6.09.18

El rincón del hermano Rafael - "Saber esperar" - Tener en cuenta a Cristo

“Rafael Arnáiz Barón nació el 9 de abril de 1911 en Burgos (España), donde también fue bautizado y recibió la confirmación. Allí mismo inició los estudios en el colegio de los PP. Jesuitas, recibiendo por primera vez la Eucaristía en 1919.”

Esta parte de una biografía que sobre nuestro santo la podemos encontrar en multitud de sitios de la red de redes o en los libros que sobre él se han escrito.

Hasta hace bien poco hemos dedicado este espacio a escribir sobre lo que el hermano Rafael había dejado dicho en su diario “Dios y mi alma”. Sin embargo, como es normal, terminó en su momento nuestro santo de dar forma a su pensamiento espiritual.

Sin embargo, San Rafael Arnáiz Barón había escrito mucho antes de dejar sus impresiones personales en aquel diario. Y algo de aquello es lo que vamos a traer aquí a partir de ahora.

             

Bajo el título “Saber esperar” se han recogido muchos pensamientos, divididos por temas, que manifestó el hermano Rafael. Y a los mismos vamos a tratar de referirnos en lo sucesivo.

 

“Saber Esperar” –  Tener en cuenta a Cristo

 

“No vivamos de lo exterior, que todo es vanidad y luego pasa, animémonos a vivir en Cristo y sólo en Él” (Punto 222)

 

Es muy cierto que el hermano Rafael establece acertadamente la diferencia que existe entre el mundo donde se vive (digamos, el exterior a uno mismo) y el que cada cual tiene en su corazón, dentro de sí. Y no podemos decir que sea mala cosa sino, al contrario, una gran verdad y algo que nos viene muy bien para delimitar una realidad y la otra.

También es muy cierto que, por muy creyentes católicos que seamos, el mundo tira de nosotros. En realidad, es lo que suele pasar cuando no se tienen fundamentos espirituales bien arraigados.

Que el mundo nos atraiga hacia sí, podríamos pensar, tampoco es cosa tan extraña. Al fin y al cabo vivimos en él y en él nos movemos y existimos (como diría el apóstol) y no es, pues, nada raro que nos dejemos llevar.

Ahora bien, una cosa es eso y otra, muy distinta, no darnos cuenta de que lo que tal cosa puede suponer para nuestra fe y, así en nuestra relación con Dios.

San Rafael Arnáiz Barón, que se conoce muy bien, ve las cosas como son y así nos lo dice.

Sobre lo aquí traído, bien podemos decir que, en pocas palabras, se dice mucho. Y que todo es más que aprovechable para nosotros.

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5.09.18

Serie “El Bien, Jesucristo, el Cielo” - Un necesario Epílogo

Presentación

El Bien, Jesucristo, el Cielo

No te dejes vencer por el mal; antes bien, vence al mal con el bien.”

 

Epístola a los Romanos 12, 21

 

En estas mismas páginas se ha publicado, en formato serie, el libro de título “El Mal, El Diablo, el Infierno”. Y, como no podía ser menos, la parte buena, la que ha de prevalecer, Cristo mismo y Dios mismo, debían tener su serie. La misma está referida al libro de título “El Bien, Jesucristo, el Cielo” que, fácilmente puede verse es, justo, lo contrario a lo otro. 

El Mal puede vencerse con el Bien. Eso es lo que la cita que hemos puesto como principal de este libro nos dice. Y San Pablo, diciéndonos tal cosa, nos auxilia ante lo que podamos estar pasando. 

No podemos, por tanto, alegar falta de socorro en estos casos pues bien sabemos que Dios nunca nos abandona y pone, en el camino de nuestra vida, a testigos de la fe que nos echan una mano. 

De todas formas, el Bien puede ser, digamos, usado contra el Mal. Y eso porque el Bien existe para mucho más que para eso que, con ser importante, no agota las posibilidades de lo bueno y mejor. 

No podemos negar, al respecto del Bien, que, para espíritus no perjudicados por el Mal, es más atractivo el primero que el segundo. Y es que no puede considerarse sana, espiritualmente hablando, la persona que esté a favor de las asechanzas del Maligno y/o de los frutos que de las mismas puedan derivarse. No. Es más seguro esperar que el común de los creyentes esté más por el Bien que por el Mal. Y eso se apoya en algo esencial: el Bien proviene de Dios Padre Todopoderoso, Creador del Cielo y de la Tierra en quien no hay falsedad ni mentira. 

No podemos negar, en beneficio nuestro, que a lo largo de la historia de la cristiandad ha habido hermanos nuestros en la fe que han considerado este tema, el del Bien, como uno que lo era muy importante, a tener en cuenta y a destacar. 

Así, por ejemplo, para los Santos Padres, era mayor la preocupación de señalar que Dios es el Bien Supremo y que, por tanto, toda criatura deriva de su Bondad. Pero también San Agustín, Boecio o la propia doctrina escolástica, con Santo Tomás de Aquino a la cabeza, han tenido a bien considerar el Bien entre sus temas básicos de conocimiento y estudio. 

Y ya, digamos que recientemente, en el Concilio habido en el seno de la Iglesia Católica (Vaticano I), la Constitución De Fide Catholica, en su capítulo I, dice esto que sigue:

 

“Éste único, solo, Dios verdadero, de su propia bondad y omnipotencia, no para el aumento de su propia felicidad, no para adquirir sino para manifestar su perfección por las bendiciones que Él otorga a las criaturas, con absoluta libertad de consejo creó desde el principio de los tiempos a la criatura tanto la espiritual como la corporal, a saber, la angélica y la mundana; y después la criatura humana.”

 

Vemos, por tanto, que el Bien no es, sólo, necesario en la vida del creyente católico (creemos que también en la de cualquier ser humano, en general y por ser especie creada por Dios) sino que es lo único que puede anhelar quien se sabe hijo del Todopoderoso. 

Podríamos decir, sin temor a equivocarnos, que por el bien se va al Bien mayor que es Dios mismo.

Un necesario Epílogo

 

A los que, por la perseverancia en el bien busquen gloria, honor e inmortalidad: vida eterna”

Rm 2, 7

  

Seguramente no es necesario, no debería serlo, asegurar a nadie que el Cielo es el mejor destino que puede tener el alma de un hijo de Dios. Es decir, que por la cuenta que le tiene a cada uno de ellos, no le conviene pensar en algo que no sea  alcanzar el definitivo Reino de Dios y gozar con la Visión Beatífica y de la Bienaventuranza. 

A lo largo de estas páginas hemos podido darnos cuenta de esto. Es más, podemos decir, sin temor a equivocarnos, que quien no tenga por bueno y mejor una verdad que, además, es dogma de nuestra fe católica, como es la existencia del Cielo… tiene todas las de perder, espiritualmente hablando. 

Podemos decir que gracias a Dios (nunca mejor dicho) nuestro Creador manifiesta una Bondad, como virtud excelsa y excelente, que nos viene la mar de bien a sus hijos. Y queremos decir que, gracias a ella, nos ha entregado, como don y gracia, la posibilidad de habitar alguna de las mansiones que su Hijo Jesucristo nos está preparando en el Cielo.

