Dios tiene corazón, por monseñor Munilla
El pasado viernes celebrábamos la solemnidad del Corazón de Jesús y, seguidamente, nos hemos introducido en el mes de junio, tradicionalmente dedicado a la devoción al Corazón de Cristo. Para algunos puede resultar sorprendente que en plena expansión de la cultura de la secularización, se estén difundiendo con tanta profusión esas imágenes de Jesús Misericordia, o que -por señalar un ejemplo inmediato- el próximo viernes 6 de junio, las tres Diócesis de Madrid hayan convocado a los jóvenes de la capital en el Santuario del Cerro de los Ángeles, para realizar un acto de Consagración de la juventud de Madrid al Corazón de Jesús, como clausura de la llamada Misión Joven. ¿No resulta todo ello un tanto extemporáneo en plena posmodernidad?
El amor de Dios, presupuesto de la autoestima. La imagen del Corazón de Cristo y su mensaje de Misericordia, se presentan en el inicio del Tercer Milenio como auténtica profecía y terapia providencial. En esta cultura laicista en la que algunos afirman no tener más religión que «el hombre», paradójicamente, somos testigos de tantas carencias afectivas, heridas necesitadas de sanación, desequilibrios psicológicos, dramas interiores… Me impresionaron mucho unas palabras pronunciadas por el cardenal de Viena, Mons. Christoph Schönborn, en el contexto del Congreso de la Divina Misericordia realizado en Roma: «Cuando los agnósticos enarbolan al hombre como bandera frente al sentido religioso de la vida, hagámosles ver la radical necesidad que éste tiene de misericordia».
La experiencia nos está demostrando que la línea divisoria entre la presunción y la desesperación es prácticamente inexistente. Cuando más reivindicamos la autonomía del hombre frente al hecho religioso, más fácilmente caemos en el vacío interior, que nos conduce a la inevitable falta de autoestima. El paso de la jactancia y de la soberbia profesada en público, a la desesperación y al autodesprecio confesado en privado, es muy fácil y, de hecho, se da con mucha frecuencia.
En nuestros días, no son pocos los que han aprendido a aceptarse, a valorarse y a amarse a sí mismos, desde la experiencia del amor incondicional de Dios hacia cada uno de nosotros. ¿Si Dios me quiere, quién soy yo para despreciarme?
Dios goza y sufre con el hombre. Con frecuencia, nos hacemos una imagen de Dios fría e insensible hacia la suerte del hombre. Nos cuesta creer que nosotros seamos algo importante para Él. En efecto, si dejamos de lado la revelación bíblica, estamos condenados a referirnos a Dios en términos impersonales -cual si se tratase de una energía cósmica- y con una inevitable sensación de lejanía. Si Dios está tan «distante» y es tan «distinto» a nosotros, ¿en qué le puede afectar nuestra vida: nuestros aciertos y nuestros pecados; nuestras alegrías y nuestros sufrimientos?
En la encíclica Spe Salvi, el Papa nos recuerda una preciosa cita de San Bernardo de Claraval: «Impassibilis est Deus, sed non incompassibilis» (Dios no puede padecer, pero puede compadecer). En efecto, el Dios infinito y omnipotente -en palabras de Benedicto XVI- «se hizo hombre para poder com-padecer Él mismo con el hombre, de modo muy real, en carne y sangre, como nos manifiesta el relato de la Pasión de Jesús. Por eso, en cada pena humana ha entrado uno que comparte el sufrir y el padecer; de ahí se difunde en cada sufrimiento la con-solatio, el consuelo del amor participado de Dios» (Spe Salvi, n. 39).
Corazón: entrañas regeneradoras. En aquel Congreso Mundial de la Divina Misericordia celebrado en Roma, uno de los ponentes de habla portuguesa, el brasileño P. Marcial Maçianeiro, realizaba una hermosa e interesante disertación de teología bíblica, en la que explicaba que en el lenguaje bíblico se da una equivalencia entre los términos «corazón» y «entrañas».
El corazón («leb», «kardia») es sinónimo del útero («rahamin», «splanchana»); de manera que cuando confesamos el amor de Dios en la imagen del Corazón de Jesús, en el fondo, estamos manifestando nuestra fe en que el amor de Dios nos «gesta» a una vida nueva. El Corazón de Cristo es la imagen del amor materno de Dios que, en su potencia regenerativa, nos sana, nos rescata, nos rehace, nos perdona… Por ello, no nos cansaremos de confesar: «¡Sagrado Corazón de Jesús, en Ti confío!».
8 comentarios
No podía haberse expresado de una manera mejor. Cuántas personas a mi alrededor, muy cercanas, están en ese círculo, de querer alejarse de Dios para autoafirmarse y no hacen sino caer en el abismo y la tristeza...
Muchas gracias Monseñor por sus sabias palabras y por su gran labor pastoral, a través de cualquier medio. Tanto sus escritos como sus programas sobre el Catecismo de la Iglesia Católica son para mi una extraordinaria fuente de profundización en la fe.
Que el Sagrado Corazón de Jesús nos de fuerzas y nos acompañe en la tarea urgente de evangelización que tenemos por delante.
De corazón doy gracias al Padre por pastores como Ud. y pido que no nos falten nunca.
Saludos cordiales.
Y también le agradezco que su Amor Misericordioso se manifieste por medio de la palabra sabia de este pastor nuestro. No estoy en Palencia, pero las palabras del Señor llegan al que las necesita en el momento oportuno.
Pideamos al Espíritu Santo sus dones para nosotros y nuestros pastores para ser fieles a la misión de amor para la que estamos en este mundo.
Cuando me preguntan por qué hago determinadas cosas como cristiana- que a otros les parecen grandes sacrificios- sólo sé decirles que para mi no lo son, porque lo hago por amor. Y es verdad. SU Amor es la verdad. COn Él nada temo.
Si doy a leer este escrito a gente de la calle, a la trecera línea lo dejan. No por falta de interés si no que no se entiende pòr falta de vocabulario, y los comentarios que han aparecido son de gente convencida y sesuda. No sé....
Para mí está parte es esencial, sigo los textos de J.I. Munilla, en realidad es de los pocos obispos que leo, y, siempre hay una parte que es provechosa para la vida cotidiana.
La parte espiritual no tiene desperdicio nunca.
Gracias obispo Munilla, ojalá hubiesen unos cuantos obispos como Ud.
Animo monseñor que primero crucificaron a Cristo y nosotros tambien tenemos que pasar por la Cruz que la hará gloriosa y nos llevara a la vida que no se acaba.La paz
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