1.- Llevamos demasiado tiempo aplaudiendo al hombre, pervirtiendo el humanismo, y repitiendo, con boca satisfecha de sí misma: sea el ser humano engrandecido. Sea rey el ser humano de sí mismo. Nosotros no queremos que el hombre sea indigno, sino que, como clama el salmista (Sal Vg 69,5), “Sea Dios engrandecido”, ¡Magnificetur Deus! ¿¿Por qué?? Te lo repite el salmista: -porque somos…
“un pobre mendigo”, ego autem miser sum et pauper (Sal Vg 69, 6)
2.- El pobre PIDE, no se gloría de sí mismo, y ruega con boca de lágrima:
“apresúrate, oh Dios, a prestarme auxilio, tú eres mi ayuda, y mi libertador, oh Señor, no tardes! (Sal Vg 69,6) Domine, ne tardaveris!
3.- Amigo, ¡deja ya de hablar como si fueras autosuficiente y te bastaras a ti mismo! Dile al Señor con lengua justa la verdad, que
“desde las entrañas de mi madre fuiste mi apoyo” (Sal Vg 70, 6)
Si te alejas del Señor perecerás. Si te alejas de Él estás muerto. Mira, yo no voy a ponerme a cantar las supuestas glorias del ser humano caído de su estado original, sino a decirle: si te alejas de tu Dios y Señor PERECERÁS. Y lo voy a repetir al hombre, a la mujer, al adolescente, a la familia, a la sociedad, a las naciones, a las instituciones, al orbe entero.
4.- Católico, has de reflexionar en qué sustentas tu apostolado, tu familia, tu empresa apostólica, tu labor eclesial, tu servicio a los pobres, tu pastoral, tu catequesis, tu movimiento, grupo, asociación, familia, todo. Si sustentas todo ello en ti mismo estás perdido y más que perdido. Si sustentas tu vida en ti mismo caminas hacia el absurdo. Si sustentas tu salvación misma en tu voluntad estás perdido.
5.- Si no te percibes a ti mismo como un ser que está en ruinas, no aniquilado, pero hecho inmundo por el pecado, como enseña el Tridentino, no tienes solución. El Espíritu Santo te mueve a adquirir conciencia de tu estado. Y sólo entonces podrás pedirle:
“Dirige tus pisadas hacia estas ruinas sin fin , Dirige gressus tuos ad ruinas perpetuas, (Sal Vg 73,3).
6.- Aquella pastoral familiar de un tiempo atrás, autocomplaciente consigo misma, y que no nombraba la gracia, el pecado, la salvación, jamás, ¡cómo gustaba de ensalzar lo humano, darle operatividad por sí mismo, como si lo tuviera! La salvación de la sociedad residía en la familia. Y la familia entonces se estrellaba una y otra vez contra sí misma, cegada por mirarse el ombligo. Tópicos pelagianos que ignoraban una tremenda verdad punzante, y astillada, que duele pero sana como preciso bisturí. Robert Spaemann lo sintetiza así, en “El rumor inmortal”, V:
“la situación histórica del hombre ya no se puede medirse en absoluto con referencia a su estado original”
En efecto, la situación actual del ser humano ha de evaluarse con relación a su Caída original, que ha infectado su estado originario hasta el punto de hacerlo inmundo, aunque sin destruir su bondad original ni aniquilarlo totalmente.
Esta deformación originada por el pecado no es total. Pero es suficiente para convertir al hombre en un mendigo de Dios, sin cuyo auxilio queda reducido a su propia indigencia originada.
7.- ¿Tiene sentido tomar partido por la Ley Natural, etsi deus non daretur (como si Dios no existiera)? En esta lucha bienintencionada podemos cometer sin darnos cuenta la impostura del antropocentrismo: se substituye el sustento divino por la arena de la propia autoconfianza. Como vacuna, hay que confesar al Señor:
“desde las entrañas de mi madre fuiste mi apoyo” (Sal Vg 70, 6)
Cristo sigue siendo nuestro único apoyo y nutriente en toda tarea apostólica.
8.- No hemos de seguir un falso camino. Nuestra fidelidad es para el Señor, el Señor es nuestro único camino, no tú mismo. Y sólo en este sendero hallamos el nuestro, para participar de sus pasos. Como afirma Spaemann:
“Permanecer fiel a sí mismo s una máxima bien conocida. ¿Pero qué quiere decir eso? Esa forma de hablar es extraña al cristianismo. este más bien de abnegación por fidelidad a Dios. Y de forma correspondiente, de la fidelidad de Dios” (El rumor inmortal, VI)
¿Acaso no justificó Renan su apostasía, en su Autobiografía, como un camino de fidelidad a sí mismo, como un continuar seguir siendo su propio apoyo? Todos los conversos, sin embargo, coinciden en su cambio total de rumbo, en su no-continuidad con el camino propio, en su renacer, en su transformación, y nunca en un continuar siendo fiel a sí mismos. ¡No te conviertes para seguir igual! No retornas a ti mismo, sino al Señor de la Vida.
