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RAZÓN DE LA SERIE:
Los Mandamientos de la Ley de Dios vienen siendo, desde que le fueron entregados a Moisés (Éxodo 20, 1-17) en aquella tierra inhóspita por la que deambulaban hacia otra mejor que los esperaba, una guía, no sólo espiritual, que el ser humano ha seguido y debe seguir. Quien quiera ser llamado hijo del Creador ha de responder afirmativa a Cristo cuando le diga, como al joven rico (Mc 10, 19) “ya sabes los mandamientos…” y ha de saber que todo se resumen en aquel “Quien ama, ha cumplido toda la ley” que dejara escrito San Pablo en su Epístola a los Romanos (13,8).
Por otra parte, los Mandamientos, doctrinalmente así se entiende, están divididos, o podemos así entenderlo, en dos grandes grupos: el primero de ellos abarca los tres primeros que son referidos, directamente a Dios y que se resumen en el “amarás a Dios sobre todas las cosas”; el segundo abarca el resto, 7, referidos, exactamente, a nuestra relación con el prójimo y que se resumen en el “amarás a tu prójimo como a ti mismo”.
Tenemos, pues, que traer a nuestra vida ordinaria, el espíritu y el sentido exacto de los 10 Mandamientos de la Ley de Dios para no caer en lo que San Josemaría refiere en “Amar a la Iglesia” (El fin sobrenatural de la Iglesia, 11) cuando escribe que “Se rechaza la doctrina de los mandamientos de la Ley de Dios y de la Iglesia, se tergiversa el contenido de las bienaventuranzas poniéndolo en clave político-social: y el que se esfuerza por ser humilde, manso, limpio de corazón, es tratado como un ignorante o un atávico sostenedor de cosas pasadas. No se soporta el yugo de la castidad, y se inventan mil maneras de burlar los preceptos divinos de Cristo.”
Seamos, pues, de los que son llamados humildes, mansos y limpios de corazón y traigamos, aquí, el sentido que la norma divina tiene para nosotros, hijos del Creador. Sabemos lo que nos espera, en la vida eterna, en tal caso.
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5º.- No matarás
“¿Qué has hecho? Se oye la sangre de tu hermano (el inocente Abel) clamar a mí desde el suelo. Pues bien: maldito seas, lejos de este suelo que abrió su boca para recibir de tu mano la sangre de tu hermano”.
Este texto del Libro de Génesis (4, 10-11) muestra la terrible mano de la muerte en manos de un hermano. Como todos somos hijos de Dios y, por lo tanto, hermanos, a cada uno de nosotros se nos ha de aplicar lo mismo porque el Creador no puede entender que una criatura creada por Él crea que está en el derecho de matar a otra.
La muerte ajena provocada por un ser humano es un ejemplo meridiano de qué se entiende por incumplir el 5º Mandamiento de la Ley de Dios que dice, claramente, “No matarás”. Ante esto nada se puede argumentar en su contra porque es de Derecho Natural que cualquiera ser humano sabe que no puede matar a otro.
Hay, sin embargo, muchas maneras de matar a una persona o de infringirle un daño muy grave que pueda suponer su muerte civil. Por eso Jesús dijo “Habéis oído que se dijo a los antepasados: ‘No matarás’; y aquel que mate será reo ante el tribunal. Pues yo os digo: Todo aquel que se encolerice contra su hermano, será reo ante el tribunal”, recogido en Mt 5, 21-22). Por eso además de la propiamente física (pecado gravísimo pues nadie tiene derecho a quitar la vida a otra persona salvo en excepcionales circunstancias y concurriendo causas muy tasadas), las siguientes preguntas ponen el acento donde también corresponde ponerlo:
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