(252) El lenguaje de los valores da problemas
La secularización puede ser interpretada, también, como una crisis del lenguaje con que se expresa la Iglesia, como una restricción conceptual del numen católico, como un abandono de la propia identidad intelectual.
Adoptar conceptos extraños, propios del mundo moderno, puede traer problemas.
1. Valores y piedra de tropiezo
El abuso del lenguaje de los valores hace invisible el lenguaje bíblico-tradicional, lo priva de visibilidad conceptual, tan necesaria a la Iglesia para poder “ser vista” como lo que es en esencia.
Y si la mente de la Iglesia, de alguna manera, no es vista en su lenguaje, no puede iluminar la oscuridad con las palabras con que puede y debe hacerlo.
Y es que con el término los valores, así en plural, los moralistas axiólogos pueden difuminar la virtud de la clasicidad en una vaga atmósfera humanitaria, general y no específicamente católica.
Es el término que ha usado el voluntarismo para hacer divisible la modernidad e incorporársela. A tal efecto, con el término de marras se suaviza y lima la piedra de tropiezo, se ahuyenta el fantasma del martirio y se disfruta de una más cómoda y tolerante espiritualidad del bienestar.
2. La máquina de vacío
Es de notar que este abuso del lenguaje de los valores desustancia el concepto de persona, lo desliga del orden de las esencias, legitima un uso liberticida de la conciencia, como proponía Bernhard Häring con ese eufemismo de la creatividad.
Y no digamos a qué queda reducido el catolicismo, si es vaciado —por la teoría de los valores llevada a su extremo— de los contenidos ontológicos del derecho natural y divino.
En el momento actual, el sumum de la confesionalidad es hacer referencia solamente a valores inspirados en el humanismo cristiano. Y a valores hodiernos, pero aliñados de un vago y utópico idealismo kantiano; se le puede sumar la referencia a Jesús de Nazaret, a los pobres, al santo fundador como modelo humanitario, y ya es bastante para tener un ideario.
Este cambio reductivo, este vaciado del lenguaje católico, se lo debemos también a la sobrevaloración durante décadas del pensamiento de Scheler, Husserl y demás subjetivistas, que el pensamiento católico en crisis considera precursores suyos.
3. Los valores de la ONU no son contenidos propios de la moral cristiana
Pero, ¿cuáles son los resultados de un abuso sistemático de la teoría de los valores? Pues a la vista está: la confusión de la moral cristiana con la ética de la ONU, un vago derecho-humanismo piadoso, la descristianización galopante de las instituciones; incluso en el futuro una mayor disolución laicista en la sociedad actual, con la inevitable desaparición progresiva del sistema de parroquias, penúltimo residuo, heroico si cabe, de la Cristiandad
—Cuando no haya parroquias, como parecen querer algunos teóricos del reformismo, ¿cómo se hará visible, en las calles, entre el pueblo, en la cultura de cada día, la Iglesia visible, la societas perfecta, portadora de cultura y tradiciones, del culto de dulía y del derecho natural y divino? La Iglesia se volvería cada vez más invisible sin las parroquias.
4. Los valores dan problemas
El orden de los valores, por sí solo, no es el orden del ser, sino el orden de cada estimación, y es incapaz de suscitar obediencia ordenada si es maximizado. Es decir, que no genera fidelidad.
Su sobredimensionamiento puede acarrear rechazo por el derecho canónico, por la doctrina y por las implicaciones jurídicas del magisterio, que a la luz de una pastoral excesivamente axiológica podría ir desconectándose cada vez más del derecho.
El efecto de esta sustitución de órdenes es que el católico dejaría de pensar en términos del bien y del mal, de verdad y error, de virtud y pecado, de salvación y condenación, y se limitaría al lenguaje minado de las apreciaciones cuantitativas, de la opinión pública, de la propaganda relativista del estado global.
Urge, por tanto, evitar todos estos males, prevenirlos con un cambio radical de perspectiva. Urge la clasicidad. No nos vamos a cansar de repetirlo.
Urge la clasicidad como virtud de no apartarse un ápice de lo bíblico-tradicional. Sólo así la Casa del Dios vivo tendrá presencia clásica, cuerpo visible de columna y fundamento de la verdad (1 Tim 3, 15). Porque tener presencia es ser contemplado, estar presente.
Y si la identidad de la Iglesia no es reconocida en sus conceptos propios, ¿cómo puede ser entendida su palabra? ¿Quién podrá agarrarse a una tabla de salvación que no ve?