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2.09.18

La Palabra del Domingo - 2 de septiembre de 2018

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Mc 7, 1-8. 14-15. 21-23

 

“1 Se reúnen junto a él los fariseos, así como algunos escribas venidos de Jerusalén.2 Y al ver que algunos de sus discípulos comían con manos impuras, es decir no lavadas,3      - es que los fariseos y todos los judíos no comen sin haberse lavado las manos hasta el codo, aferrados a la tradición de los antiguos,4 y al volver de la plaza, si no se bañan, no comen; y hay otras muchas cosas que observan por tradición, como la  purificación de copas, jarros y bandejas -.5 Por ello, los fariseos y los escribas le preguntan: ‘¿Por qué tus discípulos no viven conforme a la tradición de los antepasados, sino que comen con manos impuras?’ 6 El les dijo: ‘Bien profetizó Isaías de vosotros, hipócritas, según está escrito: = Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. = 7    = En vano me rinden culto,  ya que enseñan doctrinas que son preceptos de hombres. = 8 Dejando el precepto de Dios, os aferráis a la tradición de los hombres.’

 

14 Llamó otra vez a la gente y les dijo: ‘Oídme todos y entended.15 Nada hay fuera del hombre que, entrando en él, pueda contaminarle; sino lo que sale del hombre, eso es lo que contamina al hombre.

      

21 Porque de dentro, del corazón de los hombres, salen las intenciones malas: fornicaciones, robos, asesinatos, 22 adulterios, avaricias, maldades, fraude, libertinaje, envidia, injuria, insolencia, insensatez.’”

      

 

COMENTARIO

 

La realidad y la Verdad

En estos tres textos del Capítulo 7 de Marcos encontramos, en una sucesión lógica, lo que para Jesús es importante porque es el precepto de Dos que viene a enseñarnos.  

Muchas eran las tradiciones que el pueblo judío había establecido con el paso de los siglos, muchas las maneras de llevar a cabo el comportamiento en la vida diaria. 

Claro está que lavarse las manos antes de cada comida es, higiénicamente, importante. Sin embargo, aquellos que habían ordenados normas y establecido tradiciones, lo habían convertido en un precepto cuasi religioso (otra cosa es que para ellos lo fuera, equivocadamente), el incumplimiento del cual acarreaba, según decían, una respuesta negativa por parte de Dios, algo que éste reprobaba, algo que, por eso, no debía hacerse. 

Esto, de no lavarse en esos momentos es de lo que se les acusa a los discípulos de Jesús tratando, sobretodo, de imputarles una, para ellos, gran culpa, tal era el concepto que tenían de esto. Si no se lavaban las manos es que actuaban contra la tradición. Y esto, en verdad, era cierto pues lo hacían en contra de “aquella” tradición. Sin embargo, lo importante no era que actuarán contra eso sino si esa tradición era verdadera o sólo había sido establecida por los hombres sin relación directa con la Voluntad de Dios. La pregunta, por otra parte, tiene aviesas intenciones y voluntades más que negra la expresan. 

Pero Jesús, que es conocedor de la realidad en la que vive y que conoce esas prácticas porque, seguramente, también las pudo llevar a cabo en su vida anterior, ofrece, a quienes le escuchan, una respuesta que a ellos y a nosotros, nos viene muy, pero que muy, bien. 

Como el Maestro no siembra sin semilla, les trae a la memoria lo que el profeta Isaías dijo, en su día, y que es lo mismo, cree Él, que sucede ahora: una cosa es lo que se dice y otra lo que se hace; una cosa es que diga que se ama a Dios con los labios, para que todos puedan escucharlo, pues, y otro, muy distinto, es que el verdadero sentido de lo que se dice nada tenga que ver con la Ley de Dios. A la pregunta que ha de prevalecer si el precepto de Dios es el de los hombres, muchos ya habían contestado: el precepto de los hombres pues, seguramente, les habrían comunicado que ésta o aquella tradición  venía, directamente, de una interpretación correcta de la Ley de Dios. A esto debía responder Jesús de forma clara y contundente para que nadie se llevara a engaño. 

El hombre vive dentro del mundo y dentro de en una sociedad en la que establece relaciones con los próximos y con los lejanos. Pero, además, el hombre, el hijo de Dios tiene una vida interior que es más importante que la vida exterior, al menos en su relación con Dios y con relación a lo que de esa vida, ese corazón, puede derivarse (no sólo de pan vive el hombre…) 

Como hemos dicho antes, si la higiene es importante más lo es lo que del corazón puede salir, esas intenciones, como dice el texto, que son, o pueden serlo, malas.Fijémonos que Jesús no cierra el paso a la posibilidad de corrección ya que eso que puede salir del corazón: adulterios, robos, avaricias, etc., con “intenciones” y esto significa tanto que es algo que se quiere hacer como algo que se puede apartar de la actuación del hombre, es, por eso, una posibilidad, algo que se puede o no llevar cabo. Por eso cabe corrección en eso que se tenía la intención (valga tanta redundancia) de hacer. Aquí, creemos,  se encierra una parte muy importante de lo que dice Jesús: si podemos escoger entre lo malo y lo bueno, escojamos lo bueno, que esa es la voluntad de Dios. Lo otro, lo de entender que la limpieza exterior es sinónimo de limpieza interior había que olvidarlo (recordemos lo de los sepulcros blanqueados…) 

¿Hoy lo hemos olvidado?, ¿establecemos una relación entre lo que se ve  a los ojos de nuestros semejantes y lo que ve Dios? Es más, ¿de verdad creemos que Dios lo ve todo? 

Aquí está lo importante: en lo que, de verdad, es trascendente para nuestra vida de fe: el corazón, del que salen las obras.

 

PRECES 

 

Pidamos a Dios por todos que no quieren entender las palabras de Dios.

 

Roguemos al Señor.

 

Pidamos a Dios por todos aquellos que no quieren tener el corazón limpio.

 

Roguemos al Señor.

 

ORACIÓN

 

Padre Dios; ayúdanos a tener un corazón alejado del pecado.

 

Gracias, Señor, por poder transmitir esto.

 

El texto bíblico ha sido tomado de la Biblia de Jerusalén.

Eleuterio Fernández Guzmán

 Nazareno

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Por la libertad de Asia Bibi. 
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Por el respeto a la libertad religiosa.                                                                                                                                         
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Panecillos de meditación

Llama el Beato Manuel Lozano GarridoLolo, “panecillos de meditación” (En “Las golondrinas nunca saben la hora”) a los pequeños momentos que nos pueden servir para ahondar en determinada realidad. Un, a modo, de alimento espiritual del que podemos servirnos.

 

Panecillo de hoy:

Entender y comprender las palabras de Cristo es lo más importante en nuestra vida de hijos de Dios.

