(216) Personalismo, IV: apertura a la Modernidad, psicologismo y naturalismo religioso
Afirma el gran Nicolás Gómez Dávila en uno de sus Escolios que «la humanidad cree remediar sus errores reiterándolos».
Y yo me pregunto si los católicos de hoy, en especial aquellos que de una forma u otra están implicados en la formación del clero y del laicado, también creen remediar sus errores reiterándolos.
Alejarse del sistema intelectual tradicional —es decir, del realismo metafísico— ha traído muchos problemas a la Iglesia. Es hora, pues, de rectificar.
—No nos cabe duda que la Modernidad —y su metástasis super-nominalista, o posmodernidad— es el gran error de Occidente; y que el personalismo no es más que una reiteración bienintencionada de sus errores, bajo un débil sistema conceptual de apariencia ortodoxa.
Su prevalencia durante el posconcilio fue un hecho. Conviviendo con mil y una heterodoxias, cobró prestigio y autoridad, llegando a conformar, hasta el día de hoy, una reacción de ortodoxia débil, o de apariencia de ortodoxia, poco eficaz contra el enemigo modernista.
Y es que un sistema en el que existen algunos elementos positivos, combinados con errores de origen existencialista, gnóstico e idealista, no tiene la suficiente entidad como para combatir el modernismo; antes bien sucumbe a él y es parte y artificio suyo; el modernismo no se puede refutar con humanismo devoto; la fenomenología de la persona no posee la suficiente potencia filosófica y teológica como para hacer frente al conjunto de todos los errores y herejías. No posee Tradición ni tradiciones, que es el arma más eficaz contra la máquina modernista, cuerpo y alma del mundo moderno.
Nosotros vamos a comentar aquí, y en sucesivos artículos de esta serie sobre el personalismo, algunos de estos errores reiterativos, y confirmaremos su conexión heterodoxa. Los encontraremos citados una y otra vez, aquí y allá, aceptados como paradigma tácito; los hallaremos repropuestos y reformulados una y otra vez cual pastoral renovadora, como idiosincrasia de fondo, incuestionada y asumida como católica.
Comencemos. Cito el pasaje elegido, uno entre tantos, y lo comento a continuación.
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COMENTARIO I
«La posición del personalismo comparte algunos aspectos de esta postura [la crítica a la Modernidad], en especial la crítica al subjetivismo y al idealismo, pero entre otros se aleja de manera significativa. Ante todo valora de modo más positivo a la modernidad y, aun aceptando que parte de la filosofia moderna se ha equivocado al optar por el subjetivismo y el idalismo, estima que no se la puede considerar como un mero alejamiento de la verdad, sino como desarrollos de la mente humana en la que se despliegan elementos verdaderos, algunos de ellos incluso procedentes del cristianismo» (J.M. BURGOS, El personalismo, Palabra, Madrid, 2000, pág. 193)
Por una parte, se dice que el personalismo comparte algunas nociones de la crítica filosófica a la Modernidad, pero por otra se afirma que se aleja significativamente de esa crítica, porque, asegura, no se puede decir que la Modernidad se haya alejado de la verdad. No son propiamente errores, se dice, sino desarrollos de la mente humana.
Cabe preguntarse si, en la cosmovisión cristiana —fundamentada sobre la objetividad universal de la ley moral y los principios de la razón auxiliada por la fe— el subjetivismo moderno tiene algún papel relevante, o si por el contrario ha sido condenado como error peligroso del modernismo.
Tal vez se ignora que en la carta encíclica Pascendi —ese documento capital de la lucha antimodernista, dado a la Iglesia por San Pío X en 1907— se denuncia globalmente este subjetivismo nominalista de la Modernidad, que el personalismo considera no meramente alejado de la verdad.
Y es que San Pío X, alertando contra la toxina modernista contenida en la Modernidad, conmina a hablar de la verdad en sí misma, y rechazar esa supuesta “verdad” subjetiva que no es sino falsedad inútil y expansiva. Porque no puede haber un desarrollo positivo de la mente que sea falso y a la vez verdadero en sí. Por eso afirma el Pontífice: «Hablamos de la verdad en sí; esa otra verdad subjetiva, fruto del sentimiento interno y de la acción, […] de nada sirve al hombre» (Pascendi 39).
