13.02.21

(459) Comentarios a Amoris laetitia, XI: ¿Caridad sin estado de gracia?

Comentario 17

«Es amor a pesar de todo, aun cuando todo el contexto invite a otra cosa. Manifiesta una cuota de heroísmo tozudo, de potencia en contra de toda corriente negativa, una opción por el bien que nada puede derribar. Esto me recuerda aquellas palabras de Martin Luther King, cuando volvía a optar por el amor fraterno aun en medio de las peores persecuciones y humillaciones» (Amoris laetitia, n. 118)

«En la vida familiar hace falta cultivar esa fuerza del amor, que permite luchar contra el mal que la amenaza.[…].» (Amoris laetitia, n. 119)

«Crecer en la caridad conyugal

El himno de san Pablo, que hemos recorrido, nos permite dar paso a la caridad conyugal. Es el amor que une a los esposos, santificado, enriquecido e iluminado por la gracia del sacramento del matrimonio. Es una “unión afectiva", espiritual y oblativa, pero que recoge en sí la ternura de la amistad y la pasión erótica, aunque es capaz de subsistir aun cuando los sentimientos y la pasión se debiliten. […] Porque ese amor fuerte, derramado por el Espíritu Santo, es reflejo de la Alianza inquebrantable entre Cristo y la humanidad […] “El Espíritu que infunde el Señor renueva el corazón y hace al hombre y a la mujer capaces de amarse como Cristo nos amó. El amor conyugal alcanza de este modo la plenitud a la que está ordenado interiormente, la caridad conyugal» (Amoris laetitia, n. 120)

Entre el amor natural, que está caído, y la caridad teologal, hay un verdadero abismo, el salto de la gracia sobrenatural. Sin embargo, en estos pasajes se habla del amor de caridad como si fuera amor humano natural, y se maximiza el amor fraterno atribuyéndole, no sin sombra de pelagianismo, una eficacia sobrenatural que no posee.

Se entremezclan así diversas concepciones confusas acerca de la caridad y del amor humano, por las que parece que la caridad conyugal sería el mismo amor humano maximizado por la acción directa del Espíritu Santo. En toda la exhortación en su conjunto, y en este pasaje en particular, late una confusión obstinada entre el orden natural y el orden sobrenatural, procedente de la mentalidad personalista, que sobredimensiona el amor natural, como si éste no estuviera caído, como si no se diferenciara esencialmente de la caridad.

De esta forma, se equipara indebidamente la caridad conyugal con un cierto amor espiritual concretado en fraternidad erótica, llevado a plenitud por una supuesta acción directa del Espíritu Santo a través del sacramento del matrimonio.

Entienden los personalistas que el sacramento matrimonial santifica el amor humano natural al repararlo con la gracia, de forma que el amor sobrenatural, según ellos, sería el mismo amor humano natural reparado, independientemente del estado de gracia o pecado de los cónyuges. La gracia matrimonial haría que el amor humano volviera a ser sobrenatural, como si lo sobrenatural fuera su constitutivo creatural restablecido y no un don gratuito recibido a través del bautismo y la penitencia.

De manera que el pecado mortal no excluiría el amor sobrenatural, pues éste no sería otra cosa que el constitutivo original del amor humano, recuperado por el sacramento del matrimonio. Y así lo que se santificaría sería el mismo amor humano y no los cónyuges.

 

Para ello, definen la caridad teologal en los términos de A.L. n. 120: «[L]a caridad conyugal [e]s el amor que une a los esposos, santificado, enriquecido e iluminado por la gracia del sacramento del matrimonio». La caridad sería un atributo superior del amor conyugal natural, un plus que la gracia del sacramento del matrimonio recupera del olvido y reactiva.

Pero tenemos que oponernos a esta definición. Porque por caridad conyugal no entendemos un amor humano afectivo y erótico espiritualizado y completado con el añadido de la gracia del matrimonio; por caridad entendemos el amor teologal sobrenatural que se recibe con el estado de gracia, que tiene a Dios por motivo formal (aunque el objeto material sea distinto de Dios).

