18.01.19

Serie "De Resurrección a Pentecostés"- III- Aparición de Jesucristo – 2. El envío

De Resurrección a Pentecostés Antes de dar comienzo a la reproducción del libro de título “De Resurrección a Pentecostés”, expliquemos esto.

Como es más que conocido por cualquiera que tenga alguna noción de fe católica, cuando Cristo resucitó no se dedicó a no hacer nada sino, justamente, a todo lo contrario. Estuvo unas cuantas semanas acabando de instruir a sus Apóstoles para, en Pentecostés, enviarlos a que su Iglesia se hiciera realidad. Y eso, el tiempo que va desde que resucitó el Hijo de Dios hasta aquel de Pentecostés, es lo que recoge este libro del que ahora ponemos, aquí mismo, la Introducción del mismo que es, digamos, la continuación de “De Ramos a Resurrección” y que, al contrario de lo que suele decirse, aquí segundas partes sí fueron buenas. Y no por lo escrito, claro está, sino por lo que pasó y supusieron para la historia de la humanidad aquellos cincuenta días.

 

 

Cuando Jesucristo murió, a sus discípulos más allegados se les cayó el mundo encima. Todo lo que se habían propuesto llevar a cabo se les vino abajo en el mismo momento en el que Judas besó al Maestro.

Nadie podía negar que pudieran tener miedo. Y es que conocían las costumbres de aquellos sus mayores espirituales y a la situación a la que habían llevado al pueblo. Por eso son consecuentes con sus creencias y, por decirlo así, dar la cara en ese momento era la forma más directa para que se la rompieran. Y Jesús les había dicho en alguna ocasión que había que ser astutos como serpientes. Es más, había tratado de librarlos de ser apresados cuando, en Getsemaní, se identificó como Jesús y dijo a sus perseguidores que dejaran al resto marcharse.

Por eso, en tal sentido, lo que hicieron entonces sus apóstoles era lo mejor.

Aquella Pascua había sido muy especial para todos. Jesús se había entregado para hacerse cordero, el Cordero Pascual que iba a ser sacrificado para la salvación del mundo. Pero aquel sacrificio les iba a servir para mucho porque el mismo había sido precedido por la instauración de la Santa Misa (“haced esto en memoria mía”, les dijo el Maestro) y, también, la del sacerdocio a través del Sacramento del Orden. Jesús, pues, el Maestro y el Señor, les había hecho mucho bien tan sólo con arremangarse y lavarles los pies antes de empezar a celebrar la Pascua judía. Luego, todo cambió y cuando salieron Pedro, Santiago y Juan de aquella sala, en la que se había preparado la cena, acompañando a Jesús hacia el Huerto de los Olivos algo así como un gran cambio se había producido en sus corazones.

Pero ahora tenían miedo. Y estaban escondidos porque apenas unas horas después del entierro de Jesús los discípulos a los que había confiado lo más íntimo de su doctrina no podían hacer otra cosa que lo que hacían.

De todas formas, muchas sorpresas les tenía preparadas el Maestro. Si ellos creían que todo había terminado, muy pronto se iban a dar cuenta de que lo que pasaba era que todo comenzaba.

En realidad, aquel comienzo se estaba cimentando en el Amor de Dios y en la voluntad del Todopoderoso de querer que su nuevo pueblo, el ahora elegido, construyera su vida espiritual sobre el sacrificio de su Hijo y limpiara sus pecados en la sangre de aquel santo Cordero.

Decimos, pues, que todo iba a empezar. Y es que desde el momento en el que María de Magdala acudiera corriendo a decirles que el cuerpo del Maestro no estaba donde lo habían dejado el viernes tras el bajarlo de la cruz, todo lo que hasta entonces habían llevado a sus corazones devino algo distinto.

