4.11.14

Un amigo de Lolo – Decálogo del sufrimiento: corazón que sufre y cree.

Presentación

Manuel Lozano Garrido

Yo soy amigo de Lolo. Manuel Lozano Garrido, Beato de la Iglesia católica y periodista vivió su fe desde un punto de vista gozoso como sólo pueden hacerlo los grandes. Y la vivió en el dolor que le infringían sus muchas dolencias físicas. Sentado en una silla de ruedas desde muy joven y ciego los últimos nueve años de su vida, simboliza, por la forma de enfrentarse a su enfermedad, lo que un cristiano, hijo de Dios que se sabe heredero de un gran Reino, puede llegar a demostrar con un ánimo como el que tuvo Lolo.

Sean, las palabras que puedan quedar aquí escritas, un pequeño y sentido homenaje a cristiano tan cabal y tan franco.

Por otra parte, vamos a traer aquí, durante 10 semanas, con la ayuda de Dios, el llamado “Decálogo del enfermo” que Lolo escribió para conformación y consuelo de quien sufra.

Octavo precepto del decálogo del enfermo:

“No defiende una muralla lo que aguanta un corazón que cree”.

 

Lolo

Ciertamente, en muchas ocasiones no somos conscientes de lo que supone creer (en el sentido sobrenatural del término). Tener fe es algo más que poner la confianza en Quien la merece (aunque eso sea) y lo es porque viene a ser como construir sobre lo que es fuerte y es quicio, sobre aquello que nos sostiene en nuestro caminar y sobre lo que el mundo no entiende ni quiere entender.

El caso es que nosotros, los sufridores por amor a Dios y por amor a nuestro prójimo, estamos en disposición de sostener, ante quien sea, que tenemos un instrumento tan importante contra lo que pueda acaecernos en el mal sentido y la mala vivencia que no hay quien pueda con él. Y es que la fe es, por tener su objetivo en Dios, una luz, del mundo y nuestra.

Creer, por tanto, supone tener un sustento seguro, una forma de dar consistencia a un existir, muchas veces, corroído por las más diversas polillas y robado por las tentaciones del mundo.

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3.11.14

"Dies natalis" de Manuel Lozano Garrido, Lolo – Poema-Oración

 

      Orar                                                                 

No  sé cómo me llamo…

Tú lo sabes, Señor.

Tú conoces el nombre
que hay en tu corazón
y es solamente mío;
el nombre que tu amor
me dará para siempre
si respondo a tu voz.
Pronuncia esa palabra
De júbilo o dolor…
¡Llámame por el nombre 
que me diste, Señor!

Este poema de Ernestina de Champurcin habla de aquella llamada que hace quien así lo entiende importante para su vida. Se dirige a Dios para que, si es su voluntad, la voz del corazón del Padre se dirija a su corazón. Y lo espera con ansia porque conoce que es el Creador quien llama y, como mucho, quien responde es su criatura.

No obstante, con el Salmo 138 también pide algo que es, en sí mismo, una prueba de amor y de entrega:

“Señor, sondéame y conoce mi corazón, 
ponme a prueba y conoce mis sentimientos, 
mira si mi camino se desvía,
guíame por el camino eterno”

Porque el camino que le lleva al definitivo Reino de Dios es, sin duda alguna, el que garantiza eternidad y el que, por eso mismo, es anhelado y soñado por todo hijo de Dios.

Sin embargo, además de ser las personas que quieren seguir una vocación cierta y segura, la de Dios, la del Hijo y la del Espíritu Santo y quieren manifestar tal voluntad perteneciendo al elegido pueblo de Dios que así lo manifiesta, también, el resto de creyentes en Dios estamos en disposición de hacer algo que puede resultar decisivo para que el Padre envíe viñadores: orar.

Orar es, por eso mismo, quizá decir esto:

-Estoy, Señor, aquí, porque no te olvido.

-Estoy, Señor, aquí, porque quiero tenerte presente.

