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27.10.21

(492) Un humanismo aumentado

Texto 1

«¿Qué es la adoración del mundo hoy practicada por los teólogos progresistas sino la versión aumentada del Humanismo Integral con la dignidad de la persona humana con que fue invadido ayer —hace de tres a cuatro décadas— todo el ambiente el católico de Francia y del mundo?» (Julio MEINVIELLE, El progresismo cristiano, Cruz y Fierro Editores, Argentina, 1983, pág. 194)

 
Paráfrasis 1

1.1. «la adoración del mundo hoy practicada por los teólogos progresistas».— Habla con razón el P. Meinvielle de muchos teólogos de hoy. Adoran la Modernidad, les parece parte del Evangelio. No sólo progresistas, moderados también. Algunos en tiempos del P. Meinvielle eran iconos del progresimo; ahora del conservadurismo. No todos, pues Mounier, por ejemplo, lo sigue siendo del izquierdismo católico más rancio. Maritain, H. de Lubac, H. U. von Balthasar, Guardini, Congar, etc., son ahora maestros del moderantismo. 

1.2.«versión aumentada del “Humanismo integral”».— Sin duda, el tipo de humanismo practicado, en clave piadosista, por los moderantistas católicos, es un humanismo aumentado. El del Erasmo, Ficino, Bruni, etc., era de otra especie menos maligna, a pesar de sus excesos. El humanismo actual no tiene la devoción de aquel por el numen grecolatino. En lugar de Aristóteles venera a Heidegger, Blondel o Bergson. 

1.3. «con la dignidad de la persona humana».— Esta es la clave del asunto. El humanismo hodierno, “enriquecido” con un concepto disminuido de dignidad humana, deviene aumentado de naturalismo, como bien anticipa el P. Meinvielle. Una dignidad que nunca decae es una dignidad ontológica. Una dignidad que se reduce, o incluso pierde, por el pecado, es una dignidad moral.

—Los personalistas sólo postulan dignidad ontológica; opinan que el pecado no priva a la persona de su dignidad. Lo cual es cierto de la ontológica, pero no de la moral. Y al omitir siempre este dato, y hablar tan sólo de la ontológica, suprimen la indignidad del pecado, y por tanto suprimen el pecado. (Un hombre siempre digno es un hombre que nunca peca. Pero el hombre peca. Luego ese hombre impecable es un ser quimérico; como quimérico, por pelagiano, es el ethos humanista aumentado de naturalismo. Ya lo diagnosticó certeramente Castellani:

«Las notas distintivas de este humanismo son las siguientes: 1) Silencio frente al error y frente a la herejía. 2) Complejo anticlerical. 3) Actúa en política, pero todo su interés está en prescindir de la fe, y reducirse al plano de lo temporal. 4) Personalismo. Persona humana por activa y por pasiva: es la suprema razón de ser de todas las cosas; el Reino de Jesucristo en el mundo, con sus legítimas exigencias para el hombre, queda como una verdad poco menos que archivada, o por lo menos impracticable. El Humanismo incurre así en Pelagianismo, o por lo menos, no toma en cuenta la necesidad de la gracia para sanar la naturaleza humana y superar sus problemas. La persona humana se considera únicamente como sujeto de derecho y libertades absolutas, callando las exigencias de la fe y del orden sobrenatural. El Naturalismo actual es Pelagianismo radical y es la gran herejía moderna» (Leonardo CASTELLANI, Domingueras prédicas II, Mendoza, Jauja, 1998, págs. 156-157)

1.4. «todo el ambiente el católico de Francia y del mundo».— Los personalistas y neoteólogos comenzaron invadiendo de liberalismo católico, ciertamente, el ámbito francés. No olvidemos que el neomodernismo es un fenómeno de afrancesamiento revolucionario de la Iglesia.También, desde luego, el ámbito germano. Los neomodernistas del entorno francoalemán alcanzaron resonancia global. Tras la crisis conciliar su sombra oscureció, con su inmenso y fatídico prestigio, el mundo eclesiástico casi por entero. 

