(303) Desactivación de la política católica y diferenciación maritainiana entre individuo y persona
«El Estado liberal […] se constituye como una contra-Iglesia, apropiándose de todas las funciones del reinado de Cristo sobre la sociedad. […] Y no es, por tanto, un Estado neutral y simplemente laico, sino anti-cristiano, antiCristo.» (P. José María IRABURU, (36) Cardenal Pie, obispo de Poitiers –IV el relativismo liberal vigente)
«El reinado social de Cristo es el único plan válido para los pueblos. Todos los otros planes llevan a la perdición. » (37) Cardenal Pie, obispo de Poitiers –V reino de Cristo y mundo secular).
1.- Dado que la esencia de la política es el bien común, tener claro qué es el bien común es fundamental para entender qué es la política.
Como explica Miguel Ayuso:
«La noción de bien común pertenece al acervo de la filosofía clásica y, en concreto, constituye la piedra angular de la llamada filosofía de las cosas humanas. Tiene raíces platónicas, en tanto el verdadero problema político consiste en el reconocimiento en común del Bien, pero es la formulación aristotélica la que le ha dado su perfil más significativo
En efecto, el bien común, como perfección última de un todo, puede ser trascendente o inmanente respecto del mismo y, aunque en rigor sólo Dios es el bien común trascendente, todos los demás bienes comunes finitos son participación de la bondad absoluta del Bien en sí. El bien común temporal, por su parte, consiste en la vida social perfecta. De la noción que se tenga, pues, del bien común deriva necesariamente el concepto de política» (Miguel AYUSO, ¿Por qué el bien común? Problemas de un desconocimiento y razones para una rehabilitación, Verbo 509-510, Madrid 2012, p. 898)
2.- El cristiano no puede entender la política de otra manera que según su esencia, esto es, según el bien común. Porque si la entiende en otra clave su labor no es fecunda. Sobre todo, porque ignorar la esencia es ignorar la obligación que impone al gobernante y al ciudadano.
3.- Todos los seres humanos tienen en común la naturaleza humana. La naturaleza humana es atraída por el bien que la perfecciona. Este bien que perfecciona la naturaleza humana es común, en cuanto que la naturaleza humana es común a todos los hombres. Y es particular, en cuanto que cada persona singular tiene naturaleza humana.
—El bien común, por tanto, es un bien universal y particular al mismo tiempo. De forma que lo que es bueno para la naturaleza humana es bueno para la persona singular, por tener ésta naturaleza humana.
4.- Por influencia del pensamiento moderno, sin embargo, el pensamiento católico personalista, de inspiración ilustrada, sumerge el bien común en el bien plural del orden público, entendido a la manera de Turgot, como árbitro de voluntades subjetivas, como balanza de reclamaciones y contrarreclamaciones, como superadministración de voluntades privadas garantizada por el Estado, que las equilibra mediante un pacto social, una constitución, una supervoluntad lamada Estado.
5.- Es fundamental que el bien sea común, y común no significa un suma, no es una adición horizontalista de bienes privados y autónomos; sino, propiamente hablando, común. El bien común no consiste en que todos estén contentos al ver satisfechas sus pretensiones (reclamadas como derechos subjetivos y contrarreclamadas en oposición a aquellos que no las comparten); sino en que todos comparten lo que comparten, que es el bien perfeccionante.
—Es un principio fundamental. Nadie tiene derecho a hacer valer lo meramente subjetivo e individual, por más único e irrepetible que sea, en contra del bien común. Por eso el pensamiento clásico, sabiamente, no comienza por hablar de este valor o de aquel otro, heterogéneamente, como si fueran bienes independientes o intercambiables o incomunicables, sino que empieza exponiendo la atracción de la naturaleza humana al bien perfeccionante, que es común a todos los que poseen dicha naturaleza, y que redunda en bien de cada uno de los que la poseen.
6.- Digámoslo con claridad: la persona no es un fin en sí, la persona no es el fin último de la persona, la persona no está por encima del bien común. La separación de individuo y persona, llevada a cabo por Jacques Maritain, no es sana. Porque afecta, en primer lugar, al sentido de los fines.
