Desde el "introito" hasta la oración colecta. Explicando la Misa tradicional
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San Justino, mártir, uno de los más grandes padres de la Iglesia de los primeros siglos, así nos describe la Misa de un domingo, allá por el siglo II:
“El día llamado de sol (domingo) todos los habitantes de la ciudad o del campo se reúnen en un mismo lugar. Allí se leen las memorias de los Apóstoles y los escritos de los Profetas, según la oportunidad.
Terminada la lectura, quien preside la asamblea hace uso de la palabra para instruir y exhortar a la imitación de tan hermosas enseñanzas. Luego todos se levantan y rezan en voz alta. Terminada la oración, se lleva al altar el pan, el vino y el agua; el que preside eleva hacia el cielo acciones de gracias. Todo el pueblo responde por aclamación: Amén.
Luego tiene lugar la distribución y repartición de los manjares eucarísticos. También lo reciben los ausentes por el ministerio de los diáconos. Aquellos que viven en la abundancia y quieren hacer limosna, dan libremente cada uno lo que buenamente quiere; lo recolectado se remite al presbítero, que lo distribuye a los huérfanos, a las viudas, a los enfermos, a los indigentes, a los prisioneros, a los huéspedes extranjeros, en una palabra, a todos los necesitados.
Hasta aquí la explicación de la Misa, sustancialmente la misma que hasta ahora.
Expliquemos ahora una parte de ella, como se celebra según el “modo extraordinario”, como buenamente nos permita el espacio de una homilía.
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SALMO 42: JUDICA ME
Apenas el sacerdote abandone la sacristía, se dirigirá hasta los pies de las gradas del altar y allí, antes de comenzar la Misa propiamente dicha, recitará un salmo, el número 42. Se trata de una oración dialogada, en la cual el pueblo participa desde el primer momento, creando una verdadera comunidad entre los fieles y su pastor.