15.09.18

Anatomía del Combate Espiritual

¿Cómo no ver la garra del demonio, cómo no sentir su hedor, allí donde el orden de las cosas se pervierte hasta convertirse en caricatura que hace la guerra al propósito original de Dios? Suframos juntos la siguiente lista y entendamos la clase de combate en que estamos:

1. Que el vientre femenino, manantial de vida, se convierta, a través del aborto, en una cámara de tortura y luego ejecución de seres humanos inocentes: algo peor que cualquier basurero o cementerio.

2. Que luego el CRIMEN del aborto se vuelva LEY, y que después otra ley castigue a quienes quieren impedir o incluso disminuir la frecuencia de ese crimen.

3. Que algunos de los primeros encargados en predicar la conversión y la santidad, esto es, los sacerdotes, sean en cambio primeros en corromper a menores de edad indefensos.

4. Que las comunidades religiosas traicionen sus propios carismas, de modo que quienes debieran brillar en una determinada virtud se destaquen exactamente por el vicio opuesto.

5. Que la liturgia, cumbre del honor que el hombre puede tributar a Dios, se convierta en lugar de exhibición y egolatría para el ser humano, de espaldas a Dios.

6. Que se pongan barreras físicas o químicas a la unión íntima entre el hombre y la mujer, y luego ellos digan que están haciendo el amor, cuyo fruto es unión, mientras marcan su mutua distancia.

7. Que las mujeres digan, como si nada, que se están “cuidando” cuando tienen sexo deliberadamente estéril. “Cuidarse” solo puede significar ahí: cuidarse de un enemigo/problema/intruso llamado “hijo.” ¡Madres que ya rechazan a los hijos que no han tenido!

8. Que haya quienes para evangelizar al mundo se acercan tanto a él que al final el mundo los “evangeliza” a ellos, con lo cual algunos clérigos muy destacados se convierten en acérrimos enemigos de la Iglesia a la que supuestamente servían.

9. Que haya seminarios en donde algunos pierden su fe, en medio de escándalos; mientras que algunas casas de formación de religiosos o religiosas sean lugar de deformación moral.

10. Que en tantas ocasiones el mal cuente con profesionales dedicados y el bien solo tenga aficionados inconstantes.

¿Qué decir? Tiempo este nuestro para orar, y para meditar Efesios 6,10-20.

30.08.18

Carta abierta a / Open letter to / James Martin, SJ

[Original English version below]

James Martin, SJ:

Usted puede decir lo que dice porque está donde está. Y Usted está donde está porque hay poderosos prelados que le brindan ilimitado apoyo y le han promocionado una y otra vez. Sin embargo, ellos no estarán para siempre ni su apoyo durará para siempre.

En el momento apropiado, según la providencia de Dios, la verdad brillará fuerte y la genuina misericordia se ofrecerá de nuevo. Misericordia no es aprender a vivir al lado del pecado sino vencer al pecado mediante el arrepentimiento y la conversión, como San Ignacio enseñó muy bien.

Porque un pecado es un pecado, con toda el azúcar que se le eche encima, o bajo capas y capas de retórica bien elaborada. Y cada pecador merece ser guiado a la plena luz del Evangelio, sin importar cuán fuera de su alcance pueda parecerle al principio.

James: muchos de nosotros estamos rezando por Usted.


James Martin, SJ, es uno de los más visibles promotres del lobby LGBTI dentro de la Iglesia Católica. Ver aquí por ejemplo.


[English version:]

@JamesMartinSJ, You can say what you say because you are where you are. And you are where you are because powerful prelates give you limitless support and keep promoting you. Yet they will not be forever nor will their support last forever.

At the proper time, in accordance with God’s providence, truth will shine strong and true mercy will be offered anew: It’s not about learning to live side by side with sin but overcoming sin through repentance and conversion, as St. Ignatius taught so well.

For a sin is a sin, even under many coats of sugar and layers upon layers of well-crafted rethoric. And every sinner deserves to be guided to the full light of the Gospel no matter how out of reach it may look like at the beginning. James, many of us are praying for you.


James Martin, SJ is a most vocal promotor of the LGBTI lobby within the Roman Catholic Church.

24.08.18

Con motivo del Encuentro de Familias en Dublín

Si yo no viera a Cristo bebiendo su cáliz no tendría fuerzas para beber el mío ni para entender que, por su piedad, en realidad bebemos del mismo.

