Maurice D’Elbée, el general de la Providencia
Un extranjero naturalizado
De noble familia francesa instalada en la región alemana de Saxe, Maurice Joseph D’Elbée nació en Dresde, el 21 de marzo de 1752. Su padre, Maurice Gigost, Señor de la Gobinière, fue un reconocido general de infantería que terminó como consejero privado del rey de Polonia. Algo bastante común para la época, donde un número importante de nobles franceses servía en los principados alemanes de Prusia y Austria.
Al igual que su abuelo y su padre, el joven Maurice eligió la carrera militar, enrolándose a los 16 años en el ejército de Saxe donde sirvió varios años en el cuerpo de granaderos. En 1772, sus padres decidieron volver a Saumur, corazón de la Vendée, donde la familia tenía sus ancestrales raíces y naturalizar a su hijo como “francés”, lo que le permitió continuar en el regimiento de caballería ligera, hasta llegar a ser teniente a los 29 años. En el ejército recibió una formación especializada en la búsqueda, identificación y obstaculización de tropas enemigas, de la cual se servirá extraordinariamente para la guerra de guerrillas. Por su aptitud en combate y su disciplina militar intachable merecía el comando de una compañía, pero para ascender, Maurice debía consentir los caprichos lujuriosos de una condesa que comandaba realmente el regimiento… Como se negó diciendo que “prefería romper su espada antes que caer en bajezas con una mujer”, la despechada logró que los superiores le negaran el merecido puesto, hecho que determinó su dimisión en 1783.
Viviendo retirado de la vida militar en el dominio de La Loge, en Saint Martin-de-Beaupréau, cerca de Anjou, el Marqués D’Elbée sin muchos recursos, debió dedicarse a la agricultura para comer el pan de cada día. En esa difícil situación, conoció a la hija del gobernador de Noirmoutier, Marguerite d’Hauterive, con quien se casó en 1788, hermosa y piadosa mujer que le sería fiel en la pobreza, en la adversidad y en la enfermedad “hasta que la muerte los separe”. Las pruebas llegaron pronto cuando el primer hijo murió al nacer; un segundo retoño, el pequeño Louis Joseph, vio la luz el 12 de marzo de 1793, en plena persecución vendeana, justo cuando su padre debía partir a la guerra… Al menos, por un día alcanzó a tenerlo en brazos.
El General Providencia
Sin vislumbrar el aluvión que se venía, en un principio D’Elbée se sitió identificado con las ideas revolucionarias de 1789, ofreciendo ayuda financiera a los diputados angevinos y participando en la votación del nuevo obispo constitucional de Angers. No obstante, la puesta en práctica de la cismática Constitución Civil del Clero le hizo replantearse sus posiciones erradas y terminar exiliándose en Worms con los hermanos de Louis XVI hasta que la República anunció la confiscación de bienes de la nobleza. Fue entonces cuando Maurice regresó para defender lo suyo… y a los suyos.
En efecto, conociendo los campesinos de los alrededores su carrera militar y su nueva posición frente a la Revolución, en marzo de 1793, lo fueron a buscar… mejor dicho, a intimar para que se pusiera a la cabeza de la resistencia, como su vecino Charles de Bonchamps venía de hacer. D’Elbée tenía 41 años, acababa de ser padre de familia el día anterior y, como casi todos los nobles, rechazó la propuesta.
Luego de una acalorada discusión terminó aceptando a regañadientes advirtiéndoles que tendrían todas las de perder. No obstante al principio no fue sido así, ya que con su tropa de 2000 hombres tomó rápidamente Beaupréau y liberó a varios prisioneros nobles que terminaron uniéndose al ejército contrarrevolucionario. De este modo el ejército de Anjou fue ensanchando sus filas, al mismo tiempo que mejoraba en disciplina y organización gracias a comandantes como D’Elbée y Bonchamps que, debido a su experiencia, tenían plena conciencia de las falencias y necesidades que los apremiaban para seguir adelante. En la medida de lo posible y con los escasos medios que disponían, ambos pondrán en acción una formación militar que funcionaría bien hasta el cruce del Loire…
Su actuación como general será tan breve como brillante. Victorioso en Coron y Beaulieu, al lado de su entrañable amigo Bonchamps, lograrán controlar toda la región de Mauges.
