6.12.18

(319) El Umbral y el Reino. Derecho natural y realeza social de Cristo

De alguna manera, la doctrina de la realeza social de Cristo encuentra en su fundamento racional, que es el derecho natural, una forma de supervivencia que la hace, aún hoy, reivindicable.

Es por esto que, en nuestra pobre opinión, la promoción del derecho natural debería ser una prioridad de todo católico implicado en política. Porque todo católico debe querer que Cristo reine. Y no sólo en los corazones.

La ley y el derecho naturales, grabados por Dios en el alma humana, son el pórtico intelectivo de la gracia, un preámbulo de sabiduría previa a la revelación.

Por eso creemos que promocionando el derecho natural se hace una inversión doctrinal de futuro. Pues un elemento importante del reinado social de Nuestro Señor estará presente, y de esta presencia emanarán, sin duda, grandes bienes sociales, los bienes de la sabiduría divina. Con el auxilio de la gracia, daran mucho fruto, personal y social.

 

1. Proporcionando un umbral jurídico al Reino de Cristo

Aunque las circunstancias actuales no permitan una realeza social de Cristo difundida, es decir, una unidad católica; sí es posible pretenderla en un sentido intenso, esto es, conteniéndola racionalmente, y como en promesa, por así decir, en la doctrina jurídica y el pensamiento político-social católico.

Condensándola en su reservorio jurídico, que es la doctrina clásica del derecho natural. Un reservorio, según la acepción de la RAE, es un depósito de sustancias nutritivas destinadas a ser utilizadas por un organismo. (Tal cosa, para las sociedades, es el derecho natural. Un preámbulo racional y jurídico del orden de la gracia, un anticipo del orden social en estado de amistad, un depósito natural de verdades y bienes nutricios contenido, también, en el Depósito, que lo recuerda y repropone, protegiéndolo).

Es sano y razonable defender el reinado social de Cristo a partir del derecho natural, porque:

«La doctrina católica tradicional de que la sociedad se debe constituir en el reinado social de Cristo encuentra su fundamento racional en el conocimiento previo a la revelación de que la sociedad se debe regir por el derecho natural, que son las leyes que rigen la actividad humana, accesibles a la razón de los hombres. De esta ley se desprenden deberes y derechos de los hombres.» (Ignacio BARREIRO CARÁMBULA, El derecho natural y el reino social de Dios, Verbo, núm. 491-492, 2011, p. 65-100.)

En definitiva es defender el orden natural, proponiendo al mismo tiempo un orden sobrenatural que tiene, como misión irrenunciable, su guardia y custodia. La idea es difundir la ley natural de la justicia sin separarla del orden de gracia que la hace plenamente posible.

De alguna manera, el misteriosismo que rodea la eclesiología personalista, ha producido un oscurecimiento del anclaje que tiene la Iglesia, en cuanto sociedad perfecta, en el derecho natural. Y este oscurecimiento se ha proyectado sobre la doctrina sociopolítica católica. 

 

2.- La ley y el derecho naturales, sabiduría de Dios participada

Dios, con su sabiduría, ha ordenado el mundo creado. Este orden, que llamamos ley eterna, se denomina ley natural cuando se refiere a la persona y a la sociedad.

La ley natural es la misma ley eterna, en cuanto participada con la razón por la criatura racional (Libertas praestantissimum 6, 1888; Veritatis splendor 44, 1993) Y no sólo en su vida personal, sino también, y sobre todo, en su vida social. La ley natural también se refiere a lo justo, y entonces constituye un verdadero derecho natural.