Conclusión.— La Iglesia, columna y fundamento de la verdad (Cf. 1 Tim 3, 15) no necesita nutrirse de pensamiento moderno. Tiene reservas nutricias de sobra para realizar su labor doctrinal sin acudir a extraños. Debe sanar el humanismo aumentado que padece y respirar de nuevo tradición. Sólo así podrá curarse de esta crisis de personalismo. Por la Modernidad se va al Maelstrom de la apostasía, no al cielo.

 
 

16.10.21

(491) La fe adulterada

Hablaba Castellani con cabalidad, en sus Domingueras prédicas, en un sermón del año 65, de un sucedáneo de catolicismo que “chapurrea” la religión pero no la realiza. Hoy son legión los católicos que, aun bienintencionados, no hablan en católico; no les han enseñado las primeras letras de nuestra religión sino genialidades de teólogos; sólo alcanzan a garabatear discursos humanistas, propios de una ONG.

Tiene razón Castellani al advertir de esta desgracia, hablando de «los católicos enfriados o adulterados;  o como dijo uno “mistongos'’: aquellos cuya religión se “naturaliza", es decir, se vacía de lo sobrenatural y se vuelve una especie de mitología».

El tópico glosario de esta mitología de lugares comunes personalistas lo escuchamos día tras día: dignidad humana, democracia, derechos humanos, la casa común y tantos otros eslóganes de un naturalismo sin fe. Lo malo es que es una terminología de sustitución.

Estamos moviéndonos, por tanto, en los parámetros de un cristianismo adulterado. Que, por favorecer el adulterio, se ha convertido, además, en adúltero. Es la desgracia que corona, con su laurel sombrío, las páginas de una nueva pastoral ecohumanista, pero no verdaderamente humana; este catolicismo ya en crisis, por pelagiano y semipelagiano, por “mistongo", por modernito, se ha dado a sí mismo la estocada casi final con la legitimación encubierta del adulterio. Se ha casi terminado de adulterar.

Es una pena la situación del matrimonio cristiano. Cuánto tiene que pasar, en qué cruz lo quieren clavar desde dentro; tras la legitimación del matrimonio adámico por el indiferentismo en materia conyugal, se ha legitimado el adulterio con recasamiento civil.

Las heridas al matrimonio cristiano adulteran la fe católica, pues Cristo y su Iglesia, que ES la católica, mantienen una unión indisoluble, que es figura de la unidad matrimonial. Agrediendo al matrimonio también se dispersa el rebaño, porque se le deja huérfano de gracia, fuera de madre, sin hogar, sin perspectiva natural y sobrenatural.

De los que chapurrean la religión pero no la realizan porque la adulteran, infiere Castellani algo peor: que terminarán adorando al hombre: «sabiendo o no sabiendo, se encaminan a la peor herejía que existe, la adoración del Hombre; bajo palabras o imágenes cristianas».

Inmersos en la mitología autorredentiva de la Modernidad, se han convertido a las criaturas, se han convertido a lo natural/caído; se han convertido al adulterio, y sin saberlo: no les molestan pachamamas ni Leviatanes ateos.

 

El eclipse del derecho natural y del público cristiano, y su reemplazo por los derechos subjetivos liberales, ha causado un daño enorme, sobre todo al matrimonio sacramental. Desjurizando el matrimonio se reduce la conyugalidad al punto cero metafísico, en que no cuenta la naturaleza de las cosas. Y así, cayendo por la pendiente de la nada y del subjetivismo, la religión se adultera, y el adulterio se convierte en religión.

No quieren que la Iglesia de Cristo SEA la católica, sino una sucursal de la Modernidad. Pero lo llevan claro: no nos vamos a conformar con la nada, pues somos de Cristo: ¡recuperemos la religión de nuestros ancestros, rescatemos el matrimonio sacramental de las manos del indiferentismo religioso! Luchemos, por gracia, por la Iglesia que es columna y fundamento de la verdad (1 Tim 3, 15), y que lo demás sea silencio.

 
 

9.10.21

(490) El humanismo "piadoso", ¿adónde nos lleva?