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1.09.18

Serie “Al hilo de la Biblia- Y Jesús dijo…” – Lo más importante

Sagrada Biblia

Dice S. Pablo, en su Epístola a los Romanos, concretamente, en los versículos 14 y 15 del capítulo 2 que, en efecto, cuando los gentiles, que no tienen ley, cumplen naturalmente las prescripciones de la ley, sin tener ley, para sí mismos son ley; como quienes muestran tener la realidad de esa ley escrita en su corazón, atestiguándolo su conciencia, y los juicios contrapuestos de condenación o alabanza. Esto, que en un principio, puede dar la impresión de ser, o tener, un sentido de lógica extensión del mensaje primero del Creador y, por eso, por el hecho mismo de que Pablo lo utilice no debería dársele la mayor importancia, teniendo en cuenta su propio apostolado. Esto, claro, en una primera impresión.

Sin embargo, esta afirmación del convertido, y convencido, Saulo, encierra una verdad que va más allá de esta mención de la Ley natural que, como tal, está en el cada ser de cada persona y que, en este tiempo de verano (o de invierno o de cuando sea) no podemos olvidar.

Lo que nos dice el apóstol es que, al menos, a los que nos consideramos herederos de ese reino de amor, nos ha de “picar” (por así decirlo) esa sana curiosidad de saber dónde podemos encontrar el culmen de la sabiduría de Dios, dónde podemos encontrar el camino, ya trazado, que nos lleve a pacer en las dulces praderas del Reino del Padre.

Aquí, ahora, como en tantas otras ocasiones, hemos de acudir a lo que nos dicen aquellos que conocieron a Jesús o aquellos que recogieron, con el paso de los años, la doctrina del Jristós o enviado, por Dios a comunicarnos, a traernos, la Buena Noticia y, claro, a todo aquello que se recoge en los textos sagrados escritos antes de su advenimiento y que en las vacaciones veraniegas se ofrece con toda su fuerza y desea ser recibido en nuestros corazones sin el agobio propio de los periodos de trabajo, digamos, obligado aunque necesario. Y también, claro está, a lo que aquellos que lo precedieron fueron sembrando la Santa Escritura de huellas de lo que tenía que venir, del Mesías allí anunciado.

Por otra parte, Pedro, aquel que sería el primer Papa de la Iglesia fundada por Cristo, sabía que los discípulos del Mesías debían estar

“siempre dispuestos a dar respuesta a todo el que os pida razón de vuestra esperanza” (1 Pe 3, 15)

Y la tal razón la encontramos intacta en cada uno de los textos que nos ofrecen estos más de 70 libros que recogen, en la Antigua y Nueva Alianza, un quicio sobre el que apoyar el edificio de nuestra vida, una piedra angular que no pueda desechar el mundo porque es la que le da forma, la que encierra respuestas a sus dudas, la que brota para hacer sucumbir nuestra falta de esperanza, esa virtud sin la cual nuestra existencia no deja de ser sino un paso vacío por un valle yerto.

La Santa Biblia es, pues, el instrumento espiritual del que podemos valernos para afrontar aquello que nos pasa. No es, sin embargo, un recetario donde se nos indican las proporciones de estas o aquellas virtudes. Sin embargo, a tenor de lo que dice Francisco Varo en su libro “¿Sabes leer la Biblia? “ (Planeta Testimonio, 2006, p. 153)

“Un Padre de la Iglesia, san Gregorio Magno, explicaba en el siglo VI al médico Teodoro qué es verdaderamente la Biblia: un carta de Dios dirigida a su criatura”. Ciertamente, es un modo de hablar. Pero se trata de una manera de decir que expresa de modo gráfico y preciso, dentro de su sencillez, qué es la Sagrada Escritura para un cristiano: una carta de Dios”.

Pues bien, en tal “carta” podemos encontrar muchas cosas que nos pueden venir muy bien para conocer mejor, al fin y al cabo, nuestra propia historia como pueblo elegido por Dios para transmitir su Palabra y llevarla allí donde no es conocida o donde, si bien se conocida, no es apreciada en cuanto vale.

Por tanto, vamos a traer de traer, a esta serie de título “Al hilo de la Biblia”, aquello que está unido entre sí por haber sido inspirado por Dios mismo a través del Espíritu Santo y, por eso mismo, a nosotros mismos, por ser sus destinatarios últimos.

Por otra parte, es bien cierto que Jesucristo, a lo largo de la llamada “vida pública” se dirigió en múltiples ocasiones a los que querían escucharle e, incluso, a los que preferían tenerlo lejos porque no gustaban con lo que le oían decir.

Sin embargo, Jesús decía lo que era muy importante que se supiera y lo que, sobre todo, sus discípulos tenían que comprender y, también, aprender para luego transmitirlo a los demás.

Vamos, pues, a traer a esta serie sobre la Santa Biblia parte de aquellos momentos en los que, precisamente, Jesús dijo.

Lo más importante

Resultado de imagen de El primero es: escucha, Israel: el Señor, nuestro Dios, es el único Señor, y amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas

Y Jesús dijo… (Mc 12, 29-20)

 

“Jesús le contestó: ‘El primero es: escucha, Israel: el Señor, nuestro Dios, es el único Señor, y amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas’”.

 

El pueblo elegido por Dios, el judío, sabía muy bien lo que debía saber en materia de fe. Religioso como era no podía dudar acerca de lo que era más importante. Por eso cuando le preguntan a Jesús por los mandamientos más importantes o, mejor, por el más importante, dice lo que dice.

Queremos dejar bien sentado que las palabras que salen del corazón del Hijo de Dios no son unas que sean, digamos, poco importantes ni que estén dichas por decir. No. Al contrario es la verdad: son el principio y el final de una fe que tiene al Todopoderoso por Creador.

Significan, por otra parte, mucho y más que mucho.

Digamos, en primer lugar, que aquí traemos lo primero que dice Jesucristo. Y es que, al ser preguntado por el Mandamiento más importante, ante (imaginamos) el asombro de los que le pregunta, dice que hay dos: primero, éste; segundo, el amor al prójimo.

Hoy nos referimos, en exclusiva, al primero de los Mandamientos cruciales de la Ley de Dios porque, no lo olvidemos, esto es una Ley y, por tanto, hay que cumplirla porque no es intrínsecamente perversa sino, al contrario, perfecta y más que aplicable.

No tiene duda alguna Jesucristo: amar a Dios es lo esencial, lo fundamental, lo que salva. Pero no se hace eso de cualquiera forma sino de una muy concreta y con algunas concreciones.

Digamos, antes que nada, que lo que dice Jesucristo lo dice  dirigiéndose a todo el pueblo elegido, a Israel. Y eso debemos aplicárnoslo nosotros, ahora mismo, como herederos espirituales de aquellas palabras.

Decimos, pues, que aquí hay puestas algunas concreciones. Y fueron puestas, más que nada, para echar una mano a quien no fuese capaz de entender las cosas.

Hay que amar, pues, a Dios que, además es el único Dios y es “nuestro” Dios, de una manera concreta, a saber:

 

1- Con todo el corazón

2- Con toda el alma

3. Con todas las fuerzas

 

Esta corta relación (sólo son tres concreciones) encierra, sin embargo, toda una realidad espiritual que, es cierto esto, no siempre vamos a cumplir. Es triste decirlo pero más triste es esconder una realidad como ésa.