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COMENTARIO II
«Por último queremos hacer notar que el personalismo nunca se enfrenta a la modernidad como si estuviera fuera de ella porque, aunque está entroncado con la filosofía clásica, es una filosofía que nace, en concreto, en el siglo XX» (Ibid., p. 194)
La pretensión personalista de estar entroncado en la via antiqua (el pensamiento católico tradicional) y a la vez ser una filosofía moderna, nos parece un imposible y un contrasentido. No se puede encender una vela a Dios y otra al diablo.
Asimismo, su declaración pacifista —ese suicida no querer enfrentarse a la modernidad— , sólo puede tener consecuencias nefastas. El aggiornamento personalista ha sido un fracaso: abrir la puerta al mundo moderno, como si no fuera esencialmente erróneo en su motivación fundante y su objetivo, es un proyecto eclesial auto-deconstructivo. Los malos frutos están a la vista. Décadas de posconcilio abierto a la Modernidad lo confirman con hechos clamorosos.
Es evidente que el sobreoptimismo fenomenológico, su ingenua apertura a la via moderna, ha sido un conato de autodemolición. Porque si el católico, que es tradicional, actúa como el no católico, que es antitradicional, obra y piensa como quiere la mentalidad dominante y el espíritu de la época; pierde irrevocablemente su identidad, se deshace como todo hombre sugestionado por el tiempo: se hace devoto de la diosa Historia y víctima del Maelstrom.
El cristianismo no es moderno, ni puede serlo nunca. Como dice Gómez Dávila en otro Escolio: «La vulgaridad consiste en pretender ser lo que no somos». Y en otro: «La originalidad necesita adosarse a la continuidad de una tradición». Y en uno más: «El moderno nunca se siente tan personal como cuando hace lo mismo que todos»
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COMENTARIO III
«El yo es un descubrimiento tardío del espíritu humano que reflexiona sobre sí y se revela a sí mismo como la idea. La filosofía antigua no sabía todavía nada de él. Porque fue por el espíritu del cristianismo […] por lo que por primera vez despertó el hombre a la conciencia de sí» (F. EBNER, La palabra y las realidades espirituales, Caparrós, Madrid 1995, p. 25)
Los personalistas consideran que un aspecto positivo de la Modernidad es el descubrimiento del yo, entendido como sinónimo de descubrimiento de la persona y, por lo tanto, de la dignidad humana. Aborrece la concepción católica tradicional del ser humano —que debidamente sanada y corregida, como explica Manuel Ocampo en su blog, es también la grecolatina—; tiene alergia a toda concepción metafísica del hombre; y rechazando el concepto tradicional de sustancia, prefiere tomar sus conceptos de la psicología, o de sus psiquiatras de culto, como Victor Frankl.
—Que la mente moderna abandona la consideración metafísica del hombre es sin duda cierto. Como es cierto también que esta visión no metafísica es algo nuevo en el pensamiento occidental. Lo que no es cierto es que ello sea propio del cristianismo, ni que, en sí mismo, sea bueno. Más bien conduce a graves errores.
El abandono de la visión metafísica del hombre supone la preterición de la naturaleza humana, la subordinación de la ley natural a la conciencia subjetiva. Supone la primacía de lo situacional, del yo personal, cambiante, ideal y flexible, sobre el orden objetivo de las esencias. Fundamentar en la psicología y la teoría del valor —como hace Bernhard Häring, por ejemplo—la dignidad humana, supone privarla de realidad, subordinarla a la voluntad, y caer en el nominalismo.
Además, es una perspectiva que deja indefensa la mente occidental ante la ideología de género, pues la vuelve vulnerable a sus nociones. Es la perspectiva popularizada por uno de los humanista de culto de los personalistas, Pico de la Mirandola (1463 -1994). La resume en su Discurso sobre la dignidad humana:
«Tomó por consiguiente al hombre así construido, obra de naturaleza indefinida, y habiéndolo puesto en el centro del mundo, le habló de esta manera: Oh Adán, no te he dado ni un lugar determinado, ni un aspecto propio, ni una prerrogativa peculiar con el fin de que poseas el lugar, el aspecto y la prerrogativa que conscientemente elijas y que de acuerdo con tu intención obtengas y conserves. La naturaleza definida de los otros seres está constreñida por las precisas leyes por mí prescritas. Tú, en cambio, no constreñido por estrechez alguna te la determinarás según el arbitrio a cuyo poder te he consignado.»
