los miembros del Pueblo de Dios –obispos, sacerdotes, diáconos, fieles laicos, religiosos, religiosas– estamos en camino hacia la patria celestial, donde nos ha precedido la Virgen María, asociada de modo singular y perfecto al misterio de Cristo y de la Iglesia. Karol Wojtyła, primero como Obispo Auxiliar y después como Arzobispo de Cracovia, participó en el Concilio Vaticano II y sabía que dedicar a María el último capítulo del Documento sobre la Iglesia significaba poner a la Madre del Redentor como imagen y modelo de santidad para todos los cristianos y para la Iglesia entera. Esta visión teológica es la que el beato Juan Pablo II descubrió de joven y que después conservó y profundizó durante toda su vida. Una visión que se resume en el icono bíblico de Cristo en la cruz, y a sus pies María, su madre. Un icono que se encuentra en el evangelio de Juan (19, 25-27) y que quedó sintetizado en el escudo episcopal y posteriormente papal de Karol Wojtyła: una cruz de oro, una «eme» abajo, a la derecha, y el lema: «Totus tuus», que corresponde a la célebre expresión de san Luis María Grignion de Monfort, en la que Karol Wojtyła encontró un principio fundamental para su vida: «Totus tuus ego sum et omnia mea tua sunt. Accipio Te in mea omnia. Praebe mihi cor tuum, Maria -Soy todo tuyo y todo cuanto tengo es tuyo. Tú eres mi todo, oh María; préstame tu corazón». (Tratado de la verdadera devoción a la Santísima Virgen, n. 266).
El nuevo Beato escribió en su testamento: «Cuando, en el día 16 de octubre de 1978, el cónclave de los cardenales escogió a Juan Pablo II, el primado de Polonia, cardenal Stefan Wyszyński, me dijo: “La tarea del nuevo Papa consistirá en introducir a la Iglesia en el tercer milenio”». Y añadía: «Deseo expresar una vez más gratitud al Espíritu Santo por el gran don del Concilio Vaticano II, con respecto al cual, junto con la Iglesia entera, y en especial con todo el Episcopado, me siento en deuda. Estoy convencido de que durante mucho tiempo aún las nuevas generaciones podrán recurrir a las riquezas que este Concilio del siglo XX nos ha regalado. Como obispo que participó en el acontecimiento conciliar desde el primer día hasta el último, deseo confiar este gran patrimonio a todos los que están y estarán llamados a aplicarlo. Por mi parte, doy las gracias al eterno Pastor, que me ha permitido estar al servicio de esta grandísima causa a lo largo de todos los años de mi pontificado». ¿Y cuál es esta «causa»? Es la misma que Juan Pablo II anunció en su primera Misa solemne en la Plaza de San Pedro, con las memorables palabras: «¡No temáis! !Abrid, más todavía, abrid de par en par las puertas a Cristo!». Aquello que el Papa recién elegido pedía a todos, él mismo lo llevó a cabo en primera persona: abrió a Cristo la sociedad, la cultura, los sistemas políticos y económicos, invirtiendo con la fuerza de un gigante, fuerza que le venía de Dios, una tendencia que podía parecer irreversible. Con su testimonio de fe, de amor y de valor apostólico, acompañado de una gran humanidad, este hijo ejemplar de la Nación polaca ayudó a los cristianos de todo el mundo a no tener miedo de llamarse cristianos, de pertenecer a la Iglesia, de hablar del Evangelio. En una palabra: ayudó a no tener miedo de la verdad, porque la verdad es garantía de libertad. Más en síntesis todavía: nos devolvió la fuerza de creer en Cristo, porque Cristo es Redemptor hominis, Redentor del hombre: el tema de su primera Encíclica e hilo conductor de todas las demás.
Karol Wojtyła subió al Solio de Pedro llevando consigo la profunda reflexión sobre la confrontación entre el marxismo y el cristianismo, centrada en el hombre. Su mensaje fue éste: el hombre es el camino de la Iglesia, y Cristo es el camino del hombre. Con este mensaje, que es la gran herencia del Concilio Vaticano II y de su «timonel», el Siervo de Dios el Papa Pablo VI, Juan Pablo II condujo al Pueblo de Dios a atravesar el umbral del Tercer Milenio, que gracias precisamente a Cristo él pudo llamar «umbral de la esperanza». Sí, él, a través del largo camino de preparación para el Gran Jubileo, dio al cristianismo una renovada orientación hacia el futuro, el futuro de Dios, trascendente respecto a la historia, pero que incide también en la historia. Aquella carga de esperanza que en cierta manera se le dio al marxismo y a la ideología del progreso, él la reivindicó legítimamente para el cristianismo, restituyéndole la fisonomía auténtica de la esperanza, de vivir en la historia con un espíritu de «adviento», con una existencia personal y comunitaria orientada a Cristo, plenitud del hombre y cumplimiento de su anhelo de justicia y de paz.
