Progrerío y semántica

Jean Guitton, en su libro “nuevo arte de pensar” precisaba algo importante sobre el lenguaje “la lengua es como un río que corre majestuosamente en las orillas, veo las lilas perdidas entre las cañas; la gente joven se divierte cortando las lilas, y una vez hechas estas coronas de flores, las tiran en la corriente del río. Es así que habiendo compuesto versos con nuestras más bellas palabras, los poetas las devuelven al destino de la lengua, que las asume. Esta es la grandeza del lenguaje. Uno cree que se llena la mente de vocablos; en realidad uno se enriquece con pensamientos. Pero la moneda tiene su reverso. Y es igualmente verdad que el lenguaje es un instrumento que corre el riesgo de favorecer la pereza. Y esto es porque contiene pensamiento en potencia y tenemos la tentación de descansar demasiado en él, y que nos haga todo el trabajo”.

Así, el lenguaje es pensamiento en potencia. Más aún, el mismo pensamiento es un lenguaje articulado, interior, de modo, que frente a lo que solemos intuir, no es el lenguaje signo de la racionalidad, sino que la racionalidad misma es el resultado de la capacidad de articular el lenguaje. Tanto es así, que un ser racional que no aprendiese correctamente a articular las palabras, tampoco vería desarrollo alguno en su capacidad racional. El lenguaje no es simplemente la correa de transmisión de la inteligencia, siquiera la plasmación de la misma. Se podría decir que lenguaje y pensamiento son las dos caras de una misma moneda.

Los antiguos pensaban un poco distinto con respecto a esto. Aristóteles y la tradición medieval mostraron de otra forma la analogía entre el conocimiento y el lenguaje. Según éstos, así como en el orden del conocer, el ser, la cosa, determina nuestro modo de conocerla, del mismo modo el concepto aprehendido de la cosa determina también su modo de expresarlo. Los sesudos gramáticos medievales lo expresaron muy bien. Las cosas tienen un “modo de ser” propio, esto es, la naturaleza propia que las define; este modo de ser determina a su vez el “modo de conocer” esa misma cosa, y ese modo de conocer define el modo de expresar las cosas mismas. Por lo tanto, el lenguaje plasmaría la realidad, en donde el nexo entre mundo y lenguaje sería el concepto que define a la cosa y que nosotros captaríamos por abstracción. Mundo, pensamiento y lenguaje, esa sería la secuencia. Al mismo tiempo, ese es el modo ordinario con que nosotros consideramos que funciona nuestro lenguaje. De manera inconsciente, pensamos que al hablar refiriéndonos al mundo, nuestro lenguaje no es sino una copia de la realidad expresada a través de signos, símbolos a los que nosotros llamamos palabras. Y lo mismo pensamos acerca de las palabras que escuchamos, y ahí es donde está el problema. Aún manteniendo la conexión necesaria entre pensamiento y realidad y su correlación necesaria, hemos de decir que no es tan simple. La palabra “Barcelona” designa una ciudad del nordeste de la península ibérica. Sin embargo esta definición no es sino una convención, pues la carga significativa, emotiva y conceptual que tiene esta palabra cuando se expresa no comprende únicamente su sentido literal por parte del hablante cuando es pronunciada por un ciudadano de Barcelona que se encuentra en el extranjero, por un seguidor del Real Madrid durante el final de una reñida liga o por un viajante holandés que se dirige a tal ciudad buscando emociones fuertes. En tales casos, el uso de la palabra “Barcelona” sufriría una profunda divergencia de lo que sería su significado literal. Podríamos decir que las palabras suponen un recurso económico que engloban en ocasiones, realidades, vivencias y connotaciones distintas, recurso necesario puesto que sería imposible aprender un lenguaje donde cada matiz, experiencia o vivencia de una realidad conllevara una palabra. ¿Adónde queremos llegar? A esa conclusión a la que había llegado ese filósofo pijo –y un poco mujeriego- que se llamó Godofredo Leibniz cuando dijo “faltan en las lenguas términos lo suficientemente específicos para distinguir nociones cercanas”. Esto es, el lenguaje ordinario suele tener muchos malentendidos, en ocasiones intencionados y otras inintencionados. Muchas veces la intención del hablante al tratar de hablar significativamente difiere de la comprensión del oyente; de ahí que desde Leibniz a Frege se abriese la posibilidad del proyecto de un lenguaje “ideal” que expurgase todos estos equívocos del lenguaje ordinario. Una empresa que nunca dio realmente un resultado satisfactorio, porque definitivamente el lenguaje no es algo tan prístino como parece. En definitiva, el problema del lenguaje es lo que nosotros llamamos “semántica”, el significado de las expresiones lingüísticas. Un lenguaje ideal sería aquel en el que a cada término le correspondiese un significado definido que no diera lugar a equívocos.

