(339) Las tres ambiciones de la fenomenología, y su impacto en el catolicismo
1.- Las tres ambiciones de la Fenomenología.— Ni las cosas suceden en vano, ni una crisis sucede porque sí. Porque la Babel contemporánea no se construyó en un día.
Decía Don Eugenio D´Ors, en El secreto de la Filosofía, que «la ambición de Husserl era triple».
La sintetizo:
1ª, encontrar fenómenos puros de conciencia, a salvo de los malvados conceptos.
2ª, liberar esos fenómenos de conciencia de las interferencias del entendimiento, y experimentar su inobjetividad.
y 3ª, comprender esos fenómenos de conciencia a partir del encuentro, la liberación, la experimentación previamente realizada.
Para ello, en conclusión, era preciso poner entre paréntesis los saberes heredados, y situarse ante el hecho de la conciencia sin conocimientos previos, esto es, sin tradición.
2.- Estos tres anhelos fenomenológicos no cayeron en saco roto. La escuela personalista no dudó en satisfacerlos y expandirlos, sembrándolos en la tierra tradicional del catolicismo.
El choque de conceptos, al principio, no pasó desapercibido. Pero en poco tiempo embelesaron inteligencias y ganaron adeptos. La tradición, en general, la pequeña y la grande, fue puesta entre paréntesis, como demandaba el nuevo método (aunque no explícitamente negada, sino en suspensión teleológica, como diría Kierkegaard: fue puesta al servicio de la nueva praxis tripartita, y así nació la pastoral posmoderna).
3.- Que tuvo, y tiene, también su trípode: de la ambición primera surgió la concepción fenomenológica de la fe, que ya no consiste en creer, sino en encontrar, experimentar, confiar, sentir, etc. El deseo de fenómenos puros de experiencias espirituales sin conceptos suscitó una insana atracción por las técnicas deconstructivas orientales, y el zen y el yoga se volvieron virales.

Beato Diego nació en la ciudad del Atlántico el 30 de marzo de 1743. De las calles y las olas de Cádiz pasó al convento de los Padres capuchinos de Sevilla, donde profesó austerísima vida el 31 de marzo de 1759. Vive oculto, estudiando y orando, hasta los veintitrés años de edad, en que es ordenado sacerdote en Carmona, en 1766.
El pensamiento católico contemporáneo, tras la tormenta posconciliar y en la presente situación de estado crítico conceptual, es figura de una Neobabel orgullosa que amenaza ruina, porque es ruinosa.
