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11.07.18

"Ellos salieron a predicar la conversión" (Dom. XV, ciclo B, TO)

Jesús -nos lo narra san Marcos- había reunido a los Doce para mandarlos de dos en dos, dándoles autoridad sobre los epíritus inmundos a los cuatro puntos cardinales. Y ellos, obedientes a su voz -la voz de Jesús, la voz del Dios hecho Hombre-, que siempre es mandato -es el Señor- y súplica -no necesitándonos, “nos quiere necesitar": hasta ahí se abaja el Señor-,   salieron a predicar la conversión. ¿Cómo no iban a obedecer haciendo propia la voz de Dios?

Este “envío” divino nos pone delante del significado más profundo de la vocación cristiana que, en sí misma, es antes y siempre elección divina. Así nos lo escribe san Pablo en la carta a los Efesios, que también se lee en la Misa de hoy: Él nos eligió en la Persona de Cristo, antes de crear el mundo, para que fuésemos santos e irreprochables ante Él por el amor. Él nos ha destinado en la Persona de Cristo, a ser sus hijos (…). Ha sido un derroche para con nosotros -así hace Jesús las cosas, máxime referidas a nosotros-, dándonos a conocer el misterio de su Voluntad

Pero, como enseña una y otra vez nuestra Santa Madre Iglesia, “no hay vocación sin misión”. Por eso mismo, y como vemos en el primer párrafo del Santo Evangelio, la vocación se convierte -se hace- mandato y súplica por parte de Dios, y obediencia por la nuestra.

Por eso “los” envía. Y por eso mismo “nos” envía. Y aquí, si me lo permiten, es donde quiero hacer unas pocas connotaciones que me parecen pertinentes. Al menos -y me da que no es poco-, a tenor del Evangelio de este próximo Domingo.

La primera y esencial: Jesús no hace distingos de personas. Lo mismo que nos dice que no podemos hacer “acepción” de personas. Los envía a todos y por todas partes: a los pobres y a los ricos, a los sanos y a los enfermos, a los poseídos por el demonio o no, a los pecadores en más o en menos -que lo somos todos-, a los alejados y a los cercanos… Eso sí, en esta hora de su economía de la Salvación, siempre y sólo a los judíos: Jesús era judío, y a ellos les escogió el Señor en primerísimo lugar; por eso mismo, les había hablado primero, desde hacía casi mil años. Que son años. Luego sí: con Pedro y Pablo la Iglesia se abre a los gentiles; es decir: a todos.

La segunda, y tan esencial como la anterior: Jesús los envió a predicar la CONVERSIÓN. Y para apuntalar esa predicación, les da poder sobre los espíritus inmundos, el poder de curar enfermos, etc. Todo, todo, al servicio de la conversión de las gentes.

Ya Isaías había escrito, puesto en boca de Dios: “¿A quién mandaré? ¿Quién irá por mi?” Contesté: “Aquí estoy, mandame". Diálogo que sigue perfectamente de actualidad, interpelándonos de continuo, porque es nuestra vocaciòn..

¿Por qué así? Porque sin conversión no hay SALVACIÓN: El que crea se salvará, el que no crea se condenará. No hay otra. Ni aunque lo diga alguien disfrazado de “ángel de luz": o sea, ni aunque lo diga el mismo Lucifer ("ángel de luz"). Jesús vino a salvarnos. Jesús es y significa SALVADOR.

Ni una sola palabra, pues, sobre realidades temporales; ésta podría ser la tercera y última connnotación. Mucho menos pretendiendo dar soluciones “únicas” para arreglar esas mismas realidades. Porque ni Jesús -ni los suyos, ni su Iglesia- están “primariamente” para eso.

Lo último que es la Iglesia es Cáritas, aunque haya sido CARIDAD desde el primer segundo de su existencia. Mucho antes y mucho más es SACRAMENTO de SALVACIÓN, es Cristo en medio de nosotros, es Sacrificio y Eucaristía, es Perdón de los Pecados y Gracia, es Oración y Penitencia, es necesidad de Dios por nuestra personal indigencia, es amor de Dios y, luego ya sí -ni antes ni en sustitución ni como placebo-, amor a los demás. Amor real, no sentimentalismo.

