25.04.08

El escabroso Padre Llano

Alfonso Llano Escobar es un jesuita colombiano, algo más que octogenario, especialista en bioética, escritor asiduo del periódico EL TIEMPO de circulación nacional. Teniendo tan alta tribuna, el ilustre sacerdote ha decidido exponer sus opiniones no tanto sobre bioética, de la que poco escribe, sino sobre teología, pastoral o más o menos lo que quiera. Uno de sus últimos escritos lleva un título rotundo, que tiene carácter de testamento: Confesión de Fe en Jesucristo. En su columna, el controvertido jesuita reafirma su postura en temas de los que ya se le ha oído hablar en numerosas ocasiones, incluso en el mismo periódico. También esto apunta a la idea de un sumario de su “credo,” el credo con el que, al parecer, se dispone a vivir su último trecho sobre esta tierra. De hecho, esa columna en particular quiere promover un libro, no de bioética sino de fe católica en general, o sea, de lo que Llano estima que es una fe “crítica.” Su libro de hecho se llama Confesión de fe crítica.

La distinción clave para él es entre la fe de carbonero y la fe crítica, que marcan las dos partes de su obra. Según él, la primera “no presenta ningún problema,” mientras que la segunda aborda temas “candentes.” Tan candentes como la resurrección de Cristo y la virginidad física perpetua de María, la Madre del Señor. Para entrar en aguas que tiene razón para presentir turbulentas, el autor aclara casi de entrada:

La obra fue revisada por dos teólogos, profesores de la Facultad de Teología de la Universidad Javeriana, quienes, después de detenido análisis del texto y charlas con el autor, garantizan que no contiene errores en la fe y que todo lo que allí se dice es defendible hoy día en la Iglesia Católica y puede ayudar a todo católico, abierto al cambio, a crecer en el conocimiento y amor de Jesucristo, y a continuar firme y estable en la Iglesia Católica. El superior religioso le dio su aprobación.

Con mucho, esa es la parte que me resulta más dolorosa. Pero no entremos en mis dolores. No tan pronto.

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24.04.08

Así Funciona el Mundo

Las 40 Mentiras y Medias Verdades más frecuentes de nuestro Tiempo

A. La Verdad y la Libertad

1. Entendemos por “normal” aquello que hace, piensa o dice la mayoría. Entendemos por “anormal” –o por lo menos “sospechoso"– aquello que contradice nuestro modo de vida o pretende criticar a fondo los principios que siguen.

2. La verdad como tal no existe, pero hay dos aproximaciones útiles: la explicación de los expertos, dentro de su propio campo, y el consenso entre los que representan intereses de grupos o colectividades.

3. Una verdad olvidada, callada, inútil o perjudicial ya no es verdad.

4. Una mentira, si se repite el número suficiente de veces, se vuelve una verdad.

5. Prudencia es lo mismo que astucia; por lo mismo, la verdad es en general imprudente.

6. Felicidad significa triunfo, ganancia, poder, disfrute, o una combinación de ellas.

7. Cada persona sabe lo que es mejor para sí misma. Si no lo sabe, peor para ella.

8. No interesa a la sociedad lo que acontece en la vida privada de sus miembros. Aunque también se pueden abrir mercados vendiendo privacidad.

9. Interferir en la decisión que alguien toma sobre sí mismo es irrespetar su libertad. Así que no es necesario salvar a nadie de sí mismo.

10. Una vez que una persona es adulta, nadie debe impedir sus palabras o sus actos, a menos que sea en nombre de los derechos de otros interesados. Si es preciso frenar a alguien, hay que buscar una ley que venga al caso, o alguien de fiar que haga el trabajo sucio, en palabras o en obras.

11. Arrepentirse es volverse débil; lo que hay que hacer, en último y extremo caso, es “reinventarse".

12. La fidelidad o la lealtad, cuando no coinciden con la propia conveniencia, son sencillamente esclavitud y estupidez.

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15.04.08

Escoger el Pastor Correcto

Una meditación en torno a 1 Pedro 2,20-25

Ovejas y Pastores

Buen PastorRecuerdo haber visitado una página web de un hombre que se manifestaba ateo. Un tipo muy inteligente y muy versado en asuntos de ciencia, filosofía e historia. Parecía tener un arsenal inagotable de recursos de todo tipo para demostrar cuán absurda y perniciosa es la idea de creer en un Dios. Como conclusión de todas sus invectivas terminaba diciendo: “sólo necesita un pastor el que se cree oveja.” Según su opinión, ahí estaba el resumen de la religión: las limitaciones de nuestro ser humano nos hacen proclives a buscar un consuelo y una explicación afuera de nosotros, o, como decía Feuerbach: “no es Dios el que ha creado al hombre, sino el hombre el que ha creado a Dios.”

