El dilema de la racionalidad de la teología moral
Este es un ejercicio propuesto en clase, un dilema que se plantea de esta forma: Si la teología moral es irracional, entonces no tiene lugar en nuestra sociedad que pide razones y no simplemente ejercicios de autoridad; si en cambio la teología moral es lógica y racional, entonces debe ser admisible por todos, creyentes o no, y entonces la fe no es necesaria ni agrega nada al discurso teológico. ¿Cómo se responde a ese dilema?
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Lo que sigue es la respuesta, ligeramente editada, del estudiante Jaime Barrera Cuesta.
Actualmente la humanidad se encuentra inmersa en un sinnúmero de paradigmas antropológicos. Al parecer, la moral está fundamentada en dichos paradigmas y, consecuentemente alguien podría decir que no existe una moral, sino que dependiendo del número de modelos antropológicos se derivan diferentes consecuencias en la forma de comprender la moral. A este respecto, Schopenhauer afirmó que “en todos los tiempos se ha predicado mucha y buena moral; pero la fundamentación de la misma ha sido siempre difícil.”
Esto implicaría que la moral difícilmente encontrará un fundamento objetivo y válido para cada hombre, sino que la dimensión moral del hombre estaría supeditada al contexto donde se desarrolla lo humano, comprendiéndose finalmente de diferentes maneras. Siendo así, el aspecto subjetivo de la moral traería como consecuencia que al no existir una base sólida que fundamente la moral, ésta quedaría al parecer de cada sujeto.
Ante esto, lo primero que se puede decir es que, si bien la moral tiene una dimensión subjetiva, ya que implica la libertad y la conciencia de cada persona, al mismo tiempo, lo antropológico implica una exigencia de verdad. Benedicto XVI denunció en su momento que “si al hombre se le excluye de la verdad, entonces lo único que puede dominar sobre él es lo accidental, lo arbitrario. Por eso no es fundamentalismo, sino un deber de la humanidad el proteger al hombre contra la dictadura de lo accidental que ha llegado a hacerse absoluto, y devolver al hombre su propia dignidad que consiste precisamente en que ninguna instancia humana pueda dominarlo, porque él se encuentra abierto hacia la verdad misma” (Homilía del 18 de abril del 2005, en la Eucaristía por la Elección de Sumo Pontífice).
Por ello el ser humano, de alguna u otra forma, en diferentes culturas, con diferentes costumbres, lleva implícitas preguntas con respecto al obrar humano, que den como respuesta argumentos válidos y verdaderos, que justifiquen una inclinación a una vida moral propuesta.
De preguntas como: ¿Qué es el bien y qué es el mal moral?, ¿por qué una acción es buena o mala?, se desprende que, necesariamente debe existir una dimensión racional y objetiva de la moral, de la cual se deriven principios, valores, normas y juicios morales, que se muestran como caminos de humanización, que convergen en todas las culturas, que sean validos y verdaderos para todo hombre y que le liberen y dignifiquen.
Llegados a este punto, donde vemos que a partir de la ley natural y la reflexión racional se puede y debe fundamentar la dimensión objetiva de la moral, se hace pertinente preguntar: Si la moral es racional, ¿para qué religión?; ¿es necesaria una doctrina que transmita normas morales a partir de una religión como la católica?
Ante tales preguntas, lo primero que hay que responder, es que la fe de la Iglesia no se reduce únicamente el cumplimiento de un conjunto de normas morales, sino que principalmente parte del encuentro con la persona de Jesucristo (Benedicto XVI, Deus caritas est, n. 1). Consecuentemente, el fundamento de la moral cristiana es Jesucristo en su vida, palabras y obras. En el obrar del discípulo de Jesús de Nazaret siempre se encuentran presentes sus palabras cuando dice “si me amas cumple mis mandatos” (Jn 14, 15). Es decir, que la moral cristiana no es otra cosa sino una respuesta de amor desde la fe en Cristo, que le implica plenamente en todas sus dimensiones; respuesta que así se revela como verdadero y válido camino de libertad, plenitud, dignificación y humanización para todo hombre, en cualquier cultura.
Lo segundo que se puede decir, es que desde ningún punto de vista la doctrina moral cristiana riñe o se opone, a lo que a la luz de la ley natural y la razón humana se ha demostrado como camino verdadero y válido que se manifiesta en una norma moral desde diferentes culturas. El mismo Dios, fuente de verdad y racionalidad, es también fuente de bondad y plenitud.
Pero hay un tercer punto. Lo que sí queda revelado desde la fe judeo-cristiana, es la imposibilidad de la humanidad de vivir aquello que en lo teórico-racional se muestra como camino de humanización. En el hombre se deja ver una herida profunda, que se manifiesta como inclinación hacia el mal obrar; esa herida profunda no es otra cosa que el pecado y la absurda pretensión del hombre de determinar por sí mismo qué es lo bueno y qué es lo malo. “Solo Dios es bueno” exclama Jesús para decir que el fundamento y origen de todo bien es Dios.