Nosotros debemos, por tanto, amar a Dios con todo el corazón o, lo que es lo mismo, sin mentira ni dobleces o, también, con la forma más perfecta que podamos.

Pero, también, debemos amar a Dios con toda el alma que es lo mismo que con toda el ansia de vida eterna que la misma contiene y espera.

Y, por último, amar a Dios con todas las fuerzas requiere de  instrumentos espirituales de los que podamos echar mano para los momentos de flaqueza o de tibieza. Y es que sí, seguro que los va a haber y entonces la oración, el dirigirnos a Dios en busca de auxilio, la meditación (correctamente entendida y no al modo orientalizante, budista o lo que sea que pueda ser, queremos decir), serán los que nos vengan la mar de bien para que salga de nosotros, como fuerza que derribe todo obstáculo maligno, el amor que a Dios debemos. 

Seguramente, muchos de los que entonces escucharon a Jesucristo, dedujeron que sí, que conocía muy bien la Ley de Dios. Pero los mismos, o muchos de ellos, no acabaron de entender que había que cumplir de una forma absoluta o total. Y es que, para ellos, una cosa era la letra y otra, muy distinta, la aplicación de la misma. ¡Cosa de puristas, debían pensar!

 

Eleuterio Fernández Guzmán

Nazareno

Para entrar en la Liga de Defensa Católica 

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Panecillos de meditación

Llama el Beato Manuel Lozano GarridoLolo, “panecillos de meditación” (En “Las golondrinas nunca saben la hora”) a los pequeños momentos que nos pueden servir para ahondar en determinada realidad. Un, a modo, de alimento espiritual del que podemos servirnos.

Panecillo de hoy:

Palabra de Dios, la Palabra.

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30.08.18

Serie “De Ramos a Resurrección” - La glorificación de Cristo – Sexta Palabra

De-ramos-a-resurrección

En las próximas semanas, con la ayuda de Dios y el permiso de la editorial, vamos a traer al blog el libro escrito por el que esto escribe de título “De Ramos a Resurrección”. Semana a semana vamos a ir reproduciendo los apartados a los que hace referencia el Índice que es, a saber:

Introducción                                        

I. Antes de todo                                           

 El Mal que acecha                                  

 Hay grados entre los perseguidores          

 Quien lo conoce todo bien sabe               

II. El principio del fin                          

 Un júbilo muy esperado                                       

 Los testigos del Bueno                           

 Inoculando el veneno del Mal                         

III. El aviso de Cristo                           

 Los que buscan al Maestro                      

 El cómo de la vida eterna                              

 Dios se dirige a quien ama                      

 Los que no entienden están en las tinieblas      

 Lo que ha de pasar                                 

Incredulidad de los hombres                    

El peligro de caminar en las tinieblas         

       Cuando no se reconoce la luz                   

       Los ánimos que da Cristo                  

       Aún hay tiempo de creer en Cristo            

IV. Una cena conformante y conformadora 

 El ejemplo más natural y santo a seguir          

 El aliado del Mal                                    

 Las mansiones de Cristo                                

 Sobre viñas y frutos                               

 El principal mandato de Cristo                         

       Sobre el amor como Ley                          

       El mandato principal                         

Elegidos por Dios                                    

Que demos fruto es un mandato divino            

El odio del mundo                                   

El otro Paráclito                                      

Santa Misa                                             

La presencia real de Cristo en la Eucaristía        

El valor sacrificial de la Santa Misa                   

El Cuerpo y la Sangre de Cristo                 

La institución del sacerdocio                     

V. La urdimbre del Mal                         

VI. Cuando se cumple lo escrito                 

En el Huerto de los Olivos                              

La voluntad de Dios                                        

Dormidos por la tentación                        

Entregar al Hijo del hombre                            

       Jesús sabía lo que Judas iba a cumplir       

       La terrible tristeza del Maestro                  

El prendimiento de Jesús                                

       Yo soy                                            

       El arrebato de Pedro y el convencimiento   

       de Cristo

Idas y venidas de una condena ilegal e injusta  

Fin de un calvario                                   

Un final muy esperado por Cristo              

En cumplimiento de la Sagrada Escritura

        La verdad de Pilatos                        

        Lanza, sangre y agua                      

 Los que permanecen ante la Cruz                   

       Hasta el último momento                  

       Cuando María se convirtió en Madre          

       de todos

 La intención de los buenos                      

       Los que saben la Verdad  y la sirven          

VII. Cuando Cristo venció a la muerte        

El primer día de una nueva creación                 

El ansia de Pedro y Juan                          

A quien mucho se le perdonó, mucho amó        

 

VIII. Sobre la glorificación

 La glorificación de Dios                            

 

Cuando el Hijo glorifica al Padre                       

Sobre los frutos y la gloria de Dios                  

La eternidad de la gloria de Dios                      

 

La glorificación de Cristo                                

 

Primera Palabra                                             

Segunda Palabra                                           

Tercera Palabra                                             

Cuarta Palabra                                               

Quinta Palabra                                        

Sexta Palabra                                         

Séptima Palabra                                     

 

Conclusión                                          

 

 El libro ha sido publicado por la Editorial Bendita María. A tener en cuenta es que los gastos de envío son gratuitos.

  

“De Ramos a Resurrección” -   La glorificación de Cristo – SextaPalabra

 

“Todo está consumado”

(Jn 19, 30)

  

Es de creer, porque es así, que la vida de un ser humano tiene su final cuando le llega la muerte. Entonces sabe que ha llegadotalmomento. Sin embargo, en la vida de Jesucristo no se daba una circunstancia tan común porque sobre Él, como Mesías, como enviado de Dios, como cordero del Padre, se había escrito bastante. 

En aquel momento de su, casi, extinguida vida, Jesús dice que todo se había consumado. Y eso quería decir que había un “todo” y que el mismo había llegado el momento en que se había cumplido. 

Sobre este cumplimento de lo que había sido dicho, lo bien cierto es que Jesús debía cumplir una misión (entre las que tenía) que era crucial para que la salvación de la humanidad pudiese acaecer: beber el cáliz de amargura que sería su Pasión. Y así lo había hecho. en tal sentido, todo, en efecto, se había consumado. Pero, además, ¿qué era lo que se había, del todo, consumado? 

En realidad, nada se dice en este evangelio sobre eso. Sin  embargo, bien sabía Jesús que había mucho referido a él mismo que se había ido cumpliendo a lo largo del tiempo:“He aquí que una virgen concebirá, y dará a luz un hijo” (Is 7, 14).

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El rincón del hermano Rafael - "Saber esperar" - ¡Humildad, humildad!

“Rafael Arnáiz Barón nació el 9 de abril de 1911 en Burgos (España), donde también fue bautizado y recibió la confirmación. Allí mismo inició los estudios en el colegio de los PP. Jesuitas, recibiendo por primera vez la Eucaristía en 1919.”

Esta parte de una biografía que sobre nuestro santo la podemos encontrar en multitud de sitios de la red de redes o en los libros que sobre él se han escrito.