El caso es que los apóstoles y María, la Madre, habían visto cómo se abría ante sí una puerta grande. Era lo que Jesús les mostró cuando, estando escondidos por miedo a los judíos, se apareció aquel primer domingo de la nueva era, la cristiana. Entonces, los presentes (no estaba con ellos Tomás, llamado el Mellizo) se asustaron. En un primer momento no estaban seguros de lo que veían pudiese ser verdad. Aún no se les habían abierto los ojos y su corazón era reacio en admitir que su Maestro estaba allí, ante ellos y, además, les daba la paz y les hablaba. Todos, en un principio, actuaron como luego haría Tomás.

Todo, pues, empezaba. Y para ellos una gran luz los iluminaba en las tinieblas en las que creían estar. Por eso lo que pasó desde aquel momento hasta que llegó el día de Pentecostés fue como una oportunidad de acabar de comprender (en realidad, empezar a comprender) lo que tantas veces les había dicho Jesús en aquellos momentos en los que se retiraba con ellos para que la multitud no le impidiese enseñar lo que era muy importante que comprendieran. Pues bien, entonces no habían sido capaces de entender mucho porque su corazón no lo tenían preparado. Ahora, sin embargo, las cosas iban a ser muy distintas. Y lo iban a ser porque Jesús había confirmado con hechos   lo que les había anunciado con sus palabras y cuando le dijo a Tomás que metiera su mano en las heridas de su Pasión supieron que no era un fantasma lo que estaban viendo sino  al Maestro… en cuerpo y alma.

Sería mucho, pues, lo que pasaría en un tiempo no demasiado extenso desde que el Hijo de Dios volvió de los infiernos hasta que el Espíritu Santo iluminara los corazones y las almas de los allí reunidos. Era, pues, aquello que sucedió entre Resurrección y Pentecostés.” 

III- Aparición de Jesucristo – 2. El envío

 

“Jesús les dijo otra vez: ‘La paz con vosotros. Como el Padre me envió, también yo os envío.’  Dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo: ‘Recibid el Espíritu Santo.  A quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos’” (Jn 20, 21-23).

 

Como Dios lo había enviado

 

Cristo, que vino al mundo porque Dios quiso que se salvase la humanidad, había sido enviado para que cumpliera una misión ciertamente difícil. A este respecto, el Evangelio de San Juan (3, 16-21) dice esto que sigue:

“Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna. Porque Dios no ha enviado a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él. El que cree en él, no es juzgado; pero el que no cree, ya está juzgado, porque no ha creído en el Nombre del Hijo único de Dios. Y el juicio está en que vino la luz al mundo, y los hombres amaron más las tinieblas que la luz, porque sus obras eran malas. Pues todo el que obra el mal aborrece la luz y no va a la luz, para que no sean censuradas sus obras. Pero el que obra la verdad, va a la luz, para que quede de manifiesto que sus obras están hechas según Dios.”

Vemos, por tanto, que debía, por ejemplo, procurar que no pereciera para siempre quien le siguiera, que tuviera vida eterna. Y, para eso, debía transmitir una Palabra, la de Dios, y el verdadero sentido que la misma tenía muy alejado, a veces, de la consideración que había llegado a tener entre los hombres.

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17.01.19

El rincón del hermano Rafael - "Saber esperar" - El ejemplo de la Cruz

 

“Rafael Arnáiz Barón nació el 9 de abril de 1911 en Burgos (España), donde también fue bautizado y recibió la confirmación. Allí mismo inició los estudios en el colegio de los PP. Jesuitas, recibiendo por primera vez la Eucaristía en 1919.”

Esta parte de una biografía que sobre nuestro santo la podemos encontrar en multitud de sitios de la red de redes o en los libros que sobre él se han escrito.

Hasta hace bien poco hemos dedicado este espacio a escribir sobre lo que el hermano Rafael había dejado dicho en su diario “Dios y mi alma”. Sin embargo, como es normal, terminó en su momento nuestro santo de dar forma a su pensamiento espiritual.

Sin embargo, San Rafael Arnáiz Barón había escrito mucho antes de dejar sus impresiones personales en aquel diario. Y algo de aquello es lo que vamos a traer aquí a partir de ahora.