Los emblemistas de nuestro Siglo de Oro, cristianizando a los estoicos con una buena dosis de sabiduria tomista, fundamentaban la virtud de humildad en el autoconocimiento de la propia condición metafísica del hombre, verdadera y propia causa segunda de todo el bien natural y sobrenatural.

El gran Francisco Gómez de la Reguera, por ejemplo, comienza con una significativa cita de Séneca el comentario a su empresa de la pirámide (XII), para Enrique IV de Castilla: «lo mejor es sufrir lo que no puedes enmendar, y seguir a Dios, de Quien proviene todo, por ser su autor.

Al principiar el cuerpo del comentario, Gómez de la Reguera va explicitando la sana metafísica clásica que (sobreentendida en nuestra tradición local hispana), da razones objetivas a la humildad para sustentarse en Dios:

«Si nada se hace sin causa, como dicen los filósofos, ¿cómo podrán obrar las segundas causas sin disposición de la primera, que es Dios? De cuya inmensa sabiduría dependen nuestras humanas acciones y sucesos, siendo árbitro y rector de todo lo criado, cuya divina providencia nos asiste, rige y defiende, y que quiere muchas veces fuera de nuestra opinión, aunque no de la razón, gobernarnos por accidentes y segundas causas, para mostrarnos así cómo su inmenso poder lo gobierna y dispone todo».

Y es que la buena filosofía nos enseña que las causas segundas, en el orden creado, no son meras apariencias. Son verdaderas causas segundas. Dios actúa en ellas, con ellas y a través suya. Y lo mismo en el orden sobrenatural. Dios suscita su acción verdadera, no las suple, no las vuelve ociosas, ni vanas. Por eso, se dice que el auxilio divino, natural o sobrenatural, no es necesitante: es decir, que ni es determinista, ni suprime el acto, ni crea necesidad, ni mueve a las criaturas como si fueran títeres. Antes bien sustenta su vida virtuosa, moviendo al hombre a moverse a sí mismo en el orden del bien.

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2.10.21

(489) De méritos reales por la gracia

Glosas de la idea: uno se salva por gracia no por méritos.

Glosa 1

De dos maneras se dice que uno merece.

Una, por los actos libres y buenos que hace por sí solo.

Otra, por los actos libres y buenos que hace por sí mismo movido por otro. 

-Lo primero es imposible, pues nada bueno meritorio puede hacer el hombre por sí solo, como enseña la Iglesia, por ejemplo en Orange II canon 22, contra pelagianos y semipelagianos. 

-Lo segundo es posible por la gracia, por la cual Dios capacita al hombre para merecer por sí mismo (aunque no por sí solo), aplicándole sacramentalmente los méritos de su Hijo; y haciendo posible que, en verdad, haga el bien meritorio (cualificándole con el estado de gracia santificante y asistiéndole con gracias actuales).

Dado que los méritos de Cristo fueron reales, los méritos del hombre, participación de los de Cristo, son también reales, de lo contrario su aplicación sería sólo una apariencia de participación y no una participación real y personal.

EN CONCLUSIÓN, el hombre en verdad merece realmente con méritos propios por obra de la gracia

 
Glosa 2

Es por gracia no por nuestros méritos.

Por contra: Dios remunera a los buenos y castiga a los malos.

Los buenos se merecen el cielo, los malos el infierno.

No remuneraría a los buenos si éstos, de alguna manera, no se lo mereciesen por gracia.

Es por gracia, cierto.

No es por nuestros méritos, falso.

Es por nuestros méritos en gracia. La gracia nos capacita para merecer verdaderamente.

Si bien es cierto que la gracia de la perseverancia final es inmerecible, esta gracia no se da injustamente sino gratuitamente.

El hombre en gracia puede merecer la vida eterna en un juicio de justicia, de modo condigno. Pues donde hay justicia, que es dar a cada uno lo suyo, hay merecimiento. En este caso no de justicia retributiva absoluta, sino conveniente según el plan divino.

EN CONCLUSIÓN, decir que uno se salva por gracia es lo mismo que decir que uno se salva gratuitamente por méritos, porque en el plan de salvación dispuesto por la divina providencia, la gracia es gracia de merecimiento. La causa primera mueve a la causa segunda a actuar meritoriamente.