Hasta hace bien poco hemos dedicado este espacio a escribir sobre lo que el hermano Rafael había dejado dicho en su diario “Dios y mi alma”. Sin embargo, como es normal, terminó en su momento nuestro santo de dar forma a su pensamiento espiritual.

Sin embargo, San Rafael Arnáiz Barón había escrito mucho antes de dejar sus impresiones personales en aquel diario. Y algo de aquello es lo que vamos a traer aquí a partir de ahora.

             

Bajo el título “Saber esperar” se han recogido muchos pensamientos, divididos por temas, que manifestó el hermano Rafael. Y a los mismos vamos a tratar de referirnos en lo sucesivo.

 

“Saber Esperar” – ¡Humildad, humildad!

 

“Dios mío, Dios mío, ayúdame a cumplir humildemente tu Voluntad; ayúdame a servirte amando mi propia flaqueza e inutilidad.” (Punto 217)

 

Podemos decir, sin temor a equivocarnos, que conocerse a uno mismo (eso ya lo dijo un filósofo hace muchos siglos) es algo de lo que podemos obtener un fruto no pequeño. Y es que saber si esto o lo otro somos capaces de llevarlo a cabo es algo, sin lo cual, difícilmente se puede vivir.

Pues bien, el hermano Rafael, que tanto sabe de cómo es él mismo, no duda lo más mínimo en dirigirse a Dios para pedir.

Esto de pedir es algo a lo que estamos muy acostumbrados. Es decir, la oración de petición o, simplemente, pedir sin oración ni nada, es propio de los hijos de Dios que, como sabemos que nuestro Creador es un buen Padre, solemos abusar mucho de su Bondad y Misericordia.

Decimos esto de pedir porque San Rafael Arnáiz Barón pide. Y no pide cualquiera cosa o algo que pudiera considerarse baladí. No. Pide, nada más y nada menos, que Dios lo ayude.

Alguien dirá que pedir ayuda a Dios no es nada del otro mundo y que todos lo hacemos. Y, claro, eso es verdad. Pero lo novedoso, aquí, es que el hermano Rafael le pide a Dios que le ayude a ser humilde. Y eso implica mucho y más que mucho.

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29.08.18

Serie “El Bien, Jesucristo, el Cielo” - 4 - Al Cielo se va

Presentación

El Bien, Jesucristo, el Cielo

 No te dejes vencer por el mal; antes bien, vence al mal con el bien.”

 

Epístola a los Romanos 12, 21

 

En estas mismas páginas se ha publicado, en formato serie, el libro de título “El Mal, El Diablo, el Infierno”. Y, como no podía ser menos, la parte buena, la que ha de prevalecer, Cristo mismo y Dios mismo, debían tener su serie. La misma está referida al libro de título “El Bien, Jesucristo, el Cielo” que, fácilmente puede verse es, justo, lo contrario a lo otro. 

El Mal puede vencerse con el Bien. Eso es lo que la cita que hemos puesto como principal de este libro nos dice. Y San Pablo, diciéndonos tal cosa, nos auxilia ante lo que podamos estar pasando. 

No podemos, por tanto, alegar falta de socorro en estos casos pues bien sabemos que Dios nunca nos abandona y pone, en el camino de nuestra vida, a testigos de la fe que nos echan una mano. 

De todas formas, el Bien puede ser, digamos, usado contra el Mal. Y eso porque el Bien existe para mucho más que para eso que, con ser importante, no agota las posibilidades de lo bueno y mejor. 

No podemos negar, al respecto del Bien, que, para espíritus no perjudicados por el Mal, es más atractivo el primero que el segundo. Y es que no puede considerarse sana, espiritualmente hablando, la persona que esté a favor de las asechanzas del Maligno y/o de los frutos que de las mismas puedan derivarse. No. Es más seguro esperar que el común de los creyentes esté más por el Bien que por el Mal. Y eso se apoya en algo esencial: el Bien proviene de Dios Padre Todopoderoso, Creador del Cielo y de la Tierra en quien no hay falsedad ni mentira. 

No podemos negar, en beneficio nuestro, que a lo largo de la historia de la cristiandad ha habido hermanos nuestros en la fe que han considerado este tema, el del Bien, como uno que lo era muy importante, a tener en cuenta y a destacar. 

Así, por ejemplo, para los Santos Padres, era mayor la preocupación de señalar que Dios es el Bien Supremo y que, por tanto, toda criatura deriva de su Bondad. Pero también San Agustín, Boecio o la propia doctrina escolástica, con Santo Tomás de Aquino a la cabeza, han tenido a bien considerar el Bien entre sus temas básicos de conocimiento y estudio. 

Y ya, digamos que recientemente, en el Concilio habido en el seno de la Iglesia Católica (Vaticano I), la Constitución De Fide Catholica, en su capítulo I, dice esto que sigue:

 

“Éste único, solo, Dios verdadero, de su propia bondad y omnipotencia, no para el aumento de su propia felicidad, no para adquirir sino para manifestar su perfección por las bendiciones que Él otorga a las criaturas, con absoluta libertad de consejo creó desde el principio de los tiempos a la criatura tanto la espiritual como la corporal, a saber, la angélica y la mundana; y después la criatura humana.”

 

Vemos, por tanto, que el Bien no es, sólo, necesario en la vida del creyente católico (creemos que también en la de cualquier ser humano, en general y por ser especie creada por Dios) sino que es lo único que puede anhelar quien se sabe hijo del Todopoderoso. 

Podríamos decir, sin temor a equivocarnos, que por el bien se va al Bien mayor que es Dios mismo.

4  -  Al Cielo se va

 

Harto gran misericordia hace a quien da gracia y ánimo para determinarse a procurar con todas sus fuerzas este bien. Porque si persevera, no se niega Dios a nadie. Poco a poco va habilitando él el ánimo para que salga con esta victoria. Digo ánimo, porque son tantas las cosas que el demonio pone delante a los principios para que no comiencen este camino de hecho, como quien sabe el daño que de aquí le viene, no sólo en perder aquella alma sino muchas. Si el que comienza se esfuerza con el fervor de Dios a llegar a la cumbre de la perfección, creo jamás va solo al cielo; siempre lleva mucha gente tras sí. Como a buen capitán, le da Dios quien vaya en su compañía.”

 

Santa Teresa de Jesús,

El libro de la vida, Capítulo 11, 4

 

 

La santa andariega nos lo dice con toda claridad: “se esfuerza con fervor de Dios a llegar a la cumbre”. Y tal “cumbre” no puede ser otra que el Cielo. Es decir, que al definitivo Reino de Dios no se va de cualquier manera sino que hay que hacer para llegar a la Casa del Padre. Por eso decimos que el Cielo… se va. Y es que no se nos lleva Dios (por mucho que nos quiera a su lado) a la fuerza. Como máximo, nos propone el Cielo. Luego, cada cual hace lo que cree oportuno siendo, a veces, poco oportuno lo que se hace… 

Que el Cielo existe es un dogma de fe para un católico. Aquí lo hemos escrito muchas veces porque muchas veces debe ser recordado. Así, si acudimos, por ejemplo, a la Sagrada Escritura son muchas las referencias que se nos hacen acerca de la existencia del Cielo. Así, por ejemplo, las siguientes:

  

Mt 6, 9 

“Padre nuestro que estás en los cielos…”

 

Mt 18, 10

“No despreciéis a uno de estos pequeños, porque en verdad os digo que sus ángeles ven de continuo en el cielo la faz de mi Padre que están en los cielos”.

