(135) Que para combatir el semipelagianismo no es preciso expulsar las virtudes del orden de la gratuidad
La gracia de la justificación, que hace pasar al hombre adámico del estado de pecado al estado de gracia, introduce, junto con la misma gracia santificante, las virtudes infusas. Con ellas, el hombre justificado puede habitualmente hacer el bien meritorio y saludable.
Es oportuno mostrar que el orden de las virtudes infusas pertenece también al orden de la gratuidad, instaurado por la misma gracia que hace grato al hombre a ojos de Dios.
En este artículo me dedico a ello, (ilustrándolo de paso con algunos dibujos que realicé con bolígrafo negro y unos lápices).
Es importante mostrar la necesidad orgánica de las virtudes en este complejo sistema de perfeccionamiento ideado por Dios para la deificación participada de sus hijos adoptivos.
Como explica el P. José María Iraburu, en “Por obra del Espíritu Santo”, Gratis date, cap 3, 2, pág.18 (resaltado mío):
«Podría quizá pensarse que, una vez que la gracia santificante sana al hombre pecador y le eleva a una vida sobrenatural, sería bastante para el desenvolvimiento normal de esta nueva vida que sus potencias, entendimiento y voluntad sobre todo, recibieran el auxilio continuo de las gracias actuales. En este sentido, no sería necesaria la infusión en sus potencias de las virtudes y de los dones del Espíritu Santo.
Santo Tomás contesta bien esta dificultad: «No es conveniente que Dios provea en menor grado a los que ama para comunicarles el bien sobrenatural, que a las criaturas a las que sólo comunica el bien natural. Ahora bien, a las criaturas naturales las provee de tal manera que no se limita a moverlas a los actos naturales, sino que también les facilita ciertas formas y virtudes, que son principios de actos, para que por ellas se inclinen a aquel movimiento; y de esta forma, los actos a que son movidas por Dios se hacen connaturales y fáciles a esas criaturas. Con mucha mayor razón, pues, infunde a aquellos que mueve a conseguir el bien sobrenatural y eterno ciertas formas o cualidades sobrenaturales [virtudes y dones] para que, según ellas, sean movidos por él suave y prontamente a la consecución de ese bien eterno» (STh III,110,2).
Comencemos pues.
I.- LAS VIRTUDES INFUSAS Y LA GRACIA
En el combate contra el semipelagianismo, no se debe contraponer el orden de las virtudes al orden de los dones, como si el primero fuera ajeno a la gratuidad y el segundo fuera su modelo. Hay diferencias entre virtudes y dones, que estudiaremos, pero no contradicción. Ambos sirven, en sincronía y consonancia, al proceso de perfeccionamiento del hombre nuevo.
Es fundamental comprender que la existencia de las virtudes infusas se desprende de la propia naturaleza de la gracia santificante. Que pertenecen también al misterio de la gratuidad, por el cual Dios perfecciona gratuitamente a sus hijos haciéndoles participar de las perfecciones de su Primogénito.
Es fundamental comprender que el estado de gracia introduce en el justificado una tensión perfectiva por la cual
«es un germen divino que pide, de suyo, crecimiento y desarrollo hasta alcanzar su perfección» (Royo Marín, “Teología de la perfección cristiana, 45)
Esta tensión positiva generada por la gracia habitual produce su movimiento perfectivo a través de unos principios operativos que lo convierten en habitual a través de acciones saludables y meritorias.
Estos principios de operación perfeccionante que surgen de la misma gracia de la justificación, pero no identificables con ella, son las virtudes.
II.- LA GRACIA DE LAS VIRTUDES Y LA GRACIA DE LOS SACRAMENTOS
De este modo, el efecto santificador de las virtudes no es, como el de los sacramentos, ex opere operato, por la obra misma obrada por Cristo; sino ex opere operantis, diríamos en función del obrar del obrante, disponiendo para ello adecuadamente al que obra.