Diferenciación exagerada que, en Maritain, no es simple distinción, sino separación excesiva que remite a Kant: es la diferenciación entre el hombre entendido como naturaleza, y el hombre entendido como persona libre, más concretamente, en lenguaje de Karol Wojtyla, como autodeterminación.
Como explica con gran lucidez Leopoldo-Eulogio Palacios:
«Una distinción que se presenta con tan airoso ademán, ¿a qué escuela pertenece? Sabemos que en nuestros días solicita cuidadosamente la opinión del tomista, prosiguiendo intentos ya abrigados anteriormente por Welty y Garrigou-Lagrange. Y es cierto que el tomista distingue entre individuo y persona. Pero ¿lo hace en los términos de Maritain? Más que a Tomás de Aquino, la distinción del pensador francés me traslada allende las orillas del Rhin, hasta el rincón germano donde se fraguó aquella doctrina de la Crítica de la razón práctica, en la que Kant distingue al hombre como naturaleza, sometido en el orden fenoménico al engranaje del determinismo universal, y al hombre como persona, dotado en el orden inteligible de moralidad y libertad» (Leopoldo-Eulogio PALACIOS, La primacía absoluta del bien común, Verbo Madrid 2011, 495-496, p.374)
—Por eso Leopoldo-Eulogio Palacios incide, acertadísimamente, en que «para él [para Maritain] la línea del bien común termina donde acaba el poder civil».
Los gobernantes, sin embargo, tienen deberes para con la Verdad y para con el bien común que obligan a limitar los abusos del albedrío. Contra la opinión vigente, el Estado no puede ser neutral respecto a la verdad, no puede abstenerse de promover la vida social virtuosa. El Estado no puede profesar la máxima de Volney, asumida por Marx, según la cual el hombre es el ser supremo para el hombre.
7.- La escuela comunitaria y personalista entiende el bien común, por eso, en clave ilustrada, como orden público. Y el orden público en clave de igualdad, libertad y fraternidad, es decir, como equilibrio axiológico, como balanza artificial de reclamaciones y contrarreclamaciones, que dice Turgot.
8.- En la declaración Dignitatis humanae hay cierta confusión o ambigüedad al respecto. En su punto 7 parece apelar al orden público como criterio superior para limitar el abuso de la libertad (mal llamada religiosa).
Primero, menciona el bien común como el bien “de todos” los particulares, como derechos de todas las partes, como si el bien común fuera la suma de los bienes heterogéneos de todas las partes :
«En el uso de todas las libertades hay que observar el principio moral de la responsabilidad personal y social: en el ejercicio de sus derechos, cada uno de los hombres y grupos sociales están obligados por la ley moral a tener en cuenta los derechos de los otros, los propios deberes para con los demás y el bien común de todos»
Segundo, parece incluir el bien común dentro del concepto de orden público, al modo personalista:
«Además, puesto que la sociedad civil tiene derecho a protegerse contra los abusos que puedan darse bajo pretexto de libertad religiosa, corresponde principalmente a la autoridad civil prestar esta protección. Sin embargo, esto no debe hacerse de forma arbitraria, o favoreciendo injustamente a una parte, sino según normas jurídicas conformes con el orden moral objetivo. Normas que son requeridas por la tutela eficaz de estos derechos en favor de todos los ciudadanos y por la pacífica composición de tales derechos, por la adecuada promoción de esta honesta paz pública, que es la ordenada convivencia en la verdadera justicia, y por la debida custodia de la moralidad pública. Todo esto constituye una parte fundamental del bien común y está comprendido en la noción de orden público.»
El bien común parece ser presentado, turgotianamente, como equilibrio (positivo) de derechos, sin dar más a una parte que a otra, en base a una supuesta igualdad jurídica (natural) de todas las reclamaciones y contrarreclamaciones.