-Estoy, Señor, aquí, porque quiero vivir el Evangelio en su plenitud. 

-Estoy, Señor, aquí, porque necesito tu impulso para compartir.

-Estoy, Señor, aquí, porque no puedo dejar de tener un corazón generoso. 

-Estoy, Señor, aquí, porque no quiero olvidar Quién es mi Creador. 

-Estoy, Señor, aquí, porque tu tienda espera para hospedarme en ella.

Pero orar es querer manifestar a Dios que creemos en nuestra filiación divina y que la tenemos como muy importante para nosotros.

Dice, a tal respecto, san Josemaría (Forja, 439) que “La oración es el arma más poderosa del cristiano. La oración nos hace eficaces. La oración nos hace felices. La oración nos da toda la fuerza necesaria, para cumplir los mandatos de Dios. —¡Sí!, toda tu vida puede y debe ser oración”.

Por tanto, el santo de lo ordinario nos dice que es muy conveniente para nosotros, hijos de Dios que sabemos que lo somos, orar: nos hace eficaces en el mundo en el que nos movemos y existimos pero, sobre todo, nos hace felices. Y nos hace felices porque nos hace conscientes de quiénes somos y qué somos de cara al Padre. Es más, por eso nos dice san Josemaría que nuestra vida, nuestra existencia, nuestro devenir no sólo “puede” sino que “debe” ser oración.

Por otra parte, decía santa Teresita del Niño Jesús (ms autob. C 25r) que, para ella la oración“es un impulso del corazón, una sencilla mirada lanzada hacia el cielo, un grito de reconocimiento y de amor tanto desde dentro de la prueba como desde dentro de la alegría”.

Pero, como ejemplos de cómo ha de ser la oración, con qué perseverancia debemos llevarla a cabo, el evangelista san Lucas nos transmite tres parábolas que bien podemos considerarlas relacionadas directamente con la oración. Son a saber:

La del “amigo importuno” (cf Lc 11, 5-13) y la de la “mujer importuna” (cf. Lc 18, 1-8), donde se nos invita a una oración insistente en la confianza de a Quién se pide.

La del “fariseo y el publicano” (cf Lc 18, 9-14), que nos muestra que en la oración debemos ser humildes porque, en realidad, lo somos, recordando aquello sobre la compasión que pide el publicano a Dios cuando, encontrándose al final del templo se sabe pecador frente al fariseo que, en los primeros lugares del mismo, se alaba a sí mismo frente a Dios y no recuerda, eso parece, que es pecador.

Así, orar es, para nosotros, una manera de sentirnos cercanos a Dios porque, si bien es cierto que no siempre nos dirigimos a Dios sino a su propio Hijo, a su Madre o a los muchos santos y beatos que en el Cielo son y están, no es menos cierto que orando somos, sin duda alguna, mejores hijos pues manifestamos, de tal forma, una confianza sin límite en la bondad y misericordia del Todopoderoso.

Esta serie se dedica, por lo tanto, al orar o, mejor, a algunas de las oraciones de las que nos podemos valer en nuestra especial situación personal y pecadora.

 

Serie Oraciones – Invocaciones: Dies natilis de Lolo – Poema-Oración

Dies Natalis del beato Lolo

El libro de Manuel Lozano Garrido titulado Surtidor del alma (Poemario) incluye una poema de título “Presencia” del que muy bien podemos valernos a modo de oración: 

“Tú en el tajo crucial de mi camino

y en la verde enramada de mi acento.

Tú en el chorro sin fin de mi contento

y en la luz cenital de mi destino.

Tú, Señor, en el ir sin mí, sin tino,

siempre al aire la flor del sentimiento.

Y también Tú, Señor, en este lento

rodar, duro modismo de mi sino,

caminando sin sol y en noche umbría

tras de un cándido sueño amurallado

por una imponderable lejanía.

