«Estad, pues, alerta, ceñidos vuestros lomos con la verdad, revestida la coraza de la justicia, y calzados los pies, prontos para anunciar el Evangelio de la paz. Abrazad en todo momento el escudo de la fe, conque podáis hacer inútiles los encendidos dardos del maligno. Tomad el yelmo de la salud y la espada del Espíritu, que es la Palabra de Dios» (Efesios 6, 14-17)
1.- Son cuatro, no tres, los enemigos: mundo, demonio, carne —y modernismo.
2.- El católico pacifista, ante Los Cuatro, no se faja; pasa a su lado desarmado; con muy buenas intenciones, eso sí, pero termina rajado —con su fe abierta en canal.
3.- Anomia, adulterio, ambigüedad. Los tres generales del enemigo interior.
4.- La guerra contra mundo, demonio, carne y modernismo, tiene una bandera: Nuestra Señora Inmaculada, defensora de la Transubstanciación.
5.- Se faja el cristiano ante la apostasía con gracia y doctrina, y así defiende la ley moral. Que su custodia es razón de martirio.
«Esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y al que tú has enviado, Jesucristo» (Jn 17, 3)
1.- Nos hemos acostumbrado a que no nos parezca urgente la misión. Confiamos en exceso en las religiones caídas, falsas, adámicas.
2.- Hay que predicar la fe cristiana a los politeístas, para que abandonen las tinieblas en que viven y puedan salvarse.
3.- La idolatría es una perversión del sentido religioso natural del ser humano, y hace imposible la comunión de la persona con Dios.
Catecismo 2113 La idolatría rechaza el único Señorío de Dios; es, por tanto, incompatible con la comunión divina (cf Gál 5, 20; Ef 5, 5).
2114: La idolatría es una perversión del sentido religioso innato en el hombre.
4.- Idolatría negativa o implícita: aquella que, sin rendir culto explícito a un ídolo, da a entender (por omisión) que puede haber verdad salvífica en él, que puede aprobarse en cuanto culto grato al Creador, o que puede ser compatible con la comunión con Dios.
5.- Iglesia, levántate y vuelve a predicar el Evangelio a todos los que no creen.
El mundo aceptará la moral cristiana solamente en la medida en que ésta deje de serlo. La apostasía, en este sentido, es una asimilación al mundo, una disolución del principio católico en el espíritu del siglo.
Y es que el mundo deja de tener problemas con la moral que defiende la Iglesia si esta moral se despoja de su identidad, y se vuelve otra cosa. Y como la identidad de la moral cristiana se llama ley eterna, en la medida en que la Iglesia la minusvalore, desprecie, relativice y transmute en otra cosa, la moral cristiana será aceptada por el mundo, y el martirio evitado.
Por tanto, la difusión de una moral cristiana falsificada equivale a la difusión de una conversión al mundo, implícita y soterrada. Falsificada, es decir, sin ley. Haciendo proselitismo de la anomia, la ley moral queda silenciada, y el principio católico disuelto en el mundo y desaparecido. Se vuelve convencional, es decir, pactado con la mente secular: subjetivizado, inmanentizado, des-objetivizado.
Una manera de falsificar la moral cristiana, que es moral de vida y no de muerte, es confundirla con las ideas que acerca de ella tiene el mundo. Equiparando valores y mandamientos, por ejemplo. Transformando lo transcendente en inmanente, lo eterno en efímero, lo dado a priori en elaborado (o discernido) a posteriori. Considerando la ley natural un mero constructo mental, como son los valores, se desfigura la moral cristiana y se la transmuta en otra cosa: algo muerto y sin vida.
En el artículo de D. Rodrigo Guerra López, publicado en la Revista Medellín de la CELAM (el Consejo Episcopal Latinoamericano) dedicado a la exhortación postsinodal Amoris Laetitia, encontramos afirmaciones en este sentido. En Infocatólica, Bruno M., en un excelente artículo, ha demostrado el subjetivismo con que el autor pretende fundamentar el capítulo 8 del documento pontificio. Asimismo, el P. Francisco José Delgado, en un interesantísimo post, ha desvelado su probabilismo.