 

Mt 25, 46 

“E irán los justos a una vida eterna”.

 

Lc 23, 43 

“Hoy estarás conmigo en el paraíso”.

 

Jn 6, 51 

“Yo soy el pan vivo bajado del cielo”.

 

2 Co 5, 1 

“Pues sabemos que, si la tienda de nuestra mansión terrena se deshace, tenemos de Dios una sólida casa, no hecha por mano de hombres, eterna en los cielos.”

El caso es que sabemos, por cierto, que la Iglesia católica define como dogma de fe la existencia y, además, la eternidad del Cielo. Esto se recoge, por ejemplo, en el Concilio II de Lyon:

“Las almas que, después de recibido el sacro bautismo, no incurrieron en mancha alguna de pecado, y también aquellas que, después de contraída, se han purificado mientras permanecían en sus cuerpos o después de desprenderse de ellos, son recibidas inmediatamente en el cielo”. 

Abunda en esto el número 1023 del Catecismo de la Iglesia Católica al referirse a Benedicto XII (Benedictus Deus) del que se hace eco Lumen gentium, 49:

“Definimos con la autoridad apostólica: que, según la disposición general de Dios, las almas de todos los santos […] y de todos los demás fieles muertos después de recibir el Bautismo de Cristo en los que no había nada que purificar cuando murieron […]; o en caso de que tuvieran o tengan algo que purificar, una vez que estén purificadas después de la muerte […] aun antes de la reasunción de sus cuerpos y del juicio final, después de la Ascensión al cielo del Salvador, Jesucristo Nuestro Señor, estuvieron, están y estarán en el cielo, en el Reino de los cielos y paraíso celestial con Cristo, admitidos en la compañía de los ángeles. Y después de la muerte y pasión de nuestro Señor Jesucristo vieron y ven la divina esencia con una visión intuitiva y cara a cara, sin mediación de ninguna criatura”.

 

El Cielo, pues, existe. De otra manera, sería absolutamente vana nuestra fe que no se sostendría sin la resurrección de Nuestro Señor Jesucristo y la consiguiente apertura de la puerta del Cielo. 

Arriba, sobre esto, hemos dicho que al Cielo se va. Y esto ha de querer decir algo pues, de otra manera, no tendría sentido sostener que algo hay que hacer para alcanzar las praderas del definitivo Reino de Dios. 

¿Qué, pues, debemos hacer para ir al Cielo? 

Es posible, a este respecto, que se pueda pensar que hablamos, por decirlo así, de forma en exceso materialista. ¿Es que debemos hacer algo para eso, para ir al Cielo?, ¿No está puesto por Dios para acoger a sus hijos los hombres?, ¿Acaso el Padre Eterno no va a hacer nada para que estemos a su lado? 

Bueno, en realidad, tales preguntas manifiestan que la cosa no es tan sencilla como si nos dejáramos arrebatar por Dios y nos llevase donde es su Casa así, sin más. Y no, eso ni puede ser así ni es así. 

Digamos, para empezar, que lo mismo que al Infierno ser va recogiendo lo que se ha sembrado a lo largo de una vida más o menos larga, lo mismo pasa con el caso del Cielo: también se va según hayamos sembrado en ella. 

La siembra está más que definida por Jesucristo. Y lo dice cuando cree necesario dejar claro qué es lo que se ha podido hacer en la vida a su respecto y qué no se ha hecho (Mt 25, 34-36):

 

“Entonces dirá el Rey a los de su derecha: ‘Venid, benditos de mi Padre, recibir la herencia del Reino preparado para vosotros desde la creación del mundo. Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; era forastero, y me acogisteis; estaba desnudo, y me vestisteis; en la cárcel, y vinisteis a verme.’“

 

Ciertamente, el Hijo de Dios pone sobre la mesa una realidad insoslayable para un hermano suyo: al Cielo se va no permaneciendo impasible ante las necesidades del prójimo sino amándolo como a nosotros mismos nos amamos. 

Tenemos, pues, una pista: al Cielo se va teniendo un corazón tierno, de carne y haciendo real aquello dicho por Dios acerca de que (Ez 11, 19-20):

 

“Yo les daré un solo corazón y pondré en ellos un espíritu nuevo: quitaré de su carne el corazón de piedra y les daré un corazón de carne, para que caminen según mis preceptos observen mis normas y las pongan en práctica, y así sean mi pueblo y yo sea su Dios.”

 

Aquí lo vemos todo con bastante claridad: quiere Dios que el hombre camine según su Ley, según sus normas y, no sólo eso, sino que las practique y no las guarde debajo de ningún celemín. Es más, sólo así, los hijos de Dios que eso hagan podrán ser considerados parte del pueblo del Creador y, en fin, podrán alcanzar su Casa, el Cielo. 

Nuestro hacer o, lo que es lo mismo, nuestro ser o cómo somos, es lo que determinará, tras nuestro Juicio particular, si somos merecedores, si hemos merecido, que se nos abran las puertas del Cielo o, por el contrario, sean las del Infierno o las del Purgatorio-Purificatorio las que prevalezcan. Y para nosotros, los hijos de Dios conscientes de serlo, sólo pueden haber unas puertas que nos interesen: las del Cielo, al que se va, según decimos, por hacer y no por no hacer. 

También es cierto que, como dijo Jesucristo (Jn 17, 14: “Yo les he dado tu Palabra, y el mundo los ha odiado, porque no son del mundo, como yo no soy del mundo”) nosotros, aunque estemos en el mundo, no somos del mundo. Pero eso, sostener eso y, acto seguido, nada hacer a la hora de poner en práctica nuestra fe católica y la Ley de Dios, es hacernos no un flaco favor sino un flaquísimo y nigérrimo favor que sólo puede terminar en algo más que malo para nosotros. 

Debemos, pues, hacer. Por ejemplo:

 

1. Mirar a Dios con todo amor para ver qué quiere de nosotros.

 

2. Tener por bueno y mejor lo dicho por Jesucristo y recogido en las Sagradas Escrituras.

 

3. No despreciar al Padre y a sus santos Mandamientos.

 

4. No olvidar nunca que debemos creer: “El que crea y sea bautizado, se salvará” (Mc 16, 16).

 

5. Buscar siempre la limpieza de nuestra alma.

 

6. Acumular para la vida eterna y no hacer lo propio para este mundo que perecerá para nosotros.

 

7. No olvidar nunca esto recogido por San Pablo en la Epístola a los Gálatas (6,7):

 

“No os engañéis; de Dios nadie se burla. Pues lo que uno siembre, eso cosechará”.

