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El canto es expresión de alma, pero del alma humana…; es cierto que algunos animales cantan: el zorzal nos embelesa con sus notas y el canario nos atrae con su trinar, sin embargo nunca un conjunto de animales podrá emitir “notas”; ellos emitirán “sonidos” que, aunque tengan sentido y quieran expresar un movimiento de sus almas sensitivas, jamás lograrán una armonía original, repitiendo siempre el mismo “tema” musical.
Es el hombre el que está hecho para cantar, o mejor dicho, es el canto que está hecho para el hombre.
Canta el hombre porque tiene voz, canta porque desea expresar sus sentimientos del alma; canta porque quiere comunicar algo. Es por esto que, cuando estamos tristes cantamos tendemos a cantar cosas tristes y, cuando alegres, alegres; o al revés, a veces, para motivarnos, enseñaba Martín Fierro:
Aquí me pongo a cantar,
al compás de la vigüela,
que al hombre que lo desvela una pena extraordinaria,
como el ave solitaria, con el cantar se consuela…”
1. Cristo Cantó
Luego de la Última Cena, momento culmen de la Encarnación, Cristo cantó, como dicen los Evangelios:
“Y cantados los himnos, salieron hacia el monte de los Olivos” (Mt 26,30).
En la vida de Nuestro Señor, por ejemplo, no se nos dicen muchas cosas que hizo; porque serían obvias; no se nos dice que rió, no se nos dice cómo trabajó en Nazaret durante 30 años, o cómo escribió, pero sí se nos dice que “cantó”; y cuanto se dejó escrito en el Evangelio fue especialmente para imitación de los fieles cristianos, es decir, para que sigamos su ejemplo, como dice el mismo Señor (Juan 13,15): “os he dado ejemplo, para que también vosotros hagáis como yo he hecho”.
2. La Iglesia cantó
Pero también su Esposa, la Santa Madre Iglesia, siguiendo su ejemplo, cantó:
“Después de haberles dado muchos azotes (a Pablo y Silas), los echaron a la cárcel y mandaron al carcelero que los guardase con todo cuidado. Este, al recibir tal orden, los metió en el calabozo interior y sujetó sus pies en el cepo. Hacia la media noche Pablo y Silas estaban en oración cantando himnos a Dios; los presos les escuchaban” (Hech 16,23-25).
“Entonces, ¿qué hacer? Oraré con el espíritu, pero oraré también con la mente. Cantaré salmos con el espíritu, pero también los cantaré con la mente” (I Cor 14,15).
“Recitad entre vosotros salmos, himnos y cánticos inspirados; cantad y salmodiad en vuestro corazón al Señor, dando gracias continuamente y por todo a Dios Padre, en nombre de nuestro Señor Jesucristo” (Efesios 5, 19).
(Col 3, 16) “La palabra de Cristo habite en vosotros con toda su riqueza; instruíos y amonestaos con toda sabiduría, cantad agradecidos, himnos y cánticos inspirados”.
(Santiago 5, 13) “¿Sufre alguno entre vosotros? Que ore. ¿Está alguno alegre? Que cante salmos”.
La Iglesia cantó…
Y cantó desde sus orígenes, de aquí que la oración “oficial” de la Iglesia hayan sido los salmos, ese modo de cantar al estilo monacal que sigue resonando en los monasterios tradicionales y donde el canto sube por los aires como incienso hasta la casa de Dios…
Y tal es el regocijo que causa en las almas el canto litúrgico, cuando es bueno, que incluso cuando por momentos en la antigüedad se quería penar a algún convento o monasterio se les prohibía el cantar los salmos, imponiéndoles que sólo los recitaran, como le sucedió a la santa y vidente alemana, Santa Hildegarda de Bingen.
Es tan hermoso el canto que los primeros Santos Padres de la Iglesia lo comparaban con el murmullo del mar, como decía San Ambrosio: “sus salmodias rivalizan con el murmullo de las olas que chapotean levemente… ¿qué es el canto del mar sino un eco de los cantos de la asamblea cristiana?”[1].
Porque, según la famosa frase de San Agustín, “el que canta bien… ora dos veces”[2]. Ojo: el que canta bien…
3. ¿Cómo debe ser el canto sagrado?
Ante todo, el canto debe ser expresión de lo que se celebra, es decir, debe acompañar los misterios que se están celebrando.