¡Cómo sangras por los golpes que te dan los de fuera! Eso ya se sabía. Pero, ¿cómo entender que te apartes del agua limpia de tu Esposo y Señor, y prefieras lavarte con agua inmunda, la que te da el mundo, con la falsa promesa de hacer caso a tus voces?

Tan grave es tu enfermedad que no quieres enterarte de que estás enferma. Caen sobre ti las palabras de Isaías: ahora quieres llamar bien al mal, y por fuerza terminas entonces llamando mal al bien.

Pero Dios no te ha desechado. Los que hoy te drogan con doctrinas que niegan el pecado, y así oscurecen la salvación, no tendrán la voz para siempre. No importa si veo la victoria en el breve espacio de mi vida terrena. Sé que un día con estos ojos la veré.

#MeDuelesIglesia

13.08.18

Cinco cosas en que era mejor el medio académico medieval

1. Capacidad de debate abierto

Las universidades medievales permitían las disputas abiertas y públicas, con reglas de juego bastante equilibradas, y con un lenguaje claro, en el sentido de: poca diplomacia y un esfuerzo consciente de llamar cada cosa por su nombre. Ejemplo típico es la postura del sacerdote diocesano que escribe una obra argumentando por qué es contrario a la Iglesia el surgimiento y el lugar nuevo que han adquirido las Órdenes Mendicantes. Santo Tomás le da una respuesta amplia, clara, dura y sin embargo respetuosa. Es una de sus varias obras que empiezan con la palabra “contra": todo el mundo sabía a qué se oponía y todos querían saber qué daba como argumento de por qué se oponía.

Por contraste, la mayoría de los centros actuales, especialmente en humanidades, sufren de algo parecido al culto a la personalidad y la mentalidad gregaria. Lo primero significa que los encuentros académicos suelen tener largas presentaciones llenas de títulos y listas de grandes logros de sus conferencistas o ponentes, de modo que las disputas abiertas y los desacuerdos francos son bastante raros.

La situación es todavía peor allí donde todo desacuerdo se toma como una “ofensa.” Ahora resulta que contradecir a un abortista es ofender a las mujeres. Cuestionar el orgullo gay es automáticamente ser homofóbico. Al final resulta que el único lenguaje aceptable debe dulcificarse, castrarse y autocensurarse hasta el punto de la irrelevancia y la complicidad. Además, poco a poco se nos inculca la idea de que las grandes personalidades, sea por sus escritos, por su presencia en los medios o por sus obras sociales, son particularmente “intocables” y por ello puedo decir, por experiencia directa, que rara vez o nunca ve uno que un estudiante se atreva a hacer un cuestionamiento de fondo a una de tales personalidades. Súmese a esto que la mayor parte de los estudiantes actuales tienen serias dificultades para seguir un razonamiento, prefiriendo más bien los carriles cómodos del prejuicio, en uno u otro sentido, o el seguir pasivamente la opinión de la mayoría.

Mentalidad “gregaria” quiere decir que los profesores de una misma facultad, o de una misma corriente, institución o escuela de pensamiento, procuran defenderse unos a otros. En otros tiempos yo mismo vi que si algún profesor iba a ser cuestionado por “Roma” de inmediato se aplicaba la lógica de los mosqueteros: “uno para todos y todos para uno.” Por supuesto una consecuencia de ello es que la capacidad de autocrítica desciende a niveles ridículos, mientras, a la par, se favorece un estilo de trabajo tipo “lobby.”

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4.08.18

¿Ha muerto la pena de muerte?

Propósito

El presente artículo quiere responder solamente una pregunta, y luego presentar algunas de las consecuencias que de su respuesta se derivan. Soy consciente de que, también entre mis buenos amigos católicos, hay diversas opiniones al respecto, y por eso también sé que la mía es eso: una opinión más, para la que desde luego ofrezco razones.

La pregunta fundamental

¿La modificación del n. 2267 del Catecismo, autorizada por el Papa Francisco en días recientes, implica la afirmación de que la pena de muerte es intrínsecamente mala?

Aclaración

Si algo es “intrínsecamente” malo, quiere decir, que lo es por sí mismo, y por consiguiente, siempre, en todas partes, realizado por cualquier sujeto y bajo cualesquiera circunstancias. Así por ejemplo, es doctrina de la Iglesia que blasfemar es intrínsecamente malo.

