"Quedaremos pocos..., pero no importa". Pablo VI, 1968.
Son palabras del papa Pablo VI que, a la vuelta de los años, han tomado una actualidad quizá imposible de sospechar entonces por los que las oyeron, aunque no por el que las dijo, y precisamente porque las dijo: retratan perfectamente la realidad de la Iglesia Católica en el mundo occidental, el primer mundo: el que acogió como su fundamento la Fe católica, y el que la llevó al resto del planeta.
Lo cuenta Garrigues, por aquel entonces Embajador ante la Santa Sede, en una relación que envía personal y directamente -sin filtros-, al Jefe del Estado español, Francisco Franco.
Y lo recoje tal cual, don Luis Suárez, historiador, sabio y profundamente honrado, en su libro: Franco y la Iglesia. Libro que os recomiendo con vehemencia: ¡no podemos estar a oscuras de esta etapa de la Iglesia Católica en España y en el mundo!
El libro nos explica, “de pe a pa” y muy documentadamente desde sus mismas fuentes, todo lo que contemplamos a día de hoy. Que se fue fraguando, desde Roma, para APLICAR el “Concilio, Concilio, Concilio", como no podía ser de otra manera. En España, la cabeza fue Tarancón, además del Nuncio: Dadaglio.
Por estar minuciosamente explicado, lo está hasta la actitud actual de nuestros jerarcas eclesiásticos. Con las honrosas excepciones que entonces hubo -muchas, aunque acalladas una a una-, y las que aún hay -ya poquitas: que las uvas están verdes-: las únicas que aún encarnan aquel sentire cum Ecclesia! Las pocas que siguen hablando la Verdad de la Iglesia.
¡Hasta Pablo VI se daba cuenta del gran desastre que iba a suponer, especialmente en todo el mundo occidental -o sea, en lo nuclear de la Iglesia-, la “nueva línea” de la ya “nueva iglesia"! Pero… debió decirse que valía más que muriese un solo hombre -o un montón de naciones católicas: las que habían sido sus pilares, sus baluartes y sus embajadores-, y no que pereciese toda la Nación. O sea, la propia Iglesia Católica. Se supone.
Y actuó en consecuencia: dando las órdenes oportunas; moviendo los hilos adecuados; nombrando a las personas convenientes; hablando y/o relegando a las que se oponían, con razones de mucho peso a lo que desde Roma se proyectaba -en España, en Polonia, en Francia, en Alemania-; estando al tanto de lo que se iba cociendo, y de cómo progresaba la olla… Naturalmente, “profetizó": por algo era él el “Sumo Sacerdote” aquel año. Y a esto hemos llegado… que no es poco.
Por poner un poner: no tuvo el más mínimo inconveniente -si lo tuvo, no le hizo mucho caso-, de mandar que se viniese de Varsovia a Roma el mismísimo cardenal Wyszynski, que había opuesto, públicamente, una terrible y heroica resistencia al gobierno comunista polaco; hasta el punto de que más tarde, Juan Pablo II lo titularía: “mártir de la Fe". Y vino. Y se volvió… con el encargo de no hacer ruido.
Tampoco tuvo la más mínima palabra contra los eclesiásticos españoles que, a la sombra del Concordato y sus prebendas, se dedicaban más a la promoción de “la revolución” -comunista, violenta, masónica; en conventos, colegios eclesiásticos y parroquias, donde no podía entrar la policía gracias al Concordato-, contra el Gobierno español, que a su tarea específica como sacerdotes y/o religiosos. Y no eran uno ni dos.
Eran los “curas -y religiosos- contestarios", que a sí mismos se llamaban “progresistas", asumiendo con soltura y bien a gusto el calificativo que se daban a sí mismos los rojelios de toda camada y pelaje. Y muchos obispos lo estaban denunciando. ¡Como si callaran!
Tampoco escuchó -no aceptó- ni las opiniones del Embajador, ni las de muchos obispos españoles que estaban en contra. Su “decisión” estaba tomada, y nada ni nadie le iba a apartar de esa línea.
Frente a estas posturas y decisiones, ¿qué se podía hacer para no romper con la fidelidad a Roma y al Papa, señas de identidad católica, señas de identidad de España y de los españoles durante siglos?
La solución no era nada fácil. Porque no la había. O, en el mejor de los casos, cualquier “solución” era MALA: ¿callar? ¿plantarse?