             

Bajo el título “Saber esperar” se han recogido muchos pensamientos, divididos por temas, que manifestó el hermano Rafael. Y a los mismos vamos a tratar de referirnos en lo sucesivo.

 

“Saber Esperar” – El ejemplo de la Cruz

 

“Allí, la discusión enmudece, ante la sangre de Cristo; allí el alma se torna humilde y serena; el estudio no señala horizontes tan despejados, que se pierden en el infinito.” (Punto 265)

 

El hermano Rafael, como debemos suponer y creer, pasó muchas horas ante la Cruz de Cristo. Y por eso en muchas ocasiones nos habla de ella. Y es que le tenía un apego tan especial que le hace decir lo mejor que un hijo de Dios puede decir de una tal realidad espiritual.

Podemos decir que, junto a la Cruz del Mesías, todo se vuelve infinito, los horizontes no tienen el sentido que, humanamente, damos a las fronteras porque allí no las hay ni podemos buscarlas: Cristo vino a morir por todos aunque muchos ni aceptaron su muerte ni ahora mismo la aceptan ni la tiene por buena o mejor sino que la ignoran de forma total.

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16.01.19

Ahora resulta que esto no ofende. ¡Cosas veredes, Sancho!

Vayamos al grano, sin perder tiempo alguno porque respeto puede haber por las resoluciones judiciales pero no creemos que sea delito no estar de acuerdo con ellas cuando no se está de acuerdo con ellas.

 

Esto dice el artículo del Código Penal español:

 

“1. Incurrirán en la pena de multa de ocho a doce meses los que, para ofender los sentimientos de los miembros de una confesión religiosa, hagan públicamente, de palabra, por escrito o mediante cualquier tipo de documento, escarnio de sus dogmas, creencias, ritos o ceremonias, o vejen, también públicamente, a quienes los profesen o practiquen.

 

2. En las mismas penas incurrirán los que hagan públicamente escarnio, de palabra o por escrito, de quienes no profesan religión o creencia alguna.”

 

Por otra parte, la palabra “escarnio” quiere decir:

 

“Burla cruel cuya finalidad es humillar o despreciar a alguien.“

 

Sinónimos suyos son: “afrenta, agravio, burla, mofa, humillación, ofensa, insulto, injuria, vejación, menosprecio.”

 

Y, ya, para terminar, “afrenta” quiere decir:

 

“Hecho o insulto que ofende gravemente a una persona por atentar contra su dignidad, su honor, su credibilidad, etc.”

 

Ahora, miren ustedes esta imagen:

 

Por su parte, al parecer el magistrado que se ha acabado ocupando del caso (después de recursos y demás), ha escrito esto:

“No basta con que se ofendan los sentimientos religiosos de otros, sino que se requiere que esa conducta haga escarnio público de los dogmas, creencias, ritos o ceremonias de una confesión religiosa, y se tiene que hacer con inequívoca e expresa intención de ofender esos sentimientos religiosos". 

Y es que dice el citado magistrado que: “eso no sucedió". 

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15.01.19

Un amigo de Lolo – "Lolo, libro a libro"- Lo que no entendemos

Presentación

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Yo soy amigo de Lolo. Manuel Lozano Garrido, Beato de la Iglesia católica y periodista vivió su fe desde un punto de vista gozoso como sólo pueden hacerlo los grandes. Y la vivió en el dolor que le infligían sus muchas dolencias físicas. Sentado en una silla de ruedas desde muy joven y ciego los últimos nueve años de su vida, simboliza, por la forma de enfrentarse a su enfermedad, lo que un cristiano, hijo de Dios que se sabe heredero de un gran Reino, puede llegar a demostrar con un ánimo como el que tuvo Lolo.

Sean, las palabras que puedan quedar aquí escritas, un pequeño y sentido homenaje a cristiano tan cabal y tan franco.

 

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Continuamos con el traer aquí textos del Beato Manuel Lozano Garrido, Lolo. Lo hacemos ahora con “El sillón de ruedas”.