Al mismo tiempo, sin embargo, expone la doctrina tradicional haciendo una importante mención del orden moral objetivo. Lo cual no deja de ser contrastante. Queda el pasaje, pues, sumergido en cierta ambigüedad que remite tanto a la doctrina clásica como a la doctrina personalista.
—Expliquémoslo un poco más
10. Por un lado, según Maritain, el ser humano, en cuanto individuo, es considerado una parte, pero en cuanto persona es considerado un todo.
En cuanto parte es ordenado al bien común entendido como equilibrio entre partes implicadas, cada una con sus derechos propios y sus fines heterogéneos.
En cuanto todo, es colocado en una posición de superioridad respecto al bien común. Porque el bien de la persona se pone por encima del bien de la sociedad.
Siendo la persona considerada fin en sí, es inordenable al bien común, reclamando para sí un supuesto derecho a la propia realización y a la propia personalidad, única e irrepetible, que constituye el tópico ético del personalismo difundido eficazmente por Karl Rahner.
11.- La consecuencia de la fragmentación de individuo y persona es que ésta queda desvinculada del bien común, no en cuanto individualidad, pero sí en cuanto personalidad. Y esta concepción del bien común, trasladada a la actividad política de los católicos, supone un grave problema: la sustitución de la realeza del bien común por la centralidad artificial de la persona.
12.- Traducido: si no se reconoce la realeza del bien común, se precisa una nueva concepción de la política, una nueva concepción en que el Estado se subordine a todos los bienes privados de todas las personas, subvencionándolos y justificándolos en busca de un equilibrio artificial. Es el meollo de la laicidad, liberalmente entendida.
—En definitiva: la no confesionalidad de la primacía del bien común. Y su objetivo: que los católicos no vivan en una Ciudad Católica, sino en una urbe interconfesional donde todas las partes tienen los mismos derechos por ser, cada una de ellas, un todo irreductible al bien común, pero sí reducible al orden público.
13.- En esta concepción personalista y liberal del bien común como la suma de todos los bienes privados, tal y como explica Leopoldo-Eulogio Palacios,
«desaparece de la consideración el bien común de todo el universo, porque sería un todo superior al todo de las personas creadas; y no se pone en consideración el bien común separado al que llamamos Dios, que es el verdadero fundamento de los derechos de la persona anteriores a los del Estado» (Ibid., p.378)
Al desaparecer la noción de bien común de la realidad creada, el pensamiento católico se vuelve hacia la ecología y el medioambientalismo como absoluto; y al desaparecer la noción común de naturaleza, el pensamiento católico se vuelve hacia la teoría de los valores, para poner el concepto de valor en lugar del concepto de bien.
La consecuencia lógica es el aconfesionalismo, el rechazo de la unidad católica, el agnosticismo institucional, la nueva cristiandad laica y el rechazo y menosprecio de la Cristiandad tradicional.
—De esta manera, la ley divina deja de ser el cimento de las leyes civiles. Al quedar éstas abandonadas al puro poder del estado como garante del equilibrio entre reclamaciones y contrarreclamaciones, las leyes se vuelven positivistas y voluntaristas, quedan vaciadas de la teleología del bien común y sometida a la heterogeneidad de los fines privados. La única opción que le queda al católico, tras aceptar participar en este juego de equilibrios, es defender su parte privada. Pero con ello está jugando a un juego imposible de ganar, y aunque con buena intención y notable esfuerzo y desprendimiento personal, tendrá un sentido deformado de la politica cristiana. Es por esto que es imposible hacer política cristiana desde un partido liberal.
14.- ¿A que se reduce, entonces, la política católica? Talmente hablando, a esta perspectiva personalista, democristiana, que hace indeseable una política católica en cuanto tal. Prefiere políticos católicos, a título individual, sumergidos a modo de fermento privado en el todo estatal, en las aguas de la partitocracia liberal, contribuyendo al equilibrio ilustrado de reclamaciones y contrarreclamaciones cuya balanza constituye el orden público.
Lo católico se minimaliza, entonces, a defender privadamente valores absolutizados y privatizados, que el estado se encargará de balancear con otros valores igualmente absolutizados por sus defensores.
