La primera verdad de la Iglesia es el Amor de Cristo
“La primera verdad de la Iglesia es el Amor de Cristo". Así nos ha escrito -"a cuantos lean esta carta"- el papa Francisco en la Bula -Misericordiae vultus- con la que convoca, en la Iglesia, el Jubileo Extraordinario de la Misericordia, que comenzará el ya muy próximo 8 de diciembre, Solemnidad de la Inmaculada Concepción de María: la Inmaculada.
“La primera verdad de la Iglesia". Es decir: la verdad fundante y fundadora de la Iglesia, del hombre y del mundo. ¿Por qué? Porque “Dios es Amor” (1 Jn 4, 8) -así se nos ha revelado Él mismo- y ese Amor lo ha hecho todo: la creación del hombre, la creación del mundo para el hombre -"para que lo guardara y lo custodiara"- y la “creación” y entrega de la Iglesia al servicio del hombre: porque, como nos confirmó san Juan Pablo II, “el hombre es el lugar de la Iglesia".
Sí. Jesucristo es la verdad visible y real -el “rostro"- del Amor que Dios Padre nos tiene: "Tanto amó Dios al mundo [nosotros los hombres, sus hijos] que nos entregó a su propio Hijo". Y Éste, Jesús, se nos entregó a sí mismo y nos amó “hasta el extremo", hasta el punto de entregar por nosotros, a nuestro favor, hasta la última gota de su Sangre redentora.
De ese costado abierto de Cristo en la Cruz, del que “manó sangre y agua", nació la Iglesia, que no ha dejado de derramar sobre todos nosotros, sobre cada una de las generaciones de los hombres desde Cristo, los dones y las gracias que no han cesado de emanar de ese Corazón abierto, del que brotan “infinitos tesoros de Amor".
Esta es, por tanto la “misericordia” que Dios nos tiene. No puede sufrir el vernos perdidos -"como ovejas sin pastor"-, hambrientos y sedientos, y a merced de las fieras y de los mercenarios -"que son salteadores, y que no vienen sino a hacer estragos, a robar y matar"-…, y quedarse impasible, frío, distante.
Al contrario. Nuestro Señor, que es un Dios cercano -es nuestro Padre-, se ha sentido -y se siente- tan concernido, tan vitalmente implicado, que, como hemos dicho, “no paró” hasta enviarnos a su propio Hijo, “el cual, se hizo obediente hasta la muerte, y muerte de Cruz". Y así está desde entonces en su Iglesia, actualizando ese Sacrificio y esa Presencia -"verdadera, real y sustancialmente presente", enseña el Catecismo- en cada una de las Misas que se dicen en todo el mundo, y en cada uno de los Sagrarios que pueblan la tierra.
Porque el Amor que Dios nos tiene, por mucho que se empeñen unos cuantos, ni puede ser ocultado, ni puede ser acallado, ni puede ser negado: la misma realidad se encarga de mostrarlo en su Iglesia, en los corazones de tantas almas, en la santidad de tantas vidas, en la caridad visible de la Iglesia Católica y de los Católicos, incluido el martirio: también los hijos de Dios -por serlo- saben amar “hasta el extremo". Como Cristo, el Hijo de Dios vivo.
En conclusión: ni el rostro de Dios, ni el rostro de su Iglesia, que nos ama con el mismo amor misericordioso de Dios Padre, ni son únicamente, ni tienen como único ni primer horizonte, las obras materiales de caridad, por mucho que, desde siempre, las haya vivido la Santa Madre Iglesia: desde el minuto uno de su existencia, con la “atención de las mesas".
Ese “rostro de la misericordia” es el de una Persona, porque ES una Persona: Jesucristo. Y por eso, nuestra vida, o es cristiana -o tiene a Cristo como motivo, como principio y como fin: “ingertados en Cristo", dirá san Pablo- o no será nada que valga la pena, ni nada que realice y llene plenamente, ni nada que “salte hasta la vida eterna”, por mucha filantropía que pueda uno derrochar. Filantropía, por cierto, que estará muy bien, pero que no es Caridad.
Cristo es Dios, no un filántropo ecologista que se enternece con un perrito abandonado, con una gatita que amamanta a unos pollitos, que se indigna con los zorros y las martas de las granjas peleteras…, y no tiene ni una sola palabra para los miles y millones de niños abortados, para los niños “dados” en adopción a parejas gays y homosexs, para los niños pervertidos sexualmente desde las escuelas, etc.
Cristo es Dios. Y la Iglesia es de Cristo porque “es” Cristo para todo el que quiera acoger y responder al Amor que nos tiene, y que se nos ha dado.
2 comentarios
Pues sí quien no ama a Jesús más que a su padre o a su madre; más que a sus hijos, esposa ; hermanos o hermanas; ricos o pobres; Y TODO LO QUE ES MEDIO AMBIENTE ESPACIAL TERRENAL EN ESTA UNIVERSAL BÓBEDA TEMPORAL no es digno de Él´-
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