Mons. Aguer a propósito de beatificación de Angelelli
Valgan antes un par de aclaraciones:
1) Carlos Sacheri fue un profesor, católico y argentino, padre de familia numerosa, martirizado por defender la verdadera Fe por la guerrilla marxista de los ‘70. Sus verdugos fueron aquellos “muchachos idealistas” a quienes Mons. Angelelli celebraba misa.
2) Antes de Sacheri, denunciante de la “Iglesia clandestina” tercermundista, también fue martirizado Jordán Bruno Genta, otro docente mártir, por los mismos motivos: el odio a la vera Fe. Sus obras se encuentran aquí
3) Las postulaciones de martirio -nos consta- de estos dos grandes profesores fueron presentadas en sus momentos pero al menos en el Arzobispado de Buenos Aires, se les respondió que por la “sensibilidad política” que implicaba el caso, era mejor esperar…
Que no te la cuenten…
P. Javier Olivera Ravasi
PD: por último, según nos han comentado, en cualquier momento se viene la beatificación del Cardenal Mons. Pironio, de quien en su momento, alguien escribió un panfleto poco amable.
Angelelli y Sacheri
Mons. Héctor Aguer
Soy licenciado en Teología, estudié esta disciplina toda mi vida y la enseñé en distintos niveles, también el universitario. Pero tengo la impresión de que cada vez entiendo menos. Comparto los conceptos del editorial del 30 de julio sobre la beatificación de monseñor Angelelli. Allí se cita a monseñor Bernardo Witte, sucesor suyo en la diócesis riojana, quien afirmaba que no había pruebas suficientes para considerar aquella muerte un asesinato.
Yo mismo, siendo joven obispo, escuché a monseñor Witte decir en una Asamblea Plenaria del Episcopado que la tragedia aludida fue un accidente.
¿Por qué no se declara el martirio del filósofo Carlos Sacheri, maestro de la Doctrina Social de la Iglesia, asesinado por el ERP a la salida de misa y cuya sangre salpicó a su mujer y a sus hijos? Sospecha: se piensa que Sacheri era “de derecha", y en su libro La Iglesia clandestina había denunciado los errores del progresismo y la infiltración marxista en ambientes católicos. Su beatificación sería “eclesiásticamente incorrecta".
Mons. Héctor Aguer
Arzobispo emérito de La Plata, Buenos Aires, Argentina
Académico de número de la Asamblea Nacional de Ciencias Morales y Políticas
Fuente: Diario La Nación, 5 de Agosto de 2018
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Valgan antes un par de aclaraciones:
Como ya
Queridos lectores: yo no haré malabarismos mentales para intentar explicar algo que me resulta inexplicable. No. A mí no me educaron para ser malabarista de circo (con todo el respeto que me merecen los malabaristas).
Hacer el primer agujero en un muro es siempre el más difícil. Una vez que me convencí de que toda mi comprensión de la historia de la posguerra de Francia estaba totalmente equivocado, naturalmente me volví mejor dispuesto a nuevas revelaciones. Si Francia -un miembro destacado de la victoriosa coalición aliada de la segunda guerra mundial- había sufrido realmente una orgía sin precedentes de terror y asesinatos revolucionarios, tal vez mi historia estándar tampoco había sido muy sincera en su descripción del destino de la derrotada Alemania. Sin duda había leído sobre los horrores infligidos por las tropas rusas, con tal vez 2 millones mujeres y niñas alemanas brutalmente violadas, y también hubo una o dos frases sobre la expulsión de muchos millones de alemanes de las tierras controladas por Polonia, Checoslovaquia, y otros países de Europa del este, en venganza después de sus años bajo el yugo nazi. También se mencionó el notablemente vengativo plan Morgenthau, afortunadamente casi abandonado de entrada, y un enfoque en el renacimiento económico alemán bajo la generosidad del plan Marshall. Pero comencé a preguntarme si realmente había más detrás de todo esto.
En la escuela secundaria me volví un ávido lector de la segunda guerra mundial, el conflicto más titánico jamás peleado. Sin embargo, aunque me gustaba leer las detalladas narrativas de las batallas, especialmente en el frente oriental que en gran medida determinó el resultado de la guerra, tenía mucho menos interés en la historia política, y simplemente me fiaba de los textos convencionales, los cuales suponía bastante confiables.