Lo que no entendemos

 

“Para nuestra limitación, el significado de la obra redentora es como el nacimiento de una cuarta dimensión con la que a las potencias se les ofrecen nuevas perspectivas o un sereno y majestuoso orden en el que los hechos articulan con precisión, sentido, armonía y grandeza.”

 

Que no entendamos muchas cosas relacionadas con nuestra fe católica no es de extrañar. Y no lo es porque las mismas proceden de Quien nos ha creado y mantiene en el mundo y no estamos, simplemente, capacitados para entenderlo todo.

El Beato Manuel Lozano Garrido, que de esto sabía más que algo, habla de “nuestra limitación” pues no hablamos, ni habla él, de la que son físicas que pueden soportarse sino de aquellas que, siendo espirituales, no siempre estamos dispuestos a comprender ni, sobre todo, a aceptar.

Nosotros nacemos, nos movemos y existimos, como dice el Apóstol. Y, sin embargo, precisamente porque somos pecadores, necesitamos ser redimidos, perdonados, salvados.

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13.01.19

La Palabra del domingo - 13 de enero de 2019

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Lc 3, 15-16. 21-22

 

“15 Como el pueblo estaba a la espera, andaban todos pensando en sus corazones acerca de Juan, si no sería él el Cristo; 16 respondió Juan a todos, diciendo: ‘Yo os bautizo con agua; pero viene el que es más fuerte que yo, y no soy digno de desatarle la correa de sus sandalias. El os bautizará en Espíritu Santo y fuego’.

 

21 Sucedió que cuando todo el pueblo estaba bautizándose, bautizado también Jesús y puesto en oración, se abrió el cielo, 22         y bajó sobre él el Espíritu Santo en forma corporal, como una paloma; y vino una voz del cielo:  ‘Tú eres mi hijo; yo hoy te he engendrado’”.

COMENTARIO

Aquel que bautiza con fuego

 

Muchos judíos esperaban, con franqueza y con fe, la llegada del Mesías. Y es que sabían que Dios, que nunca incumple sus promesas, había prometido que lo enviaría para que el mundo se salvase de la perdición eterna. 

El caso es que muchas señales mostraban, en los textos sagrados del pueblo elegido por Dios para ser el Suyo, que el Enviado del Todopoderoso haría cosas grandes, que muchas otras cambiarían de signo y que, en general, vendría al mundo el perdón de los pecados. No extraña, por tanto, que muchos miraran a Juan el Bautista de una forma muy especial y esperanzadora. 

Juan, aquel hombre que había nacido de la prima de María, la Virgen, llamada Isabel estaba más que seguro de una cosa: él no era el Cristo. Lo sabía, primero, porque no se sentía capaz de serlo (por su indignidad personal según él mismo creía) pero, sobre todo, porque se le había dicho que sería él, precisamente él, quien anunciaría al Enviado de Dios. 

Es bien cierto que Juan sabía eso. Y lo muestra con unas palabras que son muy fuertes porque enseñan que Quien tenía que venir haría algo que él, el Bautista, no podía hacer: bautizaría con Espíritu Santo y fuego

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12.01.19

Ventana a la Tierra Media – La Comarca de Tolkien – Presentación

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  “No es importante saber cuánto tiempo queda, sino qué hacer con el tiempo que se te concede”.

 

Gandalf, Maiar, de la Orden de los Istari

 

La frase con la que hemos dado comienzo a esta serie dedicada a J.R.R. Tolkien dice mucho de quien la escribe. Y nos dice, por ejemplo, que comprende más que bien el espíritu humano que, tantas veces, está preocupado más por el cuánto sin tener en cuenta, en el fondo, el qué. ¿Y es que qué importa el tiempo que nos queda por vivir si no sabemos bien qué hacer con él? Y si lo perdemos en insensateces y necedades ¿de qué nos ha servido? 

Pues bien, cuando a uno le viene a la cabeza el nombre de Tolkien no puede evitar (¡Es que es inevitable!) que le vengan a la cabeza muchas realidades que, estando lejos de la nuestra, de la que vivimos, están, sin embargo, muy presentes en nuestra vida. Sí. Esto es todo un misterio que sólo cuando nos encontremos con nuestro profesor (en el Cielo, esperamos) podremos comprender.