7.- No podemos renunciar a producir conversiones. No nosotros, sino Dios con su poder en su Hijo, a través de nuestra misión, guiados por el Espíritu Santo. Olvidar esto es afirmar que un ser humano puede vivir sustentado en sí mismo y que no nos importa su perdición.
8.- Desde aquí llamamos al combate sobrenatural, con las buenas armas de Cristo, contra todo engrandecimiento indebido del hombre o de su sola voluntad. Llamamos a la resistencia contra todo culto impropio al ser humano.
9.- Del absurdo de un cristianismo sin Cristo, reducido a pura ética, quiera el Señor apartarnos y mantenernos despiertos contra su sueño mortal. La máxima de Chamfort, que nos dedicó para herirnos, no ha de resonar jamás entre nosotros:
“M…decía: no me importaría ser cristiano, pero…me sería IMPOSIBLE creer en Dios”.
Ya el malvado Voltaire se burlaba de los cristianos citando otra anécdota de este tipo, que también recoge Chamfort para atacar a los hijos de Dios:
“Luis XIV, tras la batala de Ramilies, cuyos resultados acaba de conocer, dijo:
– Dios se ha olvidado de todo lo que he hecho por Él”.
No, hermanos, nosotros no hemos de fijarnos en lo que nosotros hacemos por Dios, para pedirle nos pague lo que nos debe. Nosotros nos fijamos en todo cuanto hace Dios por nosotros, para darle gracia. ¡Magnificetur Deus!
10.- No nos coronemos de flores a nosotros mismos. Como enseña el Catecismo, con bellas palabras:
2011 La caridad de Cristo es en nosotros la fuente de todos nuestros méritos ante Dios. La gracia, uniéndonos a Cristo con un amor activo, asegura el carácter sobrenatural de nuestros actos y, por consiguiente, su mérito tanto ante Dios como ante los hombres. Los santos han tenido siempre una conciencia viva de que sus méritos eran pura gracia.
No se autocorone de flores la familia. Ni los jóvenes por el mero hecho de ser jóvenes, ni el católico por el simple nombre de católico. Que de nosotros, fieles de Cristo, no se ha de decir lo que canta Hölderlin de los griegos, en su religión natural:
“los fieles se coronaban de flores en las festividades”.
Nosotros no cantamos, como ellos, “la felicidad de los fuertes”, sino la tribulación de los débiles, de los mendigos de Dios, nutridos por la fortaleza del Vencedor, del Bello, del Viviente! Por eso no nos coronamos de flores en nuestras festividades. Sino adoramos a Dios. ¡Magnificetur Deus!
11.- Sabemos que la fe conlleva una correspondencia a la gracia que es movida y activada por la gracia misma, y que a menudo se transparenta en múltiples formas de cruz. Esta crucifixión del cristiano produce horror al que confía en sí mismo.
De aquí procede el horror al martirio, que es común a todo apostolado antropocéntrico y voluntarista, que vicia toda labor apostólica. De aquí el superhumanismo del que quiere ser hijo del hombre antes que hijo de Dios.
Sin embargo, en nuestro actual estado caído, sólo siendo, primero, hijos de Dios, podemos ser en verdad hijos del hombre. Tras la Caída, el hijo de Adán necesita ser restaurado, sanado, mediante la filiación sobrenatural. Sólo en Cristo podemos ser verdaderamente humanos, porque, como clama la Redemptor hominis, 7:
“la única orientación del espíritu, la única dirección del entendimiento, de la voluntad y del corazón es para nosotros ésta: hacia Cristo, Redentor del hombre; hacia Cristo, Redentor del mundo.”
Y esto es así porque:
“(Como) enseña el Concilio Vaticano II: «En realidad el misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo encarnado”
Por eso:
“La Iglesia no cesa jamás de revivir su muerte en Cruz y su Resurrección, que constituyen el contenido de la vida cotidiana de la Iglesia. En efecto, por mandato del mismo Cristo, su Maestro, la Iglesia celebra incesantemente la Eucaristía, encontrando en ella la «fuente de la vida y de la santidad»,36 el signo eficaz de la gracia y de la reconciliación con Dios, la prenda de la vida eterna. La Iglesia vive su misterio, lo alcanza sin cansarse nunca y busca continuamente los caminos para acercar este misterio de su Maestro y Señor al género humano”
12.- No puede ser “solamente nuestra” nuestra labor apostólica. Sólo siendo labor de hijos de Dios podrá ser labor de hijos del hombre. ¿O acaso nuestra lucha por la vida humana, por el bien, por la verdad, por la belleza, puede entenderse bajo otra óptica que la del Verbo Encarnado, que es la piedra de toque para entender el misterio de lo humano? El antropocentrismo es superhumanismo. El superhombre de Nietzsche no es más que el icono del ser humano sustentándose en sí mismo y sin entenderse a sí mismo, porque ha rechazado al Verbo de Dios, que pronuncia las palabras que definen lo que el hombre mismo ha sido, es y será.