Franco, al frente de su Gobierno, optó por callar. Y no consiguió absolutamente nada, excepto mantener incólume su conciencia: para él, su única aspiración verdadera. Pero, a su muerte, todo estaba mucho peor, en la Iglesia y en la misma España, que en 1968.
Pero “callar” no significaba, en absoluto, que no tuviese su personal visión, cien por cien católica, de la jugada vaticana, y de lo que iba a traer el CV II.
Copio de unas notas redactadas por Franco para su uso personal, como tenía por costumbre ante los grandes problemas, para mejor aquilatar las cosas:
“Su Santidad tiene una erronea información. / Consciente de los peligros que se derivan para la Iglesia y el Estado. / Pretender echar las culpas del desvío del pueblo. / Se está destruyendo la Fe de los buenos. / Yo apruebo la intencionalidad que tiene, pero es el estrago tan grande… / No se vuelven los que han perdido la Fe. / El hecho es que está pretendiendo desplazar el episcopado actual por otro de enemigos del Estado. / Solo pueden peligrar almas. / Solo se oye a nuestros enemigos. / Los prelados españoles enemigos de Roma”.
El contraste entre una visión católica, que quiere ser fiel a la Iglesia, y la otra, tomada en las alturas más altas de la Iglesia, es, simplemente, brutal. Y también muy escandalosa.
‘Todo esto venía -así lo explica Luis Suárez- porque, al convertirse la “democracia” en el sistema de gobierno que se estaba instalando en Europa, el catolicismo, al margen de cualquier preferencia, tenía que acomodarse a esta forma de regir los pueblos. No se trataba de ninguna preferencia o compromiso, sino de ajustarse a una nueva situación sin quedarse al margen de ella’.
Era una opción de “mera conveniencia"… “humana", una opción “política", strictu sensu: sin ningún fundamento doctrinal, mucho menos teológico, que condujese a tomarla. Se hizo, y punto.
Bueno, y punto y seguido; porque lo que ha seguido ha sido catastrófico. Primero, para la propia Iglesia: era la que más tenía que perder, y la única y la que más ha perdido. El resto de los protagonistas -los materialismos ateos, los gobiernos ateos, las leyes ateas, los políticos ateos…-, todos han ganado. Muchísimo. Como nunca hubiesen soñado.
Y se han adueñado de todo el espectro cultural, social, moral y cívico; lugares donde a la Iglesia Católica, quitando el paréntesis de san Juan Pablo II y de Benedicto XVI, en el que gozó de un prestigio mundial, desconocido hasta entonces, ni está ni se la espera. Como al papa Benedicto, la han echado a patadas.
Los enemigos de la Iglesia se han quedado sin contrincante: tienen todo el campo para ellos. Enfrente no hay ya nadie -o casi nadie-, que intente defender a Cristo y, en consecuencia, a la persona, a la familia y a todos los valores que de ahi se derivan, o hacia allí deben confluir. Ni “con la boca pequeña".
Una boca que ni siquiera Mons. Escribano se ha dignado abrir, después de su “columpiada” de hace unos días. Nada “católica", por cierto. Aunque él sí sea obispo católico. O se supone… Como tampoco han dicho esta boca es mía los demás compis: ellos sabrán por qué y para qué. Nosotros, rotundamente NO.
25 comentarios
Quizá Dios permita estas cosas para que no pongamos tanta confianza en el Papa, que no deja de ser un hombre.
Tenemos aca a un autentico autodemoledor.
Es cierto que Pablo VI hizo dos cosas extraordinarias: la primera nombrar oficialmente a Nuestra Señora “Madre de la Iglesia” el 21 de noviembre de 1964, al concluir la tercera sesión del Concilio, con el enfado de aquellos modernistas que lo mangoneaban. Y la segunda la publicación de la Humanae Vitae, oponiéndose a los anticonceptivos, cuya mala acogida dentro y fuera de la Iglesia hizo que el hombre se enfadara y no volviera a escribir ninguna otra Encíclica.
Pero Pablo VI fue también el gobernante que condujo a la Iglesia a su autodemolición. Los ejemplos son numerosos, dentro y fuera de España. El primero las facilidades que dió para que decenas de miles de consagrados abandonasen su vocación al establecer que se les concediera automáticamente la dispensa a todo el que la pidiera.
