La conversión de San Pablo
Recupero un texto mío, de hace unos años, y lo modifico un poco. Me ha servido como guión para la homilía de la fiesta de hoy:
La liturgia de esta festividad nos invita a la conversión y al apostolado. Convertirse significa encontrarse con Cristo en el camino de la propia vida, dejarse envolver por su resplandor, escuchar su palabra, conocer su voluntad. La consecuencia de este encuentro, para cada uno de nosotros como para San Pablo, es el testimonio, dejándonos transformar por la gracia para cumplir el mandato misionero de Cristo: “Id al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación”.
¿En qué consistió la conversión de San Pablo? Esencialmente en el encuentro con Cristo Resucitado. Un acontecimiento que cambió radicalmente su vida, haciendo que de perseguidor de Cristo, de la Iglesia de Cristo, pasase a ser apóstol: “el Resucitado habló a san Pablo, lo llamó al apostolado, hizo de él un verdadero apóstol, testigo de la Resurrección, con el encargo específico de anunciar el Evangelio a los paganos, al mundo grecorromano” (Benedicto XVI, “Audiencia”, 3-9-2008). Podemos decir que San Pablo experimentó una auténtica muerte y una auténtica resurrección: muere a todo lo que era hasta entonces para renacer como una criatura nueva en Cristo: “Todo lo que para mí era ganancia lo consideré pérdida comparado con Cristo; más aún, todo lo estimo pérdida comparado con la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor. Por él lo perdí todo, y todo lo estimo basura con tal de ganar a Cristo y existir en él” (Flp 3,7-8).
Esta fiesta nos llama a realizar una experiencia similar; a volver a encontrarnos realmente con el Señor. Él sale a nuestro encuentro - como salió al encuentro de Saulo en el camino de Damasco - en la lectura de la Sagrada Escritura, en la oración, en la vida litúrgica de la Iglesia. Como decía el Papa Benedicto XVI, “podemos tocar el corazón de Cristo y sentir que él toca el nuestro. Sólo en esta relación personal con Cristo, sólo en este encuentro con el Resucitado nos convertimos realmente en cristianos”. A San Pablo, el encuentro con el Señor lo llevó a la Iglesia: “Levántate, sigue hasta Damasco, y allí te dirán lo que tienes que hacer”. También para cada uno de nosotros la inmediatez del encuentro con Cristo es siempre una “inmediatez mediata”, que pasa por la mediación de la Iglesia, sacramento universal de salvación. Ella “es el proyecto visible del amor de Dios hacia la humanidad” (Pablo VI, Discurso 22 junio 1973). ¿Queremos encontrarnos con Cristo? Acudamos a su Iglesia, mediante la cual el Señor comunica de modo eficaz su gracia salvadora.
El encuentro con Cristo se traduce existencialmente en testimonio y en apostolado. San Pablo fue escogido “para anunciar el Evangelio de Dios” (Rm 1,1) y respondió con una entrega total a esta misión, sin ahorrarse peligros, dificultades o persecuciones: “Ni la muerte ni la vida —escribió a los Romanos— ni los ángeles ni los principados ni lo presente ni lo futuro ni las potestades ni la altura ni la profundidad ni otra criatura alguna podrá separarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús Señor nuestro” (Rm 8, 38-39).
Tampoco nosotros podemos “ahorrar” a la hora del compromiso. Dios nos quiere completamente cristianos, en nuestra casa y fuera de ella, en nuestra familia y en nuestro trabajo, en la vida privada y en la vida pública. Y debemos estar dispuestos a “pagar” el tributo que pueda costarnos la fidelidad a Cristo en cualquier circunstancia. Tal vez el tributo de vernos condenados a una cierta marginalidad social, de tener que nadar contracorriente, de tener que apostar por una vida alternativa que, en ocasiones, contrapondrá a los criterios aceptados por la cultura dominante los criterios de una sabiduría nueva que brotan de la Cruz del Salvador: “como en los inicios, también hoy Cristo necesita apóstoles dispuestos a sacrificarse. Necesita testigos y mártires como san Pablo”, nos recordaba el Papa (“Homilía”, 28.VI.2007).