Y en este punto es donde entramos en el núcleo de lo que nos ocupa. Si entramos a analizar el signficado de ciertas palabras que oímos o incluso empleamos con frecuencia, nos damos cuenta de que se dan equívocos recurrentes. No será de más buscar sus causas. Un buen ejercicio, muy recomendable es tomar términos generales tomados de un determinado ámbito, universo conceptual, o cosmovisión. Nos fijaremos en el lenguaje “progre”: democracia, solidaridad, derechos, pueblo, socialismo… la lista podría ser muy larga. Que un término general tenga un significado definido quiere decir que no puede ser sustituida por otra pues en tal caso significarían lo mismo, estarían en relación de sinonimia. Sin embargo en el lenguaje progre oímos con frecuencia “socialismo es libertad” por ejemplo. Entonces veamos si esta relación de identidad puede repetirse con otros términos de este léxico. Sorprendentemente vemos que sí: “socialismo es libertad”, “democracia es libertad”, “socialismo es democracia”, “democracia es solidaridad”, “tener derechos sociales es democracia/libertad/progreso”, pudiéndose intercambiar todos estos términos entre sí sin problema alguno. De manera figurativa, en donde distintos términos representados como “a,b,c,d…” acabaríamos diciendo que a=b=c=d…; evidentemente no caben demasiadas opciones. O bien se trata de términos asignificativos, lo cual no parece plausible, ya que cada una de estas expresiones tiene un significado literal propio; o bien se trata de un malentendido intencionado, cuya naturaleza conviene indagar.

Cuando uno lee a algunos neomarxistas de Franckfurt tiene la misma sensación que el hombre sin fe cuando contempla a una doncella joven, guapa e inteligente entrar en religión. Sobre todo en su referencia a la crítica de las ideologías. Según estos pensadores, la ideología por lo que se caracteriza esencialmente es por un intento de control social cada vez mayor, realizado de tal modo que los que sufren tal proceso no son conscientes del mismo. Uno de los elementos básicos de los procesos de ideologización es precisamente el lenguaje, en donde el uso de las palabras no se refiere a su significado literal, sino más bien a ubicar la intención ideologizadora. Podríamos citar al segundo Wittgenstein para encontrar el significado de todo ese batiburrillo de expresiones progres. Según su tesis, el significado hay que encontrarlo en la intención del hablante, en la descripción de los “juegos del lenguaje” que tienen lugar en una concreta “forma de vida”. Así pues, en todo ese lenguaje progre, que no es más que una tautología, el significado de las palabras no son utilizadas literalmente, sino que debemos definir cual es la forma de vida en la que se desarrollan. Tal forma de vida sería en este caso la cosmovisión progre y su intención ideologizadora, y los juegos de lenguaje que en tal forma de vida se usan sólo desde esa perspectiva podrían ser definidos. “Democracia, progreso, tolerancia, justicia, solidaridad, no es más que lo que dictamine el progrerío, lo demás es barbarie irracional” sería el significado propio que tienen tales expresiones cuando son proferidas por cualquier progre histérico. El neomarxista Habermas –nada sospechoso de conspiranoico ultraconservador- alertaba precisamente sobre ese punto, el lenguaje como “metainstitución” de la que dependen todas las instituciones sociales, ya que la acción social sólo se constituye en la comunicación lingüística, y por lo tanto es un medio muy eficaz para la manipulación social. El lenguaje no es una mera “copia” de la realidad sino que es también ideológico; no sólo hay errores, malentendidos que haya que disolver desde dentro del lenguaje, sino que también desde fuera existen engaños y distorsiones provocadas para hacer de él un medio de dominio y de cambio social. Muy buena intuición, aunque para ser la crítica de las ideologías no se la inventaron los neomarxistas. A mi juicio el primer crítico de las ideologías en este sentido fue Erasmo. En el “elogio de la locura”, una de los aspectos con los que caracteriza a la locura es como una mágica escoba que barre todo lo que nos impide acceder al conocimiento de la verdad, mostrándonos lo que realmente hay detrás de muchos postureos, convencionalismos sociales y medias verdades. Muchas veces detrás del lenguaje ordinario que escuchamos habitualmente, aún sin darnos cuenta, como diría el castizo, nos la quieren darcon queso.

