1.- El odio a la abstracción, que caracteriza al personalismo radical, impide una adecuada comprensión del fin último del hombre, cognoscible por la fe.
Para el personalismo radical, la conversión no puede ser expresada en lenguaje objetivo, sino sólo experimentada subjetivamente, siendo así hurtada a la razón, que queda desconectada de la fe teologal.
La mala catequesis fenomenológica, tan de moda en los últimos cincuenta años, prefiere suscitar experiencias de sentido, en lugar de enseñar los contenidos objetivos de la revelación.
Uno de ellos, según el tomismo, y muy principal, es la afirmación de la visión beatífica como fin último sobrenatural del hombre creado y elevado.
Pero por influencia existencialista, sin embargo, se cree en general, como lugar común de evangelización, que a descubrir el sentido de la vida (el fin último) no se llega, por gracia, a través de un acto excelsamente razonable de conocimiento teologal (la fe), sino por una experiencia, un diálogo no mayéutico, un místico encuentro extraeclesial, como el que gusta al luteranismo o a las mil y una sectas protestantes.
Confundir la aspiración gratuita al fin último, con la búsqueda del sentido natural de la existencia humana, es el gran error de muchos evangelizadores actuales.
La desconfianza de la razón, consecuencia de esta crisis de fe que vivimos, ha generado una alternativa posmoderna a la noción tradicional. Esta opción no es más que un vago sentido dramatúrgico de la vida, que tanto atrae a los fenomenólogos.
Volver a Padres y Doctores escolásticos, y abandonar consejo de psiquiatras y dramaturgos, es vital para reaprender a pensar el destino final del hombre, y comprenderlo con fe y razón.
Ya lo dice la paremia clásica: Allégate a los buenos y serás uno de ellos. A bonis bona disce, aprende de los buenos las buenas cosas. Allégate, cristiano, a Padres y Doctores escolásticos, y asimilarán tu mente a la de ellos. La novedad es mala hostelería para el católico.
EL ODIO A LA ABSTRACCIÓN. VICTOR FRANKL
2.- El rechazo de la abstracción.- Es la caracteristica esencial del existencialismo. Y lo ha heredado la posmodernidad, que es su legado. Para difundirlo, acude a divulgadores, como el psiquiatra Victor Frankl (1905- 1997), que afirma:
«Dudo que un médico pueda responder a esta pregunta con nociones genéricas, pues el sentido de la vida difiere de un hombre a otro, de un día a otro y de una hora a otra. Por tanto, lo que importa no es el sentido de la vida en formulaciones abstractas, sino el sentido concreto de la vida de un individuo en un momento determinado» (V. FRANKL, El hombre en busca de sentido, Herder, Barcelona 1979, p. 131)
El sentido de la vida en formulaciones abstractas del que habla el fundador de la logoterapia, no es otro, como decimos, que el fin último, tal y como la tradición metafísica de la Iglesia, y en especial el tomismo, ha enseñado siempre. Frankl desconfía, parece, del numen heredado, sustituyéndolo por un vago concepto axiológico de la búsqueda de la verdad, en su acepción eudemónica.
Causa dolor que en la formación católica del clero y del laicado, en general, durante los decenios posconciliares, haya desaparecido prácticamente la referencia al fin último sobrenatural, sustituido por un vago concepto naturalista del sentido de la vida.
Es en definitiva un cambio de nutrición de la mente católica, una irresponsabilidad dietética de la mente posconciliar. Una cosmovisión, una Weltanschauung, extremadamente proclive a la Moral de Situación, en que se subordinan las esencias a las existencias: una mutación del alimento espiritual, en que cada cual descubre su malnutrición, pero no quiere reconocerla. Es la gastronomía del avestruz. Por mucho que se compruebe el daño, se sigue actuando al caso, como si nada sucediera.
Adviértase cómo Frankl termina de exponer su tesis con términos que recuerdan intensamente a la teología moral de Bernhard Häring:
«La noción del sentido de la vida también se entiende desde el ángulo inverso: si consideramos que cualquier situación plantea y reclama del hombre un reto o una respuesta a la que sólo él está en condiciones de responder. En última instancia, el hombre no debe cuestionarse sobre el sentido de la vida, sino comprender que la vida le interroga a él. En otras palabras, la vida pregunta por el hombre, cuestiona al hombre, y éste contesta de una única manera: respondiendo de su propia vida y con su propia vida. Únicamente desde la responsabilidad personal se puede contestar a la vida. De tal modo que la logoterapia considera que la esencia de la existencia consiste en la capacidad del ser humano para responder responsablemente a las demandas que la vida le plantea en cada situación particular» (Ibid., p.131)
—Nótese la propuesta: el sentido de la vida no es algo cuya esencia se pueda abstraer ni natural ni sobrenaturalmente, sino algo que sólo se comprende experimentándolo en la propia situación, —en el aquí y ahora, como diría el zen, y con él todas esas psicoterapias gestálticas.