 A nadie extrañe que este blog, que está inscrito en una página católica, tenga el sentido que tiene que tener atendiendo a su título, Mera defensa de la fe. Y eso lo digo, antes que nada y para que nadie se lleve a engaño, para que se conozca que lo que aquí se escriba del más que conocido autor de “El hobbit” y “El Señor de los Anillos”, tendrá que ver con su religión y la nuestra, la católica, siempre que eso sea posible y necesario; a veces, también, tan sólo con lo propiamente escrito por el profesor o por otras personas que han hecho y hacen lo propio con Tolkien y su aportación al mundo de la literatura. En fin, que habrá de todo un poco pues ya decía San Pablo aquello de “Examínalo todo y quédate con lo bueno”…

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11.01.19

Serie "De Resurrección a Pentecostés"- III Aparición de Jesucristo – La paz de Dios

De Resurrección a Pentecostés Antes de dar comienzo a la reproducción del libro de título “De Resurrección a Pentecostés”, expliquemos esto.

Como es más que conocido por cualquiera que tenga alguna noción de fe católica, cuando Cristo resucitó no se dedicó a no hacer nada sino, justamente, a todo lo contrario. Estuvo unas cuantas semanas acabando de instruir a sus Apóstoles para, en Pentecostés, enviarlos a que su Iglesia se hiciera realidad. Y eso, el tiempo que va desde que resucitó el Hijo de Dios hasta aquel de Pentecostés, es lo que recoge este libro del que ahora ponemos, aquí mismo, la Introducción del mismo que es, digamos, la continuación de “De Ramos a Resurrección” y que, al contrario de lo que suele decirse, aquí segundas partes sí fueron buenas. Y no por lo escrito, claro está, sino por lo que pasó y supusieron para la historia de la humanidad aquellos cincuenta días.

 

 

Cuando Jesucristo murió, a sus discípulos más allegados se les cayó el mundo encima. Todo lo que se habían propuesto llevar a cabo se les vino abajo en el mismo momento en el que Judas besó al Maestro.

Nadie podía negar que pudieran tener miedo. Y es que conocían las costumbres de aquellos sus mayores espirituales y a la situación a la que habían llevado al pueblo. Por eso son consecuentes con sus creencias y, por decirlo así, dar la cara en ese momento era la forma más directa para que se la rompieran. Y Jesús les había dicho en alguna ocasión que había que ser astutos como serpientes. Es más, había tratado de librarlos de ser apresados cuando, en Getsemaní, se identificó como Jesús y dijo a sus perseguidores que dejaran al resto marcharse.

Por eso, en tal sentido, lo que hicieron entonces sus apóstoles era lo mejor.

Aquella Pascua había sido muy especial para todos. Jesús se había entregado para hacerse cordero, el Cordero Pascual que iba a ser sacrificado para la salvación del mundo. Pero aquel sacrificio les iba a servir para mucho porque el mismo había sido precedido por la instauración de la Santa Misa (“haced esto en memoria mía”, les dijo el Maestro) y, también, la del sacerdocio a través del Sacramento del Orden. Jesús, pues, el Maestro y el Señor, les había hecho mucho bien tan sólo con arremangarse y lavarles los pies antes de empezar a celebrar la Pascua judía. Luego, todo cambió y cuando salieron Pedro, Santiago y Juan de aquella sala, en la que se había preparado la cena, acompañando a Jesús hacia el Huerto de los Olivos algo así como un gran cambio se había producido en sus corazones.

Pero ahora tenían miedo. Y estaban escondidos porque apenas unas horas después del entierro de Jesús los discípulos a los que había confiado lo más íntimo de su doctrina no podían hacer otra cosa que lo que hacían.