Una dosis de marxismo cultural y de agnosticismo soterrado y ya tenemos los fundamentos de la ideología de genero.
Los personalistas no admiten ser nominalistas. Pero, como hemos visto, su concepto movilista y psicologista del yo, y sus prejuicios contra los términos metafísicos como sustancia o naturaleza, les hacen vulnerables a Ockham y a su apología de la experiencia individual.
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COMENTARIO IV
«Sin rechazar el legado tradicional, resultaba evidente que no bastaba con reproponer nociones antiguas para recomponer la fractura entre cultura y cristianismo. Era necesario algo más. Había que recoger de la modernidad todos los elementos positivos que fuera posible encontrar y proponer un nuevo proyecto cultural e intelectual capaz de abrirse un hueco en la vorágine de la cultura europea» (J.M. BURGOS, El personalismo, Palabra, Madrid, 2000, pág. 25)
El abandono de las nociones antiguas, para la mente católica, siempre es problemático y temerario. No sólo porque el sentido de la fe se nutre de Tradición y tradiciones que iluminan la razón del católico y la fortalecen contra el error; sino porque tras los conceptos acuñados a través de los siglos, persiste la acción providente de Dios.
Abandonar el campo de lo seguro y acoger novedades surgidas del alma inestable y conflictiva de la Modernidad, es siempre una empresa muy poco rentable, que fracasa con toda seguridad. Si el proyecto cultural propuesto a la Modernidad es un proyecto elaborado con las nociones de la Modernidad, aliñado con otras de origen cristiano, nos preguntamos cómo puede el cristianismo sanar al hombre moderno de los males que le aquejan. Si al que ya está intoxicado se le recetan toxinas de la misma dolencia, el resultado no puede ser sino un empeoramiento de su mal.
Por esto el aggiornamento personalista no es eficaz como misionero, pues da al hombre moderno lo mismo que le está enfermando.
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COMENTARIO V
«Cierto que la búsqueda humana de sentido y de valores puede nacer de una tensión interior y no de un equilibrio interno. Ahora bien, precisamente esta tensión es un requisito indispensable de salud mental. Me atrevería a afirmar que nada en el mundo ayuda a sobrevivir, aun en las peores condiciones, como la conciencia de que la vida esconde un sentido» (V. FRANKL, El hombre en busca de sentido, Herder, Barcelona 2004, p. 127)
Lugar común de la evangelización personalista es presentar a Cristo como el sentido natural exigido por la dignidad humana, como aquello que toda persona, por el simple hecho natural de ser persona, anhela y experimenta como si Dios no le hubiera podido crear sin elevarlo necesariamente al orden sobrenatural.
Esta visión naturalista del cristianismo fue influida sin duda por Victor Frankl y otros terapeutas no católicos; y digo que es común en la evangelización personalista, porque todos hemos escuchado de sobra cómo se presenta la fe cristiana como una experiencia deducible de la propia realidad personal.
Para ilustrarlo, en lugar de incidir en Padres y Doctores, se citan autores no católicos, cineastas, escritores, dramaturgos, etc., que expresan su insatisfacción nihilista y su necesidad natural del orden sobrenatural, como si Dios se lo debiera.
Esta tensión natural de la que habla Victor Frankl es entendida, por tanto, por el personalismo, como una exigencia natural del ser humano.
Todo ser humano, bajo este punto de vista, anhela naturalmente a Cristo porque Cristo es experiencia necesaria de lo natural. Es la teoría del cristianismo anónimo, que popularizó Rahner, y a la que dotó de alas teológicas la Nueva Teología.