 

23.09.21

(488) El oxímoron infernal

6.- Una fingida ambigüedad.—Un oxímoron, según la RAE, es una combinación, en una misma estructura sintáctica, de significados opuestos que originan un sentido nuevo. Una amalgama contradictoria que aparenta ambigüedad, pero cuyo efecto, en realidad, es suscitar una acepción novedosa y rupturista. 

6.1.

Desde hace decenios es común confundir ambigüedad y oxímoron. Con la primera se deja el significado suspendido, que pueda inclinarse a un lado o a otro mediante la balanza hermenéutica; bien hacia el lado de la ruptura, bien hacia el lado de la reforma en la continuidad. Con el segundo se inventan ex nihilo innovaciones doctrinales. Reaccionando ante éstas, algunos, con buena intención e ingenuidad, piden entonces clarificaciones interpretativas, y buscan luces dónde sólo existen sombras que cohabitan para engendrar un monstruo. 

6.2

Dejar un tema indefinido no es lo mismo que dejarlo confundido. La ambigüedad sirve a menudo para innovar, pero es tarea propia del oxímoron doctrinal: arrejuntando opuestos saca a la luz una ruptura: estaba escondida en la sombra, agazapada, surge con rostro oficial y de apariencia respetable y se hace fuerte. 

6.3.

Es la estrategia del progresismo. De aparentes ambigüedades extrae nuevas doctrinas que transforman la que había, en orden a un fin artificial. En el fondo no eran anfibologías, sino malas sumas de opuestos, cuyo total es una nueva cantidad, y en clave alquímica. Mezcla de contrarios que adulteran la naturaleza de las cosas. No hablamos de un inocente recurso literario con que embellecer discursos o poemas; sino de un oxímoron doctrinal, con todo el poder mágico que posee. Es la goecia del progreso moderno, estirando el cristianismo hasta deformarlo, para destrozar su fibra sobrenatural y convertirlo en otra cosa.

6.4

Y así, contamos con amalgamas de opuestos ya normalizados: una situación (hechos regulares) que se llama irregular; una relación (adulterio) que se trata como matrimonial; un estado (el de gracia) que se daría en pecado; una religión verdadera (la católica) tan supuestamente querida por Dios como las falsas; un comunismo cristiano; una Iglesia de Cristo que no es sino que subsiste en otra que sí es (la católica); una ley antigua que para unos (los judíos) equivaldría a la nueva; una libertad (antirreligiosa) que sería tan religiosa, tan religiosa, que se tiene por clave de bóveda de toda dignidad; (etc, etc).

 

7.- Un cristianismo anticristiano. Este es en definitiva el oxímoron infernal del progresismo, una religión irreligiosa, un pastoreo sin pastor, una jerarquización plana; un matrimonio sin matrimonio, un catolicismo anticatólico, una tradición viva que mata la traditio. Una Anticristiandad. Lo advertía, con expresividad y contundencia, el P. Meinvielle en El progresismo cristiano:

«Por ello, hay que tener el coraje de afirmar hoy, contra todo Progresismo, la necesidad de que la vida profana, aun en sus manifestaciones públicas nacionales e internacionales, se sujete a los principios sobrenaturales depositados en la Iglesia. Por cuanto si no hay Cristiandad, vale decir, orden público de vida conformado a la Iglesia, habrá anticristiandad, la que, por un proceso lógico inexorable, ha de caminar hacia un total antricristianismo, es decir hacia la apostasía pública universal».

7.1

Concluía con precisión el P. Meinvielle: «El Progresismo, en efecto, quiere bautizar, de una manera o de otra, el anticristianismo del mundo moderno». De este espurio deseo manan muchos males que hoy nos aquejan; males a los que asistimos, día a día, sin saber qué hacer o qué pensar. Y es que el oxímoron de ese cristianismo anticristiano, que tanto anhela el progresismo, es norma normarum de gran parte de la vida eclesial actual: quieren que su anticatolicismo pase por católico. Creen que pintando corazones en las guillotinas se transforma en bien el mal.