Nadie canta una canción de cuna en un velorio o una canción triste en una fiesta de casamiento…
La música debe acompañar lo que se contempla y es por esto la Iglesia siempre ha cuidado que la música ayude a rezar y no que disperse.
Por ejemplo:
El ritmo: sabemos que el ritmo mueve la sensibilidad y es por esto, como queremos llegar a adorar a Dios “en espíritu y en verdad”, si le pongo un ritmo “bailable” a la música que se canta para acompañar la Misa, entonces deja de cumplir con su finalidad.
Nadie puede “bailar” la verdadera música litúrgica, porque esta música hace mover el alma, no el “esqueleto”, para no decir el trasero…
Ejemplo:
“Si tuvieras fe, si tuvieras fe, como un granito de mostaza… eso dice el señor”.
Parece más bien una cumbia…
La melodía: aunque la melodía no tenga un gran ritmo pegadizo, puede llegar a mover la sensibilidad animal, como cuando las canciones son demasiado lentas, melosas…
“Dios está aquí, tan cierto como el aire que respiro, tan cierto como en la mañana se levanta el sol, tan cierto que cuando le hablo Él me puede oír”.
Más bien un “lento” para bailar con una chica…
La letra: debe ser acorde a lo que se quiere expresar
No ideologizada; ej:
“solo le pido a Dios…” (León Gieco)
Sólo le pido a Dios
que el dolor no me sea indiferente,
que la reseca muerte no me encuentre
vacío y solo sin haber hecho lo suficiente.
O idiota…
Zamba del grano de trigo… chabacana…
Zamba del grano de trigo
mañana yo he de ser pan;
no le tengo miedo al surco,
algún día he de brotar./ (bis)
Barbecho de terrón fresco
tu sangre yo he de mamar;
/tierra que serás mi madre,
un nuevo ser me has de dar./ (bis)
Ni mundana…, como los “genios” que le han puesto letra a la canción “Despacito”, en 2017:
Re-su-cito, que me crucifican pues yo resucito
Yo morí por ti y por todos tus amigos
Y en tu vida entre mediante los cursillos
Re-su-cito que me crucifican pues yo resucito
Fui a Jerusalén montado en un burrito
pero al tercer día la lié un poquito
Decía el gran papa Santo, San Pío X:
S. Pío X, en su Motu Proprio Tra le Sollecitudini (22 nov. 1903: AAS 36), hablando del c.l., dice que: «El oficio principal del canto sagrado es revestir de adecuadas melodías el texto litúrgico que se propone a la consideración de los fieles, y su fin consiste en añadir más eficacia al texto mismo, para que por tal medio se excite más la devoción de los fieles y se preparen mejor a recibir los frutos de la gracia, propios de la celebración de los sagrados misterios». Más adelante, después de vivos elogios al c. gregoriano, afirma: «Una composición religiosa será más sagrada y litúrgica cuanto más se acerque en aire, inspiración y sabor, a la melodía gregoriana, y será tanto menos digna del templo cuanto diste más de este modelo soberano».
¡Y ni que hablar de la lengua! Que debería también ser la lengua de la Iglesia, la bella y misteriosa lengua latina que hasta el último Concilio se encarga de ensalzar: “La Iglesia reconoce el canto gregoriano como el propio de la liturgia romana; en igualdad de circunstancias, por tanto, hay que darle el primer lugar en las acciones litúrgicas”.(Sacrosanctum Concilium).
Conclusión
“De la abundancia del corazón, habla la boca”, es decir, uno canta lo que tiene adentro y alaba a Dios según cuál es el concepto que tenga de Dios. Es Él el centro de la liturgia y no el hombre, es Él a quien estamos cantando y la Iglesia debe hacerlo del modo más solemne y adecuado que pueda.
El canto sagrado me debe ayudarnos a unirnos con, no con las creaturas; nadie está en contra de la buena música, pero cada cosa en su lugar; la mesa para comer, el auto para andar y el perro para ladrar…
A la Virgen, compositora del Magnificat le pedimos que nos ayude a comprender estas verdades hoy bastante olvidadas.
P. Javier Olivera Ravasi
[1] Hexameron, III, V: PL 14, 165.
[2] Normas generales del Misal Romano nro. 19, Misal Romano, C.E.A., 1981, p. 31.
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