Si trasladamos este análisis al ámbito de lo eclesiástico vemos que sucede algo semejante. Ese lenguaje lleno de palabras como “anuncio, comunidad, signo, testimonio, renovación..” es un lenguaje con un léxico también intercambiable, y con una presumible intención ideologizadora, esta vez en relación a lo que es la doctrina, práctica y tradición perenne de la Iglesia. Es una sustitución léxica sin más contenido que el de desplazar solapadamente otros contenidos con los que se pretende una supuesta identidad esencial. Tendría como vehículo formal la inversión de perspectivas a través de una simulada identidad con lo anterior. Ante ello hay que oponer una perspectiva crítica, en donde la palabra “crítica” se define por su significado más auténtico, el de la práctica del discernimiento. Y sobre todo teniendo en cuenta que toda intencionalidad ideologizadora se desarrolla a través del discurso de ahí que la distinción entre categorías sea tan importante. Consciente de ello, la Iglesia ha utilizado siempre con cuidado y esmero las palabras, hasta el punto de que para evitar equívocos incluso ha inventado nuevas palabras que no se presten a confusión. La palabra “transubstanciación”, tiene un significado tan concreto y definido que no podemos utilizarla en ningún otro ámbito que no sea el propiamente eucarístico sacramental. En este ámbito nos podemos parar a hacer unas pocas consideraciones, en el capítulo de lo que podríamos llamar “equívocos”:

1. El uso del latín en la liturgia. Sabemos que el latín, como el griego, son lenguas muertas. Pero no debemos equivocarnos en este punto; lo que distingue una lengua muerta de una lengua viva no es que ésta se hable y aquélla no; en el siglo XVII el latín era una lengua muerta, pero era el idioma común empleado en las universidades, el utilizado para escribir acerca de ciencia, filosofía y artes, así como el idioma propio de la Iglesia católica, en sus textos, su liturgia y la comunicación entre diversas regiones lingüísticas. Se puede decir que siendo una lengua muerta era la lengua más hablada del globo terráqueo. Lo que distingue una lengua muerta de una lengua viva no es propiamente su uso, sino su carácter evolutivo en cuanto a los significados. Una lengua viva se adapta a las necesidades de una comunidad concreta, y la unión de signos y significados va variando con el tiempo, llegando algunas palabras a vaciarse de un significado primitivo o a adoptar nuevos campos semánticos. Una lengua muerta es fija e invariable. Es muy útil por lo tanto, no sólo para evitar los malentendidos semánticos, sino ya en el ámbito sagrado para expresar unos contenidos invariables. Esas verdades inmutables de la doctrina católica se ven expresadas por términos que por su propia naturaleza no están sometidas a la evolución social.

2. “Sin embargo, en una misa en lengua vernácula todo se entiende mejor”. Abordaría esto desde dos perspectivas. La primera en cuanto lo que quiere decir “comprender” en su sentido más fuerte y la segunda en lo relativo a los simples significados literales. Con respecto a lo primero, fijémonos en una composición poética: “poesía eres tú”. Entender esta expresión implica ir más allá de la literalidad de las palabras que componen la expresión. Comprenderla significa retroceder hasta la intención creadora de su autor desde la que se interpreta lo que pueden querer decir esas palabras. En sentido profundo, “comprender” es un acto adivinatorio de congenialidad, que supone que el autor y el intérprete se encuentran en un fondo común de referencia. La comprensión es la “reconstrucción de la construcción” que diría el hermeneuta Gadamer, que supone una metafísica común entre autor e intérprete. Algo así pasa con la liturgia en latín y castellano. Si falta esa comprensión de fondo, que lleva a una conexión intima del que asiste a una liturgia y lo que allí sucede, el significado literal de las palabras deja de ser significativo. De una manera mucho más clara, en el ámbito de la liturgia católica, adorar es comprender. El que no adora, no entiende nada aunque se lo griten en todas las lenguas vivas existentes en el universo mundo. Por otra parte, está la cuestión de los significados tomados literalmente. No es demasiado claro que a día de hoy se halle una perfecta comprensión de lo que se oye en una Misa. Como decíamos más arriba, hay todo un léxico cuya intención es contrarrestar el lenguaje utilizado por la Iglesia hasta el momento, sin otro motivo. Pero son expresiones que incluso en castellano dan lugar a equívocos. Y sin olvidarnos que hay hechos que de suyo son significativos. La orientación del altar hacia el Oriente, el utilizar una lengua distinta de la común para la oración pública de la Iglesia, o el utilizar el lenguaje del silencio en los momentos de mayor intimidad litúrgica, tienen un significado no oral pero comprensible por cualquiera que lo contempla. Se trata de un lenguaje vivo, porque lo que pretende es conducir a la comprensión profunda, no a al mero significado literal de las palabras.

