(394) Misteriosismo y verdad sin doctrina
34.- Una fe que no consiste en creer.— El cristiano cree en Dios Uno y Trino. Cree en Dios Padre, cree en Dios Hijo, cree en Dios Espíritu Santo. Y también cree las verdades naturales y sobrenaturales que Dios mismo ha transmitido por Revelación. Lo explicaba con precisión el Catecismo de San Pío X:
«864. ¿Qué es Fe? - Fe es una virtud sobrenatural, infundida por Dios en nuestra alma, y por la cual, apoyados en la autoridad del mismo Dios, creemos ser verdad cuanto Él ha revelado y por medio de la Iglesia nos propone para creerlo».
Durante el posconcilio, el subjetivismo de la Nueva Teología desenfocará gravemente el concepto de Revelación. Difundida masivamente desde cátedras y púlpitos, convertirá la fe en experiencia de encuentro: ya no consistirá en creer, sino en experimentar, sentir, confiar, tener una cita personal con el misterio, una experiencia de enamoramiento, una cita con el noúmeno kantiano personificado en Jesús de Nazaret.
La Revelación pasará a ser sólo presencia de un Dios fascinado con el hombre, que sale a su encuentro pero sin influirle en lo más mínimo, porque respeta su criterio y libertad; un hombre endiosado que sale a su vez —hasta de forma inconsciente, según Rahner—, en busca de la verdad, como si no la hubiera recibido ya de sus antepasados.
35.- Modelo semipelagiano.— La fe pasará a ser dialógica, como pretende el personalismo; mas no teologal, porque en un encuentro hay dos que ponen de su parte, que se dirigen de suyo hacia el otro; pero en una infusión de virtud hay uno que entrega y otro que recibe, como en la traditio.
El modelo de fe será coherente con el paradigma semipelagiano, en que la conversión es suma de sumandos: la parte de Dios más la parte del hombre. La conversión será concebida como un diálogo entre causas primeras, en que se admite la iniciativa de una de ellas, no faltaba más, pero no su soberanía absoluta.
36.- La Revelación desenfocada.— Conforme a esta visión de la fe como experiencia de diálogo, su objeto, al que tradicionalmente había que asentir, quedará profundamente alterado. Ya no es que Dios comunique también verdades naturales y sobrenaturales acerca de Sí mismo y de su voluntad, sino que Dios mismo será su sólo objeto de comunicación. Se pretende que Dios no revela doctrinas, sino sólo hace presente su misterio. La Revelación, por tanto, ni terminó ni terminará, según esta perspectiva, consistirá en la presencia misma de Dios en una persona: su Hijo. La Revelación, más bien, será la Encarnación prolongada en la historia por la Resurrección.