15.- En conclusión, fuera de la realeza de Cristo, uno de cuyos conceptos clave es la primacía del bien común, no puede haber política católica a salvo de la Modernidad. Mientras no superemos la insana diferenciación entre individuo y persona, y su proyección sobre la vida social y política, la aportación de los catolicos a la vida política permanecerá problemática. Será bienintencionada, será en muchos casos heroica, pero no podrá dejar de navegar por las aguas territoriales del Leviatán.
No hay luz sin la realeza de Cristo. ¡Venga a nosotros tu Reino!
David Glez Alonso Gracián
12 comentarios
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O sea, se trata de renunciar a lo que a través de la Cristiandad se logró, con todas las imperfecciones que se quieran, para entregarse en manos del enemigo a cambio de que... me deje vivir con cierta paz.
Y cuando luego no te dejan vivir en paz, ya es demasiado tarde, porque has entregado tu esencia a ese orden público que no tiene ya como guía y referente la moral objetiva predicada durante siglos por la Iglesia.
¿Cómo calificar el que, tras miriadas de mártires (en Francia, España, México...) que dieron su vida para defender lo que se nos había transmitido (Tradición), se haya producido esa rendición sin condiciones a los principios laicistas liberales?
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A.G.:
Es renunciar a la Cristiandad, sin duda. Es que el liberalismo personalista se rinde a la Modernidad al aceptar sus parámetros.
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¡Exacto!
Y como el concepto del bien común según la concepción católica, es absolutamente incompatible con lo que por tal cosa entiende un liberal, se deduce que "hacer política" será cosa diferente según la mentalidad sea cristiana o liberal.
De lo que fácilmente puede concluirse que nada tiene que hacer un católico íntegro dentro de los partidos políticos liberales, porque ni siquiera en una cuestión tan básica como qué cosa es la política, podrá ponerse de acuerdo.
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A.G.:
Así es. El P. Iraburu lo ha recalcado con expresividad:
"Un partido católico que sea liberal no es un partido católico. Comenzamos por aquí. Y si tenemos en cuenta que hoy en Occidente prácticamente todos los partidos políticos profesan la ideología del liberalismo –todos se fundamentan exclusivamente sobre la libertad humana, exenta de toda sujeción a Dios y al orden natural: liberales, socialistas, nacionalistas, conservadores, etc.–, debemos comenzar por reconocer que actualmente es sumamente difícil constituir un partido católico no-liberal."
En las empresas somos un "recurso" humano, meros individuos, no como los define Santo Tomás sino como miembros de una ¿piara?.
Se dirigen a nosotros como piezas intercambiables de una maquinaria, si falla una pieza ponen a un recambio-individuo y ¡hala! adelante. En la politica lo mismo...se obvia a la persona, somos masa.
¿ Es así? porque tiro de lo que he entendido de su lectura.
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A.G.:
Es un buen ejemplo ese del recurso humano. La tecnocracia consiste precisamente en tratar a la persona como individuo que no como persona, como si dos almas moraran en el pecho, que diría Goethe. Sabemos que el ser humano es una unidad, y no se le puede tratar como individuo al margen de su ser persona. Es una fragmentación intolerable que origina errores importantes.
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A.G.:
Fernando no sé exactamente el papel de la masonería en las ideas criticadas en el post, de hecho, no he estudiado ese asunto. Me limito a las ideas filosóficas, y éstas son las que son. Es que un catolicismo liberal, de primer, segundo o tercer grado, es como un círculo cuadrado, como diría el P. Iraburu.
Gracias, y ¡Viva la Hispanidad y la tradición católica hispánica!
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No puedo estar más de acuerdo con esta frase, que suscribo hasta en las comas porque explica la desactivación de toda influencia católica en la política.
La cual se ha dado porque desde las grandes alturas eclesiales resuenan frases como ésta:
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"no hay una política católica, hacen falta católicos en política".
