El cardenal Reinhard Marx, arzobispo de Munich y presidente de la Conferencia Episcopal Alemana, ha elogiado recientemente a Karl Marx, relacionándolo con la doctrina católica, y asegurando que «sin él, no habría doctrina social de la Iglesia».
La aproximación de la mente católica al marxismo, sin embargo, no es algo nuevo. No es nuevo que esté bien visto ser un revolucionario, no es nuevo el horizontalismo utópico.
Porque, en definitiva, no es nuevo el antropocentrismo en la mentalidad de muchos católicos.
Es lógico que pueda sorprender un poco esta reciente “idealización” del marxismo, tras algunas décadas de cierto silenciamiento, gracias principalmente al freno impuesto a la Teología de la Liberación por San Juan Pablo II.
Pero, más allá de esto, la marxistización de la teología, como diría Miguel Poradowski, es un hecho indudable del posconcilio; parcial, pero indudable. Como indudable es el sabor antropologista y sociológico de gran parte de la predicación católica contemporánea.
Rahner, Barth, Bonhoeffer, Mounier, Teilhard de Chardin y tantos otros, han contribuido indirectamente a la aproximación del marxismo. De hecho, la aproximacion al marxismo se ha producido, ante todo, no por influencia directa de Marx, sino por vía indirecta, a través de la obra de estos teólogos, embajadores de esta convergencia secularizadora.
1. El principio de las revoluciones y la fe en el hombre
El filósofo y viajero ilustrado Volney (1757 -1820), en su panfleto Las ruinas de Palmira o Meditación sobre las revoluciones de los imperios, afirma que «el ser supremo para el hombre es el hombre». Es un principio que impresiona no sólo por su antropocentrismo, sino por su descarnada idolatría, ante la cual la tremenda advertencia biblica resuena con todo su poder, atravesando milenios:
«Así habla el Señor: ¡Maldito el hombre que confía en el hombre y busca su apoyo en la carne, mientras su corazón se aparta del Señor!» (Jer 17, 5)
Medio siglo más tarde, en su Crítica de la filosofía del derecho de Hegel de 1843, Karl Marx se apropia de este lema y lo amplifica:
«Y para el hombre la raíz es el hombre mismo. La prueba evidente del radicalismo de la teoría alemana, o sea, de su energía práctica, es que parte de la decidida superación positiva de la religión. La crítica de la religión desemboca en la doctrina de que el hombre es el ser supremo para el hombre»
Con todas sus implicaciones, enriquecido por las aportaciones de Hegel (1770-1831), lo convierte en sustento ideológico de la fe en el hombre, o sea, de la idolatría revolucionaria moderna.
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