Amor real a Dios y a los demás. Y esto es mucho más “comprometido” que dar algo de tiempo, algo de dinero, algo de lo que nos sobre, algo material: es “darnos” por entero a su Plan de Salvación. Porque lo primero que nos debe importar -porque es lo primero que le importa a Jesús-, es salvarnos y salvar a los demás.

A este respecto cuento una anécdota, narrada por el protagonista, que oí en la COPE.

Entrevistaban a un misionero-sacerdote que llevaba más años ya en tierras de misión que en España: casi cuarenta años fuera. Se volvía por problemas de salud, y era consciente que no iba a volver a esas tierras.

Le preguntan por su vida allí, por su “misión". Y contestó: allí fuimos a dar de comer, a escolarizar a los niños, a enseñar un oficio… Era el resumen que hacía de su “misión".

¡Así cuarenta años! NI UNA SOLA PALABRA SOBRE JESUCRISTO O SOBRE LA IGLESIA O SOBRE la MISIÓN APOSTÓLICA. O sobre la Catequesis, la Doctrina, bautismos, etc. ¡Y era sacerdote!

Cuando acabó la entrevista, apagué la radio; y ya no he vuelto a escuchar ese programa que, supuestamente, versa sobre la Iglesia y la Evangelización. Me dolía el alma.

¿Qué hace la Iglesia -incluso miembros encumbrados suyos- enfangada en banderías humanas? ¿Cómo se puede ser religioso o sacerdote -o más que sacerdote incluso- y que no le hierva a uno la sangre cuando se calla sobre Jesús y, por tanto, se acalla al mismo Jesús?

No me extrañan ni los seminarios reconvertidos, ni las iglesias semivacías -o para la tercera edad, con suerte-, ni la falta de vocaciones, ni los cierres de casas religiosas y noviciados, ni la unificación de regiones, etc.

Y no vamos a mejor. La última “ocurrencia” romana es que el Vaticano va a ser un “lugar libre de plásticos” y que “se van a reducir la emisiones": todo un logro en la evangelizacion del mundo y, por descontado, en la credibilidad de la Iglesia Católica.

Seguimos cavando hacia abajo, ampliando y profundizando el agujero. Como escribió no recuerdo ahora quien: “lo primero para salir del pozo es dejar de cavar".

Pues eso.

3.07.18

"No desprecian a un profeta más que en su tierra".

Ante las dudas, críticas o menosprecios -que de todo hubo- de los de su pueblo, sus paisanos -entre los que menos cabría esperar tal actitud-, al ver el cambio tan radical de vida que da Jesús, que “habla como quien tiene autoridad", que “hace milagros", y que llama a Dios Padre suyo y Padre nuestro “diciéndose semejante a Él", Jesús no se puede callar. Y no calla. Habla claro; eso sí, con un deje de queja, de cierto hartazgo y con un punto de amargura también: “No desprecian a un profeta más que en su tierra, entre sus parientes y en su casa". 

Y, como era lógico, añade san Marcos: No pudo hacer allí ningún milagro, sólo curó algunos enfermos imponiéndoles las manos, Y se extrañó de su falta de Fe. Y recorría los pueblos de alrededor, enseñando.

Es un apunte del Santo Evangelio del próximo Domingo, XIV del TO, del 8-VII-2018. Toda la escena que se nos narra representa el contraste -duro hasta para el mismo Corazón de Cristo-, con el Evangelio del Domingo anterior: Tu Fe te ha curado. De ahí que el evangelista no se corta, y deja constancia neta de ello: Se extrañó de su falta de Fe.

A nadie puede extrañarle que Le extrañe tal actitud: de hecho, es Quien menos puede “comprenderlo", comprendiendo como nadie todos nuestros pecados. Es lo más incomprensible en sí mismo: que no creamos en Él, que no Le creamos.

Como es lógico, san Marcos no se olvida de remarcar que la falta de Fe por nuestra parte, le “corta” los brazos al Señor: No pudo hacer allí ningún milagro, solo curó algunos enfermos imponiéndoles las manos.

