«Señor, que vea!»
Domine, ut videam! Así acudía al Señor san Josemaria en la intimidad de su oración, siendo Sacerdote joven.
Llevaba en Madrid unos poquitos años -estando en sus comienzos como Sacerdote, había tenido que dejar Zaragoza por causas serias, ajenas a su voluntad-, y llevaba un tiempo sintiendo que el Señor le pedía algo, y NO sabía bien qué era.
Tan NO sabía que estuvo mirando y buscando qué había ya en la Iglesia: se resistía a fundar nada; porque NO venía a “renovar” nada en la Iglesia: la respetaba y la amaba demasiado para eso. En todo caso, ayudar a llevarla adelante, como buen hijo suyo.
Eso sí, rezaba incansable, siguiendo el consejo de san Pablo, Clama, me cesses!: Domine, ut videam! Señor, que vea!, repetía una y otra vez, aprovechando todas las oportunidades a su alcance, o creándolas ex profeso: Que vea eso que Tú quieres, y que yo no sé qué es. Y que se haga: Domine, ut sit!
Y el Dos de Octubre de 1928, estando a solas en la habitación que los Padres Paúles le habían adjudicado para que hiciese sus Ejercicios Espirituales, repasando unas cuartillas que había ido escribiendo en los últimos tiempos, y que NO le acababan de cuajar…, cuadraron, y “vio".
Era la expresión que siempre utilizó para referirse a este suceso, que no dudó fuese Sobrenatural.
Y se puso de rodillas; y adoró y agradeció. Al tiempo , sonaban las campanas de una iglesia cercana, Nuestra Señora de los Ángeles, que ya nunca dejó de oír.
(No se refiere a qué las oyese “material y constantemente” desde entonces, sino que siempre las recordaría; en primer lugar, de cara a la Virgen; en segundo lugar como recordatorio de la Vocación y Misión que Dios le había puesto entre las manos).
Así nos lo contó siempre. Sin variaciones de fuste. Quizá algún detalle, a la hora de hablarnos de lo que pasó entonces.
Y qué fue lo que vio, oyó y entendió? Lo que hasta ese momento -fueron años de espera en oración y trabajo sacerdotal-, NO había acabado de penetrar: que todos los hijos de Dios en su Iglesia en medio del mundo, por el único hecho del Bautismo, con Vocación única: la “llamada universal a la Santidad” -estamos llamados a ser Santos, según aquello de san Pablo: Ésta es la Voluntad de Dios, vuestra santificacion.-, y con una neta y definitoria Misión -el Apostolado y el Proselitismo Católicos, respondiendo al Mandato de Cristo: Id por todo el mundo-, vivido todo en “plenitud de Vocación": sin medias tintas, sin líos, con un compromiso que abarca TODA la vida personal del hijo de Dios; y sin acepción de personas: “de cien almas nos interesan las cien".
Y fundó el Opus Dei. Aquí, hoy y ahora, en ese preciso instante, “nació” el Opus Dei.
Y empezó su tarea apostólica, de cara a la “Obra de Dios” como la bautizó, con chicos, jóvenes universitarios y también de diferentes oficios, a los que con paciencia, con oración y con un ejemplo sacerdotal perfectamente nítido y excelso, les iba metiendo por caminos de Vida Interior y de afanes de una entrega total a Dios en medio del mundo: santificando su trabajo -el que fuese: estudiar, trabajar-; con una vida apostólica muy activa; con obras de caridad -atención de enfermos, catequesis-; con frecuencia de Sacramentos -muy en especial de la Confesión-, y una intensa Vida de oración.
Sin despreciar a nadie, pues TODOS somos hijos de Dios, y porque no hay más que una raza: la raza de los hijos de Dios: TODOS le hemos costado a Cristo hasta la última gota de su Sangre.
Y el milagro se hizo. Lo hizo el Señor; pues aunque “al principio, las almas se me escapaban de entre las manos como las anguilas", empezaron a venir las primeras Vocaciones.
Primero hombres; a partir de 1930 también las mujeres, en una separación total; pero unidos, hombres y mujeres en la persona y el gobierno del Fundador; y en 1943 también los Sacerdotes diocesanos.
Así hechó a andar el Opus Dei…, hasta hoy, extendido prácticamente por casi todo el mundo; y metido en una encrucijada nada fácil ni nada extraña: la misma que tiene planteada la Iglesia, pues a Ella pertenecemos. Y no pretendemos pertenecer a otra cosa, gracias a Dios.
La Iglesia está hecha unos zorros: es como “la casa de tócame Roque". Y no se le ve solución desde ese lado, desde dentro.
Le pasa lo mismo a la Sociedad civil: está sin recursos para regenerar nada y ponerse al servicio de la persona. En la Iglesia, dedicarse a llevarlas a Cristo y, desde Él, al Cielo.
No hay más solución, por lo civil y por lo Eclesial, que la Fidelidad al Señor, a su Doctrina, a la Fe: “el que crea se salvará, el que no crea se condenará". Y no hay más.