Aquí estás, Tú Señor, siempre a mi lado

haciendo, por tu amor, de mi agonía

milagroso rosal iluminado.”

Cuando un ser humano pasa por malos momentos porque está sufriendo una enfermedad o siente las asechanzas de las tentaciones que el Mal le presenta, necesita refugio. Es decir, tiene necesidad de encontrar dónde buscar alivio, donde saber que su situación tiene un límite que se encuentra en el Amor.

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1.11.14

La Palabra del Domingo - 2 de noviembre de 2014

 Biblia

Jn 14, 1-6

 

“1 ‘No se turbe vuestro corazón.  Creéis en Dios: creed también en mí.

2 En la casa de mi Padre hay muchas mansiones;  si no, os lo habría dicho; porque voy a prepararos un lugar. 3        Y cuando haya ido y os haya preparado un lugar, volveré y os tomaré conmigo,  para que donde esté yo  estéis también vosotros. 4 Y adonde yo voy sabéis el camino.’

5 Le dice Tomás: ‘Señor, no sabemos a dónde vas, ¿cómo podemos saber el camino?’ 6     Le dice Jesús: ‘Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida.  Nadie va al Padre sino por mí’”. 

MEDITACIÓN

 

Camino, Verdad y Vida

 

1.-El día de la celebración de lo que sería la Última Cena, Jesús habló a sus discípulos de una forma directa, incluso, muchas veces, dura (según la visión  humana). Inmediatamente antes de decir que no podía turbárseles el corazón, recoge san Juan la siguiente conversación (Jn 13,34-38):

 

Os doy un mandamiento nuevo: que os améis los unos a los otros. Que, como yo os he amado, así os améis también vosotros los unos a los otros. 35 En esto conocerán todos que sois discípulos míos: si os tenéis amor los unos a los otros.”  Simón Pedro le dice: “Señor, ¿a dónde vas?” Jesús le respondió: “Adonde yo voy no puedes seguirme ahora; me seguirás más tarde.”

 

Pedro le dice: “¿Por qué no puedo seguirte ahora? Yo daré mi vida por ti”. Le responde Jesús: “¿Que darás tu vida por mí? En verdad, en verdad te digo: no cantará el gallo antes que tú me hayas negado tres veces”.

 

2.-Por eso les dice que no debía turbárseles el corazón ya que, por lo dicho por el Maestro, no parecía que les esperase un futuro inmediato demasiado bueno.

 

3.-La esperanza escatológica, de lo último, de lo porvenir, de la vida eterna, la siembra Jesús, diciéndoles que si habían creído en Dios, también debía creer en Él porque, al fin y al cabo, era el Enviado, el Ungido, del Padre.

 

4.-Tal creencia no debía ser, sin embargo, ciega, sino basada en la vida que habían podido vivir con Jesús. En aquellos años habían podido ver cómo actuaba Jesús, que iba a ser Cristo, y tal forma de proceder, ya debería de haberles hecho entender que su divinidad podía garantizarles que lo que les decía era, simplemente, verdad.

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¿Queremos ser santos?

 Cuando llega un día tan señalado, espiritual y litúrgicamente hablando como es el primero de noviembre, siempre recordamos, porque lo merecen, a todos nuestros hermanos en la fe a los que se les ha otorgado el título de “santo” porque lo fueron en vida y porque, tras la muerte, se ha podido demostrar la intervención, la suya, en la solución de determinado problema humano. Decimos, entonces, que se cumplen los requisitos para que un creyente católico sea santo y, en efecto, se le inscribe en el Libro a tal menester creado.

 

Santos, a lo largo de historia, ha habido muchos. No hay más que leer cualquier calendario debidamente preparado (no los mundanos, precisamente) para darnos cuenta que cada día hay muchas personas a las que se les ha considerado tales y podemos recordarlos a fin de servir, además, de ejemplo para nosotros. Y es que se santo, como puede verse, no es imposible.

 

Sin embargo… ¿de verdad queremos ser santos?