Tal cual como hoy. Y, en cierto modo, como siempre: porque cada generación se ha de enfrentar, lo quiera o no, lo busque o no, se lo plantee o no, lo acepte tal cual o lo rechace… Porque Jesús siempre pasa a nuestro lado, siempre se hace presente, generación tras generación, a los hombres. Por Él nunca queda, porque Yo, para esto he venido. Ayer, como hoy, e igual que mañana, sigue haciendo lo mismo -recorría los pueblos de alrededor, enseñando- ya que, y como no puede ser de otra manera, “Jesús es el mismo, ayer, hoy y siempre".

Esta queja de Jesús no es la única que recogen los Santos Evangelios: una y otra vez alaba la Fe que encuentra en las personas que así se lo manifiestan -casi, casi… como si se “sorprendiese” por eso-, lo mismo que echa en cara lo contrario; hasta el punto de que, en un momento dado, y como remarcando el punto clave para nosotros respecto a Él, nos dejará este interrogante: Pero, ¿cuándo venga el Hijo del Hombre encontrará Fe sobre la tierra?

Es una pregunta que nos golpea el corazón. Al menos, debería. Porque de cómo respondamos cada uno a esa pregunta -ineludble, por otra parte- depende nuestra felicidad terrena y eterna: vamos a ser juzgados por lo que hemos hecho con Cristo, con el Amor del Padre que se nos hace donación en su Único Hijo. Es en la Fe (nuestra) en Jesucristo donde Dios Padre nos puede reconocer y, de hecho, nos reconoce como hijos. Fuera de esto, NO. De ninguna manera, lo diga quien lo diga.

Es una interrogación que claramente nos interroga (valga la redundancia). De modo especial en estos tiempos que vivimos, que se caracterizan -estoy hablando como católico y desde lo católico- por esa INMENSA falta de Fe dentro de la misma Iglesia -aquí mismo lo escribía la semana pasada-: porque los católicos somos la Iglesia de Cristo.

Hay una inmensa mancha inmunda -de pecado, de corrupción, de apostasía, de dejación de funciones, de mercenarios, de sepulcros blanqueados, de perros mudos, etc.-, esencialmente corruptora, que amenaza con pudrir la tierra y todo lo que soporta; hablo, naturalmente, de los hombres; la “madre tierra” me trae sin cuidado: de entrada, ni es madre, ni se aproxima siquiera, ni lo quiere ser, porque no está en su mano ser nada.

Por tanto, es una interrogación que hemos de resolver necesariamente: nos la hace Jesús mismo, y “no podemos dar la callada por respuesta".

Escribe G. Bernanos, en Diálogo de carmelitas -os la recomiendo-, poniéndolo en boca de la Madre Superiora que está formando a una joven -de la nobleza parisina, por más señas- aspirante a entrar en el convento, que “el alma que pierde la Fe -la tira por la ventana- es como un aborto", hasta el punto de que “sólo un milagro podrá devolverle la vida", concluye la Superiora.

Cierto. Pero los milagros existen y existirán, porque la mano del Señor no se ha empequeñecido. Eso sí: los milagros hay que pedírselos a Él -que es quien los hace-, con humildad, con Esperanza y con Fe; por muy “lastimadas” o “disminuidas” que las tengamos por nuestros pecados y por los ajenos. Y el Señor, por nuestras oraciones, “hace una de las suyas", como decía san Josemaría, al que no le costaba nada dirigirse a Él, diciéndole con audacia y con una total familiaridad: “¡Que se note que eres Tú!".

A este propósito, el Evangelio recoge estas “oraciones": Señor, creo, pero ayuda mi incredulidad.  Y también: Señor, auméntanos la Fe. Bien podrían ser las nuestras, tanto para nosotros mismos en primer lugar -porque es por quien primero tenemos obligación de pedir-, como para los demás: hijos, esposos, familiares, amigos, conocidos… y también -¿por qué no?- hasta por los desconocidos.

Para darle la vuelta a toda esta inmensa falta de Fe, para que vuelva a haber vida -como se recuperan los montes tras un incendio- hay que empezar por aquí: por pedir. Y ya Él sabrá qué tendrá que hacer con todo eso.