De aquí al relativismo hay sólo un paso. Seamos prudentes.
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EL ODIO A LA ABSTRACCIÓN. GABRIEL MARCEL
3.- La alergia a lo abstracto como síntoma de relativismo.- Decía Victor Frankl que el sentido de la vida “difiere de un hombre a otro, de un día a otro y de una hora a otra.". ¿Cómo es posible que chorrada tan gaseosa sea tan consumida por católicos? Es algo que me maravilla. Pero que tiene explicación: la alergia a la abstracción.
—Y es que si se cree que el ser humano no es capaz de ex-traer (abstraer) la esencia de las cosas, entonces se deja inexorablemente de creer en una verdad objetiva, universal y esencial, es decir, en la naturalez humana creada Y ELEVADA por Dios.
Y así se substituye inevitablemente la ley natural, inscrita en la naturaleza humana, por los valores, elegidos subjetivamente por un hombre u otro, de un día a otro y de una hora a otra. Por consiguiente, se deja de creer que hay naturaleza humana, se deja de creer que ésta está inmersa en un orden metafísico esencial, eterno e inmutable; que posee un fin último cognoscible por la fe y comprensible por la razón, y que este fin último es fruto de la creación y elevación gratuita del ser humano al orden sobrenatural.
Y se termina por creer que encontrar el sentido de la vida es una tarea subjetiva, que a quién le importa, sino a uno mismo, y que es lo propio de cada uno en su propia circunstancia y por su propia responsabilidad. Se acaba por defender que la ley natural no abarca todos los casos particulares, y que son lícitas las excepciones a los actos intrínsecamente malos, que cada caso es cada caso. Lo decisivo es la respuesta personal, no las esencias abstraídas en normas generales.
¡Es el relativismo, y no otra cosa! —Amigo y hermano católico, si eres de los que odian la abstracción, y crees que todo en la fe cristiana es misterio inextricable, ¿a cuenta de qué denuncias el relativismo del mundo que te rodea, pero no lo ves en tu propia casa? ¡Menudo tópico de autores neotéricos!
Gabriel Marcel (1889- 1973), por ejemplo, consideraba la abstracción un mal en sí mismo, comparable al odio:
«toda mi actuación está orientada a tantas y tan variadas fuerzas creadoras y críticas que yo quisiera encauzar a la acción, pero sin perder de vista lo que constituye el centro de mis anhelos: contribuir a mejorar un mundo que amenaza perderse en el odio y la abstracción» (G. MARCEL, Dos discursos y un prologo autobiográfico, Herder, Barcelon 1967, p.13)
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—El rechazo de la capacidad de conocer las esencias con la ayuda de la fe y la gracia, por tanto, tiene un nombre: RELATIVISMO. No más que un alimento en apariencia apetitoso, pero de gran toxicidad.
Deja a un lado tus libros existencialistas y consulta buenos manuales de doctrina tradicional; la Síntesis de espiritualidad católica, del P. Iraburu y el P. Rivera, en Gratis date; o la Teología de la perfección cristiana, y Teología moral para seglares, del gran Royo Marín OP; son excelentes alternativas de formación, que te proporcionarán doctrina sólida a salvo de experiencialismos y subjetividades: te harán sanar de prejuicios contra la ciencia de la razón, y constatar cuán débil y líquida es tu formación anti-abstractiva, prejuiciosa de verdades inmutables.
4.- Hay que iluminar las tinieblas con luces de razón y fe, en perfecta subordinación y armonía, como proponía magistralmente San Juan Pablo II en Fides et ratio y su gran legado tradicional: Veritatis splendor.
Para hablar del fin sobrenatural del hombre contemos siempre con vocablos excelentes, no con los mediocres. Es mejor fin último que sentido de la vida. Como enseña el refrán del Siglo de Oro, Ayunar, o comer trucha. Que significa: no te conformes con medianías, en este caso, psiquiátrico-literarias. Prefiere la trucha, es decir, la tradición intelectual de la Iglesia. (En la literatura de Cervantes o Tirso de Molina, la trucha era una comida distinguida). Pues bien, comamos trucha, no personalismo. Comamos Padres y Doctores, no logoterapias ni literaturas.
Hay que iluminar las tinieblas con la luz del FIN ÚLTIMO. Hay que hacerlo, porque si el católico no lo hace, nadie lo hará. Hemos sido creados y elevados para la visión beatífica. Cuán grande es el amor de Dios, que nos ha dado un logos para comprenderlo.
Porque nosotros, los católicos, creemos en la armonía de la fe y la razón.