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10.01.19

El rincón del hermano Rafael - "Saber esperar" - A los pies de la Cruz

“Rafael Arnáiz Barón nació el 9 de abril de 1911 en Burgos (España), donde también fue bautizado y recibió la confirmación. Allí mismo inició los estudios en el colegio de los PP. Jesuitas, recibiendo por primera vez la Eucaristía en 1919.”

Esta parte de una biografía que sobre nuestro santo la podemos encontrar en multitud de sitios de la red de redes o en los libros que sobre él se han escrito.

Hasta hace bien poco hemos dedicado este espacio a escribir sobre lo que el hermano Rafael había dejado dicho en su diario “Dios y mi alma”. Sin embargo, como es normal, terminó en su momento nuestro santo de dar forma a su pensamiento espiritual.

Sin embargo, San Rafael Arnáiz Barón había escrito mucho antes de dejar sus impresiones personales en aquel diario. Y algo de aquello es lo que vamos a traer aquí a partir de ahora.

             

Bajo el título “Saber esperar” se han recogido muchos pensamientos, divididos por temas, que manifestó el hermano Rafael. Y a los mismos vamos a tratar de referirnos en lo sucesivo.

 

“Saber Esperar” –  A los pies de la Cruz

 

“¡Si el mundo supiera cuánto se aprende a los pies de la Cruz!

 

Es bien cierto que las cosas de la fe, de la nuestra, la católica, no siempre son fáciles de entender o, mejor, de llevarlas al corazón. Y no podemos negar que una de ellas es, además de ser de las más cruciales, el episodio de la Cruz donde el Hijo de Dios murió para salvarnos.

Es verdad, porque es causa y motivo de lo que creemos, que aquellos dos maderos donde colgaron al Maestro estaban puestos allí por confluencia de muchos factores el menor de los cuales no es el odio ni la venganza.

Pues bien. Decimos arriba que lo que está relacionado con nuestra fe no siempre es sencillo llevarlo a cabo.

Sí, nosotros estamos muy de acuerdo con lo que supone la Cruz, así con mayúsculas, para nosotros: que es sinónimo de amor (no la Cruz, claro, sino el sentido que de la misma hizo transmitir al mundo nuestro hermano Jesucristo; lo simbólico de tal realidad); que Jesucristo quiso estar en ella porque sabía que era la Voluntad de su Padre y no quería hacer otra cosa que cumplirla o, en fin, que si nos sostenemos en ella podremos salir de muchas tinieblas.

Sobre eso, sobre la comprensión de todo esto, el hermano Rafael nos habla de lo que supone la misma pero lo hace, ¡Ay!, tenemos que decir, haciendo uso del condicional “si”.

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9.01.19

Serie Gozos y sombras del alma : Gozos: María, nuestra Madre en el Cielo

 

Gozos y sombras del alma

Cuando alguien dice que tiene fe (ahora decimos sea la que sea) sabe que eso ha de  tener algún significado y que no se trata de algo así como mantener una fachada de cara a la sociedad. Es cierto que la sociedad actual no tiene por muy bueno ni la fe ni la creencia en algo superior. Sin embargo, como el ser humano es, por origen y creación, un ser religioso (¿Alguien no quiere saber de dónde viene, adónde va?) a la fuerza sabe que la verdad (que cree en lo que sea superior a sí mismo) ha de existir. 

Aquí no vamos a sostener, de ninguna de las maneras, que todas las creencias son iguales. Y no lo podemos mantener porque no puede ser lo mismo tener fe en Dios Todopoderoso, Creador y Eterno que en cualquier ser humano que haya fundado algo significativamente religioso. No. Y es que sabemos que Dios hecho hombre fue quien fundó la religión que, con el tiempo se dio en llamar “católica” (por universal) y que entregó las llaves de su Iglesia a un tal Cefas (a quien llamó Pedro por ser piedra sobre la que edificarla). Y, desde entonces, han ido caminando las piedras vivas que la han constituido hacia el definitivo Reino de Dios donde anhelan estar las almas que Dios infunde a cada uno de sus hijos cuando los crea. 