Respuesta breve

La reciente modificación no implica afirmar que la pena de muerte sea intrínsecamente mala. Esta es la tesis del presente artículo.

Fuente documental

Rescripto oficial de la Santa Sede, que dice en su original en latín:

2267. Quod auctoritas legitima, processu ordinario peracto, recurrere posset ad poenam mortis, diu habitum est utpote responsum nonnullorum delictorum gravitati aptum instrumentumque idoneum, quamvis extremum, ad bonum commune tuendum.

His autem temporibus magis magisque agnoscitur dignitatem personae nullius amitti posse, nec quidem illius qui scelera fecit gravissima. Novus insuper sanctionis poenalis sensus, quoad Statum attinet, magis in dies percipitur. Denique rationes efficientioris custodiae excogitatae sunt quae in tuto collocent debitam civium defensionem, verum nullo modo imminuant reorum potestatem sui ipsius redimendi.

Quapropter Ecclesia, sub Evangelii luce, docet “poenam capitalem non posse admitti quippe quae repugnet inviolabili personae humanae dignitati”[1] atque Ipsa devovet se eidemque per omnem orbem abolendae.

La traducción oficial al español, según la misma referencia, es esta:

2267. Durante mucho tiempo el recurso a la pena de muerte por parte de la autoridad legítima, después de un debido proceso, fue considerado una respuesta apropiada a la gravedad de algunos delitos y un medio admisible, aunque extremo, para la tutela del bien común.

Hoy está cada vez más viva la conciencia de que la dignidad de la persona no se pierde ni siquiera después de haber cometido crímenes muy graves. Además, se ha extendido una nueva comprensión acerca del sentido de las sanciones penales por parte del Estado. En fin, se han implementado sistemas de detención más eficaces, que garantizan la necesaria defensa de los ciudadanos, pero que, al mismo tiempo, no le quitan al reo la posibilidad de redimirse definitivamente.

Por tanto la Iglesia enseña, a la luz del Evangelio, que «la pena de muerte es inadmisible, porque atenta contra la inviolabilidad y la dignidad de la persona»[1], y se compromete con determinación a su abolición en todo el mundo.

La cita mencionada en [1] es del Discurso del Santo Padre Francisco con motivo del XXV Aniversario del Catecismo de la Iglesia Católica, 11 de octubre de 2017: L’Osservatore Romano, 13 de octubre de 2017, 5.

Fuente documental secundaria

La Congregación para la Doctrina de la Fe, autora primera del nuevo texto, ofrece una argumentación sobre el cambio de texto mencionado en una Carta a los Obispos. El texto en español puede consultarse aquí. La idea fundamental en esa argumentación es que ha habido un desarrollo teológico y pastoral que conduce hacia la reacción nueva del número 2267. Un pasaje importante de la Carta dice:

En este desarrollo, es de gran importancia la enseñanza de la Carta Encíclica Evangelium vitae de Juan Pablo II. El Santo Padre enumeraba entre los signos de esperanza de una nueva civilización de la vida «la aversión cada vez más difundida en la opinión pública a la pena de muerte,incluso como instrumento de “legítima defensa” social, al considerar las posibilidades con las que cuenta una sociedad moderna para reprimir eficazmente el crimen de modo que, neutralizando a quien lo ha cometido, no se le prive definitivamente de la posibilidad de redimirse».

La cita es de Evangelium vitae, n, 27. Hay otros textos del mismo Juan Pablo II y también de Benedicto XVI.

Problema epistemológico básico

La redacción del tercer párrafo del n. 2267 tiene el aspecto de un rechazo absoluto y sin matices, es decir, el rechazo que es propio de algo que es intrínsecamente malo. Sin embargo, por otra parte, las razones propias del primer y segundo párrafos muestran que en su momento podía ser explicable y válido recurrir a la pena de muerte, por lo que se incluyen unos ciertos requisitos: “el recurso a la pena de muerte por parte de la autoridad legítima, después de un debido proceso, fue considerado una respuesta apropiada a la gravedad de algunos delitos y un medio admisible, aunque extremo, para la tutela del bien común.” La enumeración de esos requisitos muestra que no estamos simplemente ante algo intrínsecamente perverso. Hágase el ejercicio mental de reemplazar “pena de muerte” por cualquiera de los actos intrínsecamente perversos, como el causar voluntariamente dolor grave e inútil a un inocente, y se verá que no tiene sentido presentar una lista de requisitos para algo que de todos modos será malo.