Las leyes civiles, que han de ordenar la vida personal y social, no pueden elaborarse como si el derecho natural no existiera, sino sobre su suelo firme. Porque la ley natural «proporciona la base necesaria a la ley civil que se adhiere a ella, bien mediante una reflexión que extrae las conclusiones de sus principios, bien mediante adiciones de naturaleza positiva y jurídica.» (Catecismo, 1959)

Por eso creemos firmemente que reivindicando la ley y el derecho naturales como fundamento de las leyes, el católico promueve al mismo tiempo una realeza social mínima, pero fructífera y vivificante. Es de sentido común que saneando las leyes se propicia, con la ayuda de Dios, que Cristo reine. Porque las leyes tienen una pedagogía tal, que forman en lo justo, educan en lo justo, mentalizan de lo que es justo, dándolo por sentado y cerrando caminos al mal y al error.

Leer más... »

1.12.18

(318) El Monstruo Administrativo, o de la constitución nominalista de los estados

De una manera u otra, en mayor o menor grado, las actuales democracias liberales son figuraciones concretas de un único modelo teórico de Estado, que en este blog hemos denominado Leviatán de tercer grado. Los detalles del modelo se encuentran aquí y allá, dispersos en el entramado jurídico político del constitucionalismo personalista posmoderno. 

Pero a nosotros nos importa, más que el análisis filosófico-político, siempre necesario, la reanimación de una auténtica política católica. Y dado que su desactivación es un hecho innegable, la necesidad de su rehabilitación es un hecho, también, incuestionable. 

Las causas de la dicha desactivación política del catolicismo son complejas, pero nosotros las atribuimos al personalismo político. Esta escuela de pensamiento, impresa en la mente católica desde hace más de medio siglo, ha incorporado al pensamiento social de la Iglesia los elementos conceptuales de la Modernidad política, de forma que los graves defectos del Leviatán de tercer grado han pasado al pensamiento político de los católicos.

Por eso el empeño primario de esta serie de artículos es, ante todo, la superación del personalismo político, que vinculamos al liberalismo de tercer grado. Sigamos analizando sus principios.

 

1.- Atomizando voluntades.— En artículos anteriores hemos ahondado en la fragmentación producida por el pensamiento moderno en el seno de la sociedad. Esta fragmentación, que Alberto Caturelli denomina atomización, la hemos caracterizado, utilizando una expresión de Turgot, como constitutiva de un orden inorgánico de  reclamaciones y contrarreclamaciones. Caturelli, estudiando su genealogía conceptual, recalca con lucidez que:

«la alianza entre nominalismo y voluntarismo de fines de la Edad Media y del protestantismo, llevaba implícita la afirmación del origen de la sociedad civil en un acto libre de la voluntad; lo cual anticipa la atomización de la sociedad (suma de singulares) y de la “soberanía popular” (la autoridad civil como proyección de las voluntades singulares). En la medida en la cual el nominalismo se radicaliza (como puede comprobarse en la primera parte del Leviathan de Hobbes) desaparece la afirmación de la sociabilidad natural del hombre, que pasa a ser un imperativo del singular. Anteriormente a este acto (por otra parte inasible e indeterminable) sólo existe una multitud inorgánica en la cual cada uno es soberano juez con “derecho” a todo, en perpetuo conflicto con los demás. De ahí que este egoísmo constitutivo sea el motor del tránsito al estado civil (o social), de modo que el pacto (covenant) viene a ser una hipótesis que se comprobaría a posteriori debido a la misma existencia de la sociedad. Como se ve, la sociedad ha comenzado a ser suma de singulares discordes y deja de ser un todo orgánico.» (Alberto CATURELLI, Liberalismo y apostasía, Gratis Date, Pamplona 2008, p. 7)

Leer más... »

27.11.18

(317) Catolicismo de tercer grado

1.- Para la sola criatura, es imposible.— En su muy sustancioso prólogo al magnífico libro del P. Alfredo Sáenz S.I., La Cristiandad. Una realidad histórica, el P. Carlos Biestro explica de qué manera la historia confirma la enseñanza de la Tradición, en cuanto que al margen de Cristo la sociedad corre hacia su desastre, porque «es imposible para la sola creatura detener el avance inexorable de la culpa y la muerte que reinan desde la Caída Original». Es un pasaje potente, que corona cabalmente así: «Sólo en el Señor las personas y las sociedades pueden alcanzar la salvación.»

