(449) Comentarios críticos a Amoris laetitia, II: Sí importa profesar falsas religiones
Comentario 3
«Podemos decir que “toda persona que quiera traer a este mundo una familia, que enseñe a los niños a alegrarse por cada acción que tenga como propósito vencer el mal —una familia que muestra que el Espíritu está vivo y actuante— encontrará gratitud y estima, no importando el pueblo, o la religión o la región a la que pertenezca”» (Amoris laetitia, n. 77).
La teología posconciliar, cuando se refiere a Dios Espíritu Santo, habla a menudo de el Espíritu, a secas. Creemos que, por regla general, esta reducción no es intranscendente, sino que responde al espíritu de vaguedad con que el pensamiento moderno desdibuja los conceptos católicos para darle una mayor imprecisión pluralista.
Al hombre moderno no le disgusta hablar del Espíritu, pero le desagrada hablar de Dios Espíritu Santo. Es católico hablar del Espíritu, pero no lo es contraponerlo a Espiritu Santo, como se hace frecuentemente. Con el abuso de la primera expresión se pretende hablar de forma imprecisa, de manera que no se sepa con claridad si se refiere al espíritu humano, al espíritu absoluto, o a un espíritu divino en general latente en todas las religiones y no sólo en la católica. Por eso, en un contexto interreligioso de sabor indiferentista, como el de este pasaje, dejar al Espíritu Santo en sólo el Espíritu es efectivo, porque descatoliza a Dios.
El mensaje pretende reconocer la labor por la familia, el bien y la verdad de toda persona sea cual su religión, pero no por motivos de razón natural, sino espirituales, porque el Espíritu que supuestamente soplaría en todas las religiones sería el motor de dicha labor encomiable.
Sin embargo, hay que rechazar que el Espíritu Santo sople eficazmente en las religiones falsas; hay que rechazar la idea de que no importa la religión que profese una persona o un pueblo en orden a la lucha contra el mal. Porque Dios Espíritu Santo sopla habitualmente en la Iglesia de Cristo, que es la católica; es en ella donde se reciben sus luces, junto con la gracia santificante y la luz de la Revelación divina, principalmente por la acción del Magisterio, que debe enseñar con precisión salvífica la doctrina revelada y nunca novedades. Y es que entre la religión revelada y las falsas religiones hay una brecha absolutamente insalvable, que es el orden sobrenatural, la gracia y luz de los siete sacramentos y la divina Revelación.