3. Podemos poner muchos ejemplos de ello. Uno nos lo encontramos con cartas pastorales e incluso documentos oficiales de la Iglesia, donde la nota que destaca es la vaguedad, larguísimas frases subordinadas, aderezadas por todo este léxico moderno del que apenas podemos extraer unas pocas ideas muy abstractas que a fin de cuentas no dejan de ser frases hechas, intercambiables con todo ese neo-léxico eclesiástico. Se encuentra una diferencia destacable con otras épocas en las que la nota distintiva de estos documentos era la claridad y la concreción. El leccionario actual, con su ciclo de tres años, produce que los fieles se encuentran con muchísimas lecturas de las que no entienden absolutamente nada. En otras épocas, cuando el ciclo de lecturas era de un año, a los fieles les resultaba mucho más familiares los pasajes evangélicos que escuchaban de un año para otro. El ciclo natural de los seres humanos se mide por el año; el ciclo de tres años se parece mas bien a un cursillo bíblico, desplazando la intencionalidad litúrgica por la pedagógica y además con escasos resultados. Así, escuchamos “expropiación de los pecados” en lugar del correspondiente “expiación”; muchos fieles al escuchar la palabra “catecúmenos”, creen que se trata de algo negativo por lo raro de la palabreja. Incluso una persona de Iglesia me decía hace un tiempo al leer una pastoral de un arzobispo, donde ponía “recuperar el sentido del domingo” que se refería a que la gente no va a misa porque tiene que recuperar el sentido, que presumiblemente haya perdido por los excesos de la noche anterior. Y otra persona colaboradora con la pastoral litúrgica de una parroquia hablaba de la importancia de la fiesta de “San Roberto vietnamita”, en lugar del correspondiente Bellarmino. Los textos fijos de la liturgia antigua permitían a los fieles con los correspondientes subsidios litúrgicos, no sólo entender los propios textos, sino su significado, muy delimitado y definido por ser el latín una lengua no sujeta a cambio. Si alguien lee “Introibo ad altare Dei”, y su correspondiente traducción “me acercaré al altar de Dios”, y ve al sacerdote junto al altar, antes de subir al mismo, no es menester que sea un nuevo Cicerón para que se de cuenta que se trata de una plegaria orientada a disponerse a subir al altar donde se celebra la Misa, con todo lo que ello tiene de súplica penitencial con un neto sentido de adoración y súplica. “Dar testimonio”, “vivir la fe”, “entrar en el camino de la reconciliación”, son tan sumamente vagas e imprecisas que al no ser significativas para el que las escucha se produce la desconexión con el sentido profundo del misterio litúrgico. Y es ahí justamente donde está desconexión que llevamos padeciendo en la “expresión” de la fe en los últimos años.

En definitiva lo que es menester desarrollar es la práctica del discernimiento, el saber separar lo que es distinto sabiendo identificarlo, esto es, en definitiva entender la verdad como la realidad de las cosas, una realidad que no es por lo tanto confusa, sino definida, delimitada y clara. Jean Guitton, con el que iniciábamos este modesto escrito, concluía con acierto acerca de la importancia de esta actitud: “Si buscamos bien, veremos que la fe no es la esperanza, ni el recuerdo la remembranza, ni la despedida la partida, ni el estar contento la holgura. Encontraremos profundas diferencias entre hacer, fabricar y confeccionar; entre recibir y recibir dando conformidad; entre lo malo, lo maligno, lo malvado y lo malicioso; entre lo bueno, lo bendito, la bonanza y la bondad; entre el sufrimiento, el dolor, la pena, la lástima y el desagrado; entre la alegría, el placer, el bienestar y la beatitud; y, en estos últimos casos, la simple delimitación de los sentidos nos llevará a toda una ciencia del hombre”.