Quisiera finalmente dar gracias también a Dios por la experiencia personal que me concedió, de colaborar durante mucho tiempo con el beato Papa Juan Pablo II. Ya antes había tenido ocasión de conocerlo y de estimarlo, pero desde 1982, cuando me llamó a Roma como Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, durante 23 años pude estar cerca de él y venerar cada vez más su persona. Su profundidad espiritual y la riqueza de sus intuiciones sostenían mi servicio. El ejemplo de su oración siempre me ha impresionado y edificado: él se sumergía en el encuentro con Dios, aun en medio de las múltiples ocupaciones de su ministerio. Y después, su testimonio en el sufrimiento: el Señor lo fue despojando lentamente de todo, sin embargo él permanecía siempre como una «roca», como Cristo quería. Su profunda humildad, arraigada en la íntima unión con Cristo, le permitió seguir guiando a la Iglesia y dar al mundo un mensaje aún más elocuente, precisamente cuando sus fuerzas físicas iban disminuyendo. Así, él realizó de modo extraordinario la vocación de cada sacerdote y obispo: ser uno con aquel Jesús al que cotidianamente recibe y ofrece en la Iglesia.
¡Dichoso tú, amado Papa Juan Pablo, porque has creído! Te rogamos que continúes sosteniendo desde el Cielo la fe del Pueblo de Dios. Desde el Palacio nos has bendecido muchas veces en esta Plaza. Hoy te rogamos: Santo Padre: bendícenos. Amén.
Por último, la diferencia, en vista de lo anteriormente expresado, entre santo y beato es pastoral: el beato es venerado sólo en una región, un país o por religiosos, autorizados por el Papa. En cambio, el santo debe ser venerado (ya no es un permiso) por toda la Iglesia de Dios. El fondo de santidad comprobada no se discute, está en el Cielo. Para la Iglesia esta afirmación no es provisoria, es definitiva.
Hay una gran diferencia entre canonización y beatificación. Aún quienes sostienen la infalibilidad del Sumo Pontífice en las primeras (la mayoría de los teòlogos), no afirman lo mismo para las beatificaciones. Baste, para quien sabe teología, leer el texto de las declaraciones que efectúa un Papa en uno y otro caso.
Esto sin perjuicio de que, efectivamente, una beatificaciòn es algo serio, como dice el Padre Guillermo.
Comprendo que en definitiva,a quienes se guían por la emoción y la irracionalidad, todo les da lo mismo. Lo único que me pregunto es para qué quieren la canonización, si todo está dicho desde el primer día.
_________________________
Me parece tramposo juntar lo de emoción con irracionalidad. Yo me emociono, por ejemplo, cuando manifiesto amor a mi marido o a mis hijos pero no creo que sea irracional ni muchííííísimo menos. Vamos, que puede haber emoción racional, racionalidad emocionada, irracionalidad con emoción..........uffff lo dejo.
Al margen de esto, yo me acerqué a la figura de Juan Pablo II a través de mis hijos que participaron en las JMJ más de una vez. La famosa frase de "abrid las puertas a Cristo" siempre me ha gustado más en su versión italiana "spalancate le porte......", es como si hubiera que buscar palancas para abrir puertas atrancadas, hacer un esfuerzo para dejar pasar la luz de Cristo hasta todos los rincones. Creo que fue un mensaje muy importante para el momento que se vivía en la Iglesia.
Por otra parte, no me gusta el término Juanpablista. Parece como si quien alaba su labor, yo entre ellos, se quedara en contemplar su figura. Creo que en todo momento el beato Juan Pablo II nos condujo hacia Cristo y hacia su Madre la Virgen, no se anunció a sí mismo. Por ello, me suena a lenguaje de "la calle" mal aplicado a las cosas de la Iglesia. Tal vez, al vivir en el País Vasco, esté más que harta de cómo auténticas barbaridades se van asumiendo tras una muy hábil manipulación del lenguaje......
Toto corde
No llego a esas sutilezas gramaticales y tampoco conozco el Estargirita. Lo siento "soy de ciencias".
En cualquier caso y por encima de todo
Toto corde
va enlace,el sacerdote que habla trabaja con nosotros en la evangelizacion cada sábado.
http://www.youtube.com/watch?v=M_DTbA4fCwc&feature=player_embedded#at=22
En materia religiosa, la razón sin corazón es fariseismo, el corazón sin cabeza es fanatismo.
saludos
Comparto su visión del beato Juan Pablo II.
Sobre la pretendida ofensa del término "juanpablista" -nada razonada y sin caridad cristiana, sino no se haría- dirigido a quienes veneramos a esta gran figura de la fe, para siempre en el Cielo, la verdad es que no me molesta. Aunque entiendo, Nieves, el sentido de su queja.
En efecto, para los cristianos es fundamental la estima y el amor, hacia las PERSONAS divinas y humanas, sobre todo hacia aquellas que son dignas de alabanza, y las llamamos y nos reconocemos por su nombre honorable (cristianos, salesianos, dominicos, etc). Por tanto, si alguien confunde esto con el culto a la personalidad stalinista, en verdad es que no ha entendido, no tiene la menor idea del Señor y de nuestra santa Madre Iglesia. Que también nos manda amar al pecador, más no el pecado.
En resumen, me parece buena idea que haya cristianos (seguidores de Cristo) juanpablistas (con la impronta del beato Juan Pablo II).
Desde ya, porque antes de la pretendida ofensa, no se me había ocurrido identificarme así: soy católico juanpablista. Y a mucha honra.
Gracias luis por la sugerencia involuntaria.
Y le agradeceré, por último, que cuando diga que no es cierto algún comentario mío, cite aquello que no es cierto, en su opinión. Así, luis, le daré la razón, si la tiene, o le replicaré, en caso contrario. Porque no puedo creer, por ejemplo, que usted no considere ciertas las palabras del Sumo Pontífice sobre la santidad del beato polaco, incluidas en mi comentario.
Saludos a todos.
Dejar un comentario