Por eso tradicionalmente se definen las virtudes infusas como hábitos que causan disposiciones adecuadas en el alma:
«hábitos operativos infundidos por Dios en las potencias del alma para disponerlas a obrar según el dictamen de la razón iluminada por la fe» (Royo Marín, TPC, 46)
Recordemos que la disposición adecuada producida por las virtudes es importante para el aprovechamiento de la gracia sacramental, por ejemplo la producida por la Santa Eucaristía.
Pues aunque los sacramentos son eficaces por sí mismos, (ex opere operato, por la obra obrada) dado que son acción de Cristo mismo, su grado de aprovechamiento es influido por la buena disposición del sujeto (ex opere operantis). De esta forma hay una relación estrechísima entre la gracia de las virtudes y la gracia de los sacramentos.
Esta relación procede de la cualificación interna totalizadora que la gracia habitual produce en la naturaleza humana. La tensión perfectiva que introduce en el sujeto interrelaciona las gracias de los principios operativos con la gracia de los sacramentos. De este modo, la santificación del ser humano es un todo, tanto en lo ordinario y común, como en lo concreto y especial. Y así es posible vencer de hecho al pecado, en una acción de combate espiritual contra el mal que es efectiva a todos los niveles. Como lo explica de forma maravillosa el Angélico en la Suma, IIIae, q62, a2:
« 1. La gracia de las virtudes y de los dones perfecciona suficientemente la esencia y las potencias del alma en lo que se refiere a la actuación ordinaria, pero en lo que se refiere a algunos efectos especiales, requeridos en la vida cristiana, se necesita la gracia sacramental.
2. Las virtudes y los dones bastan para impedir los vicios y los pecados en el presente y en el futuro en cuanto que evitan que el hombre peque. Pero para los pecados pasados, cuyo acto ya pasó, permaneciendo el reato, se ofrecen al hombre, mediante los sacramentos, remedios especiales.»
III.- LAS VIRTUDES SOBRENATURALES INFUSAS Y LAS VIRTUDES NATURALES ADQUIRIDAS
Tanto las virtudes naturales como las virtudes sobenaturales son hábitos operativos, es decir, modos especiales de obrar, proceder o conducirse, para los cuales el Señor agracia al ser humano con auxilios de diversa clase, mociones creaturales y socorros actuales. La diferencia reside en lo siguiente:
Las virtudes morales naturales son modos de obrar adquiridos por repetición de actos iguales o semejantes. Las virtudes morales sobrenaturales, sin embargo, son infundidas por Dios, y por eso se llaman infusas.
Como explican el P. Iraburu y el P. Rivera:
3.–Las virtudes naturales no dan la potencia para obrar –que ya la facultad la posee por sí misma–, sino la facilidad; en tanto que las virtudes sobrenaturales dan la potencia para obrar, y normalmente la facilidad, aunque, como veremos después, no siempre. (“Síntesis de espiritualidad católica”, de J.M. Iraburu y J. Rivera, Gratis date, 2ªP, 1)
Por eso, dado que las virtudes infusas no siempre dan la facilidad para obrar, para combatir el semipelagianismo no hemos de confrontar un orden del esfuerzo con un orden de la gratuidad. Porque las virtudes infusas requieren en ocasiones un esfuerzo suscitado por la gracia; esfuerzo que es otorgado gratuitamente al hombre por Dios, y que, por ello mismo, es propia y verdaderamente humano.
El nacimiento del hombre nuevo no se produce sin violencia contra el propio mal. El cristianismo no es un pacifismo contra uno mismo, sino una guerra contra la propia maldad en que las armas son dadas gratuitamente por Dios. Luego el esfuerzo de las virtudes es esfuerzo de gracias de combate, sin que ello tenga nada que ver con el semipelagianismo.
(No olvidemos, no obstante, que el mérito de la obra no procede de la dificultad de la misma, sino de la caridad con que se hace, vínculo de perfección. Mejor es una obra fácil con ardiente caridad, que una muy esforzada con poca.)