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...que si bien es una frase reciente, está en línea con lo que la Iglesia viene recomendando desde los desdichados tiempos de la Democracia Cristiana.
Y así nos va.
Pero en vez de rectificar, vuelta la burra al trigo.
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A.G.:
Yo escucho mucho esa frase reciente, Ricardo. Es el pensamiento aconfesionalista, que no quiere una Hispanidad católica, sino laica, en que las reclamaciones y contrarreclamaciones se vean equilibradas por la partitocracia liberal.
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A.G.:
Me ha gustado eso de ganar terreno al reinado social de Nuestro Señor. Instaurar el reino de Cristo, no hay otra, como anticipo de la Ciudad Celeste. Me ha gustado mucho su lema: ser lo que somos es el camino. Gran lema, voy a repetirlo todo lo que pueda. Gracias Soledad.
Es de lógica que un estado liberal no católico legisle a favor del aborto, de la eutanasia y de tantos otros males.
Si estamos en contra de estos males, hay que estar en contra de la separación de la ley moral (y del orden de la gracia, que lo hace posible) de la ley civil, que es lo propio de un estado laico.
Defender la separación de la Iglesia del estado, separar el orden de la gracia del orden civil, pero en cambio estar en contra del aborto, de la eutanasia o de la ideología de género, es un sinsentido. Es aprobar las premisas pero condenar sus conclusiones.
Realeza de Cristo, ya. Única salida, única alternativa, única lucha.
Meinvielle,uno de los primeros-o el primero- en señalar los errores de Maritain.
Palacios,cuya crítica es posterior, lo considera un "ilustre teólogo argentino".Me refiero a su obra sobre la "Nueva Cristiandad"
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A.G.:
Gracias augusto. La crítica del P. Meinvielle al personalismo de Maritain es muy importante. Es autor que tengo muy en cuenta, como también a de Konick, y del que hablo a menudo en este blog, junto a Caturelli y otros grandes autores.
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A.G.:
Longinos, creo que sería muy bueno que hubiera partidos explícitamente católicos que defendieran la realeza social de Nuestro Señor. Defender que la ley natural sea el fundamento de las leyes es, ya, defender la realeza de Cristo. Un partido confesionalmente católico que dijera la verdad, es decir, que sin el reinado social de Nuestro Señor no puede haber vida social virtuosa, ni paz en la caridad y la verdad, ni salud social; sería importante, porque hoy día decir la verdad tiene una potencia enorme.
--Partiendo de la doctrina de la Iglesia, que enseña que no debe haber separación (aunque sí distinción) entre el orden de la gracia y el orden político, se podría empezar a hacer algo. Pero si se parte de los presupuestos de la democracia liberal, sin plantearse su deficiencia radical, sin cuestionar su "laicidad", sin cuestionar que las instituciones profesen agnosticismo respecto de la ley moral misma; mientras se parta de los presupuestos de la democracia cristiana personalista, tal y como la conciben Maritain y demás; mientras creamos que defendiendo el bien común como un cuarto valor más, y no en su realeza y primacía; entonces me parece que no hay salida.
--Tiene que haber alguien que diga que el sistema, tal y como lo concibe el NOM, falla en su raíz, que es el agnosticismo institucional y la separación del orden de la gracia del orden político-social.
Creo que el único camino es ser lo que somos, embajadores de Cristo, embajadores de su Reinado, que aunque no es de este mundo, pedimos que venga, para que instaure aquí, (entre nosotros, por nuestros hijos, por nuestras generaciones, por nuestra Hispanidad) su ley y su gracia.
No sé si te estoy ayudando en lo que preguntabas. Pero no se me ocurre otra manera que ir dando los pasos que Cristo quiere que demos, aunque nos parezcan pasos imposibles. !Venga a nosotros Tu Reino! A nosotros, a nuestras instituciones, a nuestras leyes, a nuestros colegios, a nuestra sociedad en todos sus órdenes.
Creo que sería muy bueno que hubiera partidos católicos que sean embajadores de la realeza del Señor, en las leyes, en la vida social, en las instituciones, en todas las actividades humanas. Ejercerían, además, una especie de función de control, como de conciencia de la comunidad política, poniendo como brújula, siempre, la ley moral.
