"Ea. Matémosle, y será nuestra la heredad".
El corazón pervertido y corrompido por la codicia de los viñadores homicidas les lleva no sólo a engendrar tamaña iniquidad, sino a llevarla a cabo.
Y, como narra el mismo Señor: sacando fuera al hijo del dueño de la viña, el heredero legítimo, después de maltratarlo, se lo cargan. Lo asesinan con alevosía y saña. Y se lo dejan a los perros.
Nos lo enseña Jesucristo, nuestro Maestro y Salvador. No son, por tanto, ni de lejos, elucubraciones desorbitadas de ningún exagerado con cara de vinagre; y que, a mayores, no está con los tiempos que demanda la sociedad, gobernada por la kultur del “como si Dios no existiera”.
Por cierto, y por señalar: en la Iglesia, pasa exactamente lo mismo.
Lo que no saben estos homicidas es que con su perversidad están cumpliendo, sí o sí, con los Planes divinos: los mismos principales entre los judíos que le escuchan sacan la conclusión de que “lo dice por ellos". Y aciertan de pleno.
Otra cosa es que no hacen ni caso a la verdad que han descubierto a tenor de estas enseñanzas; que ya se ve que no son gratuitas, ni dichas al tun-tun: tienen una finalidad muy precisa: buscan que se conviertan, y se salven. Pero, para pillarla y dejarse ganar por la Gracia, hay que querer ser convertido, y mojarse personalmente: el que quiera entender, que entienda.
Porque El Señor Jesús, -es de sobra conocido-, hablando del Viernes Santo, asume su condena, injusta sobremanera; y declara contra todos, incluido Pedro: Yo, para ésto he venido. ¡Le puede su Amor por nosotros!
Porque, verdaderamente, nos amó hasta el fin, como lo afirma san Juan en su Evangelio, con total conocimiento de causa y en primera persona, pues lo tiene bien experimentado: no en balde es el “Apóstol amado”.
En/con la “iglesita, molona y guay", no sólo se repite la escena, sino que se asume como lo que debe hacer la tal, para acabar de arrumbar -con acoso y derribo-, a la Única y Verdadera Iglesia: la de siempre, la de Cristo, la que es Santa. Y, por lo mismo, la que Salva.
Todos los días, en los medios, hay ejemplos, a cual más tétrico, de lo que afirmo. Hoy mismo -sin ir más lejos, que podría-, leo: “El Cardenal Müller califica de ‘absurda’ la visita de los obispos alemanes a Roma para tratar de ‘negociar sobre la fe y la moral’“. Y están muy bien traídas sus palabras. En contra del sínodo alemán.
Declaracion, que sale al paso de esta información: “Obispos alemanes se reúnen con curiales en el Vaticano para superar los obstáculos al ‘camino sinodal’“.
Más esto otro sobre el mismo tema: “Obispo alemán ‘disidente’ pone en duda las bases del ‘camino sinodal’". Otro obispo que está francamente bien, precisamente porque se sale del dichoso “caminito” ese.
Sigo leyendo en la misma página de religión: Rico Pavés, obispo de Asidonia-Jerez: “Se ha producido una protestantización en algunos ámbitos del saber teológico”. Que no es el primero que lo denuncia: quizá sí en España.
Si a esto le sumas -todo en el mismo sitio, que conste-: “Francisco vuelve a cargar con los reacios a vacunarse frente al covid”. Sin olvidar, para finalizar el escrutinio que hoy viene completito, lo de: “Grandes esperanzas de un diaconado femenino entre las nuevas asesoras del Papa”.
¿Queda algo de la Iglesia Católica en este recorrido por una página de religión en España, en un sólo día? Estas noticias -dejando a salvo las que intentan salir contra lo que es el pan de cada día-, ¿no son la encarnación, miserable, de la parábola de los viñadores homicidas? Me da, que se le parece bastante.
Se quedan así, los tales -los imitadores de aquellos viñadores-, con la hechura de sus manos: como los idólatras con sus ídolos.