También sabemos nosotros lo que recibimos “a cambio” de parte de nuestro Padre Dios, como “pago” por nuestra Fe: Bienaventurada Tú que has creído -le dirá santa Isabel a su prima la Virgen María, cuando ésta va a visitarla y atenderla durante los últimos meses de embarazo-, porque se te cumplirá todo lo que se te ha dicho de parte de Dios. Y lo que se nos ha dicho y prometido es, ni más ni menos, que: el ciento por uno y la vida eterna.

Nunca encontraremos mejor “pagador". Porque no lo hay.

1.07.18

"Tu Fe te ha curado"

El Evangelio de la Misa de hoy, Domingo XIII del TO, recoge dos milagros, uno intercalado en el  tempus del otro: la curación de la hemorroísa, en el itinerario de la curación de la hija de Jaíro. Y es ese precisamente -el relato de la escena y del diálogo de la hemorroísa con el Señor-, en el que me voy a detener, porque me parece que esta afirmación -y confirmación- del Señor -Tu Fe te ha curado- es de una tan viva y tan fuerte actualidad, que no puedo por menos que glosarlo. Así que, con su permiso, ahí va.

Por cierto, he de hacer un inciso obligatorio. Hace poco más de dos meses les escribía mi despedida del blog. Esas líneas de despedida -y agradecimiento- han recibido más de 28.000 visitas y cerca de cuatrocientos comentarios, que he contestado casi en su totalidad. Con este respaldo, después de llevarlo a la oración, de mucho pensarlo y de hablarlo con quienes debía…, aquí estoy de vuelta: segunda temporada, episodio 1. Ya, como en las series. Y perdonen la broma, que se debe al aprecio que les tengo y les debo. Y seguimos con el post.

Jesús pasa, y aquella mujer no va a perderse la oportunidad de su vida: ¡bastante había malgastado ya inútilmente su vida y su fortuna sin encontrar remedio como para perderse ésta: la buena!

Estaba tan segura…! Con solo tocarle el manto, curaría. Así lo hizo y, al instante, quedo curada. ¡Es lo qe tiene la Fe! Si tuviérais Fe como un grano de mostaza -dirá Jesús en otra ocasión-, le diríais a este monte “¡arráncate y plántate en el mar…, y lo haría!. Pues eso.

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28.04.18

¡Ya me callo!

Desde ahora ya no voy a escribir más en el blog. Agradezco de corazón los muchísimos ánimos que he recibido, amén de oraciones, en estos años. Pido perdón si alguien se ha sentido molesto u ofendido por mis escritos, que han intentado defender a la Iglesia y a las almas todas.

Qui iudicat, Dominus est! El Señor conoce mis intenciones y mis motivos.

Si alguien quiere escribirme sobre el tema que sea, atenderé a todos a través de mi correo, que está siempre a vuestra disposición:

[email protected]

Un abrazo a todos. Con mis oraciones, en lo que puedan valer.

Amén.

26.04.18

"Iglesia en movimiento"..., y nada de "elegidos", por fa.

Desde santa Marta cada día se nos dice algo. Y  se nos dice, supongo, a impulsos del Espíritu Santo, que es precisamente lo que nos ha reclamado esta vez a todos: que no seamos/estemos “inertes a la obra del Espíritu Santo".

Y, con este respaldo, se ha desgranado -hace unas poquitas mañanas- una serie de “lemas"; por cierto, cerrados y bien cerrados: da la impresión de no saber hablar ya de otra manera, y que es justo lo que reprocha a los que no se dejan llevar por ese Espíritu Santo, y “se aferran a la ley, cerrándose a la novedad” con la que nos sorprende el Señor, “que siempre sale a nuestro encuentro con algo nuevo” y “original".

Esos “lemas” van desde lo ya recogido, hasta “la Iglesia [se refiere a la primerísima Iglesia, a los primeros cristianos] era una Iglesia en movimiento, una Iglesia que iba más allá de sí misma. No era un grupo cerrado de elegidos", pasando por identificar “movilidad” con “docilidad al Espíritu Santo". Y obvio las obviedades, que también las tiene.