El objeto formal de la caridad es el bien divino en sí mismo considerado como motivo de amor. Y esto es fundamental. Tanto, que hace radicar la caridad en el estado de amistad con Dios. Porque si se es enemigo de Dios por el pecado, no se puede amar con amor de caridad. Dios no puede ser motivo del amor conyugal si los cónyuges son enemigos de Dios por el pecado mortal.

Y es que una vez más se pasa por alto la necesidad del estado de gracia para poder amar con verdadero amor de caridad. Por eso hay que advertir que el sacramento del matrimonio no recupera el estado de gracia y por tanto no es suficiente para que los esposos puedan amar con amor de caridad. Es necesario el sacramento de la penitencia. Y que amor el humano natural y la caridad teologal son amores esencialmente diferentes, siendo el amor humano sobrenaturalmente ineficaz.

* * *

Si se desvincula la caridad del estado de gracia desaparece su carácter de virtud teologal. Por eso algunos, equivocadamente, la relacionan con una acción directa del Espíritu Santo, porque la distinguen abusivamente de la cualificación sobrenatural del alma que realiza la gracia santificante. Esto hizo Pedro Lombardo, relativizando la existencia de la caridad como hábito infuso, como si los actos habituales de caridad no procedieran de un hábito teologal arraigado en el estado de gracia, sino de una supuesta acción directa del Espíritu Santo.(Cf., SANTO TOMÁS, II-II, 23.2, De veritate, a1). .

Por eso el amor fraterno familiar y conyugal no puede pasar a ser amor de caridad teologal sólo en virtud de la gracia del sacramento del matrimonio, porque la caridad, que es una virtud teologal, presupone el estado de gracia, más bien, está unida cualitativa y orgánicamente a él, y el sacramento del matrimonio, como decimos, no es suficiente para recuperar el estado de gracia. 

Esta atribución ilícita ha sido preparada en los pasajes anteriores, en que se maximiza el amor humano atribuyéndole características de amor de caridad. Y así, la cita de Luther King sobre el amor fraterno, su equiparación siguiente al amor familiar, y el paso al amor de caridad en el matrimonio, es abusivo.

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6.02.21

(458) Comentarios críticos a Amoris laetitia, X: una pesada y tremenda losa

Comentario 16

«no hay que arrojar sobre dos personas limitadas el tremendo peso de tener que reproducir de manera perfecta la unión que existe entre Cristo y su Iglesia» (A.L. n. 122)

Esto es como decir que no hay que arrojar sobre el cristiano el tremendo peso de tener que ser santo. La proposición muestra un pesimismo escéptico que pasma, viniendo de un documento que se titula Amoris laetitia

En comentarios anteriores hemos visto el estado deplorable en que se encuentra el matrimonio adámico, herido por el pecado. Pero cómo, por contra, la Buena Nueva de Nuestro Señor Jesucristo es motivo de confianza y alegría, porque viene a remediar los males del pecado y a iluminar las mentes oscurecidas, fortaleciendo voluntades con su gracia.

Es por ello que, para el cristiano, la vida sacramental es fuente de esperanza sobrenatural. No en las propias potencialidades, no porque la causa segunda pueda, por sí sola, autorredimirse; sino porque Dios mismo, Causa Primera, viene en su auxilio. Es por ello que Nuestro Señor llama a su Iglesia al desesperado hombre adámico para fortalecerlo y redimirlo, utilizando palabras que reflejan la eficacia de Sacrificio y la potencialidad vivificante de sus sacramentos. Por eso, por el poder real de la gracia, y por los méritos de su Pasión, el yugo de Nuestro Señor es dulce y su peso es liviano:

«En aquel tiempo, respondiendo Jesús, dijo: “Venid a mí todos los que estáis fatigados y sobrecargados, y yo os daré descanso. Tomad sobre vosotros mi yugo, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas. Porque mi yugo es suave y mi carga ligera"» (Mt 11,28-30).

Pero he aquí que este pasaje de Amoris laetitia, en lugar de transmitir la confianza que se debe a los auxilios divinos, como es propio de la esperanza teologal, transmite en cambio desconfianza y escepticismo. El yugo de Cristo sería un peso tremendo para las personas, que, debido a sus límitaciones propias y situacionales, no podrían más que aspirar al ideal teórico del matrimonio cristiano. Por eso no se les debería exigir nada más, sino que se vayan moviendo como puedan hacia ese pesado y tremendo ideal, amenazante como una losa que pende sobre el matrimonio, cual espada de Damocles.

