¿Solo "oír, ver y callar"?
Hay mucha gente que lo tiene muy claro: lo único que podemos y debemos hacer, con la que está cayendo en todos los horizontes de la vida -social, política, religiosa- es lo de los tres monos: “no ver, no oír, no hablar"; o como se dice en castellano: “oír, ver y callar”, que en el fondo es la misma postura.
Una postura, por cierto, muy poco acorde tanto con la misma dignidad humana como con la Voluntad de Dios para con nosotros, que nos quiere “bien habladores"; es decir: “apostólicos y proselitistas", aunque haya gente que ya no lo entienda. Pero es su problema, no el de los demás, que sí lo entendemos, modestamente.
Por ejemplo, y por aterrizar en la vida real. Hay gente que, en el ámbito político y de la participación ciudadana en el mismo, no tienen más horizonte que el de “votar". ¡Hay que votar, obligatoriamente! Y argumentan que, si no vas a votar, si no votas, no tienes luego derecho a decir nada: ni siquiera a quejarte de los desmanes -las injustas crueldades, las inhumanas barbaridades, la corrupción generalizada, la podredumbre maloliente, el infame adoctrinamiento ya con los críos y desde críos y por ser críos- que perpetran los políticos, los partidos y los gobiernos.
Les parece, además, que no votar es el mayor “pecado” que puede cometer un ciudadano. Un inciso: ¿nunca se han planteado que votar puede ser un pecado? Y cuando les argumentas con lo que hacen los políticos en todos los ámbitos en los que meten la mano y el pie, y lo hacen con tu voto precisamente, que les ha dado alas, y ven y entienden que no hay ni un solo partido político “sano", porque no hay prácticamente ni un solo político “sano” -yo, desde luego, no pongo la mano en el fuego por ninguno: por ninguno; no vaya a ser que me pase como a González que puso la mano por Guerra, y todavía le escuece la quemadura-, entonces se desazonan, se les desgarra el corazoncito…, y plañen, desconsolados y huérfanos: ¿entonces, a quíén voy a votar?
Si no votan, les parece que ya no viven en el mundo, ya no alientan en la sociedad. ¡Qué horror! exclaman. Y claro, siguen votando, con lo que siguen manteniendo lo mismo que se dan cuenta que deberían aborrecer y rechazar.
En el mundo eclesial, pasa exactamente lo mismo aunque en otro plano. Por ejemplo: ante la marejada, cada vez más fuerte -"mar gruesa” ya-, que se ha generado en la Iglesia de unos añitos a esta parte y que tanto hace sufrir a la buena, buenísima gente; además de sufrir, mucha de entre estos que sufren no le ven más “salida” al tema que estar con la Cabeza, haga lo que haga, y diga lo que diga: en caso contrario se encuentran como sin salida, como sin asidero, como que están suspendidos sobre el vacío y sin ver lo que hay debajo: una auténtica pesadilla.
Y pretenden resolverlo con aquello que les da “seguridad"; al menos aparentemente, o así les parece a ellos: “¡SIEMPRE con el Papa!". Y subordinan e hipotecan su conciencia a lo que dice y hace, sea lo que sea. Bueno, lo que cada día nos llega que es; porque en este ámbito, estamos servidos no solo al día, sino a cada hora de las que tiene el día.
¿Ha de ser esto así? ¿No hay más solución o soluciones? En los dos ámbitos en los que más nos jugamos, para el presente y para el futuro, a nivel personal y a nivel comunitario, ¿no queda sino “oír, ver y callar"?
Hombre, supongo que con la esperanza -pequeñita, en el fondo- de que “ya escampará"; aunque podamos llegar a creernos que, lo mismo que no podemos hacer nada para que pare de llover o para que pase la tormenta -porque nos excede su solución-, en el fondo, tampoco podemos hacer nada en el ámbito político -solo votar-, ni en el ámbito religioso y eclesial: solo “amén".
La respuesta en los dos casos es: NO. NEGATIVO.
En el ámbito eclesial, lo dejó meridiana y magistralmente resuelto el cardenal Newman -beatificado por Benedicto XVI en el Reino Unido, en septiembre de 2010-, cuando al preguntarle si puesto en la tesitura de si tuviera que brindar por el Papa o por la conciencia, por quién brindaría primero, contestó: “primero, por la conciencia; luego por el Papa".