Estamos, pues, ante una dificultad redaccional que es sumamente lamentable. ¿Está diciendo el nuevo texto que se equivocaban, tal vez por ignorancia, quienes antes aplicaban la pena de muerte, así fuera siguiendo el debido proceso, por la autoridad legítima, ante delitos particularmente graves, y como medio único razonable de proteger a la sociedad? Para decir que estaban errados no era necesario hacer esa lista de requisitos…

Si el texto no dice que se equivocaban los cristianos de otros tiempos, ¿está diciendo que lo que antes era correcto ahora es malo, aunque se trate sustancialmente del mismo acto? Semejante contradicción, que agrieta severamente la autoridad magisterial de la Iglesia, es una hipótesis válida para algunos, pero el texto argumentativo de la Carta a los Obispos desautoriza tal interpretación porque esa Carta habla de un “desarrollo” y cita textos que muestran un rechazo progresivo tanto en la sociedad como en los pronunciamientos magisteriales. Decir que ellos estaban errados y ahora sí hemos visto la luz no es hablar de un desarrollo sino de una especie de enmienda, y eso no es lo que dicen los textos. Así que, a menos que queramos interpretar los textos no a partir de lo que dicen sino de lo que creemos que dicen, es pésima hermenéutica decir que el cambio del 2267 es un cambio en la calificación moral de un mismo tipo de acto.

¿Qué decir entonces?

Si el cambio del 2267 no es una afirmación de que se equivocaban las personas de otros tiempos, ni tampoco es afirmación de que lo que antes era bueno ahora es malo, la única posibilidad que queda es que la nueva redacción del 2267 ofrece una argumentación sobre la APLICACIÓN de la pena de muerte para concluir que, en las circunstancias presentes, tal APLICACIÓN es moralmente inadmisible.

Sin violentar las fuentes documentales uno puede ver qué es lo que se está diciendo: Las circunstancias son distintas hoy que ayer, y en las presentes circunstancias se salvaguarda mejor la dignidad de toda persona humana–incluyendo la de quien haya cometido crímenes horrendos–si se elimina toda posibilidad de aplicación de la pena de muerte sin por ello dejar de velar por el orden de la justicia y por la protección de la sociedad en su conjunto.

En efecto, más que simplemente quitándole la vida al criminal, está muy próximo al Evangelio que se vea que el que causó daño reconoce con perpetua humildad su responsabilidad, da testimonio claro de por qué fue errado su camino y muestra con sus obras que quiere restituir de todas las formas posibles algo del daño que causó.

Por citar un caso específico: pensemos en un terrorista que ha arrebatado la vida de muchas personas. Imaginemos a esa persona reconociendo su responsabilidad y hablando a jóvenes, quizás en proceso de radicalización, para decir antes las cámaras: “El camino que yo escogí estaba equivocado y he causado mucho dolor inútil, profundo e irreparable…” ¿No es ese un escenario mucho más provechoso para la sociedad y mucho más cercano al Evangelio, en vez de verle morir maldiciendo a nombre de su religión?

Resumen

El n. 2267, a pesar de una redacción que podría ser mejor, no es una afirmación intrínseca sobre la pena de muerte sino sobre su aplicación hoy. Y puesto que las circunstancias actuales logran de un modo eficaz restringir la capacidad de daño y propiciar la redención del culpable ante la misma sociedad, es inadmisible aplicar hoy la pena de muerte y hay que trabajar por su abolición.

Como una opinión personal, yo diría que el tercer párrafo del mencionado número 2267 hubiera quedado sustancialmente mejor de la siguiente manera:

Por tanto la Iglesia enseña, a la luz del Evangelio, que siempre que se cumplan, como es hoy norma prácticamente en todas partes, las circunstancias de protección de la sociedad y de adecuada restitución del orden de la justicia, «la aplicación de la pena de muerte es inadmisible, porque en dichas circunstancias atenta contra la inviolabilidad y la dignidad de la persona»[1]. Por ello también la Iglesia ha de comprometerse con determinación a su abolición en todo el mundo.