Pero hay más.

La razón que debe apartar a los bautizados divorciados en nueva unión de la comunión sacramental, es el estado de contradicción en que viven, pues el adulterio ofende y contradice directa y manifiestamente la unión de Cristo con su Iglesia. Y dado que «el ministro de la Comunión no podría juzgar de la imputabilidad subjetiva», la prohibición de comulgar se fundamenta en el pecado grave objetivamente entendido, en la obstinada perseverancia en el mal, en «el carácter manifiesto de la situación de pecado grave habitual» (Pontificio consejo para los textos legislativos, Declaración sobre la admisibilidad a la sagrada comunión de los divorciados que se han vuelto a casar, n. 2, 24 de junio de 2000). 

En definitiva, la imposibilidad de acceso a la comunión se fundamenta en que el adulterio desfigura públicamente la unión de Cristo con su Iglesia, que es precisamente aquello que el pasaje citado niega que se deba exigir a las personas, por constituir, supuestamente, un peso tremendo (como si la gracia no fuera eficaz al respecto).

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30.01.21

(457) Comentarios críticos a Amoris laetitia, IX: La tiranía de las circunstancias

Comentario 15

«elementos constructivos en aquellas situaciones que todavía no corresponden o ya no corresponden a su enseñanza sobre el matrimonio»(A.L. n. 292)

«la situación particular de un matrimonio sólo civil» (A.L. n. 293)

3) «el discernimiento pastoral de las situaciones de tantas personas que ya no viven esta realidad [del matrimonio cristiano]» (A.L. n. 293)

«situaciones culturales o contingentes»(A.L. n. 294)

«situaciones de fragilidad o imperfección.» (A.L. n. 296)

«hay que evitar los juicios que no toman en cuenta la complejidad de las diversas situaciones»(A.L. n. 296)

«No me refiero sólo a los divorciados en nueva unión sino a todos, en cualquier situación en que se encuentren.» (A.L. n. 297)

«Acerca del modo de tratar las diversas situaciones llamadas “irregulares”» (A.L. n. 297)

«Los divorciados en nueva unión, por ejemplo, pueden encontrarse en situaciones muy diferentes, que no han de ser catalogadas o encerradas en afirmaciones demasiado rígidas» (A.L. n. 298)

«La Iglesia reconoce situaciones en que “cuando el hombre y la mujer, por motivos serios, —como, por ejemplo, la educación de los hijos—no pueden cumplir la obligación de la separación”» (A.L. n. 298)

«la situación de alguien que reiteradamente ha fallado a sus compromisos familiares.» (A.L. n. 298)

«Los Padres sinodales han expresado que el discernimiento de los pastores siempre debe hacerse “distinguiendo adecuadamente”, con una mirada que “discierna bien las situaciones”. Sabemos que no existen “recetas sencillas"». (A.L. n. 298)

«Si se tiene en cuenta la innumerable diversidad de situaciones concretas» (A.L. n. 300)

 
 

He resaltado en rojo, en los pasajes de la cita, la enorme diversidad de circunstancias y situaciones que Amoris laetitia exige tomar en consideración, como falsa prueba de una supuesta imposibilidad de aplicar la ley moral al caso.

Entre otras, son todas estas:

1) Situaciones que aún no se corresponden con la enseñanza de la Iglesia sobre el matrimonio.

2) Situaciones que han dejado de coresponder con la enseñanza de la Iglesia sobre el matrimonio.

3) Situación particular de un matrimonio civil.

4) Situaciones de personas concretas que ya no viven la realidad del matrimonio cristiano.

5) Situaciones culturales.

6) Situaciones contingentes.

7) Situaciones de fragilidad.

8) Situaciones de imperfección.

9) Situaciones de diversa complejidad.

10) Situaciones de divorciados en nueva unión.

11) Situaciones de cualquier tipo.

12) Situaciones irregulares.

13) Situaciones incatalogables en que se encuentren los divorciados en nueva unión.

14) Situaciones en que no se puede cumplir la obligación de la separación.