Su misión, por tanto, no podía ser otra que sobrenaturalizar las potencias del alma elevándolas al orden de la gratuidad.
Veamos algunas diferencias que las distinguen:
Las virtudes adquiridas naturales disponen las potencias del alma humana para seguir los dictámenes de la razón natural. Las infusas, para seguir las disposiciones de la razón iluminada por la fe y vivificada por la gracia.
Las virtudes adquiridas naturales son hábitos propiamente dichos que dan facilidad a la realización de la obra. Las infusas dan potencia para obrar sobrenaturalmente, pero no siempre la facilidad para el acto.
Las virtudes naturales conducen al ser humano a obrar conforme a su naturaleza racional. Las infusas conducen al ser humano a cobrar conforme a la naturaleza divina participada por la gracia.
IV.- LAS VIRTUDES INFUSAS Y EL ESTADO DE GRACIA
Las virtudes infusas, como hemos dicho, se infunden junto con la gracia de la justificación, van unidas al estado de gracia. Son principios operativos de mérito. Su operatividad sobrenatural es, pues, salvífica.
Las virtudes sobrenaturales son como si dijéramos la musculatura sobrenatural del estado de gracia. Perdido éste por el pecado mortal, el alma queda en off, sin vida para actos sobrenaturales. Las virtudes infusas, de esta forma, por su estrechísima vinculación con el estado de gracia, desaparecen del sujeto con el pecado mortal, a excepción de la fe y la esperanza, que quedan informes.
Veamos cómo lo explica Royo Marín:
«Desaparecen todas, excepto la fe y la esperanza, por el pecado mortal. la razón es porque estas virtudes son como propiedades fundadas en la gracia santificante; de donde, al destruirse o desaparecer la gracia, trienen que desaparecer ellas también. Solamente permanecen, aunque estado informe a imperfecto, la fe y la esperanza, como un ultimo esfuerzo de la misericordia infinita de Dios para que el pecador pueda más fácilmente convertirse. pero, si se peca directamente contra ellas, desaparecen también, quedando el alma totalmente desprovista de todo rastro de vida sobrenatural» (TPC, 51)
V.- EL ORDEN DE LAS VIRTUDES INFUSAS Y SU MODO HUMANO
La tensión perfectiva que introduce la gracia abarca, como dijimos, la totalidad del ser humano, por lo que las virtudes infusas abarcan todo el proceso de perfeccionamiento:
—Del ordenamiento de las potencias del alma a su objetivo sobrenatural, que es la santidad, brotan las virtudes infusas teologales, que son la fe, la esperanza y la caridad.
—Del ordenamiento de las potencias del alma a los medios para lograr dicho objetivo, surgen las virtudes infusas morales, que son prudencia, justicia, fortaleza y templanza infusas, que perfeccionan y cuentan con el apoyo de sus análogas adquiridas, del mismo nombre.
Veremos en próximo post la clasificación que enseña el Angélico y sus dones correspondientes.
Por el momento, es importante retener que el orden de las virtudes pertenece al modo humano de obrar la obra sobrenatural meritoria en estado de gracia.
El modo divino de obrar, característico de los dones del Espíritu Santo, lo estudiaremos en próximo post, si Dios nos lo concede.
Pero anticipamos una distinción, que no contradicción, sino complementariedad, que explican profundamente el P. Iraburu y el P. Rivera en la obra citada:
«La diferencia psicológica en la vivencia de virtudes y dones es muy notable. Ejercitando las virtudes el alma se sabe «activa», esto es, se conoce a sí misma como causa motora principal de sus propios actos –orar, trabajar, perdonar–, que puede prolongar, intensificar o suprimir. Por el contrario, en la actividad de los dones el alma se experimenta como «pasiva», tiene conciencia de que su acción –orar, trabajar, perdonar– tiene a Dios como causa principal única, siendo solamente el alma causa instrumental de la misma. El alma no puede por sus propias fuerzas o industrias lograr actividad tan perfecta: no puede adquirirla, no está en su poder prolongarla, sólo puede recibirla de Dios cuando Dios la da, y a veces puede, eso sí, resistirla o cesarla.