La doctrina de la Iglesia, sin embargo, no nos enseña que la conversión sea lo mismo que el descubrimiento del sentido natural de la vida, ni que la gracia sobrenatural sea una necesidad natural de la psicología humana. La doctrina de la Iglesia no nos enseña que la persona merezca la justificación por su implenitud natural o que la gracia sea una necesidad debida por Dios al hombre, sino que «nos fue merecida por la pasión de Cristo, que se ofreció en la cruz como hostia viva, santa y agradable a Dios y cuya sangre vino a ser instrumento de propiciación por los pecados de todos los hombres»; y que su fin no es la realización natural e inmanente del hombre, sino «la gloria de Dios y de Cristo, y el don de la vida eterna» (cf Concilio de Trento: DS 1529) (Catecismo 1992).
Nos enseña además que es una vocación recibida gratuitamente, que Dios no estaba obligado a proporcionarnos. Nos enseña que no es una experiencia exigida por la propia condición humana; sino que «esta vocación a la vida eterna es sobrenatural. Depende enteramente de la iniciativa gratuita de Dios, porque sólo Él puede revelarse y darse a sí mismo. Sobrepasa las capacidades de la inteligencia y las fuerzas de la voluntad humana, como las de toda creatura» (cf 1 Co 2, 7-9) (Catecismo 1998)
CONCLUYENDO
El personalismo no es talmente una filosofía sino una idiosincrasia piadosa, una ideo-sincrasia modernizante, antimetafísica, deudora del humanismo autónomo.
Su debilidad conceptual la hace proclive a padecer los mismos errores que cree evitar, como el nominalismo, el subjetivismo o el agnosticismo. Debido a sus prejuicios contra la razón, prefiere fundamentar su visión de la dignidad humana en conceptos psicologistas y experienciales, que merman su objetividad y su consistencia conceptual.
El aggiornamento personalista da pie a una intoxicación de conceptos naturalistas, importados del naturalismo del Renacimiento, de la psicología moderna y del existencialismo. Como reinterpretación de la fe cristiana, es vulnerable al error modernista, cuyo virus contiene en forma de prejuicio, lugar común, cliché teológico.
Para combatir eficazmente el error modernista, y superar la crisis actual, es necesario dejar atrás el personalismo. No es un sistema de pensamiento que aporte claridad doctrinal. Antes bien, favorece la heteropraxis, puede servir como justificación del situacionismo, y promueve la indebida separación de la fe y la razón.
David Glez. Alonso Gracián
20 comentarios
1) Cómo era posible que un creyente acudiera a su consulta para que le ayudara, porque eso es como confesar que necesitaba a alguien que no fuera Dios en el que se supone que está depositado el ser y que El Mismo es el sentido de todo.
2) Qué argumentos daba a los no creyentes para encontrar un sentido que no fuera trascendente.
Por otra parte Frankl no parecía entender el martirio, lo dice en sus conversaciones con Pinchas Lapide, cuando el mártir es, precisamente, el que muestra más claramente su amor a la vida. En cierta manera esta incomprensión es lógica, no porque fuera logoterapeuta sino porque era judío, y en los judíos se da una incongruencia muy grande porque, aún siendo creyentes, no parecen esperar gran cosa de la Vida Eterna sino de la transmisión de su esencia judía a través de generaciones anteriores y posteriores. Su arma es la memoria de su propio pueblo como una especie de rueda de la vida.
Con el buen sabor de boca que me produjo su excelente comentario en el anterior post, le digo que es verdad que la lectura de Victor Frankl produce una sensación positiva, por ejemplo "El hombre en busca de sentido" --libro que tanto gusta al personalismo católico, y que tan poco aporta, en sustancia.
Pienso que se debe a que gusta al mundo presentar el descubrimiento de la fe como un descubrimiento del sentido natural de la vida. Así lo presentan muchos evangelizadores, sin duda con muy buena intención, pero equivocadísimos; por ejemplo, Tote Barrera, en algunos videos que le he visto: la conversión como descubrimiento del sentido de la vida y respuesta necesaria a una inquietud natural de transcendencia.
Es un grave error.
Las cuestiones que presenta son muy interesantes. Creo que la respuesta reside en la refutación del "Sobrenatural" de de Lubac: no se debe confundir lo transcendente con lo sobrenatural. Sobre este tema nuestro bloguero Néstor Martínez podría ilustrarnos mucho mejor que yo, porque creo que ha estudiado la hibridación moderna de lo natural y lo sabrenatural.