Sinceramente, es una homilía que, más allá de lo bien que pueden quedar las palabras, de lo “armónico” que les pueda sonar a algunos, lo que expresan y significan choca frontalmente con lo dicho por Jesucristo, y se dan de bruces con lo que san Lucas en “Hechos", nos cuenta de esa misma Iglesia; o, directamente, con la predicación de san Padro y san Pablo, por poner dos “poneres".

Y voy a explicarlo o a intentarlo, al menos. Empezando -podría hacerlo por cualquier otro de los temas, pero prefiero empezar por éste pues me parece el más significativo-: “la Iglesia era una Iglesia en movimiento, una Iglesia que iba más allá de sí misma". Que, dicho así, y si no se explica mucho más y mejor, es católicamente inadmisible.

La Iglesia Católica no puede ir nunca “más allá de sí misma". Por una única razón que engloba todas las demás que puedan aportarse: más allá de Ella misma, NO HAY NADA y, por tanto, no tiene nada que hacer allí, porque no hay dónde ir. La Iglesia Católica, por mandato expreso de Cristo, “sale” desde sí misma -esto sí, claro: para ésto “es” y “está"- en busca de las almas -Id por todo el mundo, predicad el evangelio…- para “llevarlas", precisamente, al mismo Cristo que le ha dado tal misión.

De hecho, es el Señor quien nos busca en Su Iglesia a través de sus miembros, generación tras generación. Y ni la Iglesia ni sus miembros -por muy revestidos de oropeles que puedan estar algunos-, no puede darse otro fin ni otra misión: dejarían de ser lo que son, y Cristo tendría que buscarse otra mediación y otros mediadores.

Éste es el único “movimiento” válido y admisible para la Iglesia Católica, y para todos y cada uno de sus hijos. Y no puede permitirse el lujo de moverse al son de la música moderna: sea pop, folk, jaz, o rok.

Tampoco sé qué les puede molestar -a los que les molesta, que los hay y más de uno, por cierto- lo de “elegidos". Porque es Jesús mismo quien lo dice, y no una vez solamente: No sois vosotros los que me habéis elegido -por si alguien se creía otra cosa-, sino que soy Yo quien os he elegido, y os he puesto para que vayáis y deis fruto y vuestro fruto permanezcaY el mismo Pablo -la primera “teología de rodillas” y en la Cruz que se hace en la Iglesia- abundará en lo mismo: Nos ha elegido el Señor, desde antes de la constitución del mundo…

¿A quién le puede molestar ésto en la Iglesia? ¿Qué hay de más grande en nuestra vida que haber sido ELEGIDOS por el mismo Señor? ¿Qué razones hay para no poder seguir usando las mismas palabras de Cristo, que tienen el regusto de lo clásico, de lo eterno, de lo que ha iluminado, llenado y santificado al mundo y a las almas? ¿Acaso sus palabras -Palabra de Dios- ya no son hoy por hoy “eficaces", y pretendemos que las nuestras sí?

Incluso nos ha elegido por nuestro nombre de pila, como a los Apóstoles: ¡Pedro, Andrés, Santiago, Juan, Felipe, Bartolomé…! Así ha hecho, y así sigue haciendo Jesús, que NO SE MUDA. Porque no puede mudarse: es que ES DIOS. Pequeño “detallito” que parece que se les escapa a esos mismos “molestos” o “molestaos".

Además, “elegidos” no significa ni es sinónimo de “cerrados", “rígidos", “insensibles a las novedades"; ni “prisioneros de las ideas” o de la Ley. Para nada. Elegidos por el Señor tampoco significa que “han destilado la ley y la han transformado en ideología… y cualquier novedad para ellos es una amenaza".

Trasladar -por la directa y sin anestesia- lo que Jesús mismo reprocha a los sacerdotes y príncipes entre los judíos que, ellos sí, se han encerrado y enceguecidos en “sus interpretaciones” -llegando a cambiar la Ley de Moisés por vuestras tradicionesa la Iglesia atemporal -a la de hoy desde luego, en el contexto explícito de las palabras dichas en santa Marta-, pero sin señalar desde cuándo se ha obrado el cambio de la primera Iglesia a la “destilación” de la Palabra de Dios para “convertirla en ideología” y “resistir al Espíritu Santo"… no deja de ser un “flatus voci” sin ningún respaldo real: ni histórico, ni teológico, ni moral, ni eclesial.

