(443) Globalización de la Caída
1
La mente postilustrada, en su empeño por globalizar la Caída, no deja de invocar a su diosa libertad. No la quiere para hacer el bien, sino para hacerse con ella un Anillo.
2
No es la libertad de la que, a imagen y semejanza de la divina, dispone el alma para salvarse con el auxilio divino; sino la otra libertad, la que dice no, la negativa, la que pretende autodefinirse y poner ella misma los límites que quiera, como quería Pico de la Mirandola; derechos de negación, derechos para autodeterminarse para bien o para mal, derecho a no tener límites ni esencia definida; derecho a actuar por sí solo y porque da la gana.
Cuando los católicos hablemos de libertad, pues, no hablemos de la libertad caída, no reivindiquemos la libertad de las guillotinas; ni la libertad recreada en salones decimonònicos, hoy convertida en derecho de Estado Mundial pachamámico.
3
Tengamos en la boca la libertad natural, moral y cristiana, no la libertad negativa. Pues, «¿de qué libertad hablamos? De la libertad como libre arbritrio, […] que no se identifica con el poder de autodeterminación». (Danilo CASTELLANO, Libertad y derecho natural, Verbo, núm. 471-472 (2009), pág. 149). Pues
«La autodeterminación, en cambio, es la posibilidad, que depende en último término exclusivamente del poder, de realizar la propia voluntad: Hegel, por ejemplo, escribe que “la libertad del querer (…) está determinada en sí y por sí porque no es otra cosa que el autodeterminarse”. En esta segunda perspectiva no existen, pues, alternativas frente a las que el sujeto viene a encontrarse, sobre todo al obrar. Su obrar es libre si y solamente si puede realizar su propia voluntad sin referencia a la naturaleza real del acto y a las reglas que de él surge». (Ibid., pág. 150).
4
De acuerdo con el orden de la verdadera libertad, defendamos su razón de justicia, que obliga a todos. Porque «[e]l derecho natural (clásico) impone escoger; no permite la autodeterminación» (Ibid., pág. 150). La sabidurìa divina es necesitante, también en la estructura de justicia con que ha ordenado las cosas, en bien del hombre y de la sociedad.
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No nos engañemos. «La libertad de la modernidad no es la libertad del orden justo y en el orden justo». (Ibid., pág. 152). Porque el orden de la subjetividad no es el orden de la realidad, sino el orden de la mente, tramoya del Teatro del Mundo apeado de la gracia; remolino colosal de apariencias, en cuyas aguas navegar sin brújula ni estrellas, acuciados por grandes bestias de oscuridad.
7
Es lógico, dramáticamente lógico, que para Hegel el derecho natural no tenga sentido; al entender la libertad como autodeterminación, sólo concibe el derecho positivo, y desligado, obviamente, de la naturaleza de las cosas; ligado al limbo de lo meramente mental. Es el mismo sin sentido que la Modernidad cartesiana encuentra en todo, cuando todo no se subordina a la mente humana. Nada, para ella, tiene realidad ni verdad, fuera de su solo pensamiento; sólo importa la fantasmagoría personal, el adulterio con las ideas propias, infidelidad que denomina, con titánica desfachatez, búsqueda de la verdad.
La Iglesia, con la excusa de actualizarse, no puede ni debe contruibuir a que se globalice la Caída. Debe plantar cara al Maelstrom con argumentos precisos y ajustados a la verdad del desastre, para dar razón de su esperanza, que no consiste en redactar un Antisyllabus, sino en hacer caso a su Cabeza, en virtud de la cual es columna y fundamento de la verdad (Cf. 1 Tim 3, 15).
Y lo primero es que todos tengamos claro, y no lo callemos, que existe una libertad que no es negativa, que no es para el mal, también; sino que sólo es para el bien, a semejanza de la divina; y que esa libertad se debe dar, con la ayuda de la gracia, en un orden justo que puede ser discernido.
No defendamos la libertad del mundo caído, sino la libertad que se da para el orden justo. Orden que puede ser leído en la naturaleza de las cosas, para la vida social virtuosa.
7 comentarios
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A.G.:
Muy cierto, también hay que defender el orden de la gracia.
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A.G.:
El segundo grupo, los moderados, quieren la verdad pero también la modernidad, y entonces hacen equilibrios con las premisas, para aceptarlas, rechazando las conclusiones.
El espíritu del mundo moderno ha hecho de la libertad un jeroglífico difícil de interpretar. Su mismo racionalismo irracional le ha complicado de tal modo todo lo que concibe, que no lo concibe sino como lo abstruso. Concibe la recta como un polígono de ángulos de 180° grados, o como una circunferencia de radio infinito. Pareciera que lo evidente debe ser desmenuzado en el alambique de esencia odoríferas densas y adormecedoras; que las cosas hay que comprenderlas a la luz de la propia sombra. Se ha perdido la inocencia de la sabiduría, la simplicidad de la verdad, y lo que es más grave, se ha perdido la salida del laberinto. Todo lleva a pensar que sólo cruzando los muros de la Babilonia de la confusión, podremos alcanzar “la libertad de la gloria de los hijos de Dios” (Rom 8).
Da en la clave de bóveda del espíritu moderno.
Hoy se identifica libertad con dignidad y con una soltura tan amplia como la imprecisión con que se esgrime el término. La educación del hombre es la de su libertad, pero como la paideia implica establecer límites, el uroboros moderno destruye la libertad so pretexto de no limitarla.
No hay pandemia peor que la descrita por usted.
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A.G.:
Bien descrito: destruye la libertad so pretexto de no limitarla. Así es.
Lo digo porque acabo de leerla y sus pronunciamientis sobre la guerra justa, la pena de muerte y la cadena perpetua no me parece que estén en continuidad con la moral tradicional católica.
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A.G.:
No la he leído, pero lo haré y tal vez la analice.
Pero búsqueda de la Verdad, también, desde luego, ¿será que otros la poseen por ciencia infusa y por eso nunca han tenido que buscarla? Cuidado: no sea que sus propios pensamientos y su subjetividad los disfracen de objetividad no demostrada, mientras descalifican la objetividad buscada por otros tildándola de subjetividad.
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AG.:
Hay que estar siempre vigilantes.
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