Las historias y posturas de estos ateos sirven de punto de reflexión sobre lo que significa tener un pastor. Aquel hombre de la página web publica lo suyo y quiere que algunos estén de acuerdo con él, pues de otro modo no gastaría tiempo en decir nada. Quiere guiar a otros; quiere ser pastor de otros.

Por otra parte, ese mismo hombre sigue lo que él considera que es una luz, una luz grande, una luz definitiva. Para él, la ciencia moderna es su gran luz. Está convencido de que las respuestas están ahí, incluso las respuestas para las preguntas que no nos hemos hecho todavía. Él piensa que todas las preguntas ya fueron hechas o que las que no se han hecho se podrán responder de la mejor manera siguiendo esa luz de la razón científica. Es un acto de confianza que se parece mucho a la oveja que sigue a su pastor, porque en efecto se refiere no a las certezas que uno tiene sino a las que uno supone que tendrá.

Leyendo cosas como la de este ateo cibernético o las de Feuerbach veo cuánto acierto hay en la perspectiva que nos presenta Pedro en la segunda lectura de este domingo pasado: ovejas somos, así nos descarriemos. Al fin y al cabo, una oveja descarriada sigue siendo oveja, sólo que esta vez se trata de una oveja atraída por algún pasto sabroso, o un paisaje ameno, o un arroyo fresco, o tal vez por el ejemplo de otra oveja.

El mensaje cristiano, entonces, puede escribirse así: “Como ser humano, irás detrás de alguna luz, algún apetito, algún pastor. Todo radica en que escojas al pastor correcto, que no sea uno que te destruya y se aproveche de ti, sino uno que te ame y defienda. Esas son las credenciales con las que se ha presentado Cristo: recíbelo, pues, como tu pastor y señor de tu vida.”

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7.04.08

Bendito fracaso

Aunque alguno empiece a sentirse fastidiado, creo que el término “políticamente incorrecto” está bien vivo y lo estará por un buen trecho. Voy a contar por qué, a partir del notable cambio que tuvo Pablo en su misión de evangelizador, como queda patente al comparar su discurso en Atenas (Hechos 17,16-32) con su modo descarado de proclamar la Cruz–cosa que vino a ser el estilo con que llegó a Corinto, según consta en 1 Corintios 2,1-5:

Yo, hermanos, cuando fui a vosotros, no fui con el prestigio de la palabra o de la sabiduría a anunciaros el misterio de Dios, pues no quise saber entre vosotros sino a Jesucristo, y éste crucificado. Y me presenté ante vosotros débil, tímido y tembloroso. Y mi palabra y mi predicación no tuvieron nada de los persuasivos discursos de la sabiduría, sino que fueron una demostración del Espíritu y del poder para que vuestra fe se fundase, no en sabiduría de hombres, sino en el poder de Dios.

El análisis del discurso en Atenas es muy útil porque hay quienes ven en él la presentación oficial del Cristianismo a los filósofos o un modelo de inculturación. Mi opinión es más cruda: lo de Atenas fue un fracaso, un bendito fracaso, un desastre que sin embargo trajo bendición.

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5.04.08

Exploración en tierras de lo Incorrecto

Desde que oí por primera vez la deliciosa expresión “políticamente incorrecto” me cautivó. Tiene sabor de secreto, de acuerdo tácito, de sonrisa apenas sugerida, de guiño en la penumbra. Es el adverbio, por supuesto, el que pone todo el sabor. La cosa no es simplemente “incorrecta” (eso sería moralismo retardatario) es políticamente incorrecta.

Apenas oír ese adverbio coqueto, me pregunté qué tenía que ver la política en todo esto. No ha sido fácil llegar a respuestas claras. Al fin y al cabo, este es el reino voluble de la penumbra: si las cosas fueran diáfanas no se necesitarían ni ese ni otros adverbios.

Como tentativa de definición: algo es incorrecto “políticamente” cuando se sale del marco de convenciones de lenguaje que un grupo humano (una polis, en sentido amplio) ha acuñado para preservar cierto entendimiento mutuo y convivencia pacífica. Siendo así que toda polis evoluciona a ritmo de sus miembros, y un poco más, lo políticamente incorrecto nunca está del todo escrito: su naturaleza participa de la maleabilidad de la “opinión pública” – una expresión que curiosamente tiende a desaparecer, tal vez por demasiado unívoca.

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