«Adviértase bien en esto, sin embargo, que esa pasividad radical del alma bajo el Espíritu en los dones es pasividad únicamente en relación a la iniciativa del acto, que es de Dios; pero una vez que el hombre recibe ese impulso divino, se asocia libre e intensamente a su moción activando sus correspondientes virtudes. Se trata, pues, de una pasividad activísima o, si vale la expresión, de una pasividad pasivo-activa, en la que el cristiano obra con más fuerza, frecuencia y perfección que nunca.» (“Síntesis de espiritualidad católica”, 2ª P, 1, p.50)
Por todo ello, al combatir el semipelagianismo, nunca hemos de dar a entender que la pasividad activa o receptividad del alma en el modo divino de los dones es un tipo de quietismo al modo luterano o de pasividad entendida como no colaboración con los auxilios divinos o no combate contra el pecado.
Mientras tanto, movidos por el socorro divino, trabajemos arduamente en la muerte del hombre viejo y declaremos la guerra al mal que habita dentro de nosotros, amando a Dios y al prójimo con la caridad que es vínculo de perfección. Por eso:
«procurad vuestra salvación con temor y temblor, por medio de trabajos, vigilias, limosnas, oraciones, oblaciones, ayunos y castidad: pues debéis estar poseídos de temor, sabiendo que habéis renacido a la esperanza de la gloria, mas todavía no habéis llegado a su posesión saliendo de los combates que les restan contra la carne, contra el mundo y contra el demonio; en los que no pueden quedar vencedores sino obedeciendo con la gracia de Dios » (Concilio de Trento, ses. VI, cap. XIII)
Santidad o muerte
14 comentarios
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A.G.:
Eso es, bien dicho, sr. director, combatir el error con la verdad católica. ¡Guerra espiritual!
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A.G.:
Esa es la verdad católica. Contraponer esfuerzo y gracia es absurdo.
Bendiciones
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A.G.:
Gracias Daniel. Gloria a Dios y a su Madre.
Esta parte me ha encantado:
"para combatir el semipelagianismo no hemos de confrontar un orden del esfuerzo con un orden de la gratuidad".
Como habrás notado, en el día a día se pasa uno más tiempo tratando de aclararle eso a la gente que hablando de las maravillas de los efectos de la gracia y de la importancia de su "búsqueda". Que es donde uno quisiera pasarse el tiempo.
Luego que veo a dónde llevas este post me queda una pequeña inquietud. Dices:
"Las virtudes adquiridas naturales son hábitos propiamente dichos que dan facilidad a la realización de la obra. Las infusas dan potencia para obrar sobrenaturalmente, pero no siempre la facilidad para el acto".
Entendiendo que persigues la corrección del quietismo/luteranismo, asumo que quieres subrayar que la virtud infusa no siempre le quita dificultad al obrar ni actividad al alma. Objetivo loable. Me preocupa que la conclusión futura sea que el mérito de la obra virtuosa reside en la dificultad de su realización. No vas por ahí ¿o sí?
Un abrazo en Cristo.
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A.G.:
Qué gran alegría que comentes mi post, amigo mío.
Gracias por tus palabras.
No te preocupes, jeje, que por supuesto no voy por ese camino que señalas. La dificultad de una obra no aumenta el mérito de la misma. El principio del mérito está por supuesto en la caridad.
Importa más para la razón de mérito y virtud lo bueno que lo difícil, como enseña el Angélico. Es más meritoria la obra fácil pero llena de ardiente caridad, que la difícil con poca, como dice Royo Marín.
A no ser, claro, que razón de la dificultad indique una mayor caridad. No te inquietes, jeje. Para que quede claro del todo, voy a comentarlo en el post. Gracias por la observación.
Dices algo con lo que sintonizo plenamente, y que me preocupa:
Como habrás notado, en el día a día se pasa uno más tiempo tratando de aclararle eso a la gente que hablando de las maravillas de los efectos de la gracia y de la importancia de su "búsqueda". Que es donde uno quisiera pasarse el tiempo.