D’Elbée celebra la Pascua en Saint Pierre de Cholet, devolviendo el culto público en las iglesias donde la revolución lo había prohibido. Vitral de la iglesia de Le-Pin-en-Mauges.
En sus Memorias, Victoire de La Rochejaquelein nos lo describe de cuerpo entero: “En el gran ejército, el principal jefe del momento era Maurice D’Elbée, comandando principalmente la gente de los alrededores de Cholet y Beaupréau. Era hombre de estatura pequeña (…), entusiasta, devotísimo, de una valentía extraordinaria y al mismo tiempo muy sereno. (…) En los combates siempre iba adelante, gritando: ‘¡Hijos, la Providencia nos dará la victoria!’, y los soldados lo seguían como a su estandarte. Su devoción era bien real (…) en su uniforme llevaba piadosas imágenes. En sus arengas y exhortaciones siempre hablaba de la Providencia. Los campesinos le tenían gran estima y respeto, y lo llamaban el ‘general de la Providencia’. Era un hombre tan virtuoso, que todo el mundo tenía por él mucha estima y gran deferencia”.
Otra cualidad no menos importante destaca el Gral. Louis Turreau, uno de sus encarnizados enemigos: “… D’Elbée tenía el don de la palabra. Se expresaba con gracia y facilidad. Su elocuencia era dulce y persuasiva. Sabía variar las formas y los tonos, e incluso solía presentarse ante los rebeldes con el de un inspirado. Había adquirido tanta confianza y aprecio con su gente que, después de su muerte, he visto prisioneros vendeanos llorar solamente por el mero hecho de escuchar pronunciar su nombre”.
Pater Noster de D’Elbée
Para abril de 1793, las tropas republicanas al mando del Gral. Berruyer habían comenzado a incendiar los pueblos y a fusilar a cuanto “bandido” se les cruzase por el camino, hasta que se toparon con las tropas de Cathelineau y D’Elbée, quienes le dieron un buen paráte en la batalla de Chemillé. Fue un sangriento enfrentamiento que duró más de 10 horas y terminó con la victoria de los monárquicos, a pesar del doloroso saldo de 600 aldeanos muertos en combate.
Además, de ocupar la ciudad e incautar el preciado material de guerra, quedaron como presa 400 azules prisioneros… y como las atrocidades cometidas por los soldados de Berruyer habían exacerbado el ánimo de venganza vendeano, los campesinos pidieron a su jefe la ejecución inmediata de todos republicanos cautivos.
En un primer momento, D’Elbée intentó calmar los ánimos, pero le fue imposible. Y viendo que los acontecimientos se precipitaban sin poder aplacar la ira de los suyos, antes que pasaran al acto, alcanzó a gritar: “¡Soldados de rodillas! Digamos el ‘Pater Noster’ en voz alta…” Asombrosamente, los enardecidos hombres, cabeza descubierta, obedecieron al General de la Providencia, y cuando llegaron a recitar: “…perdona nuestras deudas, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores…” Maurice los paró en seco diciendo: “¡No mintáis a Dios! Le pedís que os perdone ¿y vosotros no sois capaces de perdonar a los demás?”. Un silencio lleno de contrición se apoderó de la sala, nadie pudo replicar la lección del jefe cristiano. Bajando los fusiles, los 400 republicanos terminaron escapando de una muerte segura en el momento justo.
Semejante acto de mansedumbre heroica pasó a la historia como “el Pater de los vendeanos” o simplemente “el Pater de D’Elbée”; repitiéndose varias veces entre los jefes realistas, al punto de ser un hecho que caracterizó los comienzos de la insurrección.
Placa de la entrada: “Sobre este atrio, el 11 de abril de 1793, la tarde del gran enfrentamiento de Chemillé, M. d’Elbée salvó la vida de los prisioneros republicanos gracias al ‘Pater de los Vendeanos’”
Todavía hoy, se puede apreciar una placa recordatoria y el enorme vitral que perpetúa la memoria del episodio en la iglesia de Saint Pierre de Chemillé, como también el famoso cuadro de Félix de Boislecomte en el Museo Histórico de Cholet.
D’Elbée protegiendo a los prisioneros republicanos luego de la batalla de Chemillé, por Félix de Boislecomte, siglo XIX.