 

San Josemaría, en sus “Conversaciones” aporta ciertas pistas acerca de qué significa ser santos. Nos dice, en el número 62 de tal libro esto:

 

“Querer alcanzar la santidad —a pesar de los errores y de las miserias personales, que durarán mientras vivamos— significa esforzarse, con la gracia de Dios, en vivir la caridad, plenitud de la ley y vínculo de la perfección. La caridad no es algo abstracto; quiere decir entrega real y total al servicio de Dios y de todos los hombres; de ese Dios, que nos habla en el silencio de la oración y en el rumor del mundo; de esos hombres, cuya existencia se entrecruza con la nuestra”.

 

Y luego, en el número 856 de “Forja”, esto otro:

 

“La santidad —cuando es verdadera— se desborda del vaso, para llenar otros corazones, otras almas, de esa sobreabundancia.

Los hijos de Dios nos santificamos, santificando. ¿Cunde a tu alrededor la vida cristiana? Piénsalo a diario.”

 

Algo, pues, sabemos sobre lo que significa la santidad, sobre lo que es ser santo.

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30.10.14

Libro: “Vida después de la muerte – Escatología sencilla”, de Eleuterio Fernández

Portada de libro

Autor: Eleuterio Fernández Guzmán

Editorial: Lulu

Páginas: 157

Precio aprox.: 6 € papel – 1 € Libro electrónico 

ISBN: 5800106392970

Año edición: 2014

Lo puedes adquirir en Lulu

Vida después de la muerte – Escatología sencilla, de Eleuterio Fernández Guzmán

Traemos aquí la Conclusión de este libro pues hace un repaso al contenido del mismo. Y dice lo que sigue:

“Pues ¿de qué le servirá al hombre ganar el mundo entero, si arruina su vida?”

Mt 16, 26

Después de este recorrido por una realidad muchas veces preterida, hemos llegado al final del mismo. Es bien cierto que lo aquí traído es, apenas, un apunte sobre lo que es crucial para el ser humano creyente católico (y para el resto también por más que se desconozca o se pretenda ignorar conociéndolo). Sin embargo, es más que probable que haya hecho abrir los ojos a quien los tuviera cerrados porque no se los habían abierto hasta ahora. Pero también es verdad que a otros lectores les parecerá de lo más normal que se hable y proclame, a los cuatro vientos, que estamos salvados y que la salvación no es que sea posible sino que es tan cierta como la luz del día.

Sin embargo, no es menos cierto que la salvación, además de haberla donado Dios, es necesario sea ganada por cada cual. Al menos quien sepa que eso es así no puede (digamos no debe) acudir al expediente de tener por no puesta una verdad tan importante como es aquella que dice, y estamos con San Agustín, que “Quien no te creó sin ti, no te salvará sin ti”.

En cierto modo (y en el caso de los creyentes católicos en todo el modo posible) somos nosotros mismos los que nos pondremos ante el Tribunal de Dios de una forma o de otra. Y no todo será igual ni ha sido lo mismo para aquellos que ya han pasado por sus espirituales salas donde se ve lo bueno y lo malo y donde no todo ha sido ni ha dado igual en la vida ni todo lo que se ha hecho ha tenido las mismas consecuencias de cara a la sentencia final.

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29.10.14

Serie “Reflexiones acerca del sentido de nuestra fe" - Presentación: “Estos son otros tiempos”

La expresión “Estos son otros tiempos” se utiliza mucho referida a la Iglesia católica. No sin error por parte de quien así lo hace. Sin embargo se argumenta, a partir de ella, acerca de la poca adaptación de la Esposa de Cristo a eso, a los tiempos que corren o, como dirían antiguamente, al “siglo”.

 

En realidad siempre son otros tiempos porque el hombre, creación de Dios, no se quedó parado ni siquiera cuando fue expulsado del Paraíso. Es más, entonces empezó a caminar, como desterrado, y aun no lo ha dejado de hacer ni lo dejará hasta que descanse en Dios y habite las praderas de su definitivo Reino.

