La morada de Dios
Homilía para el Domingo VI de Pascua (Ciclo C)
La relación de Dios con nosotros no constituye un vínculo puramente exterior, sino que se trata de una unión interior. Sin perder su trascendencia y sin anular nuestro ser de criaturas, Dios mismo quiere habitar en nuestro corazón: “El que me ama guardará mi Palabra y mi Padre lo amará, y vendremos a Él y haremos morada en él” (Jn 14,23).
El Espíritu Santo, que une al Padre y al Hijo, nos une también a nosotros con Cristo y, de este modo, nos hace hijos del Padre. Los santos han sido conscientes de esta inhabitación de la Trinidad en el alma: “Ha sido el hermoso sueño que ha iluminado toda mi vida, convirtiéndola en un paraíso anticipado”, escribía la Beata Isabel de la Trinidad.
El Espíritu Santo es ese principio interior que siembra en nosotros el amor a Cristo, que nos recuerda constantemente su enseñanza y que nos da la fuerza para cumplirla: “Él nos hace vivir en la presencia de Dios, en la escucha de su Palabra, sin inquietud ni temor, teniendo en el corazón la paz que Jesús nos dejó y que el mundo no puede dar” (Benedicto XVI).
Uniéndonos a Cristo y haciéndonos hijos del Padre, el Espíritu Santo nos transforma en hermanos, en miembros de la familia de Dios, que es la Iglesia. El libro del Apocalipsis describe a la Iglesia, en su consumación final, como la ciudad santa, la Jerusalén celeste envuelta en la gloria de Dios. Una ciudad que no necesita “sol ni luna que la alumbre, porque la gloria de Dios la ilumina y su lámpara es el Cordero” (Apo 21,23). Cada uno de nosotros estamos llamados a ser, por la caridad, piedras vivas de esa morada de Dios con los hombres.
Al celebrar la Eucaristía nos unimos “de la manera más perfecta al culto de la Iglesia del cielo” (LG 50). El Espíritu Santo nos congrega para recordar las palabras del Señor, para dar gracias y alabar al Padre, y para hacer presente el sacrificio de la Pascua. En esta familia de Dios está presente la Madre, la Virgen María. Ella permaneció junto a los apóstoles y los primeros discípulos a la espera de Pentecostés y nos acompaña también a nosotros.
María es modelo de la Iglesia por su oración admirable y por su obediencia a la voz del Espíritu Santo. La Virgen es el “Sagrario del Espíritu Santo”, la mansión estable del Espíritu de Dios. Así como el Espíritu habita en María, habita también en la Iglesia, que es su templo: “Porque allí donde está la Iglesia, allí está también el Espíritu de Dios; y allí donde está el Espíritu de Dios, está la Iglesia y toda gracia” (San Ireneo de Lyon).
En la cercanía de Pentecostés, invocamos al Espíritu Santo: “Entra hasta el fondo del alma, divina luz, y enriquécenos. Mira el vacío del hombre si Tú le faltas por dentro; mira el poder del pecado cuando no envías tu aliento”.
Como María, estamos llamados a secundar los deseos del Espíritu Santo y a cumplir la ley nueva del amor para que Dios more en nuestras vidas.
Guillermo Juan Morado.
22 comentarios
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Cierto a más no poder.Si nos cerramos al Espíritu,si no habrimos nuestro corazón para que El lo insufle de vida,nos abocamos allí donde "será el llanto y el rechinar de dientes" y ni siquiera escucharemos la llamada de amor de Cristo en su bajada el Sábado Santo,al que se refirió Benedicto XVI en Turín hace unos días.
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La relación de Dios con nosotros no constituye un vínculo puramente exterior, sino que se trata de una unión interior. Sin perder su trascendencia y sin anular nuestro ser de criaturas, Dios mismo quiere habitar en nuestro corazón
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Amén. No amar y dejarse amar por Dios: la sinzarón plena,el fin de toda esperanza,la deshumanización.