6 comentarios

  
luis
Magistral. A los autores citados, me permito agregar el lúcido análisis que de la liturgia hace Catherine Pickstock, integrante del movimiento Radical Orthodoxy, en su libro "After Writing" (hay traducción castellana). El racionalismo moderno y el afán de transparencia han, paradójicamente, opacado el lenguaje litúrgico, ocluyendo el acceso al misterio.
En cuanto al lenguaje pastoral, el circiterismo de Amerio ha llegado a su cúspide: words, words, words.
18/09/09 5:03 AM
  
Jose tros
Enhorabuena por este magnífico artículo. Profundo y esclarecedor. El lenguaje es el caballo de Troya del progresismo, no hay duda. Felicidades.
18/09/09 12:23 PM
  
Ana
Los eufemismos enmascaran las duras realidades:interrupción del embarazo¿Cuando se retoma?Desaceleración:crisis ,desaceleración acelerada:crisis galopante. reajuste:despido, restos sanitarios:restos de los bebes asesinados por el aborto, muerte digna ,negociación:pagar una pasta o ceder para que no molesten demasado. En fin que en la Iglesia se use un lenguaje claro y que no confunda al fiel
18/09/09 1:10 PM
  
Rosa
Maravilloso Nova et Vetera.
Felicitaciones.
Lamentable, eso sí, la realidad que nos circunda. Yo no veo solución. Destruir es mucho más fácil que edificar. Perdido el sentido de lo sagrado, del latín, de lo concreto... nuestra Iglesia vaga por el vago "circiterismo" de las palabras vanas. En ese confuso panorama se nos difumina la fe, la liturgia, la moral, el dogma. Todo es todo en la moderna pastoral, y nada es nada.
Que el Señor nos ayude en la titánica tarea que nos espera.
18/09/09 1:23 PM
  
Flavia
Excelente. Excelente de verdad.

Bravo por esa explicación de qué es y qué no es una lengua muerta. Y el punto n. 2 no puede estar mejor explicado.

El lenguaje es clave, porque da cuerpo al pensamiento. Y es muy sintomático que en épocas de grandes y graves crisis se ha dado el mismo tiempo una profunda crisis de lenguaje, de tal manera que expresarse con sencilla claridad podía ser muy peligroso, tal como vemos en la novela " 1984 ". Hay otras novelas buenísimas sobre esta cuestión, como " El poder cambia de manos " y " La lengua absuelta ". Si las buscáis en google, podéis adquirirlas y leerlas. No os arrepentiréis. Yo comentaba amplios textos de ellas con mis alumnos porque me parecían sumamente formativas.
18/09/09 2:25 PM
  
Atilano
Como ejemplo de lenguaje impreciso y metonimia indeseable, yo citaría el uso reciente de sustituir la palabra "misa" por "eucaristía". Es típico de ambientes clericales "moderados". Los progresistas destierran por supuesto la palabra misa pero prefieren sustituirla por otras como "asamblea" en que el aspecto social oscurece totalmente lo religioso. La metonimia que digo resulta equívoca e incluso se convierte en un galimatías si queremos hablar de cosas como el culto a la Eucaristía fuera de la Misa, tan recomendado en el magisterio de JPII y BXVI (por ejemplo en la encíclica "Ecclesia de Eucharistía").

En mi opinión este uso tiene algunas connotaciones doctrinales heterodoxas. Ante todo, oscurece el aspecto sacrificial de la Misa. Pese a que, atendiendo a la etimología, "eucaristía" está mucho más relacionada que "misa" con el aspecto sacrificial. Pero "Santo Sacrificio de la Misa" es una expresión acuñada que sobrentendemos al hablar de misas. Y aunque el eucarístico es uno de los cuatro fines de cualquier sacrificio, también lo puede ser de la mera oración, y creo que así se suele entender. En todo caso el énfasis en el fin eucarístico tiende a oscurecer el expiatorio.

Esta metonimia tiende a subrayar la importancia de la Comunión sacramental como única forma de participar en la Misa. Se desprecia la eficacia y utilidad de la misa para el fiel que no comulga, como si entonces no se puediese unir al Sacrificio. Una idea muy frecuente en la predicación actual y que además de herética tiene el efecto perverso de animar a los fieles a acercarse a comulgar sin los requisitos y discernimiento debidos. Recuérdese que la Iglesia sólo nos manda comulgar una vez al año pero oír Misa cada semana.

Y a la vez que se da a entender que no hay misa sin comunión, también se sugiere que el culto eucarístico se limita a la misa, como si la Presencia Real se acabase con el "Ite missa est". Ya he mencionado la insistencia de los últimos Papas en recomendar el culto eucarístico fuera de la Misa.
28/09/09 5:41 PM

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