David Glez Alonso Gracián
10 comentarios
EVANGELIUM VITAE
DEL SUMO PONTÍFICE
JUAN PABLO II
A LOS OBISPOS
A LOS SACERDOTES Y DIÁCONOS
A LOS RELIGIOSOS Y RELIGIOSAS
A LOS FIELES LAICOS
Y A TODAS LAS PERSONAS DE BUENA VOLUNTAD
SOBRE "EL VALOR Y EL CARÁCTER INVIOLABLE
DE LA VIDA HUMANA"
El Papa Benedicto XVI recordó que losvalores de la Unión Europea, "son fruto de una larga y sinuosa historia enla que, no se puede negar, el cristianismo ha jugado un papel primordial". El Papa explicó que “la igual dignidad de todos los seres humanos, la libertad del acto de fe como raíz detodas las demás libertades cívicas, la paz como elemento decisivo del biencomún, el desarrollo humano -intelectual, social y económico- como vocación divina y el sentido de la historia que deriva de ello son tantos elementos centrales de la revelación cristiana que siguen modelando la civilización europea". El Santo Padre afirmó que "estos valores comunes no son un conglomerado anárquico o aleatorio, sino que forman un conjunto coherente que se ordena y se articula, históricamente, a partir de una visión antropológica precisa".
El Papa advirtió del riesgo de que esos valores fuesen "manipulados por individuos y grupos de presión deseosos de hacer valer sus intereses particulares en detrimento de un ambicioso proyecto colectivo, que los europeos esperan, cuyo objetivo es el bien común de los habitantes del Continente y de todo el mundo". (Vaticano, 19 de octubre de 2009)
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A.G.:
El post trata sobre el ABUSO de la teoría de los valores en la filosofía y teología católicas.
No se critica el uso razonable de estos términos en los contextos adecuados, como hacen los Pontífices, para convertir al mundo y reorientar la semántica de los conceptos según el sentido cristiano.
Le ruego, además, no copie en mayúsculas.
En cuanto apareció la Sociedad de Naciones y luego la ONU el lenguaje secularizado no quiso saber nada de ellas, entonces aparecieron los valores. Comenzamos a oír solidaridad, tolerancia y otras que sustituyeron a las virtudes. Pero un valor no es una virtud, como se constata por las definiciones de la RAE, sino algo mucho más etéreo e inclasificable. La virtud lleva una inclinación al bien que el valor no necesita y, de hecho, la solidaridad fue de índole práctica más que moral hasta que se le dio otro sentido que no le gustaba nada al filósofo Gustavo Bueno que decía, con razón, que la Omertá de los mafiosos es un caso de solidaridad comprobado entre los miembros que componen esa asociación y, desde luego, aparece también en la Masonería.
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A.G.:
Coincido en que la ética de los derechos, reconocible públicamente como ética mundial, ha supuesto el eclipse de las virtudes. Buen comentario Palas Atenea.
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A.G.:
Es una naturalización de la caridad. Se puede usar para entenderlo bien, pero abusar del término en teología moral o en doctrina social trae problemas a la doctrina católica.
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A.G.:
Interesante. Si pudiera ampliar, se agradecería.
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A.G.:
Chico, sin ninguna duda. Hay que educar en virtudes. Los valores están sólo en la mente.
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A.G.:
Interesante. Se entiende sin preguntar, ciertamente. Por el sentido de la fe, por la razón católica, por el sentido común redimido. Gracias Palas Atenea.
Sé de lo que hablo: hace más de 50 años, siendo yo adolescente, gané un concurso literario convocado por la llamada "Gran Misión" que organizó el obispado en mi ciudad. He perdido el texto, pero bien recuerdo que estaba plagado de invocaciones a los "valores", que no a las virtudes. Mi estrategia al redactar esa pieza (es increíble que no haya olvidado este punto a pesar de los años pasados), fue proponer una doctrina acomodada a las presiones mundanas que se cernían sobre la Iglesia. Y ello aprendido de mis formadores parroquiales, muy probablemente. Fue un oportunismo puro y duro, sospecho que con muy poco de buena doctrina porque mis padres no eran practicantes y mis relaciones parroquiales eran muy acotadas.
Mi estrategia resultó exitosa: gané el concurso y mi breve composición fue leída ante el numeroso auditorio reunido en uno de los cines de mi ciudad. Me premiaron con una Virgen de Luján en una caja-ermita, que es la que al día de hoy preside nuestro altar familiar. Sin embargo, y esto es lo curioso, yo no me sentía representado por eso mismo que había escrito. Me preguntaba: ¿Pero dónde están los límites de la Iglesia? ¿Dónde comienza la Iglesia y termina el mundo?
Poco tiempo después abandonaba la práctica religiosa, que retomé quince años más tarde, preguntándome exactamente lo mismo sobre la "Iglesia posconciliar" que me encontré.
Cuenta la historia de la Iglesia que quienes defeccionaban tirando incienso al emperador, eran duramente castigados. Ahora en cambio, se los premia. Y eso viene de lejos.
A las modas sólo las puede imponer quien detenta el poder. El cual tiene varias vertientes: político, militar, económico, religioso, cultural, mediático. En occidente todas esos poderes están más o menos digitados por las logias, así que verás qué nulas posibilidades hay de poner de moda el Decálogo.
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