Reveses de la guerra
La lucha vendeana estuvo llena de vaivenes de gloria y de fracasos: quien era vencido al atardecer, al día siguiente podía tornarse victorioso y ser derrotado nuevamente, mientras que otro tomaba su relevo. Y así le sucedió a nuestro héroe, vencedor en Chemillé, al poco tiempo lo vemos actuando en la toma exitosa de Thouars, a pesar de ser herido. El resultado fue aplastante a favor del ejército católico con la rendición del Gral. Quétineau, quedando su tropa prisionera e incautados 12 cañones, más de 5000 fusiles y todo tipo de municiones.
Con todo ese inestimable arsenal, los contrarrevolucionarios se creyeron en óptimas condiciones y avanzaron hacia Fontenay-le-Comte pero fueron derrotados el 16 de mayo de 1793. Maurice fue herido nuevamente en el muslo y 400 de los suyos quedaron prisioneros del enemigo. Sin darse por vencidos, una semana después, los vendeanos contratacaron casi sin artillería, ni municiones… y terminaron tomando la ciudad a espada, cuchillo y guadaña.
A fines de mayo los realistas asediaron Nantes. Durante el duro enfrentamiento, Jacques Cathelineau quedó fuera de combate, siendo Maurice y su caballería ligera, quienes se encargaron de dirigir el dificilísimo repliegue de las tropas católicas. Sin dar tiempo a la desmoralización de los soldados, en el mismo momento que el primer Generalísimo entregaba su alma a Dios, los jefes vendeanos nombraron a D’Elbée como su sucesor, el 19 de julio. Su comando del ejército católico será fugaz, de tan solo tres meses, pero muy fructífero.
Como Generalísimo dirigió los dos asaltos fallidos contra Luçon al frente de 35.000 hombres; sin embargo, tuvo su revancha en Chantonay, choque decisivo en el que alcanzó el triunfo invocando al Altísimo: “Señor, Dios de los ejércitos, dadnos la victoria. Por Ti luchamos, luchad con nosotros”.
No había tiempo que perder, un ataque general contra la Vendée militar acababa de ser decidido en el consejo de guerra republicano tenido en Saumur. Enterado de este proyecto, D’Eblée reunió a sus principales oficiales. Bonchamps propuso ir a Bretaña para obtener ayuda del extranjero, pero el generalísimo juzgó lo contrario: debían resistir en la región. Paso siguiente, el 18 de septiembre, Maurice con 24.000 hombres atacó a los republicanos cerca de Coron, donde obtuvo una importante victoria. Los enemigos terminaron huyendo y dejando todos los cañones en medio del camino.
A continuación, nuestro héroe comandó 40.000 vendeanos contra Torfou, junto a los principales generales, Bonchamps, Lescure y Charette que derrotaron al poderoso Kéber. Sus glorias continuaron en Montaigu, Saint-Fulgent y Clisson…
D’Elbée salva de una muerte segura a los prisioneros republicanos en Chemillé, haciendo recitar el Padre Nuestro a sus soldados. Vitral de la iglesia de Le-Pin-en-Mauges
Sin embargo, el viento cambió rápidamente y a principios de octubre los republicanos vencieron en Châtillon, dejando la ciudad convertida en un cementerio de cadáveres, incendiaron Mortagne, y se dirigieron a Cholet.
El ejército monárquico se preparó a defender la ciudad que tanto les había costado. El feroz enfrentamiento tuvo lugar el 17 de octubre. Las columnas del centro estuvieron dirigidas por el Generalísimo y su inseparable Bonchamps, pero ambos fueron acribillados por las baterías del general republicano Marceau, mientras sus soldados se retiraban en desorden hasta poder cruzar el Loire. De no haber sido por la bravura de las tropas de Marsange, quien llegó en el momento justo para cubrir la retaguardia, la retirada hubiese sido una carnicería y seguramente D’Elbée y Bonchamps también hubieran caído prisioneros de los azules.
A pesar de no dar con su cadáver, los republicanos dieron por muerto al Generalísimo, quien ayudado por Pierre Cathelineau, logró ocultarse en una carreta hasta llegar salvo a los territorios de Charette. Su calvario acababa de comenzar.