En Camino leemos: “Estas crisis mundiales son crisis de Santos". San Josemaria ‘esculpe’ lo Católico, lo cincela y lo graba a fuego en todas las almas que quieran dejar que su mirada se cruce con la del Señor.
Y, por lo que respecta estrictamente a la Iglesia, los verdaderos “reformadores” son los Santos.
Todos los demás que, dentro de Ella y “con la sartén por el mango", pretenden “reformar” lo que bien está, desmoronandándola poco a poco pero sin descanso, no hacen, efectivamente, más que liarse y liarla: es su “vocacioncita y su desgraciada misioncita": es el “hacer lío", que a saber qué significa; es la entronización, como sistema de gobierno y de enseñanza, de lo contradictorio en sí mismo; es el desprecio de la Palabra de Dios, sustituyéndola conscientemente, por las palabras de los hombres; es el “sacramentalismo", llevado al Sacrilegio sistemático; es “la persecución de los buenos", que tanto hicieron sufrir a nuestro Santo Fundador.
San Josemaria, que no pretendió nunca “reformar ” nada en la Iglesia: la vio, la ponderó y la amó siempre como Una, Santa, Católica y Apostólica, sin otra pretensión para él y para sus hijos. Sólo nos inculcó el “servir a la Iglesia como Ella quiere ser servida".
Y así vivió y así murió. Cómo dato biográfico, en 1970 fue a México, a ponerse a los pies de la Santísima Virgen de Guadalupe, para ofrecer su vida por la Iglesia.
Y Ésta, le aceptó el ofrecimiento: cinco años después, el 26 de junio de 1975, de modo repentino, después de saludar al Señor en el Sagrario, y decirle una palabra de cariño a la Virgen -venía de fuera de la Casa e hizo lo que tenía por costumbre: pasar por el Oratorio como lo primero-, se desplomó allí mismo.
Todo ese ofrecer su vida por la Iglesia, lo hace -los Santos tienen “la vista larga"-, cuando aún estaba recién acabado el Concilio, y los soplos “del espíritu” eran aún meras brisillas: las que luego se transformaron en devastadores huracanes. Y han arrasado.
La receta de nuestro Fundador es tan sencilla como eficaz; y, por supuesto, eminentemente práctica: “No hay más que una receta: Santidad personal".
Una Santidad que es Fidelidad: a Cristo, a su Iglesia, a su Doctrina, a sus Sacramentos, a los Superiores y Ordinarios en la medida de su personal Fidelidad: “el Buen Pastor va delante de sus ovejas".
Todo lo que no está en orden a todo ésto, porque necesariamente se opone - no cabe otra posibilidad-, es ahondar en el pozo, sin posibilidad de salir de ese estado de cosas.
Vamos a pedirle a Santa María que todos en la Iglesia seamos fieles: para no ser “infieles". Y lo mismo para todos los que somos de la Obra: que no pretendamos tampoco otra cosa: que miremos a Cristo, a la Virgen, a la Iglesia, al Opus Dei y a las almas todas, de continuo.
9 comentarios
+++++++++
Muchísimas gracias por tu testimonio. Magnífico. Así podrían contarlo miles y miles de gentes que son de la Obra, o lo fueron: el Señor te premiará tu Fidelidad.
Ricardo Rovira, gran amigo: estudiamos juntos en Roma.
Gracias por tus oraciones, a las que correspondo.
La Eucaristía es diferente, se celebra sin prisa, con mucha delicadeza y sensibilidad. Todos los días desde que ellos llegaron y facilitan la confesión, antes y durante la misa.
+++++++++
Perfecto. Y no lo digo porque sean de la Obra, sino porque hacen lo que deben.
Estoy aterrado de leer una y otra vez que en las Europas la Misa se suele celebrar a las apuradas. En mí país, que yo sepa, y siendo así que pasan tantas cosas, eso no pasa, gracias a Dios. Bueno, no en las Misas a las que yo asisto, al menos, aunque me da la impresión de que no son la única excepción.
Saludos cordiales.
Fue curioso porque ese sacerdote que en la homilia comenzó a elucubrar peligrosamente sobre el ecumenismo al acabar la homilia se equivocó y en vez de rezar el Credo rezo el "Yo confieso.....".Después de rezarlo reconoció haberse equivocado pero en vez de entonces rezar el Credo dijo abiertamente que Dios le perdonara por haberse confundido y que bueno daba un poco igual.
+++++++++
Claro: en relación con la Santa Misa nada importa, nada es importante en sí mismo, todo da igual...
Total: sólo es Jesucristo presente entre nosotros y que nos espera -venid a Mí-, para dársenos -tomad y comed, tomad y bebed-, y que le recibamos: es nuestro pasaporte para el Cielo.
Pero, cuántos Sacerdotes aún lo creen, y obran en consecuencia?
Dejar un comentario