 

2.- Pero es posible, para el Señor de toda criatura.— Comenzaba su prólogo el P. Biestro con una proclamación: «Es sabido que Dios salva al mundo suscitando hombres e inspirando obras que contradicen al mundo con la defensa de aquellas causas que cada época particular tiene por perdidas.» Con esta alabanza, entiendo, se nos anima a defender, como católicos, las causas perdidas que contradicen el mundo moderno, que parecen imposibles para nosotros en cuanto solas criaturas, pero posibles para Dios que «actúa en las obras de sus criaturas», porque «es la causa primera que opera en y por las causas segundas» (Catecismo 308).

 

3.- Lo mejor imposible es posible para Dios.— Tal cosa sucede con la doctrina tradicional, sobre todo en su traditio local hispánica. Me refiero a la realeza social de Nuestro Señor Jesucristo, que es doctrina que contradice al mundo, al catolicismo de tercer grado y al positivismo idólatra del Leviatán moderno. Como dice el P. Biestro, Dios suscita obras que contradicen el mundo con causas que el mundo tiene por perdidas. No las tenga por lo mismo el católico, no desconozca la providencia de Dios, que opera lo imposible en y por sus criaturas. ¡Cuánta necesidad tenemos de políticos católicos que contradigan al mundo, y cual verdaderas causas segundas movidas por Dios, operen lo imposible para el mundo moderno!

 

4.- Meliora secuenti, quien sigue lo mejor, se lleva la palma. Reza el emblema de Don Juan de Borja, en la bellísima edición de 1680 de sus Empresas morales. Dando por supuesto el estado de gracia, ¿no será altamente meritoria la defensa de tal causa? ¿No habrá para tal empresa imposible, posible palma? Sintetizamos su tesis, clásica y perenne,  citando Libertas praestantissimum, 14:  «es absolutamente contrario a la naturaleza que pueda lícitamente el Estado despreocuparse de las leyes divinas o establecer una legislación positiva que las contradiga». Pensar lo contrario, promoviendo al mismo tiempo un catolicismo espiritualista y privado, es política “católica” de tercer grado. No es lo mejor, sino lo peor.

 

y 5.- Lo mejor, siempre que se pueda.— Es lo peor, decíamos, porque tal separación impide, artificialmente, que el orden del bien común, (es decir, el orden político), se encuentre con el orden de la gracia que lo hace plenamente posible, (es decir, el orden divino). Sí, sé que es aparente causa perdida defender, en la atmósfera personalista que nos envuelve, la ilicitud de tal separación artificial y abusiva. Pero debemos contradecirla, porque como explica León XIII: «el poder político y el poder religioso, aunque tienen fines y medios específicamente distintos, deben, sin embargo, necesariamente, en el ejercicio de sus respectivas funciones, encontrarse algunas veces.» Se admite por tanto distinción pero no separación. 

Piense el político católico, supuesto el estado de gracia, que le espera la palma (del martirio) si defiende lo mejor, que contra el Leviatán de tercer grado se resume y aquilata en esta máxima:

no es lícito en la vida política apartarse de los preceptos de Dios y legislar sin tenerlos en cuenta para nada.

 
David Glez.- Alonso Gracián
 

21.11.18

(316) Malentendidos y soflamas

1.- La decadencia del derecho público cristiano da alas a la tecnocracia, motiva al Maelstrom positivista, renueva el ocaso de la ley natural en las almas y en las sociedades. Hay que combatirla.

Los sueños progresistas del iluminismo renuevan sus fuerzas, y vienen a morar a la Ciudad del Hombre.

