Hay buenos pastores en la Iglesia católica, pero la abundancia de malos ha puesto a la grey de Cristo en el desfiladero. Son pastores sin voz o de voz confusa, que no hablan claro y pierden ovejas, arrimadas en exceso al acantilado.
Viven los fieles, en esta crisis, como caminantes entre nubes, como jinetes del Paso de Imladris, por donde pasó Elendil.
Y es que tiene el camino eclesial actual peligros abundantes; y a falta, demasiado a menudo, de una sólida predicación en que consolidar la fe, el católico superviviente ha de buscarse la buena doctrina por su cuenta, que es como buscarse la vida.
La travesía es difícil. Los orcos llegaron a las Montañas Nubladas. Sea el católico, por eso, cual caballero del abismo, y precisando el paso, sobre caballo recio, sujete bien las riendas con el socorro de Nuestra Señora, para llegar a Rivendel.
1.- Pastores turbados y canes mudos.— No es que no haya pastores, o que no tengan voz, sino que muchos hablan confuso, y sus ovejas no les reconocen, se desconciertan, el rebaño se desordena junto al precipicio, la turbación las aproxima al abismo.
Sus canes son mudos, de nada les sirven sino para reñir entre sí. Frecuentan chacales, compadrean con lobos. Gustan del activismo de la ociosidad y no corren los campos ni reagrupan la grey. Se apuntaron, tal vez, a congresos de licántropos, firmaron la paz con jaurías; o asistieron a eventos de la alta sociedad canina, llegando tarde al rebaño y sin ladrido.
2.- Con palabra irreconocible.— Hay buenos pastores, sin duda: las ovejas escuchan su voz, y se enmiendan y pastan seguras. Pero también los hay malos, que hablan extraño, y abundan —por eso, principalmente, hay crisis—. Y a falta de un verbo preciso, confunden la grey. Los cristianos, sin guía en el desfiladero, buscan pasajes y atajos por su propia cuenta y riesgo, sin brújula ni mapa, ni Dardos que brillen contra los orcos.
El pastor, en sus actos de gobierno, debe ser la vanguardia de la buena doctrina. Enseña San Gregorio Magno que «el prelado debe ser siempre el primero en obrar, para que, con su ejemplo, muestre a los súbditos el camino de la vida, y para que la grey que sigue la voz y las costumbres del pastor camine guiada» (Regla pastoral, 2, 3)
3.- El azúcar, pero no la sal, en la voz del pastor.— No es misión de los pastores desalar la doctrina, ni intoxicar conceptos con malas cavilaciones, que elucubrar no es hacer magisterio. Aténganse a saberes heredados, que son brújula perenne para el rebaño. Doctrina sin sal es doctrina sin sabor, doctrina inútil que para nada vale, aunque guste al nuevo sistema mundial de trasgos. No es misión de los pastores, tampoco, endulzar nociones, ni edulcorar misterios con valores añadidos. Aténganse a predicar lo verdadero, que es el acto de liberación más potente que existe, y es saludable en todo momento aunque suponga el martirio. Voz sin sal es voz inútil.
El mal pastor puede ser piadoso, pero mal pastor. Por eso la culpa principal del descalabro es del que, debiendo pastorear, no pastorea. Pudo haber sido en sus ratos libres piadoso y limosnero, pero no fue pastor. Y sus ovejas caminaron precipicios y muchas cayeron.
AÑADIMIENTOS
4.- Remedios saludables.— Gracias a Dios, también hay buenos pastores, con buenos canes. No abundan, pero los hay. Sus rasgos distintivos son remedio:
Primer punto, saber gobernar: 1) tener autoridad (saber y enseñar la sana doctrina) y 2) tener potestad (mandar, sancionar, regir, ordenar, organizar, hacerse obedecer, hacerse todo a todos, delegar, etc).
Segundo punto de buena pastoría, ser defensor del rebaño y buen guía.
Tercer punto, que es primero en importancia: andar en santidad (estar en gracia, actuar al modo sobrenatural, ser varón teologal, cultivador en especial de las cuatro virtudes viriles —según decían los romanos: gravedad, racionalidad, serenidad y fortaleza)
Cuarto punto, ser bandera de la Transustanciación, embajador del único medio de salvación que es la Iglesia. Faro de la ley natural, rescatador del sacramento de la penitencia, defensor del derecho natural y divino y del derecho penal, con todas sus consecuencias.
5.-Más remedios.— Sepa el buen pastor callar cuando sea preciso, que hay silencios más potentes que cualquier palabra. Conforme a la enseñanza de San Ignacio de Antioquía, que dice: «maravillado estoy de la serenidad de un hombre que puede más con su silencio que otros con su vana garrulería» (Carta a los filadelfos, 1, 1).
Sepa el buen pastor ser fiel y veraz, no un mercenario, conforme explica el Santo de Hipona: «¿Quién es el mercenario? El que viendo venir al lobo, huye, porque busca su interés, no el de Jesucristo; el que no se atreve a reprender con libertad al que peca; [el que] por no perder la satisfacción de la amistad de un hombre y soportar las molestias de la enemistad, calla y no lo reprende.» (Tratado sobre el Evangelio de San Juan, 46, 8)
6.- Y otros más.— Cruce el buen pastor los umbrales precisos, no puertas traseras, ni huecos de ladrones. Sea su pastoreo participación del único pastoreo, para que se cumpla la Escritura, que dice:
«En verdad, en verdad os digo que el que no entra por la puerta en el aprisco de las ovejas, sino que sube por otra parte, ése es ladrón y salteador; pero el que entra por la puerta, ése es pastor de las ovejas. A éste le abre el portero y las ovejas oyen su voz, y llama a las ovejas por su nombre y las saca fuera; y cuando las ha sacado todas, va delante de ellas, y las ovejas le siguen, porque conocen su voz; pero no seguirán al extraño; antes huirán de él, porque no conocen la voz de los extraños.» (Jn 10, 1-5)
y 7.- En conclusión, no tema.— Sepa el buen pastor hablar con sal de Cristo, para que le reconozcan sus ovejas y su voz sea como antorcha que ilumina las tinieblas. No hable, por eso, con tonos extraños, sino heredados. No pierda en su discurso el sí sí no no evangélico.
Sea su predicación y su silencio mapa de ruta para la salvación de las almas. Sea su doctrina salada claridad. No olvide apoyar su labor en fieles y bravos canes, de los de antes, buenos perros ladradores y enfrentadores de leones. Y no tema desfiladero ni cañada, porque, si Dios con él, ¿quien contra él?
David Glez. Alonso Gracián