Somos conscientes de nuestra debilidad, y también de que nuestra fuerza proviene de Cristo. Humildemente acudimos a su misericordia y al perdón generoso que nos otorga mediante el sacramento de la Penitencia. Por la intercesión de San Pablo pedimos a Dios que Cristo sea nuestra vida y que nada ni nadie nos aparte de su amor. Amén.
Guillermo Juan Morado.
11 comentarios
Esta fiesta nos llama a realizar una experiencia similar; a volver a encontrarnos realmente con el Señor. Él sale a nuestro encuentro - como salió al encuentro de Saulo en el camino de Damasco - en la lectura de la Sagrada Escritura, en la oración, en la vida litúrgica de la Iglesia. Como decía el Papa Benedicto XVI, “podemos tocar el corazón de Cristo y sentir que él toca el nuestro"
Es una fiesta de las de celebrar con incienso. Y en una parroquia dedicada a san Pablo, con incienso del caro. :)
A menudo recuerdo sus palabras: "yo vivo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí",como una aspiración a que también nosotros lleguemos a experimentarlo....
Sus obras son de los primeros documentos cristianos que existen, casi la mitad de los 27 libros en el NT de la Biblia están escritos por él.
Adicionalmente, en San Pablo concurren 3 sucesos religiosos:
1. Pablo tiene una visión de Jesús, nadie lo ve, a pesar de que se escucha SU voz.
2. Luego, tras quedarse ciego por la visión, Ananías (por mediación de Cristo) le cura y Pablo recupera la vista = un Milagro.
3. Por último, Pablo, judío estricto observador de la Ley mosaica y ciudadano romano que perseguía con verdadera saña a los cristianos hasta el punto de haber sido testigo en el martirio de San Esteban (primer mártir cristiano). Pablo cambia y comienza a proclamar que Jesús es el hijo de Dios.
= Conversión
Son 3 hechos importantes en la misma persona: visión de Jesús, milagro y conversión.
Item plus, triplemente milagrosa fue la conversión de Pablo: por Quien la produjo, por el modo cómo se produjo y por el sujeto en quien se produjo.
San Pablo se convirtió, desde mi punto de vista y sin obviar al vicario de Cristo -Pedro- en el hombre más importante, el mayor difusor de la palabra, el que abrió las puertas del cristianismo más allá de las fronteras y culturas.
comparto plenamente lo que dices.
Añado: lo que me produce una veneración inmensa es que, además, en la epístola a los Gálatas, Pablo confiesa que el Evangelio que anuncia no lo ha recibido ni aprendido de ningún hombre, sino por revelación de Jesucristo. Y que sólo tres años después fue a Jerusalén para ver a Cefas - reconocimiento del Primado de Pedro, en efecto - y sólo lo vio a él y a Santiago. Y volvió catorce años después.
O sea, que aprendió todo de Jesucristo directamente...
¿ De qué forma se lo revelaría Jesucristo ?
A ver qué nos cuenta, si por misericordia de Dios se lo preguntamos en el cielo.
Hay más de 2000 extractos escritos en papiro por San Pablo. Nada de terceros o interpretaciones. Su propia letra.
Es fascinante seguir el estudio de dichos papiros, los cuales no han estado exentos en siglos anteriores de polémicas científicas en cuanto a cronología de sus viajes.
Hoy por hoy, lo bueno de la metodología científica para estudiarlos, es que aproxima ,en esencia, lo escrito por los Padres ( by the way, no es que hiciera o haga falta)
San Pablo no quiso nunca parecer "como un privilegiado enviado por encima de los Apóstoles", sino como un verdadero mensajero de la palabra de Cristo a los gentiles, a su misión encomendada tras su encuentro con Cristo resucitado.
El se retiró unos años al sur de Damasco tras su conversión para meditar lo encomendado antes de ir a Jerusalem.
Los Apóstoles (Santiago, Juan y Pedro) al estar perseguidos y con recelo ante extraños que se presentaban en Jerusalem, reconocieron tras escuchar a Pablo, que él era verdaderamente un apóstol.
