La vida es siempre un bien
En estos días de primavera en los que la vida se abre pujante, coincidiendo con la celebración litúrgica de la Encarnación del Señor en el seno de María Virgen (el 25 de marzo, trasladada este año al 31 de marzo), celebramos la VII Jornada por la Vida, para agradecer a Dios el don de la vida y para hacernos más conscientes de que la vida humana corre peligro y hemos de salir todos en su defensa.
La “cultura de la muerte” va extendiéndose cada vez más entre nosotros, como una mera negra que todo lo contamina, sobre todo a través del aborto, de la manipulación de embriones humanos, de la eutanasia solapada en cuidados paliativos. Alejado de Dios, el hombre se vuelve contra el hombre. Suprimido Dios del horizonte humano, la vida se convierte en una lucha de egoísmos enfrentados, donde el más fuerte se apodera del más débil hasta llegar a eliminarlo.
La luz de Cristo resucitado ilumina el misterio del hombre y nos enseña que la vida es un don de Dios, el primer regalo que el hombre recibe, y, por tanto, la primera responsabilidad que Dios nos encomienda. Luchar por la vida es tarea de todos, y lo mismo que se protegen algunas especies por peligro de extinción, hoy es urgente proteger la vida humana desde su origen hasta su muerte natural, porque corre peligro.
Se ha difundido la mentalidad equivocada, incluso entre muchos creyentes, de que el aborto es un derecho de la mujer. Por ese camino, más de cien mil abortos legales en España cada año y más de un millón de niños, desde que se aprobó la ley del aborto, que no han nacido porque han sido asesinados en el vientre de su madre. Parece mentira que nos hayamos acostumbrado a estas cifras. Se trata de una guerra sorda, que va cobrándose violentamente más y más vidas, mientras otros muchos matrimonios desearían adoptar un hijo y tienen que ir a buscarlo a no sé dónde con unos gastos inmensos. En el último año, hemos tenido noticias de abortos en las últimas semanas de gestación, e incluso se pretende el aborto libre y la consideración del feto hasta de siete meses como si fueran un simple trozo de carne que se tira a la basura.
La vida, sin embargo, es un don precioso de Dios, desde que es engendrada en el seno materno hasta su muerte natural. Todo ser que viene a este mundo tiene derecho a nacer del abrazo amoroso de sus padres, no de la experimentación manipulada del laboratorio. La unión del espermatozoide y el óvulo ha de realizarse en el vientre materno, no en la pipeta de la clínica. Y desde el momento de esa fusión asombrosa, tenemos una nueva persona, dotada de alma humana, tenemos un ser humano que a los 14 días se implantará en el útero materno. Por mucho que avance la ciencia, hay cosas que son sagradas. Y cuando el hombre se empeña en ir contra Dios, se destruye a sí mismo y destruye a los demás.
La vida es sagrada también en su fase terminal, cuando la calidad de vida está deteriorada. Nadie puede suprimir la vida de otro ni ayudarle a morir ni programar la muerte de nadie. El final de la vida le corresponde determinarlo a Dios, y solamente a Él. La medicina puede ayudar mucho a afrontar el sufrimiento de la muerte con cuidados paliativos, pero en ningún caso puede programar la muerte de nadie. En nuestra cultura occidental no se soporta la muerte, y por eso no se soporta la vida cuando está desmejorada. Para el creyente, la muerte es el tránsito a una vida mejor, al cielo. Pero de eso sólo Dios puede disponer.
La Jornada por la Vida quiere ser un canto a la vida, una oración por todos los que tienen dificultades para vivir y un anuncio de esperanza para todos los que caminamos hacia la muerte. La muerte no es el final. El hombre ha sido creado para vivir, y vivir eternamente. Por eso, la vida es siempre un bien, porque es siempre un don de Dios.
Con mi afecto y bendición:
+ Demetrio Fernández, obispo de Tarazona
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