(454) Comentarios críticos a Amoris laetitia, VII: ¿Matrimonio cristiano o matrimonio en general?
Comentario 12
«La alegría del amor que se vive en las familias es también el júbilo de la Iglesia. Como han indicado los Padres sinodales, a pesar de las numerosas señales de crisis del matrimonio, “el deseo de familia permanece vivo, especialmente entre los jóvenes, y esto motiva a la Iglesia”. Como respuesta a ese anhelo “el anuncio cristiano relativo a la familia es verdaderamente una buena noticia”. (Amoris letitia, n. 1).
«El camino sinodal permitió poner sobre la mesa la situación de las familias en el mundo actual, ampliar nuestra mirada y reavivar nuestra conciencia sobre la importancia del matrimonio y la familia.» (Amoris laetitia, n. 2)
Un grave problema de la pastoral personalista actual es que habla del matrimonio [adámico, porque necesita redención] y del matrimonio cristiano sin hacer las debidas distinciones, hablando indistintamente de uno y de otro, confundiéndolos o identificándolos; a veces distinguiéndolos sólo débilmente, como si fuera una cuestión de ideal o de valores. Es frecuente que este tipo de pastoral sobreoptimista minusvalore los efectos del pecado original en el amor humano, a menudo sobredimensionado o sobrenaturalizado indebidamente.
El problema del primer pasaje, como de toda la exhortación en general, es que no se sabe si se refiere a «la alegría del amor» ¿cristiano? «que se vive en las familias» ¿cristianas?, o al amor en general de las familias en general.
Más bien parece esto último, porque a continuación se habla de una «respuesta a ese anhelo» (¿de familia en general o de familia cristiana?) por parte de una Iglesia muy motivada (por ese anhelo de familia en general). Más bien parece esto último, en efecto, porque en el parágrafo 2 se habla otra vez, en general, de «la situación de las familias en el mundo actual». Luego se entiende que habla en general.
Si en efecto se habla del amor familiar en sentido amplio, no en concreto del amor familiar cristiano, hay que decir que no se entiende el júbilo de la Iglesia al respecto, porque sabemos, por el dato revelado y por la experiencia misma, de la grave herida que el pecado inflige al amor familiar. ¿Puede haber una alegría del amor familiar, en general, tal y como actualmente se da, que cause tal contento a la Iglesia? ¿O más bien lo que debe suscitar en nuestros pastores es una hondísima preocupación misionera —y, por qué no, proselitista, en el buen sentido?
Se entiende que todo en general está afectado por el pecado, que lo natural está caído y es en parte antinatural, que el amor humano, aunque no destruido, está enfermo y es hijo de la ira, y que la Iglesia por eso —y no porque todo en general vaya más o menos bien, aun con sus dificultades o crisis— tiene que anunciar la Buena Nueva. Y que vaya mal no es motivo de júbilo, aunque ciertamente sí de motivación: lo que motiva a la Iglesia es poder salvar al matrimonio en general, que va mal (en los más) porque no es cristiano. No se anuncia el matrimonio cristiano porque todo vaya más o menos bien o circunstancialmente regular, sino porque, desde que Adán y Eva desordenaron el mundo, va todo muy mal para sus descendientes, o sea para todo el mundo adámico en general, incluido el matrimonio. Cristo es necesario, el matrimonio sacramental es necesario.
Pero es que resulta que esa motivación pastoral jubilosa que el texto encuentra en la Iglesia actual, se fundamenta en el «el deseo de familia» que dice encontrar en los jóvenes. Hay que preguntarse qué significa deseo de familia, si deseo de estar en familia, deseo de tener una familia, o deseo de formar una familia en general. Si se refiere a esto último, no es motivo de alegría, porque lo normal sería que los jóvenes cristianos quisieran formar una familia cristiana y no una familia en general, o sea, irredenta.
Pero si se está diciendo que los jóvenes tienen deseo de formar una familia cristiana, desde luego que es motivo de gran alegría. Y estamos de acuerdo, si fuera cierto, que ojalá lo fuera. Porque admitimos que puede ser verdad en los menos, pero no en los más, al menos en las actuales sociedades liberales descristianizadas.
No dudamos que este deseo de matrimonio sacramental existe en muchos jóvenes cristianos, a los que la gracia santificante purifica su mundo interior y eleva a un orden sobrenatural, en que la grandeza del matrimonio cristiano resplandece como auténtico anhelo. Pero, al menos en las sociedades liberales de Occidente, no es la tónica general, sino la excepción.
Cuesta entender que la Iglesia se reconozca tan contenta respecto a la situación actual del matrimonio en general. Porque la situación, en lugar de ser jubilosa, es muy grave; no es que se estén dando «numerosas señales de crisis del matrimonio»; esto más bien parece un eufemismo. Lo que existe es una profundísima descristianización de la familia, y un gravísimo deterioro, por parte de muchas Iglesias locales, de la enseñanza de la doctrina católica sobre el matrimonio.
Lo que existe, tras años de difusión del impudor, del divorcio, de prácticas anticonceptivas y abortivas, es una masiva apostasía de los matrimonios católicos. Lo que existe es una agresión de los Estados liberales, agnósticos e irreligiosos, por medio de leyes ofensivas contra la familia; y una aprobación, por parte de muchos pastores y de la pastoral política en general, de los fundamentos de la democracia liberal, la misma que persigue la familia y separa indebidamente lo social y político de lo religioso y moral.
Lo que existe, por desgracia, es una descristianización galopante de sociedades hasta hace muy poco católicas. Cierto que hay también muchas familias cristianas dando ejemplo y razón de su fe y de su amor por Cristo, pero no son las más.