En aquellos primeros años de la denominada "Iglesia de Jerusalem", el problema era la situación de los gentiles. Los judeo-cristianos de Jerusalem afirmaban que los gentiles debían ser sometidos a la circuncisión o tratados como Judios prosélitos.
San Pablo decidió ir a la asamblea de Jerusalem con el fin de resolver la cuestión.
Pedro (al escuchar a Pablo) declaró la libertad de los gentiles; Santiago lo confirmó al mismo tiempo.
Se explicó el significado de estar exentos de la ley mosaica; el significado para el hombre del Sacrificio del Señor por nuestros pecados y su resurrección; que éste no se realizaba en plenitud por la observancia de dicho código de Ley, sino por el Espíritu Santo.
San Pablo fue el que explicó la doctrina de la gracia,
el que dejó claro el significado de expiación, el que proclamó que ya no había ni gentil o judío, sino la fe que obra por medio del amor. (entre otras cosas más)
Todo está escrito por el mismo Pablo.
Por lo anterior, Pablo, antes de su conversión (aunque él jamás usó esa palabra sino una descripción mucho más bella) perseguía a los judeo-cristianos con soberbia y saña.
Pero, si importante es el reconocimiento de la necesidad de Dios, primordial es, una vez que se produce el encuentro con Él, que le hemos abierto las puertas de nuestro corazón, perseverar con la ayuda de la Providencia. “Importa mucho poner las últimas piedras, que empezar es de todos, perseverar es de santos.”
Considero que toda conversión sucede tras un momento de dolor, de sufrimiento o de sucesos que nos tocan lo más hondo del alma. Recordemos la importancia que Juan Pablo II le daba al sufrimiento, de ahí su serena aceptación del mismo, que le acercaba a la Pasión de Cristo, convirtiéndose en un”alter Christus”. Debemos ser capaces, pues, de aceptar cualquier sufrimiento, concibiéndolo como una ocasión para madurar humana y espiritualmente. En ese caminar no estamos solos; en esa amistad y diálogo sincero, en esa intimidad con Dios que nos reconforta, contamos con la acción del Espíritu Santo que” intercede insistentemente por nosotros con gemidos inenarrables.”
Dice Jesús Urteaga en Los defectos de los santos que “entre los interrogantes más profundos del hombre está éste del padecimiento y el del mal, el de la muerte y el de la eternidad. La Iglesia cree, y nosotros con ella, que tenemos toda la luz y toda la fuerza que necesitamos para encararnos con los problemas que agobian a la humanidad. Me lo decía un amigo, un converso, que se nos moría con fuertes dolores: Siempre he sido enemigo del dolor físico, pero ahora que ya tiene sentido, he aprendido a amarlo. Me ayudará a borrar el pasado ciego, amargo, maldito.” Comenta Urteaga en esta obra, las faltas y debilidades de los santos ”personas como nosotros, de carne y hueso, con flaquezas y debilidades, que supieron vencer y vencerse por amor a Dios”. En su vida no faltaron defectos pero por encima de todo, hubo conversión, reparación, lucha, mucho amor a Dios y generosa entrega al prójimo.
La Iglesia nos urge al apostolado, sobre todos en momentos como el actual, en el que se trata de imponer como una dictadura un laicismo agresivo, un anticlericalismo y una animadversión hacia la Iglesia. Debemos tener la suficiente fortaleza para ir contracorriente, a pesar de que nos tachen de “bichos raros porque no remamos para el mismo lado.”(PEJ 2.010).
Cristo espera de nosotros lo mismo que de San Pablo, que seamos mansos, para saber captar esa dulzura con la que constantemente toca nuestro corazón para abrirle nuestras puertas con firmeza y decisión. Todos podemos ser sal, luz y fuego. Juan Pablo II animaba a todos aquéllos que habían encontrado a Cristo a hacer apostolado:”Quien ha descubierto a Cristo debe llevar a otros hacia Él. Una gran alegría no se puede guardar para uno mismo. Es necesario transmitirla.”
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