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A.G.:
Ningún sentido tiene una logo-terapia que ignore al Logos. Hubo un tiempo en que todas las ciencias se subordinaban al saber teológico. No renunciemos a ello.
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A.G.:
Muy cierto cuanto dice.
Ni Frankl ni Gómez Dávila son escritores religiosos, pero así como el primero puede dañar la ortodoxia, el segundo la apuntala, pero lo hace de una forma en la que el hombre no puede ensimismarse y tiene que mantener alta la guardia. Lo típico de los llamados reaccionarios, el punto de aspereza espanta.
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A.G. :
Sí, es lo mismo que ocurre con Bloy.
Lo cierto es que estos últimos artículos me están haciendo plantearme varias cosas. Partiendo de que no soy un experto en filosofía, recuerdo que en el colegio, durante el bachillerato, nos dieron a leer El hombre en busca de sentido. La idea que me dejó el libro fue precisamente que hay una tendencia natural en el hombre a buscar la trascendencia, y que del encuentro con ésta surge el sentido de la vida. En el caso de un cristiano consciente y practicante, ese "sentido" ya está dado, ya se conoce, porque hay un conocimiento de Dios, una fe. En el caso de los alejados o no cristianos, esta búsqueda es una muestra de un deseo natural de Dios y, por tanto, algo que podemos aprovechar a la hora de hacer apostolado con ellos, por ejemplo.
Por otra parte, recuerdo que nuestros profesores se apoyaban mucho en el concepto de forma y materia, naturaleza, esencia y accidentes, los universales... Se nos planteaba a Santo Tomás de Aquino como el gran filósofo y teólogo de la Iglesia, y no sólo en clase, sino en las pláticas que nos daban los sacerdotes. Ahora bien, si no he entendido mal, el hecho de sentir esa búsqueda o necesidad de Dios no debe calificarse como algo natural sino como una gracia que el mismo Dios nos da para que nos convirtamos a Él. ¿O no? ¿Enlaza esto con la famosa frase de San Agustín, la de que nuestro corazón siempre estará inquieto...etc? Todavía me queda mucho por leer y por reflexionar, pero mi sensación general (desde hace tiempo) es que aquella educación tan estupendamente ortodoxa y católica que creía haber recibido no lo fue tanto... al menos en algunos aspectos. Y que la vida sacramental intensa, la devoción a la Virgen, la liturgia cuidada y las cuestiones claras con el 6º y 9º mandamientos son algo bueno, pero a todas luces insuficiente si se plantean ciertas cuestiones o surgen determinados retos como los que la sociedad actual nos plantea.
Perdón por la verborrea y gracias por su labor.
Pavlvs
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A.G.:
Paulus, el fin último del hombre, como enseña Santo Tomás, es la bienaventuranza divina. Pero no puede lograrla por sus fuerzas naturales. Sin duda es una gracia que el ser humano lo conozca por la fe, sobrenaturalmente.
El problema de la visión naturalista es que considera que el hombre desea lo sobrenatural como si fuera algo que le está debido, que le completa naturalmente, que sin fe puede alcanzar, y sin gracia puede lograr, como si fuera parte de su naturaleza, que quedaría incompleta sin lo sobrenatural.
La fe, sin embargo, es absolutamente necesaria y sin ella es imposible agradar a Dios. Yo entiendo la frase de san Agustín, ante todo, como deseo de alcanzar el fin último por la fe y la gracia, y en modo alguno por medios naturales, como si hubiera una transición continua de la naturaleza a la gracia --que es lo cree la educación naturalista que hemos recibido.
¿De qué manera interpretar esta frase de San a Agustín?
Gracias.
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A.G.:
Lo interpreto como que la bienaventuranza, o visión de la esencia divina, es el fin último del hombre, fin que desea alcanzar, y que lo puede alcanzar por la fe y la gracia, no por medios naturales, ni como si ese fin fuera algo debido a la naturaleza humana o como si Dios no pudiese haber creado al ser humano sin haberlo ordenado gratuitamente a la visión beatífica.
No se debe entender como que todo ser humano sin fe y sin gracia desea la visión beatífica y pretende alcanzarla con las fuerzas de naturaleza, como si su naturaleza aspirara a lo sobrenatural como en una transición continua.