 

En realidad, unas palabras tan escasas (en cuanto a número no son un gran discurso, podríamos decir) deberíamos clavarlas a sangre y fuego (la de Cristo y el del Espíritu Santo) en nuestro corazón. Y tal es así porque resumen más que bien todo esto de lo que aquí hablamos al enmarcar dos principios espirituales de primer orden:

 

1º Dios todo lo sabe de nosotros y de nuestros quehaceres o no quehaceres.

 

2º Nunca se va a recoger lo que no se haya sembrado.

 

Esto segundo, lo dicho en segundo lugar de esta muy escueta relación, tiene una importancia tal que nadie debería llevarse a engaño si, llegado su particular Juicio: quien no siembre-haga-actúe-entienda-sea piadoso-de de sí mismo, etc. que no espere recoger nada. Ni aquí ni, lo que es peor, en el Cielo donde, a lo mejor, tarda mucho tiempo en llegar en caso de que tenga que hacer una parada en el Purgatorio-Purificatorio. Imaginemos qué le pasará si donde le ha llevado su falta de actuar-sembrar-hacer-actuar-entender-no ser piadoso, etc., es el Infierno. 

Hagamos, pues; actuemos, pues, según quiere Dios de nosotros, sus hijos. 

Eleuterio Fernández Guzmán

Nazareno

Para entrar en la Liga de Defensa Católica

INFORMACIÓN DE ÚLTIMA HORA

A la venta la 2ª edición del libro inédito del beato Lolo

Segunda edición del libro inédito del beato Lolo

Ya está disponible la 2ª edición de Las siete vidas del hombre de la calle, libro inédito de nuestro querido beato Lolo. La acogida ha sido tal que hemos tenido que reeditarlo para atender la creciente demanda del mismo: amigos de Lolo y su obra, para regalar, para centros de lectura y bibliotecas, librerías,… innumerables destinos para los hemos realizado una segunda edición de hermoso e inédito libro.


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Panecillos de meditación

Llama el Beato Manuel Lozano GarridoLolo, “panecillos de meditación” (En “Las golondrinas nunca saben la hora”) a los pequeños momentos que nos pueden servir para ahondar en determinada realidad. Un, a modo, de alimento espiritual del que podemos servirnos.

Panecillo de hoy:

Cristo es el Bien y es el Cielo. ¿Qué más podemos pedir?

Para leer Fe y Obras.

Para leer Apostolado de la Cruz y la Vida Eterna.

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28.08.18

Un amigo de Lolo – "Lolo, libro a libro"- Virtudes de la sencillez

Presentación

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Yo soy amigo de Lolo. Manuel Lozano Garrido, Beato de la Iglesia católica y periodista vivió su fe desde un punto de vista gozoso como sólo pueden hacerlo los grandes. Y la vivió en el dolor que le infligían sus muchas dolencias físicas. Sentado en una silla de ruedas desde muy joven y ciego los últimos nueve años de su vida, simboliza, por la forma de enfrentarse a su enfermedad, lo que un cristiano, hijo de Dios que se sabe heredero de un gran Reino, puede llegar a demostrar con un ánimo como el que tuvo Lolo.

Sean, las palabras que puedan quedar aquí escritas, un pequeño y sentido homenaje a cristiano tan cabal y tan franco.

 

Resultado de imagen de El sillón de ruedas

Continuamos con el traer aquí textos del Beato Manuel Lozano Garrido, Lolo. Lo hacemos ahora con “El sillón de ruedas”.

Durante unas semanas, si Dios quiere, vamos a dedicar el comentario de los textos de Lolo a un apartado particular del libro citado arriba de título “Recuento de beneficios” donde hace indicación de los beneficios de la relación del Beato con el Todopoderoso.

Virtudes de la sencillez

 

“A veces valoramos un ejercicio de adoración simplemente por sus añadidos de postura, fervores y palabras, y puede que algún día sorprenda hallar la conformidad de Dios y nuestra fecundidad en un gesto simple tal vez trivial, pero sincero.”

 

Es cierto y verdad que no son pocas las veces que caemos en la trampa que nos tienen el Maligno acerca de la oración y, claro, de la adoración. Y nos explicamos.

Sabemos muy bien que orar y adorar son actitudes que, en un creyente, son la mar de positivas. Es decir, no se puede entender que alguien que se diga tal pueda caminar por la vida sin orar y sin adorar: sin dirigirse a Dios o a quien tenga que dirigirse en tal tipo de materia o, en fin, sin hacer lo propio con quien lo merece y puede ser adorado.

El Beato Manuel Lozano Garrido nos lleva, en esto (y en tantas otras cosas) una ventaja tan notable que pareciera que nosotros fuéramos los impedidos para caminar y él quien acaba de batir el récord del mundo de 100 m. lisos o de la carrera que a ustedes bien les parezca, a quien admiraríamos muy grandemente sabiendo que, sólo en sueños, nosotros haríamos otro tanto…

En fin… Lo que aquí pasa es que solemos estar equivocados en cuanto al fondo de ciertas realidades espirituales pero lo estamos, aún más, en cuanto a la forma en las que las llevamos a cabo.

Estamos, pues, ante dos situaciones que, en cuanto a la adoración (pensemos que, también, en cuanto a la oración) nos pueden causar equivocación. Y es que ¿lo hacemos bien?

El Beato Lolo, que tanto en una como en otra práctica religiosa católica tenía mucha experiencia, nos echa una mano bien grande.

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26.08.18

La Palabra del Domingo - 26 de agosto de 2018

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Jn 6, 60-69

“60 Muchos de sus discípulos, al oírle, dijeron: ‘Es duro este lenguaje. ¿Quién puede escucharlo?’ 61 Pero sabiendo Jesús en su interior que sus discípulos murmuraban por esto, les dijo: ‘¿Esto os escandaliza? 62 ¿Y cuando veáis al Hijo del hombre subir adonde estaba antes?…63 ‘El espíritu es el que da vida;   la carne no sirve para nada. Las palabras que os he dicho son espíritu y son vida.64 ‘Pero hay entre vosotros algunos que no creen.’ Porque Jesús sabía desde el principio quiénes eran los que no creían y quién era el que lo iba a entregar. 65 Y decía: ‘Por esto os he dicho que nadie puede venir a mí si no se lo concede el Padre.’ 66 Desde entonces muchos de sus discípulos se volvieron atrás y ya no andaban con él. 67 Jesús dijo entonces a los Doce: ‘¿También vosotros queréis marcharos?’ 68 Le respondió Simón Pedro: ‘Señor, ¿donde quién vamos a ir? Tú tienes palabras de vida eterna, 69 y nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo de Dios.’”

  

COMENTARIO

 

Algunos sí comprendieron

Después de, en dos ocasiones, haber tratado, Jesús, de que los que lo oían comprendiesen qué era eso de su cuerpo y su sangre, qué suponía la vida eterna que tendría quien creyese en Él, tenía que producirse, como no podía ser de otra forma, el desenlace de esa conversación.

Podemos imaginarnos al Maestro sentado, en apacible charla con sus discípulos y otros más que podían acompañarle. Vemos a Jesús rodeado de muchas personas que oían su mensaje, y pensemos, por un momento, que estamos entre ellos para, así, tratar de comprender mejor lo que decía. Es recomendación de San Josemaría procurar un acercamiento así a la Sagrada Escritura porque nos da una perspectiva propia que nos puede venir más que bien.

