Mundo, Demonio y Carne (Por lo eclesial)

Son tres clásicos. Enemigos, los tres, de las almas y, por ende, de la misma Iglesia; y viceversa: de la Iglesia y, por ende, de las almas todas.

No será por no estar avisados, tanto a nivel personal como Eclesial. De entrada, por San Juan y, de él, a todos: almas e Institución.

Pero no es el único aviso, como es natural y lógico: los ha habido ya antes de él; y, por supuesto, también después: no ha cesado de ser una advertencia presente a lo largo de toda la Historia de la Iglesia.

Tan clásico que, en la Iglesia, se han convertido en Patrimonio Moral Perenne, presente en cualquier Manual de Teología Moral y en todos los tratados o manuales que tratan de Vida Espiritual o Vida Interior.

Ya digo: un auténtico clásico.

No es nada aventurado por tanto, pensar que, si la misma Institución Eclesial, más las distintas y diversas Instituciones Eclesiales hubiesen sido fieles a esta advertencia, ni una ni otras hubiesen sido masacradas por esta trilogía demoníaca.

Porque todo pivota sobre el Demonio: que se apoya en el Mundo -con sus máximas y halagos: es “el cebo", de calidad y resultados muy bien contrastados-, y en la Carne, con sus placeres; porque “a nadie amarga un dulce". Da la impresión, contrastada también, de ser el “premio” más a mano y, al parecer, el más demandado desde que el mundo es mundo, con diferencia. Por algo será.

Lo primero en lo que algunos de la Jerarquía de la Iglesia desbarrarron profundamente, arrogándose el “hacer y deshacer a su antojo", sin mirar a Cristo y obviando su Vida y Doctrina -es decir, sin DISCERNIR-, fue que se lanzó de cabeza al mundo. Y se mundanizó. Que estaba bien advertida! Pues nada…

La intención era buena, o así lo pareció: “entenderse” con el mundo; pues, decían los muñidores del “gato por liebre": “no nos entienden", “estamos alejados, como en un ‘mundo’ aparte", “no podemos seguir con que poseemos la Verdad"; todo así…

Por cierto: esta actitud, lejos de ser un acto de humildad, o un intento de servir a las almas y a las sociedades, fue un acto de profunda soberbia, en línea con el “seréis como dioses".

La traducción lineal es siempre pretender corregir a Dios: “Él está demasiado callado, demasiado alejado, parece que no escucha ni atiende… Ya vamos nosotros a remediarlo".  Y van, y la pringan.

Porque lo primero que hacen es despreciar lo que Él nos ha puesto entre las manos; como es lógico, viniendo de Él, con los divinos condicionantes que más nos sirven para vivir como hijos suyos en su Iglesia en medio del mundo: cuando hay que tirar de Fe, se tira de Fe. Y punto. Y hay que tirar siempre de Fe.

El problema fue que, con total evidencia, estaba mal valorada la apuesta; y aún peor resultó su puesta en práctica.

A los hechos y a los frutos me remito; porque ambos a dos son ilustrativos y demostrativos: tozudos y claros en sí mismos: “los datos son los datos".

Que estaba mal valorada es manifiesto: frente a las severas advertencias del mismo Jesucristo -ya antes de San Juan, como es claro-, sobre NO ser mundanos y, por el contrario, ser Sal, ser Levadura y ser la Luz del mundo, una parte de la Jerarquía, vendida al mundo -o sea: al Demonio-, pretendió “darle la vuelta a la tortilla". 

Y se la dió: con los poderosos a su alcance, y con todo su empeño personal, el tiempo jugaba a su favor: es más fácil corromper y destruir que sanar y edificar. Y pasó lo que pasó. Lo que vemos hoy hecho tristísima realidad.

San Pedro nos había dejado escrito para que nunca se nos olvidará que, cada uno debíamos ser: Quasi lucente luce in caliginoso loco: “Como una luz encendida en medio de un lugar tenebroso", a oscuras. Y, por ende, la Iglesia entera y verdadera.

Porque el mundo y la sociedad, sin Dios -sin su Iglesia, y sin los Católicos-, está a oscuras: con la oscuridad en las que mete el pecado a vidas y sociedades.

Porque se fueron asumiendo las coordenadas mundanas; empezando por aquello que tanto éxito le ha dado al Demonio: “Montarnos la vida ‘ut si Deus non daretur’: como si Dios no existiese…". Y desde entonces, así le va al mundo -o sea: al personal-, y a la Iglesia.