Ja!
Yo desperté de este sueño inmanentista leyendo a san Agustín un poco más allá de la famosa frase y a santa Teresa que no sólo es más cercana, sino más clara.
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A.G.:
Plantean en efecto que Dios no pudo haber creado al hombre sin haberlo elevado al orden sobrenatural, esto es, que la bienaventuranza es una demanda natural. No se precisa entonces ni gracia ni fe. Ya se sabe:el error por el que se cree que todo hombre es cristiano sin saberlo, basta cumplir la ley natural para ser cristiano, etc.
Si nuestro fin último pudiera alcanzarse con medios meramente naturales, por ser una exigencia de nuestra naturaleza, nuestra elevación al orden de la gracia sería imposible. Ocurriría que nuestra alma por su misma naturaleza ya sería una participación de la naturaleza divina, y por consiguiente nuestra inteligencia natural ya alcanzaría la fe. De la misma forma, nuestro querer natural alcanzaría igualmente la esperanza y la caridad. Se eliminaría la teologalidad de la vida cristiana, que es lo que ocurre con esta evangelización naturalista, que hace innecesaria la teologalidad.
Es una confusión del orden natural con el orden sobrenatural, tal y como encontramos en la Nueva Teología.
Asimismo, siguiendo al P. Garrigou-Lagrange, en la Síntesis tomista:
"Además dicen (los tomistas), por lo general, que el deseo natural de ver a Dios, del cual habla Santo Tomás (I, q. 12, a. 1), no puede ser un deseo innato, sino elícito (posterior a un acto natural de conocimiento), y un deseo no absoluto y eficaz, sino condicional e ineficaz, que no es realizado a menos que Dios quiera elevarnos gratuitamente al orden sobrenatural. La Iglesia, por lo demás, ha condenado en 1567 la doctrina de Baius que admitía un deseo eficaz o exigitivo, de tal suerte que la elevación al orden de la gracia sería debida, debita, a la integridad de nuestra naturaleza, y no gratuita, lo cual lleva a la confusión de los dos órdenes (cf. Denz.-Bannw., n. 1021). Un deseo natural eficaz sería un deseo de exigencia, la gracia sería debida a la naturaleza."
Santo Tomás enseña que en el hombre hay un deseo natural del fin último sobrenatural, pero eso ha sido entendido diversamente por el tomismo clásico y por de De Lubac. A su vez, los tomistas clásicosse dividen en dos grupos. Unos siguen a Cayetano, el cual, al parecer y por lo que se dice, niega que haya propiamente un deseo natural del fin sobrenatural en el hombre, pues dice que ese deseo es solamente consiguiente al bautismo y a la fe. Otros afirman que es un deseo propio de la naturaleza humana sin más, pero "ineficaz y condicional", es decir, que no llega a producir ninguna exigencia verdadera del fin sobrenatural en el hombre, y que se formula como "si fuese posible, quisiese ver a Dios".
De Lubac, finalmente, lo afirma, sin esas palabras, como eficaz e incondicional, de modo que al menos "esta" naturaleza humana concreta no habría podido ser creada sin ser ordenada a la visión beatífica. Cosa que la "Humani Generis" de Pio XII incluye entre los errores de la "nueva teología". Lo de "esta" naturaleza humana concreta, con lo que De Lubac pretende esquivar la condena de "Humani Generis", revela la mentalidad nominalista de De Lubac: una naturaleza real no puede ser "maleable" al punto de tener dos versiones: una con fin natural y otra con fin solamente sobrenatural. Al hacer de lo sobrenatural una exigencia de la naturaleza humana, se lo termina naturalizando, cfr. Sayés, "La gracia de Cristo".
Saludos cordiales.
Y muchas gracias también por citar a Gomez Dávila, cuyos "Escolios" son oro en polvo, espada acerada que cercena toda forma de ambigüedad y que por lo tanto, causó que su autor fuese cuidadosamente silenciado por quienes hacen de la ambigüedad ubicua y oportunista un deporte y un culto.