Yo quisiera detenerme a analizar, en esta ocasión, una afirmación relevante del artículo de Rodrigo Guerra. Tras afirmar que el cristianismo no es un moralismo, y que Jesucristo no puede reducirse a valores, sugiere una equiparación en clave convencionalista entre valores morales y preceptos de la ley moral. Cito en negrita las palabras de Rodrigo Guerra y las comento a continuación.
Conducirse en medio de una crisis no es tarea fácil. Pero es posible por la gracia. Lo principal es no perder el camino heredado, y atenerse a él. Teniendo en cuenta la advertencia del Señor: «Sin Mí no podéis hacer nada» (Jn 15, 5).
No desconfiemos de la Iglesia. Es Madre y Maestra, como la Inmaculada Concepción, su figura y signo de predestinación. A ella, que es nuestro faro, confiamos las naves en la tormenta.
Toda crisis es un extravío, un oscurecimiento del camino. Pero la sana doctrina católica es brújula, conforme nos enseñaron:
«¿Qué es la doctrina cristiana? -
Doctrina Cristiana es la doctrina que nos enseñó Nuestro Señor Jesucristo para mostrarnos el camino de la salvación.» (Catecismo de San Pío X, 3)
De nuestro entendimiento de la crisis depende, en gran parte, que no perdamos el camino.
1.- Si por crisis entendemos un cambio profundo, de consecuencias importantes, entonces hay que permanecer inmóvil, para que lo inmutable prevalezca sobre la mutación. Para ello, es necesario aferrarse a la Tradición y a las tradiciones. Cultivar nuestra mente bíblico-tradicional. Pisar fuerte, donde el Magisterio pisó fuerte.
2.- Si por crisis entendemos la intensificación de los síntomas de una dolencia, entonces hay que mantenerse sano a toda costa. Para ello, es necesario aferrarse a los sacramentos y a los sacramentales. Sea la santa Eucaristía cumbre y fundamento de nuestra vida cristiana, y la confesión, bautismo trabajoso por el que recuperamos el estado de gracia. Una buena provisión de agua bendita es importante, para limpiar el sendero de demonios y que florezcan botánicas, frescor y verdor. Y fomentar el culto de dulía, bandera de catolicidad: que buenas luces proceden de la Comunión de los Santos.
El parágrafo 55 de Veritatis splendor, carta encíclica sobre algunas cuestiones fundamentales de la enseñanza moral de la Iglesia, dada por San Juan Pablo II en 1993, advierte contra uno de los errores más graves en teología moral: la tesis de la creatividad de la conciencia.
Este error, típico y tópico de la moral de situación, es descrito con claridad por el Pontífice:
«Algunos autores, queriendo poner de relieve el carácter creativo de la conciencia, ya no llaman a sus actos con el nombre de juicios, sino con el de decisiones. Sólo tomando autónomamente estas decisiones el hombre podría alcanzar su madurez moral. No falta quien piensa que este proceso de maduración sería obstaculizado por la postura demasiado categórica que, en muchas cuestiones morales, asume el Magisterio de la Iglesia, cuyas intervenciones originarían, entre los fieles, la aparición de inútiles conflictos de conciencia.»
La sustitución del juicio moral objetivo por la decisión subjetiva (en base a la propia situación existencial), amplía indebidamente el papel de la conciencia, que se autoconcede, autónomamente, el poder de crear valores y tomar decisiones en contra del precepto moral dado por Dios. El sujeto se cree con potestad para incumplir la ley moral inculpablemente: su conciencia, amparada en un estado de fragilidad supuestamente insalvable, pretende apoyarse en valores propios más allá de los límites marcados por la ley moral.
Alonso Gracián Casado y padre de tres hijas. Diplomado en Magisterio y Licenciado en Filosofía y Ciencias de la Educación. Le apasiona la pintura y la polifonía, y todo lo que es bello y eleva.
Tiene la curiosa costumbre de releer a Tolkien y a Bloy cada cierto tiempo. Sabe que sin Cristo todo es triste, feo y aburrido hasta la muerte, y que nosotros sin Él no podemos hacer nada (Jn 15, 5), salvo meter la pata. Por eso cree no perder el tiempo escribiendo diariamente algunas líneas en la red, con esta sola perspectiva: contemplar a Cristo como centro del universo y de la historia.