Algún que otro puntapié laicista
Es bien conocido por todos que en España hay, en general, dos tipos de personas: aquellas que creen que la Iglesia católica es importante para el devenir social y aquellas que la odian con todas sus fuerzas y, en cuanto pueden, le endiñan un puntapié y se quedan tan frescos.
Suelen utilizar, siempre, la misma retahíla, a modo de mantra, para hacerse entender. Se resume en: la Iglesia católica es muy mala, mala, mala, pero requetemala y negativa para la sociedad.
Francamente, uno podría cansarse de traer, siempre, a colación, el mismo artículo de la, aún, Constitución vigente en España que no es otro que el apartado 3 del artículo 16. Pero, como parece que se hace necesario, pues ahí va:
“Ninguna confesión tendrá carácter estatal. Los poderes públicos tendrán en cuenta las creencias religiosas de la sociedad española y mantendrán las consiguientes relaciones de cooperación con la Iglesia Católica y las demás confesiones.”
Ya está. Parece sencillo de entender: existe una creencia mayoritaria en España que es la católica y, por eso mismo, es imposible que los poderes públicos no tengan en cuenta a las personas que pagan sus impuestos y que, además, tienen unas determinadas creencias. Eso debería ser fácil de llevar a la parte del cerebro que reconoce las cosas como son no ser que se sea muy totalitario, excluyente y, en fin, hijo del Mal.