Alberto Caturelli asocia, sabiamente, la pujanza del mundo moderno con la crisis del cristianismo:

«Si el Cristianismo “toca a su fin y Cristo baja de su Cruz", como decía Cioran, entonces la tierra se constituye en el definitivo mundo del hombre y la ciencia y la técnica son los medios eficaces para someterla. Adquieren renovado vigor las ideas fundamentales del “iluminismo” que, hoy, cree, como Turgot, en el progreso material indefinido que supone la realidad como cambio acelerado inmanente al tiempo de la historia.» (Alberto CATURELLI, Los derechos del hombre y el futuro de la humanidad, Verbo, n. 383-384, Madrid, p. 248)

 

2.- Asimismo Ernst Jünger, en los diversos volúmenes de Radiaciones, recalca el titanismo del espíritu de esta época.  La batalla contra los dioses, en la mitología griega, nos muestra de qué manera el mundo temporal del hombre pretende autonomía. Y en crescendo, sin detenerse. Porque nunca se sacia el hambre de autodeterminación. Por eso Calderón Bouchet, en Los enemigos del progreso, remite con acierto el concepto al mito de los titanes, «y a su acción positiva en la transformación de la situación terrena del hombre.»

Leer más... »

17.11.18

(315) La vía moderna de la ética: normas generales en lugar de preceptos universales

1.- El nominalismo es la raíz de la Modernidad.

 

2.- El nominalismo niega el fundamento real de los universales.

 

3.- Negar la realidad de los universales supone negar la realidad de lo común.

 

4.- La negación de una realidad común a todos constituye la raíz de la vía moderna de la ética.

 

5.- La ética moderna no será nunca una ética universal porque se basa en la negación de los universales.

Hablando con propiedad, es un remedo agnóstico de catolicidad, esto es, una ética general, global o mundial. Lo general (mudable) sustituye a lo universal (inmutable).

* * *

 

6.- La negación de una realidad común a todos supone, como contrapeso ideológico, la afirmación de una experiencia personal de la ética; no común a todos, sino autodeterminada por los propios sujetos; y con pretensión de poder ser reclamada y contrarreclamada como derecho. Lo universal se reduce a suma de individualidades. El bien común es degradado a suma de bienes particulares incomunicables.

 

7.- La vía nominalista implica, por tanto, una ética de pretensiones subjetivistas, que no es capaz de vencer el individualismo por más comunitarismo que pretenda. Y dado que individualidades hay muchas, será una ética que englobe a esas muchas, sin que lo común influya en ellas. Es decir, una ética global o mundial de tipo cuantitativo.

 
* * *
 

8.- Tenemos, pues, como resultado, una ética global blindada por un concepto no moral, sino axiologico de la dignidad humana. Concepto que, en clave roussoniana, considera un valor inviolable el estado de naturaleza (sin tener en cuenta la Caída). Concepto que, por tanto, pone entre paréntesis el estado de enemistad producido por el pecado. 

 

9.- La ética global consistirá entonces en una regulación de alcance mundial, mediante la promulgación de normas generales, de reclamaciones y contrarreclamaciones particulares (Turgot). Es una ética, en definitiva, ilustrada.

 

10.- Por el contrario, la ética universal, es decir, el ethos católico, se basa en lo que los sujetos tienen en común, una ley natural universal inscrita en sus naturalezas. También en lo que tienen de comunión sobrenatural, por la gracia, que es la Iglesia.

La universalidad católica, por tanto, es doble: la de la ley natural, que implica una dignidad moral, además de la ontológica; y la de la ley de la gracia, que implica una dignidad sobrenatural.

 

La enorme influencia de la modernidad ilustrada de corte humanista, esto es del personalismo, ha hecho creer que la ética global es equivalente a una ética universal. Y que los derechos individuales, regulados mediantes normas generales de alcance mundial, pueden sustituir al Decálogo en las legislaciones.

Sin embargo, nada más lejos de la realidad. Siendo un hecho que, entre ambas éticas, hay una distancia infranqueable.

 

David Glez. Alonso Gracián