Luego la casi destrucción de la Liturgia, sustituyendo la Misa tridentina de S. Pio V —que llegó a prohibir salvo a los sacerdotes ancianos— por el Novus Ordo. A esto hay que añadir la deserción en masa del laicado ante la nueva Misa. El hombre ponía carita de pena cuando contaba la tristeza que sentía ante la supresión del latín y el canto gregoriano en la Liturgia, como si fuera un caminante que pasaba por allí y nada tuviera que ver con el desaguisado. Quien necesite la fuente de esto que digo, que me lo haga saber y se la doy ipso facto.
Luego su obsesión por el ecumenismo y los “hermanos separados”, que es como ahora se llama a herejes y cismáticos —posiblemente la razón de fondo para la nueva Misa— y su cambio de concepto, que pasa de la tradicional apertura de la Iglesia a cristianos no católicos y paganos que mostrasen interés en la doctrina católica, por el cambio al diálogo interreligioso, en el que todas las religiones son iguales y resulta innecesario el proselitismo hacia dentro de la Iglesia.
Después el tema político de empeñarse en crear y promover el partido de la Democracia Cristiana en Italia, como único partido al que debían pertenecer los católicos italianos, con el motivo de luchar contra el crecimiento de los partidos marxistas, cuando luego este partido supuestamente cristiano acabó tanto o más corrompido que los partidos comunista y socialista que pretendía combatir.
La solución —inexistente— que dió Pablo VI al catecismo holandés, un engendro herético publicado en 1966 que causó estragos entre los fieles del Benelux, Francia y Alemania, es otro ejemplo de la pasividad del Pontífice. Ante las quejas de varios católicos holandeses, Pablo VI nombró una comisión de cardenales para que examinaran el citado catecismo. Los cardenales lo encontraron desastroso y publicaron los puntos que debían corregirse, suprimirse o añadirse. Pero Pablo VI ya no hizo nada. Ni ordenó la retirada del engendro, ni ordenó sancionar a los autores, no siquiera ordenó apartarlos de la enseñanza católica.
Pablo VI, como su predecesor, perteneciendo al servicio diplomático de la Santa Sede, fueron sin duda buenos subordinados. Pero cuando les tocó mandar no supieron hacerlo, posiblemente por su falta de carácter y de la necesaria mala leche que debe acompañar a todo gobernante, aunque sea para decir que NO cuando hay que decir que NO. Por ello, toda esa prisa que he podido apreciar en santificar el Vaticano II junto con sus dos principales protagonistas, me resulta tan peculiar como peculiar me parece el Pontífice actual que así ha querido las cosas.
La apuesta por la Democracia Cristiana que en Italia sirvió para ir tirando hasta Tangentópolis, en España no funcionó. No tuvieron ni un solo diputado los Gil Robles y compañía, sólo los que se unieron a UCD.
En cuanto a este Papa, se le interpreta malintencionadamente: cuando habla de las conejas, de la Pachamama, de Lutero, de los amores de Letizia, de la maligna conquista española de América y de Tutti Frutti. Sólo los reaccionarios y cavernícolas no entienden que todo producirá una nueva primavera de la Iglesia.
A mí me repescó San Juan Pablo II y Francisco, me aleja, me aleja ...
Lucho: Pablo VI ratificó los documentos del Concilio Vaticano II, algunos de los cuales -"Dignitatis Humanae" y "Nostra Aetate", sobre todo- contienen puntos heterodoxos en tanto que contradicen el magisterio perenne de la Iglesia.