Muchos de nosotros se han escandalizado. Eso de la sangre y el cuerpo del Maestro les parece de un extremismo exacerbado. ¿Cómo vamos a comer su cuerpo y a beber su sangre? No entienden nada y lo que creen entender no les gusta. Han oído de pueblos que se comen unos a otros, de esos salvajes, que por suerte viven lejos, que están alejados de nuestro Dios y de las prácticas que, con relación a Adonai, realizamos en el templo en las fiestas anuales. Y dudan por esto mucho, tanto que van a decidir abandonar a Jesús, a no seguirle más, por lo que pueda pasar…

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25.08.18

Serie “Al hilo de la Biblia- Y Jesús dijo…” – ¡Ay lo de Dios; ay lo del hombre!

Sagrada Biblia

Dice S. Pablo, en su Epístola a los Romanos, concretamente, en los versículos 14 y 15 del capítulo 2 que, en efecto, cuando los gentiles, que no tienen ley, cumplen naturalmente las prescripciones de la ley, sin tener ley, para sí mismos son ley; como quienes muestran tener la realidad de esa ley escrita en su corazón, atestiguándolo su conciencia, y los juicios contrapuestos de condenación o alabanza. Esto, que en un principio, puede dar la impresión de ser, o tener, un sentido de lógica extensión del mensaje primero del Creador y, por eso, por el hecho mismo de que Pablo lo utilice no debería dársele la mayor importancia, teniendo en cuenta su propio apostolado. Esto, claro, en una primera impresión.

Sin embargo, esta afirmación del convertido, y convencido, Saulo, encierra una verdad que va más allá de esta mención de la Ley natural que, como tal, está en el cada ser de cada persona y que, en este tiempo de verano (o de invierno o de cuando sea) no podemos olvidar.

Lo que nos dice el apóstol es que, al menos, a los que nos consideramos herederos de ese reino de amor, nos ha de “picar” (por así decirlo) esa sana curiosidad de saber dónde podemos encontrar el culmen de la sabiduría de Dios, dónde podemos encontrar el camino, ya trazado, que nos lleve a pacer en las dulces praderas del Reino del Padre.

Aquí, ahora, como en tantas otras ocasiones, hemos de acudir a lo que nos dicen aquellos que conocieron a Jesús o aquellos que recogieron, con el paso de los años, la doctrina del Jristós o enviado, por Dios a comunicarnos, a traernos, la Buena Noticia y, claro, a todo aquello que se recoge en los textos sagrados escritos antes de su advenimiento y que en las vacaciones veraniegas se ofrece con toda su fuerza y desea ser recibido en nuestros corazones sin el agobio propio de los periodos de trabajo, digamos, obligado aunque necesario. Y también, claro está, a lo que aquellos que lo precedieron fueron sembrando la Santa Escritura de huellas de lo que tenía que venir, del Mesías allí anunciado.

Por otra parte, Pedro, aquel que sería el primer Papa de la Iglesia fundada por Cristo, sabía que los discípulos del Mesías debían estar

“siempre dispuestos a dar respuesta a todo el que os pida razón de vuestra esperanza” (1 Pe 3, 15)

Y la tal razón la encontramos intacta en cada uno de los textos que nos ofrecen estos más de 70 libros que recogen, en la Antigua y Nueva Alianza, un quicio sobre el que apoyar el edificio de nuestra vida, una piedra angular que no pueda desechar el mundo porque es la que le da forma, la que encierra respuestas a sus dudas, la que brota para hacer sucumbir nuestra falta de esperanza, esa virtud sin la cual nuestra existencia no deja de ser sino un paso vacío por un valle yerto.

La Santa Biblia es, pues, el instrumento espiritual del que podemos valernos para afrontar aquello que nos pasa. No es, sin embargo, un recetario donde se nos indican las proporciones de estas o aquellas virtudes. Sin embargo, a tenor de lo que dice Francisco Varo en su libro “¿Sabes leer la Biblia? “ (Planeta Testimonio, 2006, p. 153)

“Un Padre de la Iglesia, san Gregorio Magno, explicaba en el siglo VI al médico Teodoro qué es verdaderamente la Biblia: un carta de Dios dirigida a su criatura”. Ciertamente, es un modo de hablar. Pero se trata de una manera de decir que expresa de modo gráfico y preciso, dentro de su sencillez, qué es la Sagrada Escritura para un cristiano: una carta de Dios”.

Pues bien, en tal “carta” podemos encontrar muchas cosas que nos pueden venir muy bien para conocer mejor, al fin y al cabo, nuestra propia historia como pueblo elegido por Dios para transmitir su Palabra y llevarla allí donde no es conocida o donde, si bien se conocida, no es apreciada en cuanto vale.

Por tanto, vamos a traer de traer, a esta serie de título “Al hilo de la Biblia”, aquello que está unido entre sí por haber sido inspirado por Dios mismo a través del Espíritu Santo y, por eso mismo, a nosotros mismos, por ser sus destinatarios últimos.

Por otra parte, es bien cierto que Jesucristo, a lo largo de la llamada “vida pública” se dirigió en múltiples ocasiones a los que querían escucharle e, incluso, a los que preferían tenerlo lejos porque no gustaban con lo que le oían decir.

Sin embargo, Jesús decía lo que era muy importante que se supiera y lo que, sobre todo, sus discípulos tenían que comprender y, también, aprender para luego transmitirlo a los demás.

Vamos, pues, a traer a esta serie sobre la Santa Biblia parte de aquellos momentos en los que, precisamente, Jesús dijo.

¡Ay lo de Dios; ay lo del hombre!

 

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 Y Jesús dijo… (Mc 12, 17 )

 

“Jesús les dijo: ‘Lo del César, devolvédselo al César, y lo de Dios, a  Dios’. Y se maravillaban de él’”.

 

Esta frase dicha por el Hijo de Dios ha hecho correr, a lo largo de la historia de la cristiandad, muchos ríos de tinta. Y es que, bien mirada, tiene tanto que decirnos que no puede dársele un significado único y es, por así decirlo, una frase polisémica (si se nos permite decir esto)

Ya sabemos el ambiente en el que se dice esto: ¿había que pagar impuestos… al César?

Claro está que si se tuviera que haber pagado impuestos a favor del pueblo de Israel, hubieran sido menos las bocas que hubiesen protestado por eso. Sin embargo, los que se pagaban no iban a los bolsillos del pueblo elegido por Dios (digamos, por ejemplo, a un gobierno suyo) sino que engrosaban directamente los del enemigo invasor romano.

¿Qué pretendían aquellos que preguntan a Cristo por impuestos como si fuese un economista?

Pillarlo en un renuncio. Ellos querían sorprender de tal forma al hijo del carpintero José y de María, la joven de Nazaret, que no supiera por dónde salir bien de aquella nueva trampa.

Sin embargo, era de esperar que los que iban de caza saliesen de allí cazados. Y es que, al parecer, nunca escarmentaban con aquel Maestro…

Vayamos, antes que nada, al final de esto.

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