Pero así, a la Iglesia Católica ya no le queda ni el nombre: mucho menos su razón de ser; ni siquiera, lo que representa. Queda laminada. Desaparece, arrasada.
Pues bien: todo esto -y más que podríamos añadir-, lo asume Cristo, de modo que podríamos volver a su declaración, ya recogida unas líneas más arriba: Yo, para esto he venido. Señalando, sin lugar a dudas, que muere por nosotros, por nuestros pecados: los de todos, seamos clérigos, religiosos o laicos; estemos donde estemos en la escala eclesiástica.
Porque Jesucristo se entrega a la muerte, se abraza a la Cruz, se deja enclavar en Ella, después de su Coronación de espinas, de su Flagelación, y de su dolorosísimo Vía Crucis. Y cuenta también con los insultos, las burlas y los desprecios que soporta desde ahí.
Y todo, por una razón que no ha pasado desapercibida a los Santos: para que nos sea imposible no ver su Amor, hasta el extremo; que se convierte, por la fuerza de los hechos y por la piedad de las gentes, en la representación universal de Cristo, por encima de cualquier otra, con grandísima diferencia.
Él ha venido para “todo esto”. Sin escatimar ni uno sólo de sus dolores. Por eso, ahí, en el Crucifijo, nos espera. Tanto o más que en el Sagrario, que ya es decir. Y me explico.
No pretendo apear de la Doctrina y de la Fe la supremacía de la Eucaristía: la Iglesia vive de la Eucaristía. De hecho, los Sacerdotes nos ordenamos para la Eucaristía por encima de cualquier otra consideración, que “se confecciona” en la Santa Misa.
Jesucristo ESTÁ en las Sagradas Formas, se recibe en la Comunión, y se Reserva en el Sagrario para la Adoración de los fieles, y para la distribución de la Comunión fuera de la Misa; y poder ser llevada además a los enfermos, impedidos de asistir a Ella.
Dejando esto bien claro, el Crucifijo no pasa de ser, en su materialidad, una “representación” de la Crucifixión del Señor. Hechura de nuestras manos, sí; pero en respuesta a lo revelado y contenido en los Evangelios.
Y ahí, en el Crucifijo, para ese Viernes Santo en el que nos entrega su Vida Santa y Hermosa, donde triunfa sobre el pecado y la condenación eterna, es para lo que el Señor ha venido.
Y ahí nos espera. Necesariamente. Inequívocamente. Inexcusablemente: no hay cristianismo sin Cruz, como no hay Cristo sin Cruz. Como no hay Santos que no hayan sido, de un modo u otro: “los Santos de la Cruz".
Así los definió, con acierto y precisión, san Juan Pablo II, que de todo esto tenía una experiencia que, aún yendo más allá de la materialidad de lo que sufrió, la acogió y la encarnó en su propia alma, como uno de los signos más preciosos de su Pontificado.
De aquí nace aquello de “¡Santo subito!” de millones de personas en Roma.
Cuántos Santos han manifestado que, para ellos, el Crucifijo ha sido “su libro". Cuando un libro era ciertamente bastante más que un tesoro: y no se referían a nada material, como es obvio.
Pero esto lo vamos a dejar para un próximo post. Porque da para eso y más.
4 comentarios
Me parecía que, en las celebraciones y procesiones, se pedía perdón a Dios por lo sucedido y me sentía bien por eso.
Ahora me siento mal porque somos como eran entonces, que a pesar del Amor que Dios nos tiene, no le conocemos y le crucificamos, las procesiones no me parecen una penitencia sino la realidad que se pone en evidencia…
Enseñar la verdad es hoy una forma de maltrato.
Por otro lado, es importante no consentir. Por ejemplo, con los enemigos de la Cruz. Los que rechazan a Cristo como Salvador, o los que son panteístas, o los que no reconocen la Tradición Apostólica. Todas esas religiones son falsas. No hay que ir a orar con gente que cree en cualquier cosa como si tal.
Éso es consentir.
Hay que predicar y el que crea y se bautice se salvará.
Aprovecho para desearle una muy feliz Pascua de Resurrección.
Muchísimas gracias. Igualmente.
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