Y lo razonó: no hay poder sobre la tierra -ni siquiera el del Papa- que esté por encima de la propia conciencia, rectamente formada; es decir, una conciencia recta, verdadera, justa, en la que lo que prima es hacer la voluntad de Dios por encima de la propia, en su personal lucha interior por buscar la identificación con Cristo, que es la esencia de la vida cristiana.
Por cierto, Benedicto XVI, el Papa que lo beatificó, comenta esta frase de Newman en el mismo sentido, ampliando incluso su respuesta y horizonte, y concluyendo que el Papa ha de ser el garante de la conciencia de cada uno, poque el primero que está “gravado” por “su” conciencia es el Papa, que no puede hacer lo que quiera sino exactamente lo que deba: en la Iglesia es el primer obligado por la conciencia, porque es el primer obligado a identificarse con Cristo. Sin esto, su ser Papa -sea este la pesona que sea en cada momento histórico- quedaría automáticamente descalificado porque habría perdido su razón de ser: se habría DESVIRTUADO. “Y si la sal se desvirtúa…".
Por eso, la Fe -y la vida de los católicos- no es “la fe del carbonero”, expresión que nació, por cierto, de una anécdota muy positiva en la isla de Sicilia que dejó admirado a todo un obispo de la época; pero que luego ha derivado hasta significar exactamente lo contrario: una fe ciega, poco instruida, que no tiene respuestas.
Sino que la Fe de los católicos es la humildad de la conciencia que se rinde y se postra ante lo que nos enseña Jesús y nos transmite la Iglesia. Esta es su referencia última, ante Quien “critica” y “discierne” todo: lo que viene del mundo, lo que viene de las propias pasiones, lo que viene del diablo y lo que viene de los falsos pastores: o sea, de los “mercenarios, que vienen para destruir y matar".
Sin Jesucristo como referencia, sin el Magisterio auténtico como referencia -el que ni “discute” con Jesús, ni “discute” con sus predecesores: por eso es Magisterio, porque no hay “rupturas"- no podríamos discernir entre los “verdaderos” y los “falsos” pastores, con unas “cualidades” que Él mismo nos enseña: precisamente para que sepamos distinguir, y aprendamos a no seguir “a ciegas". En caso contrario, no tendríamos el contrapunto de la VERDAD -que nos viene de Dios, y nos enseña el Espíritu Santo en su Iglesia- para “discernir", “juzgar” y “criticar": actitudes, las tres, eminente y esencialmente humanas, que no podemos dejar de ejercer, porque “dejaríamos” de ser personas. Es más, estamos obligados a ejercer, como personas y como católicos.
¡Por esto se ha liado la que se ha liado con la Amoris laetitia, que unos dicen NO, y otros dicen SÍ a la comunión de los adúlteros! Porque hay Pastores a los que su conciencia les dice que como eso va contra lo que nos ha enseñado Jesús sobre el tema, y va contra todo el Magisterio de la Iglesia hasta antes de ayer, no pueden decir que sí a tamaña burrada: y dicen que NONES. Y hay pastores -son el contrapunto- que dicen simplemente “amén". Cada uno sabrá de su conciencia, con la que se tendrá que presentar delante del Señor.
Criterios a aplicar que nos vienen del mismo Jesús y, por tanto, no tenemos -en conciencia- derecho a rechazarlos: nos convertiríamos en unos católicos bobalicones, sin criterio y, lo que es más grave, sin referencias con las señas de identidad que “el mismo Cristo nos enseñó”, y que no es solo el Padrenuestro. Ni solo los pobres. Ni solo el superior, el obispo o el papa.
El Papa, el obispo en su diócesis, el superior en una institución, serán siempre “piedra"…, mientras no se conviertan ellos mismos y por sus acciones en ARENISCA: porque dejan de ser “piedra”. Y por eso, y hace ya siglos, la Santa Madre Iglesia, con el Papa al frente, dejó sin efecto las “obediencias indebidas", las que iban contra lo que Jesús y la Iglesia enseñan, desligando la propia conciencia de esos falsos mandatos.
Por ejemplo, y para decirlo claro: nadie en la Iglesia -mucho menos en ningún otro ámbito- puede “obligarnos a pecar". Ahí siempre hay que responder que NO. En conciencia. Y no hacerlo así, y “obedecer", es PECAR.
Otro día entraremos al ámbito de la participación en la política, que ya hoy no me da.