Gracias, D. Guillermo.
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Pues los demás, menos santos, pero con ganas de serlo, no perdamos esa idea -y esa sensación- de estar habitados por la Trinidad.
Para mí todo es gozo y alegría, y si es cierto que debemos aspirar a la santidad,mi lucha se centra en no destrozar demasiado este enorme regalo que El me ha hecho.
Débil soy,jamás seré santo. El me quiere e intento amarlo también.
Por todo esto,lo único que se me ocurre es tratar de encomendarme a El para que me de la luz y clarividencia para hacer que otros le descubran. De momento nada,pero El sabe qué hacer,yo no.
Esto a mí me viene de perlas:
Quizá habría que ser más humilde para poder perseverar. La humildad de aquellos que, al comprobar que no pueden construirle a Dios la catedral que merece, deciden ofrecerle al menos un pajar. No podrán dar el cien por cien, por mucho que lo intenten, pero están decididos a darle todo lo que puedan, aunque sea poco. Sólo los humildes perseveran. Sólo los que aceptan las derrotas vencen. Sólo los que siguen confesándose, aunque no experimenten grandes cambios, terminan por alcanzar la santidad.
D. Santiago Martín,
http://religionenlibertad.com/articulo.asp?idarticulo=6960
Hoy y mañana tengo lío familiar de Primeras Comuniones. Que Dios bendiga a todos.
Que tengas buen día y felicidades a los que por primera vez pueden comulgar.
Por si lees esto,Flavia ¿qué tal estás? ¿Y tu hermana?.
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Y haremos morada en él como parte de la parte de un infinito Dios: en tanto, cuánto y cómo el amor de él nos permita.
¿O acaso un infinito Dios Trinidad puede morar en una limitada unidad como es el hombre?
-El que siendo infinita unidad como único Dios vivo; Y el que siendo Dualidad como infinita Luz e infinita Vida.
Y el que siendo Trinidad como infinito principio -Luz Dios Padre-; más como infinito medio -Vida Dios Espíritu Santo-; más como infinito fin Luz Dios Hijo: Mora en el infinito Espacio (fuera del Tiempo limitado); Donde tanto es infinito Dios el que mora en su infinita morada, como Dios infinito es la morada infinita.
¿Toos los que van al cielo son santos? Eso sí que no lo sabía.
No tema. Juan Pablo II (que fue ordenado sacerdote otro 1 de noviembre) no se cansó de repetir: "¡No tengáis miedo!".
Dios es siempre más.
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La Nueva Jerusalén, "ciudad compacta" como bien dice el salmista; donde no existe el vacío; toda ella llena, iluminada de Luz que es la gloria, consubstancia del Dios Padre; y de la Luz que es la lumbrera, consubstancia del Dios Hijo, el Cordero.
Y poblada de Vida que es consubstancia del Dios Espíritu Santo.
Esta ciudad, descendiente del Cielo -morada de Dios- es un nuevo universo de limitada Luz y limitada Vida que nunca de su luz se apagará y nunca de su vida morirá. Y siempre, de su limitada dimensión "para-cubo-esférica", su luz y su vida crecerán: será poblada por todos aquellos que hubieren superado la primera y la segunda muerte (Ap.20,6; 20,14)
Me gusta cuando nos ofrece frases de los padres de la iglesia. Me esta animando a leerlos. A ver cuando empiezo.
Un saludo a todos.
En cuanto a la santidad, César, si vamos al cielo -y ninguno o debe desesperar de ello- santos todos.
(eso sí: yo ya subiré con mi Positio Super Virtutibus en veinte gruesos volúmenes SPH )
Pues mira, eso mismo pienso yo de las homilías de don Guillermo en general. Y desde hace muchos meses las releo a lo largo de la semana.
A ver si vienes más.
El hablar "salat" utiliza los artículos "es", "sa", derivados del latín "ipse", "ipsa", en vez de "el" "la". En la Costa Brava también hablamos "salat".
Bona nit a tothom!
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