Por supuesto: en santa Marta no se oye ni una sola palabra para referirse a los que después de hacer “teología de rodillas” -alabados públicamente por ello-, hacen -ellos sí: “se han convertido” a/en ésto- “ideología", “destilando” la moral católica y la praxis disciplinar católica pretendiendo que los luteranos, por ejemplo, no tienen por qué creer -ni por asomo- en la transubstanciación para recibir la Comunión eucarística. Que, ciértamente, es una “novedad"; pero esa cualidad por sí misma no hace admisible para la Iglesia tal afirmación: habría que echar por tierra antes el “detalle” -que también se les pasa por alto, incluso a eméritos y renombrados cardenales- del NO eclesial a la “comunicatio in sacris“. Y desde hace siglos nada menos. Y me da que sigue vigente a día de hoy.

Tampoco es de recibo atribuir a los primeros evangelizadores, empezando por los Apóstoles, que se abriesen “a la novedad” incluso frente al “siempre se ha hecho así"; porque la realidad es que NUNCA se había hecho así: la Iglesia no podía mirar atrás, porque hacia atrás no estaba Ella. Toda la Iglesia Católica era una novedad: Ella era LA NOVEDAD de la Misericordia de Dios en el mundo.

Como tampoco se puede afirmar que. en el centro de su predicación y de su actitud, “no estaba la Ley sino el Espíritu Santo". En el centro de su predicación estaba LA REALIDAD que habían visto y oido; y no sólo los apóstoles predicadores sino también los destinatarios de su predicación:   

Es decir que, en su predicación, no miran hacia adelante sino hacia atrás: hacia lo que había pasado, exactamente, justo cincuenta días antes en Jerusalén. No miran hacia adelante: miran a los que tienen delante, que no es lo mismo. Y su predicación es Cristo, verdadero Dios y verdadero hombre, que muere amorosamente por nosotros para rescatarnos del pecado y de la condenación eterna. O sea, para salvarnos. Y lo dejan bien claro: el que quiera salvarse que crea, que se arrepienta, y que se bautice, como lo quiere -y por eso lo ha mandado- el mismo Cristo.

Y, por último, lo de la alegoría de la bici y del equilibrio que sólo se conserva cuando y porque anda…, pues puede quedar bonito, incluso puede ser sugerente; pero no va más allá, y también se da contra un muro. Porque todas las expresiones que usa Jesús para referirse a su Iglesia manifiestan todo lo contrario, empezando por aquello que denota un gran calado visual y teológico: tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia.

Una “roca” no da idea de inestabilidad, sino de todo lo contrario, de solidez y firmeza: inamovible. Y así ha sido desde entonces, a pesar de los pesares y de los empeños en que fuese de otra manera. Que los ha habido, como los hay, y como quizá los habrá también. Lo mismo que las resistencias al Espíritu Santo, según el mismo “oráculo". Por no hablar de las puertas del infierno no prevalecerán; o aquello otro: Yo estaré con vosotros todos los días hasta el fin del mundo. No dan ninguna idea de inestabilidad, provisionalidad o riesgo: al contrario.

Un último apunte: Jesús no deja ningún tema abierto a la duda, a la incertidumbre, a la sospecha, a la angustia. Lo toca todo, lo aclara todo, sin dejar nada que se refiera a nuestra salvación al albur o a nuestra posible y falible indagación.

Sólo hay un tema que expresamente deja “abierto", si se quiere decir así: Pobres, los tendréis siempre con vosotros. Da toda la impresión de que, para Jesús, no era un tema de primera línea para la Iglesia y sus hijos; mucho menos con carácter exclusivo, como da la impresión ahora; aunque ni la Iglesia ni sus hijos se hayan olvidado de ellos, antes al contrario. Y eso, desde el primer minuto de su caminar terreno.

La realidad histórica es que la Iglesia Católica ha sido la primera y la única institución en la tierra que, hasta hace un par de siglos, se ha ocupado de ellos. Y, en muchos casos y sitios, sigue siendo todavía la única; y también la más generosa, con muchísima diferencia.

Y basta por hoy. Amén.