El caso es que nosotros, por lo que aquí decimos, tenemos un alma. Es más, que sin el alma no somos nada lo prueba nuestra propia fe católica que sostiene que de los dos elementos de los que estamos constituidos, a saber, cuerpo y alma, el primero de ellos tornará al polvo del que salió y sólo la segunda vivirá para siempre. 

Ahora bien, es bien cierto que tenemos por bueno y verdad que la vida que será para siempre y de la que gozará el alma puede tener un sentido bueno y mejor o malo y peor. El primero de ellos es si, al morir el cuerpo, es el Cielo donde tiene su destino el alma o, en todo caso, el Purgatorio-Purificatorio como paso previo a la Casa del Padre; el segundo de ellos es, francamente, mucho peor que todo lo peor que podamos imaginar. Y lo llamamos Infierno porque sólo puede ser eso estar separado, para siempre jamás, de Quien nos ha creado y, además, soportar un castigo que no terminará nunca. 

Sentado, como hemos hecho, que el alma forma parte de nuestro propio ser, no es poco cierto que la misma necesita, también, vida porque también puede morir. Ya en vida del cuerpo el alma no puede ser preterida, olvidada, como si se tratase de realidad espiritual de poca importancia. Y es que hacer eso nos garantiza, con total seguridad, que tras el Juicio particular al que somos sometidos en el mismo instante de nuestra muerte (y esto es un misterio más que grande y que sólo entenderemos cuando llegue, precisamente, tal momento) el destino de la misma sólo puede ser el llanto y el rechinar de dientes… 

Pues bien, el alma, nuestra alma, necesita, por lo dicho, nutrición. La misma ha de ser espiritual lo mismo que el cuerpo necesita la que lo es material. Y tal nutrición puede ser recibida, por su origen, como buena o, al contrario, como mala cosa que nos induzca al daño y a la perdición. 

Nosotros sabemos, a tal respecto, que el alma goza. También sabemos que sufre. Y a esto segundo lo llamamos sombras porque son, en tal sentido, oscuridades que nos introducen en la tiniebla y nos desvían del camino que lleva, recto, al definitivo Reino de Dios Todopoderoso. 

En cuanto a los gozos que pueden enriquecer la vida de nuestra alma, los que vamos a traer aquí es bien cierto que son, al menos, algunos de los que pueden dar forma y vida al componente espiritual del que todo ser humano está hecho; en cuanto a las sombras, también es más que cierto que muchos de los que, ahora mismo, puedan estar leyendo esto, podrían hacer una lista mucho más larga. 

Al fin al cabo, lo único que aquí tratamos de hacer es, al menos, apuntar hacia lo que nos conviene y es bueno conocer para bien de nuestra alma; también hacia lo que no nos conviene para nada pero en lo que, podemos asegurar, es más que probable que caigamos en más de una ocasión. 

Digamos, ya para terminar, que es muy bueno saber que Dios da, a su semejanza y descendencia, libertad para escoger entre una cosa y otra. También sabemos, sin embargo, que no es lo mismo escoger realidades puramente materiales (querer esta o aquella cosa o tomar tal o cual decisión en ese sentido) que cuando hacemos lo propio con aquellas que son espirituales y que, al estar relacionadas con el alma, tocan más que de cerca el tema esencial que debería ser el objeto, causa y sentido de nuestra vida: la vida eterna. Y entonces, sólo entonces, somos capaces de comprender que cuando el alma, la nuestra, se nutre del alimento imperecedero ella misma nunca morirá. No aquí (que no muerte) sino allá, donde el tiempo no cuenta para nada (por ser ilimitado) y donde Dios ha querido que permanezcan, para siempre, las que son propias de aquellos que han preferido la vida eterna a la muerte, también, eterna. 

Y eso, por decirlo pronto, es una posibilidad que se enmarca, a la perfección, en el amplio mundo y campo de los gozos y las sombras del alma. De la nuestra, no lo olvidemos.

Serie Gozos y sombras del alma : Gozos - María, nuestra Madre en el Cielo

  

Cuando la Madre de Cristo subió al Cielo en cuerpo y alma no sólo fue al encuentro de Dios mismo sino que, por ser ella su Madre, se situaba muy cerca del corazón del Todopoderoso.