Ésta fue la Gran Apostasía desde la Iglesia, por mor de algundos sus Jerarcas: volverse al mundo desasiéndose del Señor. A partir de aquí todo vino rodado, como un alud incontenible, arrollador.

* Se desmanteló la Liturgia, empezando por la Santa Misa, y todo el Culto Eucarístico.

* Se cambiaron las traducciones de la Sagrada Escritura; y no sólo cambiando de sitio una coma, sino el sentido de párrafos enteros; cuando no, suprimiendolos de un plumazo.

* Dejó de ejercerse la vigilancia sobre la Disciplina de los Sacramentos; que ya se administran de cualquier manera, sin ton ni son. Con múltiples Sacrilegios a las espaldas de administradores y administrados. En una rutina cuasi blasfema por parte de la Jerarquía que mantiene este sistema.

* La Doctrina, inmutable en sí misma, se abrió a “novedades” mundanas, “más viejas que la tana” todas ellas; incluyendo herejías, día sí y día también. “Novedades” que no sólo desdibujan sino que desmantelan hasta los mismos contenidos de la Fe y de los Mandamientos.

* Pero, para poder llevar todo ésto a cabo, y como primera premisa, bastantes Miembros de la Jerarquía se desvirtuaron y mutaron en verdaderos “mercenarios", sin los que nada de lo anterior hubiese sido posible: no hubiese pasado de meros intentos, inútiles y vanos en sí mismos.

Pero, ya en/desde el mismo Concilio, se puso todo en marcha; y se fueron desmantelando, uno a uno, los grandes y necesarios pilares de la Santa Madre Iglesia. Hoy, en muchos sitios, puras ruinas ya.

Como pasó, por ejemplo y para escarmentar en cabeza ajena, con las Siete Iglesias del Apocalipsis, nombradas una por una, señalando también el por qué desaparecieron. Y habían sido fundadas por el mismo san Pablo!!!

Desde aquí, y con estas bases -amén otras más que podríamos haber señalado-, la Iglesia Católica se dió de bruces con el devastador huracán de los abandonos masivos de religiosos  y Sacerdotes, como primera “cosecha"; porque se desposeyó a sus actores, de sus coordenadas como tales: y se fueron.

En una segunda vuelta de tuerca, y ya desbocados, vino luego, en tantos de los que se quedaron y en los nuevos que se incorporaron, la locura y la tragedia de los abusos; de las mafias gays; de la acogida de todo género de personal, de pelajes y colores a cual más vistosos, etc., etc.

Simplemente, era cuestión de tiempo que todo ésto se desbordase, como un río fuera de madre. 

De este modo, con tiempo y leyes o recomendaciones “ad hoc", se fueron asentando en tantos sitios y en muchos personajes Eclesiales todas estas prácticas.

El que se empezase a saber de su existencia, y ya también ahora de su extensión, era sólo cuestión de tiempo.

Quedando claro que hay muchísima más gente implicada activamente de lo que ha trascendido, frente a la ocultación y opacidad oficiales.

El “humo de Satanás” ha derivado en el reinado de la Carne: único “servicio” que todavía parece que se presta en “buenas condiciones". 

Y así se han hecho manifiestas las obras de la Carne, como las denuncia San Pablo: lujuria, impureza, desenfreno, idolatría, supersticiones, enemistades, disputas, celos, iras, litigios, divisiones, partidismos, envidias, homicidios, borracheras, comilonas y cosas semejantes a éstas (Gal, 5, 19-21). Es decir: Corrupción a granel: barra libre.

Pero, no contento con esta clara denuncia respecto a la Carne y sus flecos, que son muchos, variados y devastadores -casi dan ganas de decir que del desenfreno de la Carne salen casi todos los males-, en el capítulo siguiente rematará:

No os engañéis: de Dios no se burla nadie. Pues lo que el hombre haya sembrado, eso mismo cosechará. Porque el que siembra en su propia carne, de la carne cosechará corrupción; pero el que siembra en el espíritu, del espíritu cosechará la vida eterna.

No parece que haya la más mínima rendija por donde escaparse o cómo ningunear tal denuncia, enraizada de Doctrina y de Vida Católica.

Por cierto: lo de San Pablo tiene permanente vigencia tanto por lo civil como por lo Eclesial.

Claro que, aquí, es mucho más devastador: no tanto por la extensión sino por la “calidad” de las personas implicadas. Y por sus efectos: la Condenación de tantos y tantos, empezando por los verdugos, en palabras del mismo Cristo.