 Sin embargo, nos referimos a tal expresión en materia de nuestra fe católica.

 

¿Son, pues, otros tiempos?

 

Antes de seguir decimos que Jesús, ante la dificultad que presentaba la pesca para sus más allegados discípulos, les mostró su confianza en una labor gratificada diciéndoles (Lc 5,4)

 

 ‘Boga mar adentro, y echad vuestras redes para pescar.’

 

Quería decirles Jesús que, a pesar de la situación por la que estaban pasando siempre había posibilidad de mejorar y que confiar en Dios era un remedio ciertamente bueno ante la misma.

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28.10.14

Un amigo de Lolo – Decálogo del sufrimiento – Ofrecer, por amor, el sufrimiento a Cristo

 Lolo

 

Presentación

Yo soy amigo de Lolo. Manuel Lozano Garrido, Beato de la Iglesia católica y periodista vivió su fe desde un punto de vista gozoso como sólo pueden hacerlo los grandes. Y la vivió en el dolor que le infringían sus muchas dolencias físicas. Sentado en una silla de ruedas desde muy joven y ciego los últimos nueve años de su vida, simboliza, por la forma de enfrentarse a su enfermedad, lo que un cristiano, hijo de Dios que se sabe heredero de un gran Reino, puede llegar a demostrar con un ánimo como el que tuvo Lolo.

Sean, las palabras que puedan quedar aquí escritas, un pequeño y sentido homenaje a cristiano tan cabal y tan franco.

Por otra parte, vamos a traer aquí, durante 10 semanas, con la ayuda de Dios, el llamado “Decálogo del enfermo” que Lolo escribió para conformación y consuelo de quien sufra.

Séptimo precepto del decálogo del enfermo:

“Toma la vida, llora pensando que te la arrancan y, si así y todo, me la ofreces por amor, seguro que eres de los míos”.

 

Ofrecer, por amor, el sufrimiento a Cristo

Lolo

 Podemos llegar a sufrir mucho. Y es que la vida, la que humanamente llevamos y nos lleva hacia el definitivo Reino de Dios, no siempre es fácil. Es más, muchas personas pueden atestiguar que las más de las veces es muy difícil de sobrellevar.

El sufrimiento, además, tiene la peculiaridad de hacer daño, y sangre, del árbol caído. Es decir, que a más dolor, mayor es lo que debemos soportar si no tenemos conciencia de que puede significar, espiritualmente, llevar las cosas por el camino correcto y recto de aceptación.

De todas formas, aún sabiendo que sufrimos y que no pocas veces somos nosotros mismos los que provocamos el sufrimiento, no por eso podemos desistir y venirnos abajo sin presentar batalla al Mal que nos acecha y, ¡ay!, tantas veces nos vence.

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27.10.14

Serie oraciones – invocaciones: Santa Bernardita

                                                                                        No  sé cómo me llamo…

Orar

Tú lo sabes, Señor.

Tú conoces el nombre
que hay en tu corazón
y es solamente mío;
el nombre que tu amor
me dará para siempre
si respondo a tu voz.
Pronuncia esa palabra
De júbilo o dolor…
¡Llámame por el nombre 
que me diste, Señor!

Este poema de Ernestina de Champurcin habla de aquella llamada que hace quien así lo entiende importante para su vida. Se dirige a Dios para que, si es su voluntad, la voz del corazón del Padre se dirija a su corazón. Y lo espera con ansia porque conoce que es el Creador quien llama y, como mucho, quien responde es su criatura.

No obstante, con el Salmo 138 también pide algo que es, en sí mismo, una prueba de amor y de entrega:

“Señor, sondéame y conoce mi corazón, 
ponme a prueba y conoce mis sentimientos, 
mira si mi camino se desvía,
guíame por el camino eterno”

Porque el camino que le lleva al definitivo Reino de Dios es, sin duda alguna, el que garantiza eternidad y el que, por eso mismo, es anhelado y soñado por todo hijo de Dios.