1. Unitatis Redintegratio – el decreto sobre el ecumenismo
2. Orientalium Ecclesiarum – el decreto sobre las Iglesias católicas de Oriente
3. Lumen Gentium – la constitución “dogmática” sobre la Iglesia
4. Dignitatis Humanae – la declaración sobre la libertad religiosa
5. Ad Gentes – el decreto sobre la actividad misionera
6. Nostra Aetate – el decreto sobre las religiones no cristianas
7. Gaudium et Spes – la constitución sobre la Iglesia en el mundo moderno
8. Sacrosanctum Concilium – la constitución sobre la sagrada liturgia
Lo que quise decir en el texto en que me citas es que ninguno de esos documentos se debió a la mente de Pablo VI, el cual firmó lo que le pusieron a la vista tras consultar su contenido con los autores o el secretario de la comisión que los redactó. En algún caso, como el último decreto sobre la sagrada liturgia, un cardenal “de los buenos” —Mons. Ottaviani— pudo avisar al Pontífice del bodrio anticatólico que presentó Mons Bugnini, encargado de redactar el Novus Ordo de la Misa; un proyecto totalmente protestantizado sobre la “Cena del Señor” en el que se suprimían partes importantes del canon romano y, en la práctica, quedaba sin consagración. Pero el Pontífice rechazó el proyecto de Bugnini y lo devolvió. Al final, terminó aceptando el proyecto de Nueva Misa que conocemos hoy, con algunos abusos posteriores debidos a la brasa que le daban los cardenales modernistas, como autorizar la comunión en la mano y algún otro. Desgraciadamente, Pablo VI no sabía decir que NO.
En todo caso, y salvo este incidente con Bugnini, considero que las novedades que introdujo el Concilio, pese a contradecir aspectos de la doctrina perenne de la Iglesia, no son heterodoxas, esto es, heréticas. Ciertamente, contienen afirmaciones inexactas, otras peligrosas, todas generadoras de bombas de tiempo que han venido explotando en la Iglesia en los últimos 55 años desde la terminación del Concilio. Pero ninguna de esas peligrosas inexactitudes y novedades, aunque causaron un cataclismo sin precedentes en la Iglesia y hay culpables de ese desastre —unos en grado doloso como los modernistas, y otros en grado imprudente o negligente—, ninguna, repito, puedo decir que vayan contra la moral o ningún dogma reconocido en nuestra Santa Iglesia.
Hermenegildo, no quiero convencerte de nada con el “cilindro” que te estoy haciendo leer, pero he querido explicar porqué considero que Pablo VI no fue ningún heterodoxo y que nunca parió nada contra la doctrina católica. A Pablo VI lo engañaron, como nos engañaron a todos. Al fin y al cabo, los modernistas siempre han tenido un jefe muy especial, lucifer con minúsculas, un puerco negro especialista en llevarnos al huerto a través del engaño y a quien sólo Nuestra Madre Bendita ha podido dejarle atrás como la criatura más inteligente de la Creación.
PD/ Don Jose Luis, siento haber invadido de nuevo su Blog con una perorata tan larga. Gracias mil por su hospitalidad.
Que el error no tiene derechos es una enseñanza que pertenece al depósito de la fe y el concepto de libertad religiosa del Concilio contradice la doctrina segura y firme de León XIII en "Libertas Praestantissimum". Por tanto, las enseñanzas conciliares (y de Pablo VI) en estas materias son claramente heterodoxas, aunque no constituyan herejía en sentido estricto.
Quien responde de todas las almas pérdidas por dejadez????
El arrianismo, el Cisma de Oriente, el Cisma de Occidente, la Reforma protestante, nacen en la Iglesia , pero se apartan o son apartados de su seno
Sin embargo, el modernismo católico y el catocomunismo se han quedado dentro.
Así no podemos seguir.
Saludos cordiales.
GRACIAS Padre José Luis.
Quienes conocimos a Franco podemos dar gracias a Dios de haber vivido un tiempo en cristiano, más bien en católico. Gracias padre por recordarnos en su articulo la bonhomía del Caudillo.
No estoy de acuerdo en lo de que Pablo VI fuera inocente ni en el desarrollo de las sesiones del Concilio, durante las cuales favoreció de forma descarada al ala progresista, haciendo prevalecer sistemáticamente sus opciones, ni en los nombramientos que hizo, muchos de los cuales eran conocidos masones como Bugnini (y Pablo VI conocía bien ese mundo) como que fue simplemente inactivo. Cuando le intereso supo ser activo y de una voluntad férrea. Para quien le pueda interesar, está el libro de Ralph Wilthem “El Rin desemboca en el Tiber” y varios escritos del padre don Luigi Villa entre otros.
Existen muchos puntos oscuros en el pontificado y en la vida de Pablo VI que siguen sin resolver. Y que ponen un interrogante sobre su beatificación y canonización recientes.
Los que estén interesados en leer el libro recomendado por el P. Abarasturi, "Franco y la Iglesia" lo pueden encontrar en formato pdf a través de Google poniendo el título del libro y concretamente en la página: tresw(punto)maalla(punto)es.
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