Saber morir…
Habiendo encontrado a Charette en Trouvois, D’Elbée cayó literalmente tendido en sus brazos, mientras le contaba los reveses de su ejército. Como Maurice no estaba en condiciones de dirigir a nadie, Charette le propuso refugiarse en Noirmoutier donde estaría al abrigo del enemigo mientras se recuperaba. La isla contaba con una posición estratégica clave para los monárquicos pues comunicaba directamente con los barcos de los emigrados de Inglaterra y prometía ser un paso seguro para recibir la ayuda tan ansiada…
Al enterarse Marguerite, decidió asistir a su esposo personalmente y, dejando su pequeño bebé con una nodriza de confianza, partió a su encuentro. Quince días después de la derrota de Cholet, nuestro héroe, protegido por su mujer, su cuñado y 1.500 angevinos desembarcaron en la isla en medio de salvas de cañones que dieron la bienvenida al generalísimo.
Los mensajeros no tardaron en caer con malas nuevas informando el repliegue diezmado de los vendeanos que habían cruzado el Loire. A lo que se sumó la destrucción del ejército católico en Savenay. Para peor, veintidós jefes y oficiales llegaron heridos a la isla esperando ser asistidos por los suyos y le contaron a D’Elbée las terribles masacres de la población. El desastre terminó de abrumarlo por completo, pues desde el principio se había opuesto a buscar apoyo en Bretaña. Su estado de salud empeoró día a día, las heridas no cicatrizaban y su fiebre era permanente.
Sabiendo que la isla era un foco de resistencia, el Comité de Salud Pública, ordenó “tomar Noirmoutier o ahogarla en el mar”. Los republicanos no se hicieron esperar, aprovechando la ausencia de Charette, en enero de 1794, fragatas y corbetas cargadas con excelente artillería y 7.000 soldados al mando Gral. Haxo desembarcaron las costas. En ese momento el gobernador de la isla, M. de Tinguy, sólo contaba con 2.000 hombres y 20 cañones que les hicieron frente hasta agotar todas las reservas. Aunque la suerte ya estaba echada, Tinguy había tenido la deferencia de consultar a D’Elbée en su lecho de muerte, quien juzgó la resistencia imposible y con un dejo de realismo sentenció: “Es demasiado tarde, Noirmoutier está tomada; ahora… es necesario saber morir”.
Por su lado, Haxo prometió salvar la vida de los bandidos si entregaban las armas: “Yo comando a franceses contra franceses insurrectos y puesto que puedo ahorrar la sangre de unos y de otros, prometo salvar la vida de los realistas que se rindan”. Sin posibilidades de seguir resistiendo, los vendeanos aceptaron la propuesta con la esperanza de sobrevivir, como ellos habían hecho con los prisioneros de Chemillé.
Pero el Gral. Turreau se encargó que las promesas de su colega cayesen en saco roto, y mandó encerrar más de 1.200 prisioneros en el castillo y en la iglesia de Saint-Philibert para ser fusilados a su turno. Se dice que entre ellos se consolaban diciendo: “¿Por qué lloráis? Nosotros vamos al cielo!”. Evidentemente sabían morir… Ningún habitante de la isla escapó a los azules: sacerdotes, mujeres, niños y enfermos terminaron siendo ejecutados de a tandas de 60 personas en las solitarias playas que se tiñeron de sangre. Suerte similar corrieron los 600 soldados que se habían rendido esperando, en vano, ser agraciados.
Vitral con los fusilamientos en las dunas de Banzeaux, atrás el castillo y la iglesia. La cruz conmemora el lugar exacto de las matanzas.
La toma de la ciudad y la masacre de la población, fueron informadas al Comité de Salud Pública: “En esta expedición la República ganó 50 cañones, 800 fusiles y municiones de guerra. Los bandidos perdieron 600 hombres, entre los que se encontraban 12 jefes; además de que 1.200 perecieron bajo las armas. D’Elbée, generalísimo de antiguo ejército monárquico y católico, que había sido herido en Cholet y que se le daba por muerto, cayó en nuestras manos… Una comisión militar que acabamos de crear hará pronta justicia de todos estos traidores”.