La Modernidad ha parido a la Democracia. Veamos qué nos dice Gomez Dávila al respecto en este memorable escolio:
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"«La democracia no es procedimiento electoral, como lo imaginan los católicos cándidos; ni régimen político, como lo pensó la burguesía hegemónica del siglo XIX; ni estructura social, como lo enseña la doctrina norteamericana; ni organización económica, como lo exige la tesis comunista. La democracia es una religión antropoteísta. Su principio es una opción de carácter religioso, un acto por el cual el hombre asume al hombre como Dios»
gracias por el aviso. Sé que había errores tipográficos y erratas. Ayer tuve problemas con el PC, y no pude corregirlos. Sólo disponía del móvil.
Creo que por fin hoy están corregidos. Disculpas y gracias.
Entonces, sí la consciencia del hombre no lo dejará en paz hasta que no cambie su vida de pecado y podemos hacer uso de esta inquietud para evangelizar. Solo hacer énfasis que la "incomodidad" del hombre en pecado es resultado directo del llamado continuo de Dios a la conversión. ¿Es correcto?
Gracias. Dios lo bendiga.
Y está tan arraigado, que en universidades del Opus los proclaman y en la Universidad Anáhuac de los legionarios se encantan con estos dos conceptos tan alejados de la realidad.
Los profesores de ambas instituciones hablan con gran alegría del personalismo...
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A.G.:
El personalismo de Wojtyla no es magisterio. El magisterio de Juan Pablo II sí. Distingamos, porque el primero no obliga en absoluto pero el segundo sí obliga. No todo en el personalismo es malo, como he dicho anteriormente, lo bueno que tiene ya lo han aprovechado los Papas.
Tiene ud. razón en que el personalismo se está difundiendo como enseñanza oficial de la iglesia y es un gran error.
Sobre Victor Frankl, me parece nefasto, por su naturalismo.
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A.G.:
Aunque hay distintos personalismos, todos tienen cosas esenciales en común, como estoy demostrando en esta serie de post.
Los personalistas, y sus teólogos y psiquiatras de culto, tienen puntos esenciales comunes, están interrelacionados. Es la realidad, aunque no nos guste.
Tu lúcido y erudito trabajo, Alonso, con el cual pones de manifiesto el molde común en el que se vacían las diferentes posturas personalistas, es absolutamente inmune a esos intentos de desvirtuar tu análisis.
Si bien el daño que han causado los Maritains, Frankls & Cía. ya está consumado, ha llegado la hora de poner coto a ese inmanentismo que se nos ha colado muros adentro.
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A.G. Gracias. :
Así es amigo Ricardo. La razón católica ha quedado muy tocada por obra del personalismo. Pero es hora ya de curarnos de él, como muy bien apuntas. Gracias.
Al comentario 2. idem.
Al comentario 3. La cita que trae de Ebner se entiende en un sentido muy contrario a las palabras. La cita dice explícitamente que la subjetividad del yo (que no subjetivismo!) es una aportación del cristianismo. Ergo el yo y su interioridad no son una aportación moderna que aborrece lo tradicional, sino que es una aportación cristiana!
Al comentario 4: El texto del autor (que no es santo de mi devoción) no dice que haya que abandonar lo tradicional: dice que hay que sumar lo moderno. Así que el comentario yerra en todo lo que dice en tanto que comentario (y sin embargo, no yerra en su sentido general, porque es cierto que muchos personalistas abandonan el acervo común de la filosofía escolástica. Peor para ellos).
Al comentario 5. Intentaré hacerme entender con un ejemplo sobre el uso de autores paganos: desgraciado Cicerón, miserable pagano ecléctico, que escribió el Hortensio, nefanda obra filosófica que alejó para siempre al futuro obispo de Tagaste de la filosofía. (Es decir: no sé que problema hay en que usemos autores cercanos al cristianismo en algunas cosas, aunque no en todas, mientras no se les obligue a decir lo que no dicen).
Leyendo esto uno se explica la actitud de muchas personas, sacerdotes y laicos . El rechazo al combate, a la confrontación, el culto al hombre...pero hay sitios donde el terreno está más abonado que en otros.
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A.G.:
No conozco libros críticos con el personalismo, la verdad. No puedo ayudarle. Sin embargo, El rumor inmortal, de Spaemann, le dará muy buenos criterios.
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