Así es, Gabaon. En estas estamos.
Un abrazo y gloria a Dios y a su Madre de Gracia.
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A.G.:
Gracias Roblete. Que el Señor me conceda escribir buenos artículos en beneficio de mi prójimo y para su mayor gloria.
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A.G.:
Me anima y alegra mucho, Fray Nelson. Gracias. Gloria al Señor y a su bendita Madre, su Sagrario viviente.
1ª Cor 13,1-3
Si hablara las lenguas de los hombres y de los ángeles, pero no tengo caridad, no sería más que un metal que resuena o un címbalo que aturde.
Si tuviera el don de profecía y conociera todos los secretos y todo el saber; si tuviera fe como para mover montañas, pero no tengo caridad, no sería nada.
Si repartiera todos mis bienes entre los necesitados; si entregara mi cuerpo a las llamas, pero no tengo caridad, de nada me serviría.
Por tanto, sin caridad, ni la fe ni las obras valen nada.
En su libro "Las virtudes fundamentales" Josef Pieper parece hablar de virtudes teologales y virtudes cardinales, que son las que aprendimos en el catecismo, pero de su lectura no se desprende la existencia de virtudes infusas morales, llamadas Prudencia, Justicia, Fortaleza y Templanza y de otras, llamadas cardinales, con los mismos nombres.
Las virtudes cardinales tienen su origen en Grecia, fundamentalmente en Aristóteles y luego fueron desarrolladas por Santo Tomás de Aquino, pero nunca había oído hablar de "virtudes infusas morales", ni tampoco sabría distinguir si la fortaleza de una persona es una virtud infusa moral o es una virtud cardinal. Claro que mi conocimiento de Santo Tomás es manifiestamente mejorable, pero el catecismo y Pieper parecen ir al unísono.
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A.G.:
Estimada Palas Atenea,
hay virtudes morales naturales adquiridas y virtudes morales infusas. Santo Tomás profundiza en su distinción con maravillosa doctrina.
Voy a traer un texto bellísimo del gran Garrigou-Lagrange, O.P., donde lo explica magistralmente: Es de "Las tres edades de la vida interior", libro maravilloso, por cierto. Copio:
«Para la mejor inteligencia de la doctrina de S. Tomás acerca de las principales de estas virtudes, se ha de recordar que santo Tomás señala una diferencia, no sólo de grado, sino de naturaleza o especifica, entre las virtudes morales adquiridas, de que nos hablan los filósofos paganos, y las virtudes morales infusas, recibidas en el bautismo y que van creciendo en nuestras almas por la caridad»
«La diferencia que distingue a estos dos órdenes es de las más profundas ; es la misma que separa el orden natural o raciona] del orden de Ja gracia. Esa diferencia atañe al objeto formal, al motivo y al fin. Las virtudes morales adquiridas, muy bien descritas ya por Aristóteles, consiguen que reine la rectitud de la razón en nuestra voluntad y en nuestra sensibilidad. Bajo la dirección de la prudencia adquirida, en nuestra voluntad impone
su imperio, poco a poco, la justicia; y en nuestra sensibilidad, la fortaleza y la moderación.»
«Las virtudes morales infusas, recibidas en el bautismo, son de orden muy superior, pues su motivo formal no es solamente racional, sino sobrenatural. Bajo la dirección de la fe infusa, la prudencia y las virtudes morales cristianas hacen que descienda sobre nuestra voluntad y sensibilidad la luz de la gracia o la regla divina de la vida de las hijos de Dios.»
«Entre la prudencia adquirida descrita por Aristóteles y la prudencia infusa recibida en el bautismo hay una distancia inconmensurable, mucho mayor que la de una octava que separa dos notas del mismo nombr e situadas en los extremos de una gama completa. Por .eso se toman como cosas diferentes la temperancia cristiana y la filosófica de un Sócrates, o la pobreza filosófica de Crates y la pobreza evangélica, y aun la mesura que dicta la razón respecto de las pasiones y la mortificación cristiana. » (IIIª Parte, cap.VIII)
Es un tema como ve muy bello y desconocido.