15) Situación de incumplimiento habitual de los compromisos familiares.

16) Situaciones de difícil discernimiento para los pastores, para las que no hay recetas sencillas.

17) Situaciones de diversidad innumerable.

 

Esta apelación a un casi infinito número de circunstancias que hay que discernir para poder juzgar  resulta pasmosa y abrumadora. Porque, ¿con qué objeto se enumeran? Con el objeto de justificar la suspensión del derecho, (en cuanto que aplica la ley moral mediante determinaciones jurídicas); con el objeto de trasladar a la subjetividad el juicio sobre los pecados que ofenden a la dignidad del matrimonio, reubicando el asunto en un plano existencialista, en que poder subordinar la doctrina a la praxis. Y así, es comprensible que se afirme, como declaración de intenciones, que:

«Si se tiene en cuenta la innumerable diversidad de situaciones concretas, como las que mencionamos antes, puede comprenderse que no debía esperarse del Sínodo o de esta Exhortación una nueva normativa general de tipo canónica, aplicable a todos los casos. Sólo cabe un nuevo aliento a un responsable discernimiento personal y pastoral de los casos particulares» (A.L. n. 300)

Es decir, se arguye que, dado el número casi infinito de circustancias concretas, no cabe aplicar la ley moral a todos los casos; sólo cabe tomar en cuenta cada situación concreta y particular, en sus detalles existenciales especiales (principio situacionista que afirma una supuesta implenitud de la ley moral).

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11.01.21

(456) Proselitismo y bien común

Para una mentalidad personalista, Dios no revela una doctrina, sino sólo experiencias del misterio. No tiene sentido, bajo esta óptica, hablar de apostolado doctrinal, ni de transmitir verdades de fe, ni de misión o apologética. Sólo cabe expresar, para quien así discurre, la propia experiencia religiosa, que, por ser privada, no debe poseer pretensiones de universalidad.

Esta es la cosmovisión de fondo que subyace al presente rechazo de todo apostolado intelectual. Predicar, por el bien de las almas, una doctrina inequívoca, ofendería, según esto, al pluralismo doctrinal, siempre tan eclesialmente correcto, tan fraternal, tan democrático.

Bajo esta perspectiva late un profundo escepticismo, porque en realidad, no se cree que el hombre, con su razón y con la fe, con el socorro de la gracia, pueda alcanzar un conocimiento salvífico y eficaz de Dios. Como se ha explicado en numerosos artículos de este blog, no cabe, en los parámetros del humanismo católico, una doctrina que, por ser inequívoca, sea tan necesaria al hombre caído.

Lo que se postula en cambio, conforme al pensamiento moderno, es el experiencialismo. Y es que el católico humanista, que bebe del pensamiento de la Modernidad, desconfía de todo sistema doctrinal, y aborrece la metafísica. Sólo confía en sus experiencias, quiere ver y oler y gustar y tocar, pero no quiere oír, porque sólo quiere oírse a sí mismo.

Es por ello que, para el humanismo católico, la predicación carece de sentido, siendo preferible la estética, por ejemplo, de una composición musical, o la literatura, u otros medios subjetivos, para la transmisión de experiencias. La predicación doctrinal es minusvalorada y calificada, despectivamente, de proselitismo, y con ello se la iguala, arteramente, al discurso de las sectas y las falsas religiones, naturalizando el apostolado. Pero proselitismo, aunque es una palabra sin tradición en la ciencia de los santos, tiene sin embargo cierta acepción verdadera si se redime el concepto: deseo de ganar almas para la Iglesia, columna y fundamento de la verdad (Cf.,1 Tim 3, 15).