Sin embargo, además de ser las personas que quieren seguir una vocación cierta y segura, la de Dios, la del Hijo y la del Espíritu Santo y quieren manifestar tal voluntad perteneciendo al elegido pueblo de Dios que así lo manifiesta, también, el resto de creyentes en Dios estamos en disposición de hacer algo que puede resultar decisivo para que el Padre envíe viñadores: orar.

Orar es, por eso mismo, quizá decir esto:

-Estoy, Señor, aquí, porque no te olvido.

-Estoy, Señor, aquí, porque quiero tenerte presente.

-Estoy, Señor, aquí, porque quiero vivir el Evangelio en su plenitud. 

-Estoy, Señor, aquí, porque necesito tu impulso para compartir.

-Estoy, Señor, aquí, porque no puedo dejar de tener un corazón generoso. 

-Estoy, Señor, aquí, porque no quiero olvidar Quién es mi Creador. 

-Estoy, Señor, aquí, porque tu tienda espera para hospedarme en ella.

Pero orar es querer manifestar a Dios que creemos en nuestra filiación divina y que la tenemos como muy importante para nosotros.

Dice, a tal respecto, san Josemaría (Forja, 439) que “La oración es el arma más poderosa del cristiano. La oración nos hace eficaces. La oración nos hace felices. La oración nos da toda la fuerza necesaria, para cumplir los mandatos de Dios. —¡Sí!, toda tu vida puede y debe ser oración”.

Por tanto, el santo de lo ordinario nos dice que es muy conveniente para nosotros, hijos de Dios que sabemos que lo somos, orar: nos hace eficaces en el mundo en el que nos movemos y existimos pero, sobre todo, nos hace felices. Y nos hace felices porque nos hace conscientes de quiénes somos y qué somos de cara al Padre. Es más, por eso nos dice san Josemaría que nuestra vida, nuestra existencia, nuestro devenir no sólo “puede” sino que “debe” ser oración.

Por otra parte, decía santa Teresita del Niño Jesús (ms autob. C 25r) que, para ella la oración“es un impulso del corazón, una sencilla mirada lanzada hacia el cielo, un grito de reconocimiento y de amor tanto desde dentro de la prueba como desde dentro de la alegría”.

Pero, como ejemplos de cómo ha de ser la oración, con qué perseverancia debemos llevarla a cabo, el evangelista san Lucas nos transmite tres parábolas que bien podemos considerarlas relacionadas directamente con la oración. Son a saber:

La del “amigo importuno” (cf Lc 11, 5-13) y la de la “mujer importuna” (cf. Lc 18, 1-8), donde se nos invita a una oración insistente en la confianza de a Quién se pide.

La del “fariseo y el publicano” (cf Lc 18, 9-14), que nos muestra que en la oración debemos ser humildes porque, en realidad, lo somos, recordando aquello sobre la compasión que pide el publicano a Dios cuando, encontrándose al final del templo se sabe pecador frente al fariseo que, en los primeros lugares del mismo, se alaba a sí mismo frente a Dios y no recuerda, eso parece, que es pecador.

Así, orar es, para nosotros, una manera de sentirnos cercanos a Dios porque, si bien es cierto que no siempre nos dirigimos a Dios sino a su propio Hijo, a su Madre o a los muchos santos y beatos que en el Cielo son y están, no es menos cierto que orando somos, sin duda alguna, mejores hijos pues manifestamos, de tal forma, una confianza sin límite en la bondad y misericordia del Todopoderoso.

Esta serie se dedica, por lo tanto, al orar o, mejor, a algunas de las oraciones de las que nos podemos valer en nuestra especial situación personal y pecadora.