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A.G.:
Estimado Horacio Castro, comentarle tan sólo que en efecto Dios mueve a combatir y vencer el pecado, no sólo a evitarlo con su gracia.
Permite el pecado en quien quiere permitirlo y cuando quiere permitirlo. Dios permite el mal, sin duda, para obtener un bien mayor.
Virtudes y dones son obra de la gracia, se desarrollan, cada uno a su modo, de forma siempre sobrenatural, con los auxilios divinos necesarios. De la propia naturaleza de la gracia santificante surgen las virtudes infusas, que actúan siempre al modo humano. Los dones, al modo divino, que ya explicaré.
Las gracias suficientes, cuando son rechazadas por el hombre que quiere rechazar los auxilios divinos, son dadas en vano por Dios por culpa del hombre. Por ese ser dadas en vano, Dios niega en castigo gracias eficaces.
El ser humano hace el mal porque quiere, no por falta de gracia eficaz. La causa del mal es siempre la mala voluntad humana.
Espero haberle ayudado.
Con enorme emoción acabó de cantar el Pange Lingua en la Misa de la Cena del Señor. Que Él quede contigo y con todos nuestros amigos de Infocatólica.
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A.G.:
Gracias a ti Palas Atenea por tus comentarios siempre enriquecedores.
Gloria a Dios por la emoción que has sentido con el Pange Lingua. Que sea fuente de gracias.
Quiero destacar algo que vd. dice al principio:
"Es importante mostrar la necesidad orgánica de las virtudes en este complejo sistema de perfeccionamiento ideado por Dios para la deificación participada de sus hijos adoptivos".
¡Qué importante es, en efecto, que caigamos en la cuenta de que nuestra justificación, en la fe católica, no se llama imputación notarial, sino filiación. Somos hijos en el Hijo.
Gracias por las ilustraciones.
Un abrazo y que el Señor le bendiga.
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A.G.:
Gracias amigo José Díaz.
Esto de la necesidad orgánica de las virtudes es algo impresionante. Es asombrosa la complejidad y el detalle con que Dios ha dotado la naturaleza humana. Y más aún es de admirar la grande maravilla de la acción de la gracia en ella.
Como muy oportunamente observa, nuestra justificación no es un acto jurídico extrínseco, a la manera luterana, sino un acto de transformación verdadera, por el que pasamos del estado de enemigos al estado de hijos.
Gloria a Dios.
Solo pensaba en que Dios suscita el esfuerzo y en nada más.
Desde que comencé a preocuparme por si era semipelagiano o no lo era, he comenzado a serlo, dudando de si ha sido Dios si es el que me invita a obrar o no, llevándome a una falta de iniciativa casi TOTAL, a un escrúpulo infernal. Porqué claro, a veces en los foros de habla de la "divinización" del ser humano como si viniese Dios mismo al mundo en forma física a decirte, "te divinizo por mi gracia", vas a arder en fuego divino hoy mismo.
Y muchas veces a los predicadores se les olvida que San Bernardo se tiro a un pozo helado por la gracia, San Benito a una zarza, y San Jerónimo se condenó a si mismo a un "infierno" como es el desierto.
Dios no les dio una "castidad divina infusa" que les hiciese perfectos como muchas veces se insinúa y dice de ellos, y que tan mal hace a los débiles que lo escuchan.
Se dice que los semipelagianos se preocupan por el futuro, ¿pero quién no se ha preocupado alguna vez? Que levanté la mano...
¿Que predicador de la gratuidad y de la gracia no se ha preocupado nunca? Me creo que no preocupen ahora, pero ¿Y antes?
Al final creo que me voy a tatuar en el pecho "Dios suscita el esfuerzo" y " Dios hace a los hombres buenos".
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