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5.01.21

(455) Comentarios críticos a Amoris laetitia, VIII: El matrimonio en el abismo

Comentario 14

«El Evangelio de la familia alimenta también estas semillas que todavía esperan madurar, y tiene que hacerse cargo de los árboles que han perdido vitalidad y necesitan que no se les descuide» (Amoris laetitia, n. 76)

«”El discernimiento de la presencia de los semina Verbi en las otras culturas (cf. Ad gentes divinitus, 11) también se puede aplicar a la realidad matrimonial y familiar. Fuera del verdadero matrimonio natural también hay elementos positivos en las formas matrimoniales de otras tradiciones religiosas”, aunque tampoco falten las sombras. » (Amoris laetitia, n. 77)

«La mirada de Cristo, cuya luz alumbra a todo hombre (cf. Jn 1,9; Gaudium et spes, 22) inspira el cuidado pastoral de la Iglesia hacia los fieles que simplemente conviven, quienes han contraído matrimonio sólo civil o los divorciados vueltos a casar. Con el enfoque de la pedagogía divina, la Iglesia mira con amor a quienes participan en su vida de modo imperfecto» (Amoris laetitia, n. 78)

«Frente a situaciones difíciles y familias heridas, siempre es necesario recordar un principio general: “Los pastores, por amor a la verdad, están obligados a discernir bien las situaciones” (Familiaris consortio, 84). El grado de responsabilidad no es igual en todos los casos, y puede haber factores que limitan la capacidad de decisión. Por lo tanto, al mismo tiempo que la doctrina se expresa con claridad, hay que evitar los juicios que no toman en cuenta la complejidad de las diversas situaciones, y hay que estar atentos al modo en que las personas viven y sufren a causa de su condición”.» (Amoris laetitia, n. 79)

 

Bajo el epígrafe «Semillas del Verbo y situaciones imperfectas» se suceden cuatro parágrafos (números 76 a 79) de gran importancia en Amoris laetitia, porque son como la llave ideológica que permite abrir la caja del capítulo 8, que es la clave de toda la exhortación. De estos cuatro párrafos hemos seleccionado cuatro pasajes fundamentales.

En el n. 76 se habla de las «situaciones imperfectas» como de «semillas que todavía esperan madurar», y se asocian al Verbo vía sacramental, es decir, interpretándolas «partiendo del don de Cristo en el sacramento». O sea, que se pretende que estas situaciones imperfectas sean entendidas como semillas sacramentales del Verbo.

En el n. 77 compara estas semillas sacramentales con «los semina Verbi en las otras culturas», y afirma que «se puede aplicar a la realidad matrimonial y familiar» y se pueden encontrar también «[f]uera del verdadero matrimonio natural» como elementos positivos «en las formas matrimoniales de otras tradiciones religiosas», aunque reconociendo eufemísticamente que «tampoco falten las sombras».

En el n. 78, se enseña que, de la misma forma que la luz de la mirada de Cristo «alumbra a todo hombre», —también, al parecer, alumbra a los que viven en las mencionadas situaciones imperfectas, por eso la Iglesia dirige su «cuidado pastoral» a «los fieles que simplemente conviven, quienes han contraído matrimonio sólo civil o los divorciados vueltos a casar». Y lo hace mirando estas situaciones con amor porque, quienes participan en ellas, participan también de la vida y luz sacramentales, si bien «de modo imperfecto».

Y así, mediante eufemismos, se atribuye el carácter de semilla  sacramental al concubinato y la fornicación de «los fieles que simplemente conviven», al rechazo apóstata del sacramento matrimonial de «quienes han contraído matrimonio sólo civil», o al grave pecado de adulterio y escándalo público de los «divorciados vueltos a casar».

* * *

Resulta escandaloso 1º atribuir la luz de Cristo a estos gravísimos pecados, y 2º, pretender que los pastores aprendan a “discernirla", haciéndose dioses del fuero interno ajeno.

Y es que rechina profundísimamente en los oídos católicos que se utilicen eufemismos para mitigar la gravedad del pecado. Como se hace en el n. 79, para resumir todo lo anterior bajo la etiqueta de «situaciones difíciles y familias heridas»; y, ¿por qué este eufemismo? Pues para «evitar los juicios que no toman en cuenta la complejidad de las diversas situaciones», se dice, pretendiendo así que, en el pecado, los pastores disciernan semillas del Verbo pero no disciernan lo pecaminoso, sino que lo dejen en suspenso.