Serie Oraciones – Invocaciones: Santa Bernardita

 

[Estampa antigua de santa Bernadette Soubirous]

“¡Oh bienaventurada Bernardita! Acuérdate que la Virgen te dijo en la Gruta: “Ruega por los pecadores", para que se conviertan y hagan penitencia. Ruega por mí, pecador, para que Dios perdone mis pecados. Ruega por mí a María Inmaculada, pues confío en que te concederá cuanto la pidas, porque fuiste su confidente en la Gruta de Lourdes. Así como Ella te prometió “hacerte feliz en el otro mundo", te concederá que hagas felices a los que devotamente acudan a ti. A ti, pues, acudo humildemente, suplicándote no me dejes ni me abandones hasta verme contigo en el cielo. Amén.

 

La bienventurada Bernardita Soubirous había recibido un regalo muy especial de parte de su Madre la Virgen María: a cambio de conversión y penitencia (los reclamos de siempre de la Madre de Dios hacia sus hijos y, en general, al mundo) sanaría las heridas del cuerpo y del alma.

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26.10.14

La Palabra del Domingo - 26 de octubre de 2014

  Mt 22, 34-40

 Biblia

 “34 Mas los fariseos, al enterarse de que había tapado la boca a los saduceos, se reunieron en grupo, 35 y uno de ellos le preguntó con ánimo de ponerle a prueba: 36 ‘Maestro, ¿cuál es el mandamiento mayor de la Ley?’37 El le dijo: ‘Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente.  38 Este es el mayor y el primer mandamiento. 39 El segundo es semejante a éste: ’Amarás a tu prójimo como a ti mismo.’ 40 De estos dos mandamientos penden toda la Ley y los Profetas’.”

        

 

COMENTARIO

 

¡Qué mala cosa es no conocer a Cristo!

 

Los que no querían a Jesús porque, como a otros profetas de otros tiempos, lo querían bien alejado de sus realidades mundanas y espirituales, que el Maestro demostrara una y otra vez que no tenían razón en la apreciación de la Ley de Dios no era de su particular y egoísta gusto.

 

Sin embargo, Jesús había venido al mundo a cumplir de forma total con la voluntad y la Palabra de Dios y no iba dejar de hacerlo por los intereses de unos u otros.

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25.10.14

Serie “Al hilo de la Biblia- Y Jesús dijo…” - Los “sin pecado”

Sagrada Biblia

Dice S. Pablo, en su Epístola a los Romanos, concretamente, en losversículos 14 y 15 del capítulo 2 que, en efecto, cuando los gentiles, que no tienen ley, cumplen naturalmente las prescripciones de la ley, sin tener ley, para sí mismos son ley; como quienes muestran tener la realidad de esa ley escrita en su corazón, atestiguándolo su conciencia, y los juicios contrapuestos de condenación o alabanza. Esto, que en un principio, puede dar la impresión de ser, o tener, un sentido de lógica extensión del mensaje primero del Creador y, por eso, por el hecho mismo de que Pablo lo utilice no debería dársele la mayor importancia, teniendo en cuenta su propio apostolado. Esto, claro, en una primera impresión.

Sin embargo, esta afirmación del convertido, y convencido, Saulo, encierra una verdad que va más allá de esta mención de la Ley natural que, como tal, está en el cada ser de cada persona y que, en este tiempo de verano (o de invierno o de cuando sea) no podemos olvidar.

Lo que nos dice el apóstol es que, al menos, a los que nos consideramos herederos de ese reino de amor, nos ha de “picar” (por así decirlo) esa sana curiosidad de saber dónde podemos encontrar el culmen de la sabiduría de Dios, dónde podemos encontrar el camino, ya trazado, que nos lleve a pacer en las dulces praderas del Reino del Padre.