Meterse un católico en tales organizaciones -que necesariamente defienden una cosmovisión atea, digan o simulen lo que sea- es un sinsentido pues equivaldría a que un aficcionado "merengue" se hiciera socio del Barcelona FC.
Ahora bien, cuando el monstruo iluminista que tan bien había logrado Franco mantener a raya durante su prolongada dictadura popular, se abalanzó sobre España bajo el nombre de "Transición", seduciendo a los españoles con la compra de su alma a cambio de riquezas y bienestar material, yo no he visto que -salvo puntuales excepciones- los obispos católicos se opusieran al tal desembarco, lo que me da la impresión de que fue una traición a Dios y a España en toda la línea.
A mi juicio esa grave traición explicaría que haya todavía tantos católicos binintencionados que son incapaces de entender la incompatibilidad esencial que nos separa del sistema democrático tristemente vigente. Lo cual ha quedado de manifiesto la semana pasada en el blog de Bruno, en un artículo donde denunciaba el enésimo intento de los liberales demócratas para cazar y reciclar a los incautos católicos desencantados con el PP. En los comentarios a dicho artículo aparecieron católicos sin tacha -incluso blogueros- defendiendo al nuevo señuelo partitocrático con gran energía y hasta con manifiesta indignación hacia Bruno.
¡Ay Señor!
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A.G.:
Ricardo, yo veo claro que un católico en un partido liberal no tiene nada que hacer. Y tal y como está la cosa, es difícil que haya partidos católicos no liberales, porque la mentalidad dominante actual, incluso en los católicos, es democristiana, y el democristianismo ha descristianizado la política, precisamente porque se incorpora elementos del liberalismo, de la Modernidad, del ethos ilustrado.
Los católicos debemos agradecer a Franco que impidiera que España fuera un satélite de la URSS, y que detuviera la destrucción de la Iglesia.
Sin embargo, yo, que simpatizo con el carlismo, no puedo sino creer en la tradición política y iusjurídica hispánica.
No soy filósofo e insisto en que no he leído su obra posterior. Pero la distinción que manejaba en origen me parece interesante y válida como crítica, justamente, al liberalismo. Tal y como distingue los dos términos en "Tres reformadores", su distinción entre individuo y persona no lleva a la estructura de pecado que es la sociedad actual, sino, más bien, a lo contrario.
Se lo pregunto porque, si no me equivoco, Julio Meinvielle, otro tomista, creo que criticó a Garrigou-Lagrange en su libro "Critica de la concepción de Maritain sobre la persona humana", a propósito de su infundada distinción entre individuo y persona.
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A.G.:
Garrigou-lagrange es de fiar en la doctrina de la gracia. La predestinación de los santos y la gracia es una obra excelente.
Meinvielle tiene razón en que Garrigou-Lagrange no tiene del todo claro el asunto de la distinción maritainiana entre individuo y persona, ahí flaquea, aunque no tanto como el personalista, que desbarra.
Lo mejor es formarse en los tomistas hispánicos, sobre todo porque enfocan la doctrina tomista desde una perspectiva jurídica, que es muy necesaria. Vallet de Goytisolo, Álvaro D´Ors, leopoldo Eulogio Palacios, los Gambra, Victorino Rodríguez, y sobre todo Royo Marín, entre otros, son los mejores introductores a la doctrina clásica.
Pero mi duda apuntaba a saber si a pesar de ese flaqueo los libros de Garrigou-Lagrange siguen siendo una buena opción para la formación en la filosofía tomista?? He descargado algunos como "El sentido común", "El realismo del principio de finalidad", "La síntesis tomista", "Dios, su existencia y su naturaleza", aunque no los he leído todavía... Esa es mi duda.
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A.G.:
Son buenos libros. Yo he dejado de leer a Garrigou-Lagrange aunque es un buen autor. Ahora me centro en los autores hispánicos, son más sólidos.
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