La obligación de matar. Por ley, oiga.
“Los experimentos, con gaseosa” era una frase muy socorrida -por prudente-, pues ponía en guardia contra el feo vicio -la tentación- de abrir la caja de Pandora, con las consecuenicas que trae; con el sobreañadido de lo difícil que es luego cerrarla, sellarla, para después limpiar y recomponer todo lo que ha arrasado.
La ingeniería social; las nuevas “morales"; la “ética de conveniencia"; la “nueva pastoral, misericordiosa a tope"; la banalidad de lo sexual; la decostrucción de la persona; la corrupción como sistema político de casta, instaurado, patentado y blindado; la corrupción de menores por “ley"; la educación en los antivalores antipersona; etc., etc., tienen estas cosas: se convierten en una caja de Pandora aterradora e infernal por inhumana. Y luego es muy difícil dar marcha atrás. Lo vemos en la sociedad civil manejada por los poderes públicos, y lo vemos en la Iglesia, a la que se pretende manejar con los mismos “criterios” imperantes en la sociedad civil.
Vamos a explicarlo un poquito más, con algún ejemplo de actualidad.
El último horror -por ahora- lo tenemos en Bélgica, un país masónico: no hay que olvidarlo. Y un país donde la masonería europea -que es, prácticamente, como decir la masonería mundial, la que corta el bacalao-, tiene su campo de tiro, de entrenamiento y de pruebas, no contenta con el aborto -se les ha quedado pequeño el tema de millones de muertos-, ha implantado la eutanasia a gogó: para niños, para infantes, para jóvenes, para mayores, para ancianos…, para todo bicho (humano) viviente: menos para los pichones de torcaces ciudadanas, que abundan y cagan como lo que son; pero como solo son animalitos, están a salvo de los masones belgas. Y promulgan las leyes correspondientes: que no se cortan un pelo, oigan.
Pero claro, como alguien tiene que aplicar la eutanasia, y como se temen que todavía quedan belgas -pocos, pero quedan- que no están de acuerdo, sacan una ley para OBLIGAR A EUTANASIAR. Y así cerramos y amarramos el círculo de la perversión moral.
Se ha pasado de presentar el aborto como “una respuesta al sufrimiento de tantas mujeres”, y como “el modo de acabar con los abortos clandestinos", tan peligrosos para la mamá, a tratarlo y elevarlo a la categoría de DERECHO: “nosotras parimos, nosotras decidimos", y derecho a la “salud reproductiva y sexual de la mujer". Y lo mismo ha pasado con la eutanasia: del “pobrecitos, cómo sufren", y hay que “ayudarles", al DERECHO a una “muerte digna". Y lo mismo en otros temas.
En estos contextos de positivismo jurídico, de voluntarismo legislativo, de crueldad e inhumanidad institucionalizada, ¿que significa DERECHO? Pues ya no es “lo que se me debe en justicia", reclamar “lo que me corresponde como persona” y, por tanto, como “sujeto de derechos que son anteriores al Estado” y que éste debe custodiar y ayudarme en mi favor. Para nada.
“Derecho” es ahora lo que el Estado me concede porque sí, como concesión graciosa y desde arriba, de tal manera que puedo ejercerlo sin ser perseguido por las leyes que lo prohibían hasta ahora. Así es como se pasa del supuesto “derecho” -más falso que Judas, porque ninguna instancia ética lo justifica- a la OBLIGACIÓN DE HACER EL MAL: MATAR, en estos casos. Y si no te sometes a la “ley” -injusta y que genera injusticias irreprables: de la muerte no hay retorno-, y no matas, tú te haces antisistema, tú te haces sospechoso, se te va a perseguir a tí… porque tú eres el “criminal” al no dar “acogida” y “solución” al “derecho” del otro.
En la Iglesia va a pasar -está pasando- lo mismo. Del supuesto, gratuito y sobrevalorado “sufrimiento” de tantos -"por culpa de las leyes, inhumanas, excesivamente exigentes de la misma Iglesia: “dura es esta ley, ¿quién puede cumplirla?"- se va a pasar al DERECHO a comulgar en pecado mortal, a mantener una segunda unión marital fuera de texto y contexto, se van a admitir las relaciones homosexs, lesbis, bi, tri, cuatri…, se van a reivindicar, reponer y acoger misericordiosamente a los “curas” casados -que, por cierto, ya no son curas-, y tantos desmanes que no tienen más fundamento, aparte el sentimentalismo patológico de algunos, que el “esto lo arreglo yo de un plumazo y ahora mismo".
Es un desastre. Pero está al caer, si Dios no lo remedia, y si nosotros no nos ponemos a rezar como locos: porque nos va la vida en ello: la nuestra y la de los demás, incluida la vida de la misma Iglesia.
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Y claro: ¿Qué es mas digno de misericordiosa compasión: Que el pobre pecador -divorciado y vuelto a casar- quede en el entredicho de verse y no verse dentro de la Iglesia: O echar a Dios a los cerdos?
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