Aquí, ahora, como en tantas otras ocasiones, hemos de acudir a lo que nos dicen aquellos que conocieron a Jesús o aquellos que recogieron, con el paso de los años, la doctrina del Jristós o enviado, por Dios a comunicarnos, a traernos, la Buena Noticia y, claro, a todo aquello que se recoge en los textos sagrados escritos antes de su advenimiento y que en las vacaciones veraniegas se ofrece con toda su fuerza y desea ser recibido en nuestros corazones sin el agobio propio de los periodos de trabajo, digamos, obligado aunque necesario. Y también, claro está, a lo que aquellos que lo precedieron fueron sembrando la Santa Escritura de huellas de lo que tenía que venir, del Mesías allí anunciado.

Por otra parte, Pedro, aquel que sería el primer Papa de la Iglesia fundada por Cristo, sabía que los discípulos del Mesías debían estar

“siempre dispuestos a dar respuesta a todo el que os pida razón de vuestra esperanza” (1 Pe 3, 15)

Y la tal razón la encontramos intacta en cada uno de los textos que nos ofrecen estos más de 70 libros que recogen, en la Antigua y Nueva Alianza, un quicio sobre el que apoyar el edificio de nuestra vida, una piedra angular que no pueda desechar el mundo porque es la que le da forma, la que encierra respuestas a sus dudas, la que brota para hacer sucumbir nuestra falta de esperanza, esa virtud sin la cual nuestra existencia no deja de ser sino un paso vacío por un valle yerto.

La Santa Biblia es, pues, el instrumento espiritual del que podemos valernos para afrontar aquello que nos pasa. No es, sin embargo, un recetario donde se nos indican las proporciones de estas o aquellas virtudes. Sin embargo, a tenor de lo que dice Francisco Varo en su libro “¿Sabes leer la Biblia “ (Planeta Testimonio, 2006, p. 153)

“Un Padre de la Iglesia, san Gregorio Magno, explicaba en el siglo VI al médico Teodoro qué es verdaderamente la Biblia: un carta de Dios dirigida a su criatura”. Ciertamente, es un modo de hablar. Pero se trata de una manera de decir que expresa de modo gráfico y preciso, dentro de su sencillez, qué es la Sagrada Escritura para un cristiano: una carta de Dios”.

Pues bien, en tal “carta” podemos encontrar muchas cosas que nos pueden venir muy bien para conocer mejor, al fin y al cabo, nuestra propia historia como pueblo elegido por Dios para transmitir su Palabra y llevarla allí donde no es conocida o donde, si bien se conocida, no es apreciada en cuanto vale.

Por tanto, vamos a traer de traer, a esta serie de título “Al hilo de la Biblia”, aquello que está unido entre sí por haber sido inspirado por Dios mismo a través del Espíritu Santo y, por eso mismo, a nosotros mismos, por ser sus destinatarios últimos.

Por otra parte, es bien cierto que Jesucristo, a lo largo de la llamada “vida pública” se dirigió en múltiples ocasiones a los que querían escucharle e, incluso, a los que preferían tenerlo lejos porque no gustaban con lo que le oían decir.

Sin embargo, en muchas ocasiones Jesús decía lo que era muy importante que se supiera y lo que, sobre todo, sus discípulos tenían que comprender y, también, aprender para luego transmitirlo a los demás.

Vamos, pues, a traer a esta serie sobre la Santa Biblia parte de aquellos momentos en los que, precisamente, Jesús dijo

Los “sin pecado”

Los sin pecado

Y Jesús dijo… (Jn 8, 7 )

”Pero, como ellos insistían en preguntarle, se incorporó y les dijo: ‘Aquel de vosotros que esté sin pecado, que le arroje la primera piedra.’ ”

¡Qué gran lección para los soberbios es este corto texto del evangelio de San Juan!

Es más que conocido, muy conocido, lo que refieren las palabras de este evangelio. Y a todos nos muestran una verdad algo más que verdadera.

Aquella mujer que iba a ser apedreada, pues se trataba de un presunto adulterio ante el que se aplicaba la ley vigente (apedrear hasta la muerte a la culpable) se encontraba junto a Jesús. Y éste escribía algo en el suelo. Mientras le hablan, Él escribe.

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