Para concluir: el apóstol San Pablo describió el drama humano al mostrar cómo la ley o norma moral del Antiguo Testamento es buena porque le muestra lo realmente bueno al hombre, pero, por otro lado, le muestra también que no es capaz de cumplirla. Hoy día, se puede decir que ocurre lo mismo, ya que al parecer el hombre a partir de la razón descubre qué es lo bueno y lo expresa en cierto modo en documentos como la “Declaración de los Derechos Humanos”, que deben “garantizar” la “libertad” y la “dignidad” de las personas; los hechos, sin embargo, muestran a menudo todo lo contrario.
Por esta razón, hoy como ayer, es necesario poner la mirada en Cristo, quien no solo manifiesta con su vida, hechos y palabras lo que es bueno, sino que a partir del misterio pascual, en cuanto acto más grande de Amor de Dios hacia la humanidad, le salva de la esclavitud del pecado, y con el Don de su Espíritu Santo capacita al hombre y le da un nuevo corazón capaz de cumplir con sus actos, aquello que realmente le conduce hacia su plena realización y humanización en pleno acuerdo con el plan de Dios.
6 comentarios
Asumamos algo completamente cotidiano: el funcionamiento de un automóvil. Cuando a uno le dicen que con esta llave se enciende el motor, con este pedal se acelera y con aquél otro se frena, están ejerciendo cierta autoridad que el estudiante de manejo acepta "por fe" sin cuestionar su racionalidad, porque lo que le interesa es conducir, no aprender mecánica. Podría, si tal fuera su interés, aprender sobre electricidad, motores de combustión interna, física, mecánica y hasta historia para comprender por qué aceleramos con el pie y no con la mano, pero probablemente le llevaría más tiempo del que ha destinado para obtener su carnet de conducir. De allí la utilidad de que existan maestros de manejo y no todo tenga que lograrse por la pura razón.
La maquinaria de la Humanidad es sustancialmente más compleja que la de un automóvil y es poco probable que una persona pueda comprenderla en su totalidad en el curso de su vida, para entonces asumir los valores morales derivados de tal comprensión exhaustiva. Resulta más práctico aceptar el dictamen moral de un "no matarás", que estudiar la historia de miles de millones de seres humanos para concluir que efectivamente, es más lógico y racional no matar que hacerlo.
Sin embargo no todo está perdido, al añadir la dimensión temporal. A lo largo de la historia los preceptos morales han demostrado ser lógicos y racionales a la luz de cada nuevo descubrimiento, aunque hayan tenido que pasar siglos para que sus verdades sean generalmente aceptadas. Por ejemplo, fue la Iglesia la primera en condenar la esclavitud; cinco siglos antes que la sociedad civil "descubriera" que la esclavitud es "mala". Hoy la Iglesia condena el aborto, y puedo asegurar sin temor a equivocarme que en cinco siglos -años más, años menos- la sociedad civil descubrirá que el aborto es malo.
La racionalidad por sí misma no es mala. Es la irracionalidad la que es contraproducente. Cuando el estudiante de manejo insiste en tratar de frenar con el acelerador por una simple oposición a la autoridad, no está generando ningún progreso.
Nota de fray Nelson: Valioso aporte aunque creo que abordas una cuestión distinta, la de la pedagogía. El dilema original aude a la fundamentación.
De hecho, la historia de los pueblos muestra que efectivamente hay, por un lado, ciertas nociones imborrables de moral natural, ante todo, que hay que hacer el bien y evitar el mal, y por otro lado, lagunas gravísimas, como los sacrificios humanos, el canibalismo, la poligamia, etc.
Y Santo Tomás aclara que después del pecado tampoco podemos sin la gracia divina cumplir siempre con todos los preceptos de la ley natural.
Pero además, mirando a la finalidad a la que tiende la ley moral, que es la consecución del fin último del hombre, en concreto es la consecución del fin sobrenatural, que es el único al que de hecho hemos sido ordenados todos los seres humanos. Y para eso no alcanza con aquello que puede conocerse por la sola razón.
Por tanto, pienso que habría que responder así:
Si la moral es racional, la fe no es necesaria para conocerla en su totalidad, mirando al solo poder de la razón natural en sí misma considerada, sin tener en cuenta la herida del pecado original: Concedo.
Teniendo en cuenta la herida del pecado original, y por tanto, mirando a la razón tal como de hecho existe después de Adán: Niego.
No es necesaria la fe, además, para conocer todas las cosas que de hecho son necesarias para llegar al fin último de la visión de Dios: Niego.
No son necesarias la fe y la gracia, finalmente, para poner en práctica la ley natural en todas sus partes y en forma permanente: Niego.
Saludos cordiales.
No es que la Teología Moral sea irracional, sino que hay grados de evidencia en los argumentos de pura razón además del efecto del pecado original y los pecados personales/sociales en el conocimiento moral. La no aceptación de la Revelación hace que algunos argumentos teológicos parezcan irracionales y autoritarios, incluso para quienes profesan un «naturalismo» gnoseológico-moral con conciencia invenciblemente errónea. Estas personas pueden ver claramente que es malo torturar a un bebé y no que también lo sea decir una mentira oficiosa para salvar la vida de un inocente.
Todo esto tiene interesantes proyecciones en el orden social y político que muchas veces no se tienen en cuenta y que sería largo exponer aquí.
Saludos.
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