Ella, aquella joven que había dicho sí al enviado de Dios, el Ángel Gabriel (cf. Lc 1, 38), cuando la llamó “llena de gracia” y le dijo que iba a concebir al Hijo de Dios, está, desde aquel momento de su subida a la Casa del Padre, a disposición de todos sus hijos que, como sabemos y desde que Jesucristo la entregará a su discípulo Juan (cf. 19, 27), somos cada uno de nosotros.  

Seguramente todo lo que se pueda decir de aquella mujer, que quiso entregar su propia vida a sabiendas de que sufriría bastante, será bien poco. Y es que le debemos muchos a la esposa de José y Madre de Jesús. 

La Madre de Dios, por tanto, creemos que está junto al Creador y que, por eso mismo, será fácil que Ella lleve aquello que pedimos ante el corazón del Todopoderoso. Tenemos asegurado el éxito de nuestra petición aunque, evidentemente, no quiera decir eso que se nos conceda todo aquello que pidamos a través de María. Eso será otorgado por Dios que es Quien nos conoce y sabe lo que nos conviene.

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8.01.19

Un amigo de Lolo – "Lolo, libro a libro"- El cielo y lo nuestro

Presentación

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Yo soy amigo de Lolo. Manuel Lozano Garrido, Beato de la Iglesia católica y periodista vivió su fe desde un punto de vista gozoso como sólo pueden hacerlo los grandes. Y la vivió en el dolor que le infligían sus muchas dolencias físicas. Sentado en una silla de ruedas desde muy joven y ciego los últimos nueve años de su vida, simboliza, por la forma de enfrentarse a su enfermedad, lo que un cristiano, hijo de Dios que se sabe heredero de un gran Reino, puede llegar a demostrar con un ánimo como el que tuvo Lolo.

Sean, las palabras que puedan quedar aquí escritas, un pequeño y sentido homenaje a cristiano tan cabal y tan franco.

 

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Continuamos con el traer aquí textos del Beato Manuel Lozano Garrido, Lolo. Lo hacemos ahora con “El sillón de ruedas”.

El cielo y lo nuestro

 

“Cuando se piensa que en lo alto rutila el cielo que tanto espiritualizaba a Ignacio, se hace duro tener siempre por delante una geometría de adoquines.”

 

Sí, es bien cierto lo que nos dice el Beato acerca de que hay mucha, pero que mucha, diferencia entre lo que somos nosotros y a los que aspiramos, con anhelo no escondido: el Cielo.

Al respecto de esto, nos gusta creer que Lolo tenía por buena la idea según la cual el Cielo, el Infierno y el Purgatorio-Purificatorio, son sitios y no meras realidades espirituales. Y en esto es más que posible que pueda hacer diferencias de entendimiento entre los que pueda leer esto. Pero, ¿si el Cielo no es un sitio, a qué se refería Cristo cuando dijo que se iba para prepararnos estancias?

Ciertamente, se puede decir que nosotros, los hijos de Dios, acostumbrados como estamos a lo material (vivimos entre materia y en materia somos, no lo olvidemos) estamos dispuestos a tener por bueno que el Cielo, el Infierno, etc. con lugares porque lo material es en lo que vivimos, nos movemos y existimos. Y es posible que eso sea así. Sin embargo, ¿Acaso el Paraíso no era material y no existe aún aunque esté vedada su entrada porque está vigilada por ángeles y se ha puesto como una barrera de fuego delante del mismo?

En fin, que, como decimos, creemos que el Beato de Linares (Jaén, España) tenía por verdad que el Cielo era un lugar. Y eso aún hablando de que el mismo hacía espiritual, más espiritual entendemos, a Ignacio de Loyola.

Sin embargo, con ser esto importante, no lo es menos aquello que nos quiere decir nuestro Beato acerca de lo que es el Cielo y qué nuestra realidad, lo que nos pasa.

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