Mayo en el blog: Un reencuentro

Esta aportación, escrita por Yolanda para “Mayo en el blog", tiene un carácter testimonial. Es algo así como la historia de un reencuentro, aun cuando, en realidad, jamás se dio la lejanía. La Virgen está incluso cuando parece que no está. Está como tantas veces están las madres, en aparente segundo plano. Y, en cualquier caso, siempre conduce a la casa común, a la Iglesia.

Un reencuentro
(Por Yolanda)

El mes de mayo representa, para una mujer de mi época y circunstancias, la inmersión en esa patria infantil en la que se forja el carácter y fraguan las premisas de la contextura moral futura. Yo serviría de ejemplo de cómo una niña educada en los 60-70, en inmersión completa en cierto estilo de devociones, no pasó más allá de un regusto estético, sobre todo en el canto y en los ejercicios de piedad más fundados en las Escrituras, como las estaciones marianas del Vía Crucis o el Ángelus.

Sin embargo, la Virgen se me aparecía como una imagen de estampita de abuelas, sin significatividad ninguna en mi relación de amor con Jesús. La causa podría resumirse en lo que nuestro común amigo Luis llama “efusión italianizante y barroca de lirismo mariano”. Me era completamente imposible que una María así presentada me condujese su Hijo.

Esas formas de piedad, ya hacia los diez años, me parecían cercanas al paganismo y a la superstición. La parafernalia que en el mes de mayo se organizaba en mi colegio o rezar el rosario obligatoriamente todas las tardes de mi infancia fueron suplicios que me hicieron abandonar la devoción a la Virgen.

Y eso no es todo porque, casi simultáneamente, viví lo que en una ocasión un lector comentaba en el blog: esa especie de alegría postconciliar que seguía el dictado del “don´t worry, be happy” bastante absurdo y ñoño. Curas guays con misa en vaqueros y nada-es-pecado ¡En fin, los dos extremos!

En efecto: esa esquizofrénica educación religiosa acabó con una generación a la que se abocó a la rebeldía y a una apostasía de facto. Los que mantuvimos la fe y permanecimos en la Iglesia veíamos a la Madre y Maestra como madrastrona y empezamos a adquirir usos, hábitos y posiciones de rebeldía.

Nuestra rebeldía era propia de jóvenes confusos y nuestra ignorancia del ser auténtico de la Iglesia procedía de todos los velos que unos y otros le habían echado encima. Ya adulta, sé que tengo que exculpar a unos y otros: primero, a quienes me transmitieron con su mejor intención una piedad empalagosa y cercana a la superchería. Pero también a los curas progres –es de justicia proclamarlo-, que recogieron esas ruinas y me construyeron una extraña esperanza; esperanza que, sin embargo, a la larga, conduce al vacío, sí. Pero lo cierto es que me mantuvieron en la Iglesia mientras mis coetáneos la abandonaban en masa.

Quizá esa fue la razón por la que, en mayo de 2008, sumida en la devastadora tribulación de la enfermedad terminal de mi marido, entendí que la Virgen me seguía de muchas maneras. Primero, en los recuerdos más robustos de mi devoción infantil. Y, después, también en los momentos más jubilosos de mi vida adulta: la imagen de la Inmaculada ante la que encomendé a María el cuidado de mi matrimonio. La imagen de María Auxiliadora ante la que encomendé a mis niños a la Virgen en sus bautismos. Pero, ¿acaso los progres hacemos esas cosas? ¡No, por cierto!: los progres, como mucho, miran con benevolente paternalismo la piedad mariana popular. Entonces, ¿qué pintaba yo, ya adulta, en oración espontánea a la Virgen, en los episodios más dichosos de mi vida?

En mi aflicción, la respuesta la fui encontrando inesperadamente, siguiendo en parsimonioso silencio lector a un sacerdote que, como decenas de miles de sacerdotes, sabe lo que se trae entre manos: enseñar, santificar y gobernar, las tres acciones del Cristo resucitado. Sin anatemas y sin amenazas, pero sin complacencias, con ese exquisito método apologético de quien predica en el desierto:

“La mejor apologética es explicar las cosas. La fe nosotros no podemos darla, la rectitud de intención de buscar la verdad, tampoco. Pero explicar y explicar y explicar, sí podemos hacerlo. Un buen método sanamente apologético:1º Disipar malentendidos 2º Acercar la verdadera doctrina católica 3º Dejar luego que cada cual siga su propio proceso".

La Iglesia nació – dice el Cardenal Fraçois-Xavier Nguyen van Thuan, en cita que he conocido gracias al brillante amigo Rocky- cuando el fiat brotó en el alma de María. ¡Cuando el fiat brotó en el alma de María! ¿Y mi fiat, siempre en proceso desde la infancia? El fiat hace nacer la Iglesia… ¿E iba yo a seguir rebelde a la Iglesia?

“Dios suscita el papel activo en sus criaturas. Este principio mariano define la teología católica. Pero la grandeza de Dios se manifiesta en que solicita la colaboración de sus criaturas para la obra de la salvación".

Las objeciones y dificultades que he albergado quizá permanecen en buena medida. Ya se verá. Dios se sirve de causas segundas para que, al menos, sí haya tomado la mano tendida de la Madre, que lleva de regreso a la comunión con la Iglesia. Cada cual tiene su proceso. Un mayo virtual, hoy en libro como Treinta y Un Días de Mayo, fue el comienzo del mío.

Yolanda.