Creyéndose dueños de la isla, Turreau y los suyos rebautizaron Noirmoutier con el nombre de “Isla de la Montaña”, partido revolucionario de los más radicales en la Convención al que pertenecían Danton y Robespierre. Cuando a su vez estos también fueron guillotinados, la isla volvió a recuperar su verdadero nombre hasta hoy día.
Recomenzar… hasta el último suspiro
Como hemos visto, gran sorpresa para los azules, fue encontrar entre las filas de prisioneros al mismísimo D’Elbée más muerto que vivo. De hecho, fue la única vez que los revolucionarios capturaron un general sin ofrecer resistencia. Al requisar la casa Jacobsen, encontraron en una de las habitaciones a Maurice tirado en la cama, con su esposa en la cabecera, asistido por la dueña de casa, Mme. Mourain y el padre Durand, párroco de Bourgneuf. Días antes, había suplicado a ambas mujeres: “Sálvense ustedes, dejadme morir solo, es mi deber”, pero las valientes vendeanas no quisieron abandonarlo por nada del mundo, a costa de pagar con su propia vida.
Pensando poder sacarle alguna información, el oficial republicano Guillemet interrogó al generalísimo, quien desde el lecho le contestó: “Soy soldado, como usted. Si no estuviese muriéndome, habría podido daros bastante más de trabajo del que ha tenido… Sé que todo lo que ustedes tomen en la isla, perecerá; yo, a la cabeza. No insistáis en arrancarme algún secreto; nada saldará de mi corazón. Matadme cuando queráis…”
En lugar de fusilarlo en el acto, los representantes de la república decidieron juzgarlo con un solemne tribunal militar que lo interrogó durante más de dos horas, intentando a todo precio sacarle las posiciones o planes estratégicos, pero él mostró una firmeza inquebrantable hasta el final.
Gral. Bourbotte: He aquí D’Elbée, ¿el generalísimo de los vendeanos?
Gral. D’Elbée: Si, he aquí vuestro enemigo más grande.
Tribunal: ¿Dónde está vuestra familia?
Gral. D’Elbée: En este momento no tengo ningún pariente en Francia, más que la familia de mi esposa.
Gral. Bourbotte: Vuestros talentos no han brillado en la defensa de esta ciudad…
D’Elbée: Creed que si hubiera tenido suficiente fuerza, no hubierais entrado jamás en Noirmoutier y os habría costado muy caro.
Gral. Bourbotte: ¿Por qué participó en el levantamiento?
Gral. D’Elbée: Juro por mi honor que a pesar de desear sinceramente un gobierno monárquico, habría vivido como un ciudadano pacífico bajo cualquier gobierno que me asegurara tranquilidad y el libre ejercicio o mínima tolerancia del culto religioso que siempre he profesado…”
Magistral respuesta que muestra la causa que lo decidió a dejar la tranquilidad de su estancia. Él que, a pesar de ser monárquico, vio con buenos ojos las ideas liberales de 1789, confiesa que lo que lo llevó a combatir fue la persecución a la Fe por parte de una República atea.
Gral. Bourbotte: ¿Qué medios consideráis necesarios para pacificar la Vendée?
Gral. D’Elbée: No conozco otros que la libertad del culto católico romano y el retiro de las tropas republicanas más allá de ciertos límites que deberán ser trazados”.
A su turno, intervino el Gral. Turreau, preguntándole si los vendeanos contaban con apoyo inglés.
Gral. D’Elbée: “No, nosotros no tenemos necesidad de ayuda extranjera para restablecer el trono, devolver al clero sus privilegios y a la nobleza sus derechos. Solos, podemos devolver al reino todo su esplendor; el interior de Francia nos provee bastantes recursos para ejecutar esos designios gloriosos (…) Lamentablemente, nosotros mismos nos hemos perdido, es nuestra desunión la que os ha hecho triunfar”.
Turreau insistió en saber algo sobre los movimientos del ejército católico, pero el Generalísimo no le dio la más mínima posibilidad: “Supongo general, que usted ¿no tendrá la esperanza de obtener de mí el secreto de mi ejército? Que otros caigan en la deshonra; en cuanto a mí, le he probado que no temo ni la muerte”.
Como para terminar, el tribunal preguntó irónicamente: ¿Qué haría si le acordáramos la vida y la libertad?
