(419) Sólo una catolicidad es posible
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Sólo puede existir una catolicidad, y es la de la Iglesia.
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Las metáforas de la máquina, el engranaje, el aparato, ya no valen del todo para el posmoderno burocratismo mundializado. Ahora es más afín la imagen del oscuro azar, de la Gorgona a la que no se ha de mirar, del monstruo marino inadvertible por vigía alguno, porque mora más allá de las olas, dominando invisible sus aguas territoriales.
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Quien domina el Estado moderno domina la sociedad. Quien domina el Estado Mundial domina los Estados modernos.
Quien domina el Estado Mundial domina las sociedades.
Promover organismos mundiales de control, al servicio del Estado Mundial, no es católico.
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Existe un existencialismo burocrático y es el de la partitarquía personalista. En ella el derecho está subordinado a los existenciales concretos.
El resultado es una macroestructura multiforme y apriorística pulverizada en mónadas administrativas absolutamente dependientes de las circunstancias, tan efímeras como las opiniones y contraopiniones a cuyo vaivén están sometidas.
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El existencialismo burocrático divide el poder politico en mónadas de voluntad de dominio. Algunas tienen trayectoria fija. Otras son imprevisibles. Unas se comportan como ondas, otras como partículas. Para articularlas en un conjunto de dominio existe un oscuro principio de legitimidad que apela a formas jurídicas nacionales, convencionales y efímeras, unas; internacionales, otras. Las unidades imponderables de poder, sin embargo, sólo responden a las autoridades sinárquicas, sobreentendidas, del Estado Mundial.
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El espíritu burocrático ha pasado, con la crisis del Estado liberal, de ser mecanicista a ser onírico.
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El espíritu burocrático globalista no es ya comparable, como hacían Weber o Kafka, a una máquina; ahora, más que de racionalismo, se nutre de voluntad de dominio. La transmutación es, sin duda, nietzscheniana.