13.- NO puede haber peor maldición que ser miembro muerto, sin fe viva, ignorante de la gracia, habitante del pecado, embajador de sí mismo. Ser cáncer en el Cuerpo del Señor, que no podrá llevarlo a la extinción, pero sí herirlo; ser cómplice de una pandemia pavorosa, la del culto al hombre caído; fachada pavorosa de un vacío terrible pero aparentemente moralizador: la de la ausencia del Dios Vivo. Muerte. Apostasía.
14.- El ataque de Bloy a los católicos tibios, burgueses y mundanizados, pero superhumanistas de su época, con toda la potencia de su mirada indignada, incide siempre en lo mismo:
“Han suplantado la Revelación por la moral, y ya nadie entiende nada de las Escrituras”
Ya sabemos que el moralismo pelagiano con apariencia de piedad idolatra la técnica, como la muleta de la falta de gracia.
“Sus gustos burgueses los habían hecho más accesibles a la técnica”,
comenta Bouyer.
Técnica y moral antropocéntrica van de la mano, como la pezuña de dos dedos del culto pelagianísimo a nuestra humanidad caída. Por eso el católico tibio no duda en tecnificar su vida conyugal mediante la anticoncepción, sus deseos mediante la fecundación in vitro, etc., etc.. Y es que a menudo el católico moderado, tibio y mundano es tecnócrata de la voluntad, y moralista para no tener que tener fe viva. Moralista autorredentivo, simplemente, para no tener que ser santo.
15.- Hermanos, he hablado con dureza en este post, para que nos demos cuenta de la centralidad absoluta de Jesucristo y de la necesidad absoluta que tenemos de Él. Dejémonos de tanta moderación, tibieza, mundanidad, burguesía y superhumanismo homolátrico. Disculpad si os molesto siendo anunciador de desgracias y faro de sombras, pero es que es necesario.
Católico, entérate de una vez, ¡estamos en guerra!
Recuerda la máxima de León Bloy:
“Este mundo actual es incomprensible sin considerar la acción del diablo”.
Que explica la Escritura:
“el mundo entero está bajo el Maligno” (1Jn 5,19)
Deja de mirarte a ti mismo y pon los ojos fijos en la promesa de Cristo. Mira que vas a perderte. Y no pierdas de vista el futuro, que te muestra el Catecismo con su bella palabra de la Iglesia:
1042 Al fin de los tiempos el Reino de Dios llegará a su plenitud. Después del Juicio final, los justos reinarán para siempre con Cristo, glorificados en cuerpo y alma, y el mismo universo será renovado:
La Iglesia […] «sólo llegará a su perfección en la gloria del cielo […] cuando llegue el tiempo de la restauración universal y cuando, con la humanidad, también el universo entero, que está íntimamente unido al hombre y que alcanza su meta a través del hombre, quede perfectamente renovado en Cristo» (LG 48).
1043 La sagrada Escritura llama “cielos nuevos y tierra nueva” a esta renovación misteriosa que trasformará la humanidad y el mundo (2 P 3, 13; cf. Ap 21, 1). Esta será la realización definitiva del designio de Dios de “hacer que todo tenga a Cristo por Cabeza, lo que está en los cielos y lo que está en la tierra” (Ef 1, 10).
1044 En este “universo nuevo” (Ap 21, 5), la Jerusalén celestial, Dios tendrá su morada entre los hombres. “Y enjugará toda lágrima de sus ojos, y no habrá ya muerte ni habrá llanto, ni gritos ni fatigas, porque el mundo viejo ha pasado” (Ap 21, 4; cf. 21, 27).
CONCLUSIÓN
Ora sin descanso, nutrido por la santa Eucaristía, con nuestra Madre Inmaculada, Madre de Gracia, y signo de predestinación.
Pide con insistencia ser contado entre los elegidos, porque tú por ti mismo no puedes.
No te centres en lo que sientes por el Señor, sino en lo que el Señor hace en tu vida a través de su Iglesia. Sé objetivo en tu piedad.
No eres capaz. Mentalízate. Por eso, para ser capaz, pide el auxilio divino, que hará que lo seas.
Quien ha de mendigar es el ser humano, no Dios.
Pídele a Dios lo que Dios mismo quiere darte en su Hijo. Róndale como mendigo de su auxilio.
Como enseña y recuerda a menudo el P. Iraburu en numerosos textos, la devaluación de la oración impetratoria que sufrimos hoy día se debe a esto:
a que se cree, pelagianamente, y en sentido autorredentivo, que es Dios el que pide y el hombre el que da a Dios de lo suyo,
y que lo que el hombre da de sí mismo es lo que le salva,
y no lo que Dios le da. -Como si tuviera algo que no hubiera recibido.
Nosotros sin embargo decimos: Que el hombre pida sin cesar, para que Dios le dé al hombre lo que el hombre debe dar.
Pidamos a Dios, en todo tiempo y a toda hora
Y no olvidemos que el Espíritu Santo, moviéndonos a cruz, disuelve todo horror al martirio. ¡Magnificetur Deus!
LAUS DEO VIRGINIQUE MATRI
¡Santidad o muerte!
Alonso Gracián