 

Discernir, en el pecado, semillas sacramentales de Cristo, pero no discernir lo pecaminoso. Esto es, al fin y al cabo, lo que se pide en estos cuatro parágrafos. Al igual que se imaginan semillas del Verbo en las religiones adámicas, pero sin discernir lo pecaminoso de su idolatría, se deben imaginar semillas del Verbo en las ofensas contra el matrimonio, pero sin esclarecer (juzgar) su carácter pecaminoso. Lo negativo tanto de las situaciones imperfectas, como sus análogos las religiones imperfectas, sólo serían algunas sombras que no se dejan de reconocer. Pero son sombras de maduración, como quiere el punto 76, sombras de semillas aún por madurar, debilidades de un árbol cansado.

Sin embargo, la situación del matrimonio y la familia en el mundo actual ofrece una perspectiva muy diferente a la ofrecida, y muy lejos de contener la luz de Cristo, antes bien la eclipsan, sobre todo porque contienen otro numen, el de su enemigo. En el mundo actual cayeron ciertamente semillas de Cristo, pero el mundo actual las ahogó y no prosperaron, porque la tierra de la Modernidad axiológica es mala.

Un simple vistazo a la realidad del matrimonio en las sociedades actuales nos hace comprender que los males que le aquejan son mucho más que algunas sombras aquí y allá, y que lejos de ser sembradura de Cristo, es sembradura de su enemigo. La situación es trágica y desoladora.

La difusión del impudor.- Los hábitos de vida impúdica se han convertido en vicios masivos. Los católicos no dan importancia al impudor, y esto multiplica el pecado mortal, que se vuelve habitual, consolidando estructuras de pecado virtuales y reales. El impudor y la lujuria atacan hoy al matrimonio con violencia anticristiana. Los poderes del mal campean a sus anchas a través de auténticas estructuras de impudor y lujuria, en que la tecnología y la cultura sirven de instrumento de difusión, y el ocio público sirve de tentación en plural. La normalidad del impudor y la lujuria vuelve anormal la castidad matrimonial, y habitual el estado de enemistad con Dios. La crisis del sacramento de la confesión en numerosas iglesias locales consolida el mal y parece volver pandémico el estado de pecado habitual.

La difusión/normalización del divorcio/adulterio. Aumenta el número de adulterios entre católicos, y esto multiplica su aceptación moral y se difunde como una plaga. Esta difusión/normalización es figura de la difusión/normalización de la apostasía, pues el adulterio es tipo de la idolatría. Quebrantar el matrimonio sacramental ofende la unión de Cristo y de su Iglesia, y prepara la herejía, la heterodoxia, la pérdida de la fe. En realidad, quien traiciona a su cónyuge se convierte a las criaturas y se vuelve idólatra. ¿Nos extrañaremos, entonces, de la calamitosa crisis de fe que padece el catolicismo?

El crimen del aborto se ha extendido entre matrimonios de bautizados, difundido por leyes malvadas aprobadas y votadas, también, por bautizados. La sangre de los seres humanos abortados pende sobre la conciencia de cónyuges, sociedades, instituciones. Es un crimen suscitado y anticipado por la practica masiva de la anticoncepción, que no sólo mantiene alejados de la gracia santificante a los esposos, corrompiendo su unión conyugal y cegando las fuentes de la vida; sino que sumerge sus matrimonios en un nihilismo de egocentrismo. La generalizada oposición, en los años del posconcilio, a la Humanae vitae, movida por teólogos prestigiosos y pastores desviados, muestra con pavorosa claridad cuán difundida estaba y estaría la anticoncepción en la mentalidad de las viejas sociedades cristianas, en pocos decenios descristianizadas.

La trágica situación del matrimonio y la familia católica fue ya advertida, en plena consolidación de los estados liberales, por León XIII. Su diagnóstico es rabiosamente actual.

—León XIII denuncia la tragedia del matrimonio adámico, multiplicada por el liberalismo, en su encíclica Arcanum divinae sapientiae, de 10 de febrero de 1880. Ahí presenta la verdadera perspectiva con que contemplar la corrupción del matrimonio en las culturas paganas; sí, en esas mismas culturas en las que Amoris laetitia pretende encontrar semillas de Cristo y a las que agradece su admirable lucha contra mal, reconociendo en ellas la acción del Espíritu; pues bien, de ellas afirma León XIII que «apenas cabe creerse cuánto degeneró y qué cambios experimentó el matrimonio, expuesto como se hallaba al oleaje de los errores y de las más torpes pasiones de cada pueblo».

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