17.12.16

Misa “ad orientem” en el Himalaya oriental

Como les comentaba a mis lectores en uno de mis últimos posts, me encuentro visitando a mi gran amigo, el P. Federico, misionero en la meseta tibetana, en pleno Himalaya oriental.

Para mí todo es nuevo: desde la gente que no come carne de vaca (“gay-mazú”, es decir, carne sagrada) hasta la no utilización de las duchas, sino una especie de jarrita con la que se echan el agua encima al momento de tomar un baño.

 En esta época del año, aquí, con una vista privilegiada del famoso monte Kanchendzonga, de 8500 metros, hace frío durante las mañanas y las noches, pero durante el día el clima es bastante apacible; no nieva, pero sí se ven las montañas nevadas a unos cuantos kilómetros.

La gente es sencilla; más bien sencillísima y muy buena. No hay persecución cruenta a los cristianos en esta zona y, hasta donde ví, todos lo reciben a uno con gran amabilidad. Puntualmente estamos (“aramos, dijo el mosquito…”) intentando evangelizar desde cero a esta gente que, en su mayoría es budista, con un porcentaje mínimo (¿0,5%?) de “protestantes” (y lo coloco así, entre comillas, porque el protestantismo de esta gente es cien veces más más católico que el catolicismo de muchos de los europeos o hispano-americanos) y otros hinduistas.

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15.12.16

Entrevista de un diario laico sobre los cristeros

Presento aquí un reportaje que el diario “La Prensa” de la Argentina, me hiciera hace unos días acerca de mi libro “La contrarrevolución cristera”. Creo que puede ser un buen resumen del tema.

Que no te la cuenten…

P. Javier Olivera Ravasi


La Guerra Cristera, una gesta olvidada

Por Pablo S. Otero


11.12.2016 | Un nuevo ensayo indaga en el sangriento enfrentamiento ocurrido en México entre 1926 y 1929. El sacerdote Javier Olivera Ravasi aborda en su libro un tema complejo que sigue siendo tabú entre los mexicanos. Destaca el heroísmo de los miles de muertos que dejó el combate entre católicos y el gobierno masónico de Plutarco Elías Calles.

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11.12.16

De sotana por Estambul...

 - “¿Pero entenderán qué es la sotana en Turquía?".

- “Y…, al menos habrán visto alguna vez una película antigua…” - nos decíamos antes de bajar del avión.

Una de nuestras escalas antes de llegar a la meseta tibetana, fue Estambul, Turquía, antigua Constantinopla y sede del imperio romano de oriente. Allí debimos permanecer un día entero.

Como es de manual, no podíamos de dejar de visitar la hermosa Catedral de Santa Sofía, luego mezquita y ahora museo turco: una verdadera belleza de la arquitectura. El tema era…: ¿cómo debíamos ir vestidos por la calle? ¿De “clergyman", de sotana, o como laicos? Como dudamos un poco, nos decidimos enseguida: de sotana, como todos los días.

- “Es que puede haber atentados” -pensamos. Es cierto, pero también podría haberlos si no nos identificásemos como tales, como pasó, de hecho, el mismo día allí, cerca de un estadio de fútbol.

Es que, de algún modo debíamos predicar a los turcos -cuya lengua no hablamos- que hay una religión distinta (la verdadera) a la de Mahoma; la religión que sus antepasados practicaron hace siglos y que ahora olvidaron. Por lo tanto, si con nuestras palabras no podíamos dar testimonio, al menos lo haríamos con nuestro hábito (¿acaso los judíos y los musulmanes no hacen lo mismo?).

- “Probemos” - nos dijimos. Y nos largamos a caminar. 

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8.12.16

Hacia la meseta tibetana…

Hace varios años leí por primera vez la hermosa carta que mi patrono, San Francisco Javier, nos legara para la posteridad y que la Iglesia lee cada año en su fiesta:

 

“En estos lugares, no son cristianos, simplemente porque no hay quien los haga tales. Muchas veces me vienen ganas de recorrer las universidades de Europa (…)  y de ponerme a gritar por doquiera, como quien ha perdido el juicio, para impulsar a los que poseen más ciencia que caridad, con estas palabras: «¡Ay, cuántas almas, por vuestra desidia, quedan excluidas del cielo y se precipitan en el infierno!». ¡Ojalá pusieran en este asunto el mismo interés que ponen en sus estudios! Con ello podrían dar cuenta a Dios de su ciencia y de los talentos que les han confiado. Muchos de ellos, movidos por estas consideraciones y por la meditación de las cosas divinas, se ejercitarían en escuchar la voz divina que habla en ellos y, dejando de lado sus ambiciones y negocios humanos, se dedicarían por entero a la voluntad y al arbitrio de Dios, diciendo de corazón: «Señor, aquí me tienes; ¿qué quieres que haga? Envíame donde tú quieras, aunque sea hasta la India»[1].

 

Confieso que más de una vez llegué a emocionarme y hasta me sentí “culpable” de mi vocación intelectual, de profesor, de predicador, etc… Pero en fin: cada alma tiene un “secreto” con el Señor, y como Dios no es comunista, a todos da dones e inclinaciones distintas.

Pues bien; desde hace un tiempo, uno de mis mejores amigos, el Padre Federico, un “loco lindo”, me viene insistiendo para que lo acompañe un tiempo en la misión que la Iglesia le ha encomendado en los remotos lugares de la meseta tibetana, en el norte de la India, junto a Nepal y a un par de horas del Himalaya y del Tíbet histórico. ¿Qué hace allí? Basta con ver su blog o descargar este powerpoint.

Aprovechando mis vacaciones estivales (en Sudamérica) y gracias a la gran generosidad de un donante, hacia allí he decidido dirigirme hace un par de días como si me encaminara a una aventura; no serán días de descanso (¿existen realmente para un sacerdote?) sino de intenso trabajo apostólico para ayudar durante al menos un mes a sembrar la semilla del Evangelio en estos pueblos paganos.

Chino no sé; nepalí tampoco, pero en inglés podré arreglármelas, si Dios quiere.

Ya estoy en viaje.

Si se dan las condiciones (son más que precarias), trataré de escribir alguna crónica.

Voy contento; contentísimo, recordando aquello que decía mi santo patrono: «Señor, aquí me tienes; ¿qué quieres que haga? Envíame donde tú quieras, aunque sea hasta la India».

Pido oraciones por esta aventura.

Que no te la cuenten…

P. Javier Olivera Ravasi

 

 



[1] De las cartas de san Francisco Javier, presbítero, a san Ignacio. (De la Vida de Francisco Javier, escrita por H. Tursellini, Roma 1956, libro 4, cartas 4 [1542] y 5 [1544])

3.12.16