“Y este hombre -escribe Turreau- que no podría haber hecho cien pasos sin caerse muerto” y que debía interrumpir su declaración a cada instante a causa de la sangre que tragaba, respiró profundamente y contestó con determinación: “Recomenzaría la guerra, hasta mi último suspiro”.
Sobrecogidos por una mezcla de asombro y admiración delante de tanta lealtad y magnanimidad, Turreau decidió dar por terminada la farsa en medio de un silencio estremecedor. El Generalísimo acababa de darles una lección de vida y de muerte. Sin traicionar sus ideas políticas, ni renegar de su fe religiosa, mostró hasta el último instante lo único que lo movió a luchar: la salvación de su patria y la libertad del culto católico. Y no fue en vano, pues después de tantas luchas y masacres, la Vendée terminará conquistándolas al precio de su propia sangre.
Esperando sentado… la muerte
A decir verdad, no era necesario mucho más para hacerlo morir, pues el jefe vendeano ni siquiera podía mantenerse en pie… No obstante, decidieron prolongar inútilmente su suplicio durante cinco días más con diversos ultrajes y tormentos para ver si obtenían algo… pero nada, nada, nada. El mismo moribundo puso punto final a su tortura: “Señores, es tiempo que esto termine. Hacedme morir”.
Sus deseos fueron órdenes. Cual mortaja humana, lo tiraron en un viejo sillón para trasladarlo hasta la plaza de armas de Noirmoutier ya que sus 14 heridas de guerra le impedían caminar hacia la muerte. Lo escoltaban dos valientes compañeros de armas que lo habían seguido hasta el final: su cuñado, Pierre d’Hauterive y el Señor Gauffier de Boisy. D’Elbée fue fusilado sentado junto con los otros dos oficiales y varios soldados más, el 9 de enero de 1794; sus cuerpos fueron tirados en las fosas del castillo de la isla sin haberse podido identificar jamás el del Generalísimo.
Muerte del Gral. D’Elbée, pintura de Julien Le Blant, 1878. Sillón donde fue fusilado, recuperado por la familia del generalísimo y donado al Museo Vendeano de Noirmoutier.
Marguerite, debió presenciar estoicamente la ejecución de su marido y de su hermano, cual otra Magdalena al pie de la cruz. Veinte días después, le llegó el turno por portación de apellido, siendo fusilada con su amiga de la infancia y compañera de aventuras, Mme. Elisabeth Mourain, quien había osado dar refugio al matrimonio D’Elbée. Al igual que Maurice, sus cuerpos terminaron en otra fosa común.
Ambos dejaban huérfano y sin recursos (el dominio de La Loge fue incendiado por las columnas infernales), al pequeño Louis Joseph de casi dos años, quien fue escondido por Julie Castillon. Las crónicas nos dicen que esta mujer lo tomó “como la carne de su carne”, y cuando los aires cambiaron, pudo entregarlo sano y salvo en manos del conde de Civrac, primo de la marquesa de La Rochejaquelein, que se convirtió en su tutor. Siguiendo los pasos de su difunto padre, a los 20 años entró en el regimiento de guardias de honor que reunía a los descendientes de los vendeanos, bajo el comando del Gral. Ségur. En 1813 fue nombrado brigadier y combatió en Leipzig, donde fue tomado prisionero; murió en completa soledad poco tiempo después en un hospital de Postdam, a consecuencias de las heridas de guerra.
¡Que Dios tenga unidos en la gloria del cielo a esta familia de bandidos que fue separada en la tierra para reconquistar con su sacrificio los derechos de Dios y del rey!
Hoy, donde en Francia y en otros países se prohíben las misas públicas… mientras que las escuelas y supermercados permanecen abiertos, ¿estamos dispuestos a “recomenzar”, como el marqués D’Elbée?
Hnas. Mater Afflicta y Marie de la Sagesse, S.J.M.
Bibliografía consultada:
Crétineau-Joly, Jacques (2018). Les 7 Géneraux Vendéens. Ed. Pays & Cholet.
Brégeon, Jean-Joël (2019). Les héros de la Vendée. Ed. du Cerf. Paris.
http://www.loire-france.com/histoire/guerres-vendee/d-elbee.htm
http://shenandoahdavis.canalblog.com/archives/2012/09/06/25050028.html
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